ITALIA-ESPAÑA
EX-LIBRIS
M. A. BUCHANAN
PRESENTED TO
THE LIBRARY
BY
PROFESSOR MILTON A. BUCHANAN
OF THE
DEPARTMENT OF ITALIAN AND SPANISH
1906-1946
REVISTA DE ESPAÑA.
.^ #
/ *
I REVISTA
DE ESPAÑA
CUARTO AÑO.
TOMO XTX.
MADRID.
REDACCIÓN Y AüMDilSTRACION, I fflPRENTA DE JOSK NOGüKRA,
Piíseo del Prado, 22, | Bordadores, 7.
1871.
^. u
ÍO
DE LONDRES Á MADRID
PASANDO POR
LÜXEMBÜRGO, SAARBRÜCKEN, METZ, WEISSEMBURGO
ESTRASBURGO Y LYON (1).
V.
ÜE WEISSEMBURGO A ESTRASBUIIGU.
A las tres de la tarde salí de Weissemburgo, para Estrasburgo.
Iban en el mismo coche conmigo tres alemanes, uno de los
cuales era del Norte, Llevaba al brazo la cruz de Ginebra, y como
supe luego, era hombre científico, doctor de no sé qué facultad.
Era un tipo acabado del alemán estudioso. Tenia la expresión
dulce y pacífica, pero fea; cuerpo robusto, aunque desgarbado
vestía traje severo de color gris, de corte raro y puesto con mucho
desaliño. Nos contó que al estallar la guerra se hallaba estable-
cido en París con su mujer y su biblioteca, á las cuales parecía
tener un cariño entrañable, especialmente á la última.
— Estando, pues, en París, — continuó diciendo el doctor ale-
mán,— llamó una mañana á la puerta de mi casa un comisario de
policía. Confieso que esta visita inesperada me causó alguna sor-
presa. Pregunté al comisario de policía en qué podía ser útil á las
autoridades fi-ancesas. Sin darme respuesta alguna verbal, me en-
tregó un documento firmado por el gobierno municipal y que con-
tenia una orden de expulsión. Pasé la vista rápidamente por el di-
choso documento. No había equivocación alguna: el Gobierno me
mandaba salir inmediatamente de Paris con mi mujer.
(1) Véase el núm. 70 ele esta Revista.
(i DE LONDRES Á MADRID.
— Pero señor comisario, — le empecé á decir, — mire Vd. que soy
hombre pacífico; hace años que me hallo establecido en esta ca-
pital, todos los vecinos de este barrio me conocen, y saben que
sólo vivo entregado á ejercicios científicos del todo ajenos á la
política.
— A mí qué me cuenta Vd., — me contestó el comisario. — Tengo
esta orden y la he de cumplir; con que, véngase Vd. conmigo.
— ¿Y mi mujer? — volví á preguntar á aquel hombre sin en-
trañas.
— Se irá con Vd.
— ¿Y mi biblioteca?
— El Gobierno se encargará de ella.
Hasta entonces el sabio alemán no habia comprendido toda la
gravedad de su posición. Su expulsión de Paris y hasta el peligro,
que corría su vida y la de su mujer, eran cosas harto desagrada-
bles; pero al oír que el Gobierno republicano |de París iba á encar-
garse del cuidado de su biblioteca, quedó como petrificado, mi-
rando al comisario con la boca abierta.
— !Nada, nada, — volvió á decir este, — no lo piense V. más,
sino véngase Vd. conmigo á la prefectura, y esa señora hará el fa-
vor de acompañarnos.
— Tuve que resignarme á tan cruel mandato, — prosiguió el
doctor, — é iba á prepararme para la próxima marcha.
— ¿Adonde vá Vd.? — me gritó el comisario.
— A vestirme, — le contesté, — y arreglar un par de baúles,
— No puede ser: tengo la orden terminante de llevarme á Vd. y
á su mujer tales como les encuentro.
— Pero, señor comisario, — le dije, — mire Vd, que estoy en bata
y mi mujer está casi en camisa.
— Pues en esos trajes han de salir Vds. de Paris.
— Y en esos trajes salimos de Paris mi mujer y yo, — continuó
diciendo el pacífico doctor. — Esta levita que Vds. ven, señores, no
es mia; me la ha prestado un amigo que én tal aprieto me socor -
rió con algunas frioleras indispensables.
A pesar de haber recibido tan bárbaro tratamiento á manos de
las autoridades francesas, este sabio alemán no habia perdido su
calma, su gravedad y cordura. Miraba á los franceses, no como á
encarnizados enemigos de su patria, sino como á ilusos que iban
buscando su propia ruina. No pude menos de admirar el carácter
DE LONDRES A MADRID. /
particular, pero desapasionado y benévolo de aquel filósofo ver-
dadero.
La confusión creada por la entrada y salida de tantos trenes mi-
litares, oblig'ó al en que iba yo, á hacer una parada de media hora
á UT^ kilómetro de la estación de Estrasburg-o. Entramos, por fin.
Bajé del tren, y me fui derecho á una fonda. Me lavé, comí, y
salí luego á la calle.
Eran las nueve de la noche, y las calles estaban casi desiertas.
Además se veia muy mal. Durante el sitio, la fábrica de gas fué
destruida por los mismos franceses, según me dijeron, y aún no
la hablan vuelto á edificar. Por lo tanto, no habia otro alumbrado
que el que daban unos pequeños quinqués de aceite mineral, colo-
cados en los faroles que en tiempos más prósperos hablan sido
de gas.
Di la vuelta á dos ó tres calles, pero no pudiendo ver nada, y
corriendo grave riesgo de caerme de bruces en algún charco, tal
era la oscuridad que allí habia, me volví á mi fonda, resuelto á
no salir sino á la clara luz del sol.
A la mañana siguiente almorcé, y me salí á la calle á ver dos
cosas: la célebre catedral antigua y las modernas ruinas hechas por
las balas y bombas prusianas.
Estrasburgo, la antigua Argentoratum de los Romanos, siendo
capital de la baja Alsacia, fué ocupada en 1681, en tiempo de paz,
por Luis XIV, y fué cedida á Francia definitivamente en 1697 por
el tratado de Ryswick. Antes de la guerra tenia Estrasburgo una
población de 85.000 almas. Su aspecto es enteramente el de una
antigua ciudad alemana, con sus casas de fachada angosta, tejado
altísimo, pequeñas ventanas y pesados miradores cubiertos de
adornos grotescos.
Al salir de la fonda me fui directamente á la catedral. A medida
que iba pasando por las calles, iba viendo á derecha é izquierda, ya
las desnudas paredes de algún palacio modern(), ya los denegridos
restos de alguna casa más humilde, de construcción antigua.
El primer edificio de alguna importancia que vi en este estado
lastimoso fué la Biblioteca, antiguo edificio gótico, del cual sólo
quedan los seculares cimientos y las robustas paredes maestras.
Contenia esta biblioteca 56.000 volúmenes y gran número do
manuscritos, entre los cuales figuraban en primer término los re-
lativos á la invención de la imprenta; además muchas lápidas y
8 DE LONDRES Á MADRID.
sarcófagos antiguos, y la espada del heroico Kleber, hijo de aque-
lla población, juntamente con el puñal con que fué asesinado en el
Cairo. Excusado es decir que la inmensa mayoría de estos volú-
menes, manuscritos y curiosidades históricas han sido presa de las
llamas. Sólo se han podido salvar los que habían sido colocados en
los sótanos ó alejados del edificio antes del bombardeo.
Aunque situada á cortísima distancia de la biblioteca, poco ó
nada ha sufrido la hermosa Catedral: noté tan sólo uno ó dos ba-
lazos en el ángulo izquierdo de la fachada y parte del tejado hun-
dido; desperfectos todos facilísimos de restaurar.
Es célebre esta Catedral no sólo por su imponente aspecto, sino
por ofrecer un ejemplo, casi único, del desenvolvimiento sucesivo
de la arquitectura gótica desde su origen hasta su más alto grado
de perfección y aún hasta su decadencia. Fundada en el año 117G,
siguió siendo objeto de renovaciones, ensanches y embelleci-
mientos hasta el año 1439, y aún hoy no está del todo conclui-
da, pues le falta una de dos altísimas agujas en que remata la
magnífica fachada, que es también la parte del edificio de estilo
más bello y más esmerada ejecución. Esta maravilla, de arte gó-
tica, fué empezada en 1277 por el arquitecto alemán Erwin do
Steinbach, y terminada, después de su muerte, por su hijo, que
faUeció en 1339.
En una de las capillas adyacentes se halla el célebre reloj as-
tronómico, cuyo ingenioso mecanismo representa el movimiento
de nuestro sistema planetario.
Muchas son las casas que han sido destruidas del todo ó en parte
en las inmediaciones de la plaza de la Catedral. Unida á esta por
medio de una calle no muy larga, se halla la plaza antigua, en
cuyo centro está colocada la estatua de Guttemberg", obra moderna
del escultor David.
También han respetado las balas prusianas á la efigie del célebre
alemán, de gloriosa memoria, inventor de la imprenta.
Juan Guttemberg nació en Maguncia, en Alemania, en el año
1400. En 1423 pasó á Estrasburgo, donde formó una sociedad para
el establecimiento de una imprenta. En 1443 volvió á Maguncia
y concluyó con Juan Fausto, rico platero de aquella ciudad, un
convenio, por el cual este se obligó- á adelantar el dinero necesa-
rio para establecer una oficina tipográfica, donde se imprimió la
famosa biblia llamada de las Cuarenta y dos líneas . Los documen-
DE LONDRES A MADRID. O
tos manuscritos relativos á dicho convenio concluido entre el in-
ventor de la imprenta y el platero Fausto, se hallaban conservados
en la biblioteca de Estrasburgo, y es de suponer que perecieron en
el incendio de aquel edificio. Guttemberg murió en 1468.
De la plaza de Guttemberg me fui á la de Broglie. De paso entré
en una tienda, en cuyo escaparate habia expuestas varias vistas
fotográficas de la ciudad tomadas después del sitió. Mientras me
entretenía en examinar dichas fotografías, acertó á pasar por la
tienda un hombre del pueblo custodiado por un soldado prusiano.
— ¿Qué crimen habrá cometido aquel infeliz? — pregunté á la
muchacha que me estaba enseñando las fotografías,
— Vaya Vd. á averiguarlo, — me contestó. — Esagente, — dijo, re-
firiéndose á los prusianos, — no se para en barras: á la más leve
muestra de insubordinación llevan á nuestros padres, hermanos ó
maridos á la cárcel, y allí los encierran ó los fusilan. No me ex-
trañarla que hicieran lo último con el mozo que acaba de pasar.
Debemos suponer que en esta afirmación de la vendedora de fo-
tografías habría alguna exageración, pues descubrí luego que,
como la inmensa mayoría de sus compatriotas, era francesa furi-
bunda y enemiga acérrima de todo lo que olia á prusiano.
Compré una media docena de las fotografías que me parecieron
mejores, y me encaminé hacia la plaza del Teatro.
De este hermoso edificio moderno no quedan más que las paro-
des maestras.
En frente del teatro habia formados varios destacamentos de la
landwehr. Esperaban órdenes, sin duda, para la marcha. Eran
todos ellos mozos rubios, no muy altos, pero robustos en extremo.
El jefe de la expedición iba montado en un caballo alazán de muy
buena estampa.
A dos pasos de donde estaba descansando esta tropa, vi coloca-
dos en el suelo, enfrente del edificio destinado á fundición de ca-
ñones, una hilera de cincuenta piezas de artillería, todas de bron —
ce. Más de cuatro, y aún más de veinte, tenían señales de haber
sido desmontadas por las balas enemigas.
En el paseo situado á espaldas del teatro Vi la estatua de bronce
del Marqués de. Lezay-Marnesia, distinguido prefecto de aquel
departamento, cuya efigie estaba acribillada á balazos.
De la plaza ,del Teatro me fui al Fauhourg des Piérres. De
este barrio^ no queda una sola casa intacta. La mayor parte de
10 DE LONDRES Á MADRID.
ellas están reducidas á escombros. Parecía que por allí habia pa-
sado el ángel del exterminio.
' Después de recorrer las calles y plazas de Estrasburgo, compren-
dí tjue no podia me'nos de ser profundísimo el odio con que mira-
ban sus habitantes á los que tales estragos hablan hecho en aquella
antig-ua, pero próspera ciudad, y aún en toda aquella comarca.
VI.
DE ESTRASBURGO Á LYON.
Eran las dos de la tarde próximamente cuando salí 'de Estras-
burgo, con dirección á Basilea, pues para penetrar en Francia, ó
por mejor decir, en aquella parte de Francia que aún no ¡estaba
ocupada por los ejércitos prusianos, tuve que hacer un ancho rodeo,
atravesando la Suiza desde Basilea á Ginebra.
En el cortísimo trecho que separa á Estrasburgo de las orillas
del Rhin, pude descubrir varios lugarcillos y cortijos que estaban
completamente arruinados y desiertos, obra, sin duda, de los
franceses mismos, que se vieron obligados á destruir esas aldeas
y los cortijos adyacentes para evitar que las fuerzas sitiadoras se
hiciesen fuertes en ellos.
En menos de veinte minutos nos hallamos en la ribera del an-
churoso Rhin, el rey de los ríos germánicos.
Un majestuoso puente de hierro une en este punto ,á la orilla
alemana con la opuesta orilla que fué ñancesa, y que se halla
hoy en poder de los ejércitos germanos. El 'padre Rhin, como sue-
len llamarle los patriotas alemanes, no sustenta j^a en sus fértiles
riberas á las águilas francesas, y es hoy, no sólo por el nombre y
la tradición, sino de hecho, rio alemán.
Atravesando, pues, el susodicho, puente, que al estallar la guer-
ra fué cortado en la orilla alemana para interceptar en aquel pun-
to la entrada de los ejércitos franceses en el territorio badenes,
llegamos á la pequeña ciudad de Kehl, que antiguamente no ser-
via más que de fortificación y defensa al puente de Estrasburgo.
Durante el sitio de esta última ciudad, el General Uhrich quiso
vengarse de los sitiadores bombardeando á Kehl, que salió de la re-
friega casi tan mal parada como la misma fortaleza de Estrasburgo.
En la estación de Kehl hay registro de equipajes para los viaje-
ros que llegan de Estrasburgo. Pero antes de entrar en el local
DE LONDRES Á MADRID. 11
destinado á tal objeto, tuve que pasar, con los demás viajeros del
tren, por un pasadizo laberíntico de madera, en el cual la atmós-
fera estaba impreg'nada de cierto gas desinfectante de olor poco
agradable; precaución que toma la ciudad para evitar que se pro-
paguen en esa orilla del rio las enfermedades epide'micas que tantos
estragos ha hecho en Estrasburgo y sus alrededores.
Después de haber sufrido esta especie de fumigación, entramos
en la aduana.
— ¿Lleva Vd. en su maleta género alguno de contrabando? — me
preguntó un dependiente de los que por allí andaban. — Le con-
testé que no llevaba conmigo sino ropa usada y libros viejos .
— Pase Vd., pues, — me dijo con mucha cortesía, fiándose de mi
buena fé.
Cito este hecho insignificante para demostrar con cuan poca mo-
lestia se puede viajar por Alemania en todos tiempos, aún en los
belicosos que atravesamos.
Breve fué la parada que en Kehl hizo el tren. Con un silbido
agudo se puso nuevamente en marcha, atravesando rápidamente
los campos bien cultivados, aunque poco pintorescos, del gran Du-
cado de Badén.
A medida que iba avanzando, iban siendo cada vez menos mar-
cadas las huellas de la guerra, aunque no desaparecieron del todo
hasta que traspasamos la frontera Suiza.
El gran Ducado de Badén ha contribuido al levantamiento de
esa formidable hueste que acaudilla el anciano Rey de Prusia. en-
viando á Francia un contingente que se distingue, si no por el nú-
mero, por el arrojo y esfuerzo de los regimientos que lo componen.
En uua estación, de cuyo nombre no me acuerdo, tomaron asien-
to en el coche en que iba yo, tres solda^dos badeneses. Venían de
los alrededores de París é iban á sus casas con licencia para pasar
la Navidad en el seno de sus familias. Eran los tres de una misma
edad próximamente; jóvenes de edad de 20 á 22 años al parecer;
robustos y fornidos, aunque de estatura no muy elevada. Pertene-
cían los tres á un mismo cuerpo; llevaban levita ceñida, casacon,
pantalón y gorra con visera, todo del mismo color verde oscuro.
No tenían arma alguna.
El comportamiento de estos tres hombres, mientras estuvieron
en el coche conmigo, fué ejemplar. A pesar de la gian atención
que presté .á la conversación que entre sí tuvieron, no oí de sus
12 DE LONDRES A MaUIUD.
labios ni una palabra mal sonante, ni una expresión grosern si-
quiera. Viajaban en seg-unda cióse, como unos señores (en Ale-
mania la segunda clase es tan buena ó mejor que la primera en
cualquiera otra nación), y su conducta no desdecía del lugar en
que se hallaban. La única libertad que se tomaban de vez en
cuando, era la de entonar en coro algún himno guerrero, ó una
canción popular. ¿Quién hubiera dicho que aquellos tres mucha-
chos, tan bien criados y al parecer tan dóciles y pacíficos, perte-
necían al número de aquellos valientes que en la acción del dia 2
de Diciembre hablan rechazado los desesperados ataques del ejer-
cito mandado por Ducrot en las orillas del Mame?
Perdí de vista á mis compañeros de viaje poco antes de llegar
á la estación de Basilea, en donde me detuve aquella noche.
A la mañana siguiente, proseguí mi viaje, pasando por Berna
y Ginebra, atravesando por lo tanto toda la parte septentrional
de la Suiza. ¡Qué cuadro tan diverso presentaba aquella pinto-
resca tierra, del que en Alsacia y Loi ena acababan de comtemplar
mis ojos! Allí todo era desolación, discordia y desconsuelo; aquí
todo era paz, orden, prosperidad y bienestar. Al atravesar aque-
lla pacífica, cuanto pintoresca comarca, no pude me'nos de com -
parar á la Europa á un vasto desierto, y á la república helvética
á un oasis de paz y ventura colocado en su seno por la mano de la
Providencia para alivio y descanso del fatigado peregrino.
Hice aquel corto pero deleitoso viaje de Basilea á Ginebra en
un domingo. Desde la madrugada se había presentado el. cielo
azul, despejado de nubes. La nieve se había derretido en las llanu-
ras y los hondos valles, y sólo ostentaba su blancura en las ele-
vadas cimas y laderas de los gigantescos Alpes. En las estaciones
más pequeñas acudían á contemplar en muda admkacion la porten-
tosa máquina y el tren con su carga de seres vivientes gran número
de aldeanos y aldeanas engalanados con sus vistosos trajes nacio-
nales. ¡Qué contento, qué reposo, qué bienestar respiraban aque-
llas risueñas aldeas, aquellos pacíficos lugarcillos situados en la
falda de alguna montaña erguida ó en el seno de hondísimo valle!
Al desembocar el tren por uno de esos pasajes abiertos por la
mano del hombre en la dura roca, como gigantesco reptil que
sale rugiendo de su tenebrosa madriguera, se presentó de repente
y como por ensalmo á nuestra vista la tranquila superficie del lago
encantador de Ginebra, rodeado por donde quiera de elevadísimas
DE LONDRES Á MADRID. 15
sierras cubiertas de sempiternas nieves. Al contemplar esa subli-
me obra d^ la naturaleza, comprendí desde luego cuánto motivo
tenian los suizos para amar con frenesí aquella pintoresca tierra,
cuya historia parece un idilio, comparada con las trájicas jorna-
das del sangriento drama del mundo. La libertad de que disfrutan
los pueblos de los Estados-Unidos y de la Gran-Bretaña, va acom-
pañada siempre de cierta perturbación y discordia aparente; en
Suiza hay, con libertad absoluta, completa tranquilidad, y en
donde quiera paz y concordia. No parece sino que la libertad, can-
sada de sostener mil combates y luchas sin cuento contra la igno-
rancia, el error, el vicio y las malas pasiones todas del hombre, y
buscando un asilo en donde amparar-se, haya escogido aquel pin-
toresco rincón de la tierra, patria de Winkelried, Calvino y Kous-
seau. En Suiza, la libertad ninguna conquista más tiene que hacer,
y por tanto reposa en tranquila y segura paz.
Después de conducirnos por espacio de dos horas ribera del her-
moso lago, cuya tranquila superficie, apenas rizada por la leve
brisa, reflejaba en toda su pureza el celeste color del limpio cielo,
se deslizó lentamente el tren en la estación de Ginebra.
Sentí una tentación grande de quedarme por espacio do algunos
dias en aquella culta y hospitalaria ciudad, en cuyo recinto, por
entonces, habian acudido á buscar amparo y seguro asilo en su des-
gracia varios Soberanos y Príncipes desterrados, y gran número de
personajes políticos adictos á la dinastía recientemente derrocada
en la vecina Francia. Pero tuve que dejar el cumplimiento de este
deseo para otra ocasión, pues por mucho que me interesara el re-
correr la ciudad de Ginebra y sus alrededores, más me importaba
el detenerme todo el tiempo que pudiese en el mediodía de Francia.
Pocos minutos faltaban para la salida del tren expreso que se
dirigía á Lyon. Tomé, pues, mi billete, facturé mi equipaje, y salí
corriendo hacia el andén. Aún no había acabado de colocar mi
manta y maleta de mano en la redecilla del coche, cuando silbó la
máquina y se pusieron en movimiento los pocos coches de primera
clase que componían aquel' tren.
Iban conmigo en el mismo coche cinco viajeros más, que en todo
el tiempo en que estuve en su compañía no despegaron los la-
bios. Viéndoles tan cabizbajos y apesadumbrados, los tuve desde
luego por franceses, á quienes las desventuras de su patria tenian
de tal suerte abatidos. Seguí su ejemplo y no les hablé tampoco.
14 DE LONDRES Á MADRID.
Pero más que á la tristeza que no podían meaos de sentir al pen-
sar en los reveses que diariamente sufrían sus hemianos en el cam-
po de batalla, atribuí su disposición recelosa y taciturna á la des-
confianza que parecen inspirarse mutuamente las clases más aco-
modadas hoy en Francia. Reina allí un desbarajuste tan grande;
son tantos y tan diversos los pareceres, las aspiraciones, los deseos
y sentimientos del público, que cada cual cree, y no sin funda-
mento, hallar en su vecino, sí no un enemigo, á lo menos un ad-
versario acérrima. En circunstancias tan lastimosas, el partido
más prudente para un francés es sin duda el de callarse, por no
•ofender ó por no ser ofendido; pero para el extranjero que viaja
con deseos de indagar hacia qué lado se inclina la opinión pi^blica
en Francia, es poco provechoso, á más de ser en extremo aburrido
el tropezar con compañeros de viaje tan silenciosos y tan llenos de
recelo. Formé, pues, allí mismo la resolución de no volver á via-
jar en tren expreso mientras estuviese en Francia, á pesar de las •
molestias que consigo acarrea el viajar en tren correo.
En la frontera hizo el tren una parada bastante larga para tren
expreso. Antes de entrar en la sala de espera tuvimos que entre-
gar nuestros pasaportes, que, antes de volver á nuestras manos,
fueron detenidamente examinados por algunos empleados de poli-
cía. El mió estaba en orden; lo recogí, y me entré en la fonda á
cenar, tomando la precaución de alejar de mi persona un rollo de
periódicos políticos y satíricos, entre otros el Kladderadatsch de
Berlín, que el dia anterior había comprado en Alemania.
Mis compañeros de viaje seguían tan mudos en la fonda como
antes de entrar en ella, y los pocos que se conocían hablaban entro
sí en voz baja. Al poco rato volvimos todos á subir en el tren, que
en breves horas nos condujo á la industrial y populosa ciudad que
bañan á porfía el Ródano y el Saona.
VIL
DE LYON Á BAYONA,
Lyon, la rica y populosa ciudad que ocupa el primer puesto
entre los grandes centros industriales de Francia, estaba conver-
tida, como Lille y otras muchas ciudades de primer orden, en un
vasto arsenal, donde el ruido de las armas había venido á sofocar
el rumor monótono de los telares.
DE L(>NDRES k MADRID. 15
Lyon ha sido en todos tiempos una ciudad principal de Francia
En los antiquísimos en que el dominio de la orgullosa Koma no.
conocia límites en la tierra, era con el nombre de Lugáunum, la
residencia de los gobernadores de la Galia. En el siglo V fué capi-
tal del reino de los Borgoñones. En el siglo VI pasó al poder de
los reyes francos que, con sus numerosas conquistas acrecentaron
el prestigio y la prosperidad de la antigua ciudad. En el siglo VII
cayó Lyon bajo el dominio de los príncipes de la Iglesia, los alta-
neros y belicosos obispos, cuyo poder iba siendo cada \ez más for-
midable. En el siglo VIII Lyon vio sus calles y los campos que
rodeaban sus muros regados sin cesar con la sangre de los secua-
ces adversos de los señores feudales y la aristocracia clerical. En
el siglo XII , bajo el reinado de Luis el Gordo , disfrutaba
Lyon de las ventajas del régimen municipal, y no fué incorporado
definitivamente á la monarquía francesa hasta el reinado de Fe-
lipe el Hermoso, en el siglo XIII. Fué en Lyon donde el papa Ino-
cencio IV revistió con la púrpura á los cardenales, por vez pri-
mera, en el concilio ecuménico celebrado en aquella ciudad en 1245
con objeto de renovar las cruzadas. En 1793, Lyon quiso sacudir
el yugo de los terroristas de la revolución; pero esta muestra de
independencia le costó el ser sitiada y bombardeada por el ejército
republicano, que le hizo pagar caro su atrevimiento.
Como ciudad industrial, Lyon debe su prosperidad principal-
mente á algunos tejedores italianos y mercaderes genoveses, que
en los reinados de Luis XI y de Francisco í, introdujeron en ella
la industria de las sederías, y con la invención de las letras de cam-
bio facilitaron el tráfico que con los demás pueblos traia. Lyon
cuenta entro sus hijos á gran número de personajes célebres en
armas, letras y ciencias: á Germánico y Marco Aurelio; á Sidonio
Apolinar, obispo; á Jacquart, el inventor de los telares; á Delorme,
el arquitecto del 'palacio de las Tullerías, y al valeroso Mariscal
Suchet. Los edificios y monumentos que hermosean la ciudad son
dignos de su ilustre historia, y una hermosa catedral gótica ates-
tigua la devoción de sus antiguos moradores. Lyon está situada
en la fértil llanura que bañan con sus aguas el impetuoso Ródano
y el Saona de mansa corriente. Estos rios dividen á la ciudad en
cuatro grandes arrabales.
Conforme con mi propósito de no volver á viajar en tren expreso
mientras estuviese en Francia, salí de Lyon muy de mañana en el
10 DE LONDRES Á MADRID.
tren correo del Mediodía. Antes de^ subir al coche tuve lugar de
presenciar una escena harto interesante: la salida de un batallón
de Guardias movilizados, que se dirigía á Bonne, á hacer frente á
los prusianos.
Al llegar á la estación, los hallé formados en compañías, des-
cansando en la plaza frontera de la estación, aunque muchos de
ellos hablan salido de las filas con objeto de hablar con sus parien-
tes y amigos. Noté que estaban bien vestidos y uniformados, y
armados todos ellos de fusiles chassepot Eran mozos robustos la
mayor parte, de buen semblante y apostura marcial, que á tener
tanto brío en el corazón como fuerza en los brazos, hubieran po-
dido dar no poco que sentir á las madres y esposas prusianas. El
uniforme que vestían era en extremo sencillo, parecido al de la
infantería francesa, pero de color más igual y menos charro, y en
vez de chacó llevaban un hépis azul con galón de paño rojo. La
parte más conspicua de su equipo era la mochila, que á más de
ser de suyo pesada, estaba sobrecargada de varios objetos inútiles ó
superfinos, y de la pesadísima tela de cáñamo para formar la tienda
de campaña. Comparé este batallón francés con los de la Land-
ivehr prusiana, que había visto en idénticas circunstancias, es de-
cir, preparándose para salir al campo, en Estrasburgo; y en ver-
dad que los franceses, por lo general, menos robustos que los
alemanes, me hubieran parecido mucho más ágiles, á no haber-
les estorbado en todos sus movimientos aquella pesadísima carga
que á la espalda llevaban . Las mochilas de los alemanes son pe-
queñas y ligeras, muy parecidas á la de nuestra infantería; ade-
más no llevan estos tienda de campaña ni cosa que lo valga; cuan-
do no consiguen alojarse en poblado, se amparan en chozas y
cabanas de madera que ellos mismos saben construir con presteza
y facilidad, y á todo turbio correr, pasan la noche á la intemperie,
lo cual para gente robusta y bien vestida, avezada á las fatigas
de la vida militar, no es gran desventura.
Estando en la sala de espera, oí dar á un corneta la señal de
subir al tren, y era de ver el tumulto y barullo que se armó en -
tonces en aquella estación. Como jauría de podencos que repenti-
namente suelta un montero, penetró en ella por diez ó doce en-
tradas distintas aquel millar de hombres armados, atrepellándose
unos á otros; este voceaba, aquel silbaba, mientras que otros mu-
chos entonaban algún canto guerrero ó popular. Para formar una
DE LONDRES Á MADRID. 17
leve, idea del bullicio que allí reinaba, figúrese el lector oir la
Marsellesa cantada á la vez por más de quinientas voces en dis-
tintos tonos y compases, y hasta con palabras distintas; unos
empezando á cantar una estrofa Mourir pour la patrie, por ejem-
plo, al tiempo mismo en que otros se hallaban á la mitad de
otra, gritando L'étendart sanglant est levé, 6 entonaban con toda
la fuerza de sus pulmones _ el estribillo Marchons, marcJions; y
todo esto en una estación de ferro- carril; cuyo techo cilindrico de
metal, vibrando de un extremo á otro, repella con extraño rumor
las ondas acústicas que formaba aquella infernal algarabía.
En menos- de cinco minutos habia desaparecido el batallón en-
tero; sólo se veia algún que otro l'éjñs que asomaba por las ven-
tanillas de los coches; sin embargo, no habia cesado el ruido: un
estruendo ronco, una mezcla confusa de voces humanas y estre'-
pito de armas salia de la parte interior del tren, de la panza de
aquella gigantesca serpiente. Semejante á ese extraño rumor,
pensé yo, sería el que en la risueña playa de Ilion hicieron' los
lorigados Aqueos al ocultarse en las entrañas del caballo consa-
grado á Minerva, con cuya invención ingeniosa lograron penetrar
los astutos Griegos en la heroica ciudad de Piíamo,
Fué de los últimos en subir al tren un guardia que hasta enton-
ces habia estado acompañado de una joven bastante linda, que iba
vestida de' rigoroso luto. Eran hermanos sin duda. Por el traje
elegante que vestía y por cierto aire de sencidez y modestia que
cautivaba, la joven mostraba ser hija de gente acomodada de la
clase media; sin embargo, al echarse al hombro su hermano la
[esada mochila, se apresuró á asistirle, sosteniendo su chassepot
con sus manos pequeñas, que por su pureza de forma y su blan-
cura parecían estar acostumbradas tan sólo á estrechar los .delica-
dos tallos de las flores ó á ajustar los dobleces de alguna labor mu-
jeril. Con cuánta elocuencia referia aquel cuadro, digno del pincel
del más delicado de los pintores, la larga historia de desventuras
por que pasa hoy la mísera Francia, un tiempo tan orgullosa.
Cogiendo su chassepot el guardia movilizado, abrazó tierna-
mente á la que yo juzgué por hermana suya, y fué asentarse con
sus compañeros en un coche de tercei a. A los pocos minutos sahó
de la estación el convoy. Vi alejarse á la joven con los ojos arra-
sados en lágrimas; iría diciendo entre sí tal vez:
— Ya no le volveré á ver jamás.
TOMO XIX. - ' 2
IJ^ DE L'JMmES A MADHil).
Aunque tuviera las entrañas do bronce, me las hubiera enter-
necido aquella despedida, que quizá iba á convertirse muy pronto
en un último adiós; pero la próxima salida del tren que me habia
de conducir hacia el Mediodía de Francia me obligo á volver mi
atención á cosas más vulgares.
Un cuarto de hora después estaba atravesando el puente de
hierro construido sobre el anchuroso Ródano.
Tenia por compañeros de viaje á dos zuavos, uno de ellos he-
rido en una pierna, un artillero y un paisano que, como supe lue-
go, habia pertenecido al ejército de Mac-Mahon, y logrado esca-
parse después déla batalla de Sedan, de cuya acción conservaba
como recuerdo varias hevidas, una de ellas en el rostro. Los sol-
dados se dirigían unos á Argelia, otros á Antibes, donde iban á
ser incorporados á los regimientos de reserva. El paisano viajaba
por cuenta propia.
No me sucedió con estos lo que con los viajeros del tren expre'-
so, pues todos ellos hablaban por los codos, y manifestaban con
mucha franqueza sus presentes miserias y esperanzas futuras.
Tampoco se quedaban cortos en censurar al Gobierno imperial di-
funto y al Gobierno republicano que entonces dirigía los destinos
de su desventurada patria. Ninguno de ellos se mostraba partida-
rio del actual estado de cosas; estaban hartos de tantos desastve>s
políticos, militaves y de todos géneros, y convencidos de que era
una locura seguir luchando sin ejército contra los prusianos. La
honra nacional, de que tanto ha hablado Gambetta en despachos
y circulares y protestas y exhortaciones, era poco menos que un
mito para estos hombres. El héroe de Sedan, que parecía tener un
respeto grande á la artillería prusiana, optaba por que se firmase
la paz 4 toiit 'prix, y apoyaba su pretensión con el siguiente razo-
namiento:
— Hace dos meses mi padre era dueño de un cortijo y tenia
veinte caballerías para labrar sus tierras; hoy no tiene ni cortijo»
ni caballos, ni tieiTas que labrra',*todo se lo han quitado los pru-
sianos.— ¡Ah! — añadía apretando los dientes, — les tengo un odio á
muerte! Pero precisamente porque ya nada tenemos, tengamos
al menos paz y tranquili, ad, que de este modo tan sólo podremos
recuperar en parte lo perdido.
Al oir tales palabras no pude menos do hacerme la siguiente
reflexión: si de esta suerte habla un hombre que ha sido soldado,
DE LONDRES Á MADRID. 19
que por consiguiente ha visto algo de mundo, y lia oido hablar
no poco de defensa, honor y gloria nacional, ¿cómo hablarán los
aldeanos y labradores que jamás han salido de sus aldeas y corti-
jos, y cuyo criterio es tan limitado como el círculo en que ellos
se mueven y viven?
Estas y otras observaciones, que más adelante tuve lugar de
hacer, me fueron convenciendo de que no carecen de razón los
que afirman que el campesino francés olvida todos sus deberes pa-
triótic:s precisamente cuando mas debiera acordarse de ellos, á
saber, cuando está en peligro su hacienda, ó lo que es lo mismo,
cuando está invadido por ext' anjeras legiones el suelo en que
nació. En todo el tiempo en que estuve viajando por el Mediodía
de Francia, no tropecé con una sola persona que no se mostrase
adversario de la política belicosa seguida por el Sr. Gambetta,
quien, á mi humilde entender, ha cometido la mayor de las faltas
al valerse de su natural energía y entusiasta actividad, para
arrastrar á la nación, cuyos destinos le era dado regir en tan apu-
rado trance, á una lucha desesperada que ella misma no se sentía
capaz de sostener.
Sea esto como fuere, lo cierto «s que los discursos auti-belico-
sos del fugado de Sedan, fueron escuchados con -aplauso por
cuantos en el coche iban,' y que eran hombres todos eljos que ha
bian olido la pólvora en más de una batalla, menos yo que no la
he olido más que en alguna que otra cacería ó revista de tropas ■
Uno -de los dos zuavos, por más señas el que no estaba herido,
era, en cuanto á figura y semblante, el tipo modelo del soldado
francés: no muy alto, ágil, membrudo y ancho de espaldas, do
tez morena, pelo castaño, pesadas y fruncidas cejas, ojos vivos y
traviesos, bigote y perilla poblados y cerdosos; llevaba con mucho
g*arbo el airoso uniforme, medio moruno, de los zuavos; pero lo
que más le carecterizaba era cierto aire de dejadez y sans fagon
que daba á comprender cuan capaz era de hacer por cualquiera
friolera una barbaridad enorme. Hablaba poco, y de sus breves
discursos se deducía que estaba descontento de todo el mundo,
incluso de sí mismo. Aquel zuavo parecía estar convencido de que
en la primera, ocasión en que le tocara salir á pelear con los pru-
sianos, algún oficial de estos que se distinguen por su destreza en
perder las batallas, le iba á entregar al enemigo muerto, herido ó
prisionero. Y esta creencia se ha hecho general hoy en el ejér—
20 DE LONDRES Á MADRID.
cito francés. Con tan poca fé en sus jefes y oficiales, no es extraño
que tan pocas victorias iiaya conseguido; lo que parece increíble
es que, con la completa desorganización que hay hoy en Francia,
no sólo ■ en el ejército, sino en todas partes, y la falta de fé en la
causa nacional, se hayan dejado conducir los soldados siquiera á
la pelea. .
En la importante via férrea del Mediodía, que recorrí hasta Tar—
rascón, noté que el útil y provechoso tráfico de mercancías y pa-
cíficos viajeros, habia sido reemplazado por el de las municiones
de guerra y soldados de todas armas, y muy contadas eran las
estaciones en que no tropezamos con uno ó mas trenes cargados
de balas, bombas, pólvora, caballos ó soldados. Habia además
en todas ellas una huvette ó sea cantina para los soldados heridos,
en donde la Societé de secours pour les blessés se encargaba
de darles de balde pan y queso ó algún otro pobre manjar. En
algunas estaciones, no todas, no faltaban mujeres que iban de co-
che en coche con una especie de cepillo ó alcancía, pidiendo di-
nero para los heridos; pero la liberalidad y filantropía de los via-
jeros no siempre correspondía á la justicia de la demanda ni á la
insistencia con que esas buenas señoras la hacían. Sin embargo, no
salieron con -la hucha vacía del coche en que iba yo: el fugado de
Sedan, así como sus demás compañeros, echaron en ella algunos
céntimos, y cuando se hubieron ido las piadosas almas á quienes
los habían entregado, dijo:
— Mucho me temo que de esas limosnas tanto provecho sacarán
los heridos como 30.^
Perversa por cierto habría de ser la gente que con tal industria
privara á los. infelices heridos de los óbolos que en tan calamitosos
tiempos tuvieran voluntad de darles las almas caritativas; pero en
este mundo sublunar hay en todos tiempos gente para todo, y pue-
de ser que los recelos de aquel francés no fueran infundados.
Comparé estas estaciones francesas con las alemanas y aún con
las francesas que estaban' ocupadas por el ejército alemán. En es-
tas, en medio del bullicio y movimiento guerrero, todo era orden
y abundancia; nadie pedia para los heridos, porque los heridos,
y aún los que no lo estaban, tenían de sobra cuanto podían apete-
cer, ya sea para satisfacer el apetito, ya para aliviar sus males.
En aquellas todo era desorden, desaliento y pobreza; había que pe-
dir para los heridos, y aún así siempre estaban mal provistos hasta
DE LONDRES Á MADRID. 21
de las cosas más sencillas y más indispensables. De unas á otras
iba lo que va de ser vencedor á ser vencido. Después de una pro-
longada serie de gloriosas victorias, los trabajos mas enojosos pa-
recen blandos y son ejecutados con buena voluntad y alegría. Des-
pués de una serie lamentable de desaciertos y no interrumpidas
equivocaciones, cuan duros parecen, y con cuánto abatimiento y
¿risteza son ejecutados aquellos mismos trabajos. No juzguemos
pues, con demasiado rigor á los franceses, que harto castigo tienen
con tantos males.
En Tarrascon es donde se junta con la via de Lyon á Marsella
la que conduce á Cette, en cuya ciudad pensaba yo pasar la noche.
En la susodicha estación tuve por lo tanto que mudar de coche. Al
mismo tiempo mudé de compañeros de viaje. Por algún espacio
me halle en compañía de una señora anciana que nada decia, y de
dos niñas que charlaban mucho y se reían como si Bismark y von
Moltke no existieran, y Francia se hallara reposando sobre un lecho
de rosas. De esta manera llegamos á Nimes. En esta antigua ciu-
dad, célebre, entrfí otras cosas, por las bien conservadas ruinas de
un anfiteatro romano, habia habido feria, y era precisamente la
hora en que los habitantes de los pueblos y lugares circunvecinos
que á ella hablan ido, se volvían á sus casas. Escusado es decir
que se llenó el tren de bote en bote. A mí, por dicha, me tocó ir
prensado en un [coche con siete ú ocho mujeres, ancianas la mayor
parte. En la comarca que atravesaba el tren, habla el pueblo un
dialecto parecido al lemosin, que yo no entendía, pero cuyas vo-
ces han dejado una impresión duradera en mi oído; tal era la furia
con que dieron en hablarlo aquellas ocho mujeres, que más que
mujeres parecían urracas. Entrarían hablando de las compras <{ue
acababan de hacer en la feria, pero me consta que no tardaron en
sacar á conversación la guerra, el Gobierno y las desventuras de
su patria, pues viendo que por más que ellas hablaban, seguía yo
callando, se volvió hacia mí la mas anciana, y me dijo en francés:
— Por lo visto, caballero, Vd. no entiende nuestro dialecto.
La contesté que en efecto así era.
— Pues estábamos hablando de la guerra, — me volvió á decir. —
¿Ha visto Vd. cosa más terrible? Pronto tendremos aquí á los pru-
sianos. ¿Y qué hacen esos hombres que no saben defender su ha-
cienda, ni á sus mujeres, ni á sus hijos; que huyen siempre ó se
entregan á discreción? ¡Qué vergüenza! — -Esto lo dijo la señora lie-
22 DE LONDRES Á MADRID.
na de fuego y entusiasmo; luego añadió con mas calma, y hasta
con tono de lástima:
— Esta señora que Vd. ve, — dijo señalando á una lenemerita an-
ciana que tenia al lado, — esta tiene á sus tres hijos en la guerra.
¡Quién sabe lo que habrá sido ya de los pobrecitos! ¡Ah! éest af-
frevix, 'dest affreiix.
De esta suerte hablaba aquella mujer, yo, censurando la tor»
peza y flojedad, ya lamentando el aciago destino de los infortu-
nados hijos de Francia; pero al pensar en las desventuras de su pa-
tria, salió por otro registro, y dijo con tono resignado y piadoso:
■ — No nos debemos ni nos podemos quejar de estos males, de es-
tas afrentas, de estos dias de luto y desolación con que se, sirve
Dios abatir el orgullo de Francia: no son más que el justo castigo
de tanta perversidad, tanto ateísmo como hay en esta tierra. ¿Pen-
saban acaso esos hombres que podian burlarse de Dios impunemen-
te? ¿Que impunemente podian afrentar y perseguir á la Iglesia y
al Padre Santo? No son los prusianos los que quieren arruinar á
Francia; es el hon Dieu que la humilla y la castiga para que vuel-
va en sí y se enmiende y abjure esas ideas heréticas y perversas.
Este piadoso razonamiento con que .anatematizaba la infeliz an-
ciana los errores de su siglo, y que probablemente habria oido de
labios del cura de su aldea el dia anterior, alcanzó universal aplau-
so entre aquellas devotas mujeres, lo cual hizo que me acordara, si
acaso lo hubiese olvidado, que me hallaba en el Mediodia de Fran-
cia, en donde más que en otra parte han echado raíces la supersti-
ción, el fanatismo y la gazmoñería. Cada cual se da cuenta á su ma-
nera del por qué de estos y otros acontecimientos inexplicables que
han presenciado con asombro los pueblos contemporáneos; y he aquí
cuan sencillamente aclara esta buena señora el misterio de la der-
rota de Francia en el año de 1870. La filosofía que sigue será
anticuada y rastrera, pero á lo menos tiene la fgran ventaja de
ahorrarla el quebrantarse la cabeza tratando de dar solución á en-
marañadas cuestiones '^sociales y políticas; estas se las da ya re-
sueltas, definidas y aclaradas el cura de su aldea,
Al poco rato se bajaron del tren estas buenas mujeres, priván-
dome de su devota compañía. Vinieron á sustituirlas en una esta -
cion próxima á la en que se habían separado de mí, un cura y tres
soldados de caballería, gallardos mozos, que se dirigian á Tolosa á
requerir caballos para su regimiento.
DE LONDRES Á MAÜRID, 23
Apenas babia entrado en el coche el cura, cuando se reclinó có-
modamente en un rincón y durmió ó trató de dormir. A la hora de
haber permanecido allí inmóvil, no pudiendo dormir más, ó apre-
tándole el apetito demasiado, sacó de una cesta que llevaba muy
cerca de su persona y muy repleta de municiones de boca, una
tortilla, pan, salchichón y queso, que comió con tal gana, que me
la dio á mí, y supong-o que el mismo ó mayor efecto haria en los
soldados, sólo de verle comer. Pero se guardó muy bien de ofre-
cernos parte de su cena; que esos señores no suelen g-astar tales
bromas. Sacó luego una botella de vino tinto, que supongo que
seria añejo, aunque no lo caté, y echó un trago tal, que, á echar
otro tan hondo, se queda vacía la botella. La guardó con los res -
tos. de su cena en la cesta, y. se dispuso á tomar parte en la con-
versación que entre sí traían los tres soldados de caballería, y que
no tardó en hacerse general.
Uno de ellos era alsaciano, y en el mal francés, pero con cierta
socarronería, estaba renegando de la guerra, de los generales
que no la sabían conducir, y del Gobierno republicano que no
quería firmar la paz; los otros dos se reían á carcajada tendida
de la s graciosas ocurrencias del alsaciano, y el cura, viendo de
qué pié cojeaban, les echó una larga arenga, en que tuvo buen
cuidado de no censurar al Gobierno cjue estaba en el poder enton-
ces, desatándose en cambio en injurias y denuestos contra el Go-
bierno caído, y acabando por ponerle al desventurado Napoleón III
como chupa de dómine: el calificativo menos duro que le dio, á él
y á todos sus Ministros y satélites, fué el de ateos. Al oii^ aquel
torrente de improperios lanzados contra el Emperador caído, no
pude menos de decir entre mí: hé aquí el premio que recibe Na-
poleón en pago del apoyo que nunea ha negado á la corte de
Roma. Los soldados, para cuyo aprovechamiento pronunciaba el
cura su fogoso discurso, y que sin duda habían aprendido á res-
petar á aquel hombrq á quien el cura acababa de pintar como el
mayor de los malvados, no- le contestaron; pero tengo para mí
que sólo la sotana que llevaba, le pudo librar de alguna ligera
manifestación de su enojo. Viendo el cura que tocando esta tecla
no había de ser escuchado por mucho tiempo con paciencia por su
auditorio, comenzó á ensalzar al General Trochú, el cual, según
el cura, no «ra ateo, y que por lo tanto, iba á salvar á Francia y
á arrojar de su seno á los prus^ianos. También por respeto á la so-
24 DE LONDRES Á MADRID.
tana creo que esta vez dejaron los soldados de reírse del que la
llevaba; pero se miraron mutuamente, como diciendo: — Parece
mentira que en tan poco tiempo pueda decir tantos desatinos un
hombre que sea clérigo. — Volvió á callarse este, y volvió á usar
de la palabra el alsaciano, que por cierto abusaba muclio menos de
este precioso don.
No tardamos en llegar á Cette, en donde pasé la noche, sin que
me aconteciese cosa que digna de contar sea.
A la mañana siguiente, muy de madrugada, me puse nueva-
mente en camino. Me iba alejando ya considerablemente de las
principales vias que conducen, ya sea á Lyon, ya á Burdeos y
Tours, y por lo tanto, las estaciones que atravesaba al tren iban
siendo cada vez menos animadas, y sobre todo menos pobladas de
hombres vestidos de uniforme. Por un buen rato me hallé com-
pletamente solo en el coche, y casi el único ¡compañero de viaje
que tuve aquel dia fué un gendarme, hombre de orden y que, á
juzgar por su conversación, parecía ser imperialista por convic-
ción y por instinto. No habia cambiado muchas palabras con el,
cuando me aseguró que los hombres que estaban hoy en el poder
en Erancia eran unos bandidos, y que si no firmaban la paz, era
porque sabian que en firmándola tendrían quf! dejar el puesto á
otros.
— Cette canaille, — añadió, — no hace más que robar á la nación
á mansalva.
En una de las estaciones por que atravesé en compañía del gen-
darniG, este me hizo observar un grupo como de unos veinticin-
co hombres vestidos muy fantásticamente y armados hasta los
dientes.
— Son los franco-tiradores de los Pirineos, — me dijo; — se vuel-
ven á sus casas ilesos, sin haber visto siquiera á un prusiano, y sin
haber disparado un tiro. — ¡Qué vergüenza! — exclamó en tono de
profundo desprecia
El gendarme ciertamente no hubiera hecho otro tanto, pues te-
nia el pecho cubierto de honrosas medallas, ganadas en África, Cri-
mea é Italia.
Llegué aquella tarde á Pau , pasé allí la noche , y al dia
siguiente salí para Bayona, en cuya estación me apeé al medio
dia.
DE LONDRES A MADRID.
DE BAYONA A MADRID.
Las tres de l.i tarde era la hora fijada para la salida del tren
que me había de conducir a España; tuve, pues, tiempo de sobra
para recorrer las calles de Bayona, que nada notable encierran .
Sin embargo, en ellas fué donde vi las últimas huellas de la guerra,
en forma de varios cuerpos de guardias movilizados que estaban
apercibidos ya para abandonar sus casas y familias con objeto de
defender la patria común en las riberas del Loira,
La ciudad, que, á mi parecer, nunca faé de las más alegres^
estaba triste por demás; lo cual me liizo desear ardientemente que
llegase cuanto antes el tren de Burdeos, que era el que habia de
enlazar con el expreso de Irun á Madrid. Pero como suele aconte-
cer, por lo común, que cuanto más se desea una cosa, más se hace
de esperar, llegó el tren con algunos minutos de retraso, minutos
que á mi me parecieron horas. Llegó, por fin, y no tardó en salir
hacia la frontera española.
Hacia año y medio que estaba ausente de España, y tenia, por
lo tanto, no pocos deseos de pisar nuevamente su fértil y pintores-
co suelo, de tomar en la Puerta del Sol el refulgente de Madrid,
siempre grato en los helados meses de invierno, y sobre todo tenia
deseos de volver á ver tantqs amigos como en España habia dejado,
y de los cuales hacia tiempo que ni aún noticias tenia.
Todas estas circunstancias juntas hubieron de inñuir en mi áni-
mo para que me pareciesen menos enojosas de lo que realmente lo
eran las mil molestias que sufrí en ese dichoso camino del Norte,
en el cual jamás llegan ni salen los trenes, ni aún por casualidad,
á las horas marcadas en el horario, y donde, teniendo el viajero
siempre que 'esperar, está obligado á hacerlo en unos salones, los
que, más que habitaciones hechas para aposentar á seres humanos,
parecen neveras, y donde hay escasa lumbre ó ninguna, mala luz
y peores muebles.
Me detuve algunos días en Vitoria y Burgos con amigos cuya hos-
pitalidad me hizo olvidar, por cierto, las fatigas del viaje; y después
de haber corrido grave riesgo de descarrilar, no lejos del Escorial,
llegué á Madrid á tiempo de presenciar dos acontecimientos nota-
bles: el entierro del General Prim y la entrada del rey Amadeo.
Jaime Clark,
EL PRINCIPIO FEDERATIVO.
La gran imporlancia que en nuestra patria tienen actualmenle las cuestio-
nes relativas á la organización de los poderes públicos^ importancia excesi-
va, sin duda, porque supone fundamental lo que es accesorio, coloca en pri-
mer término y como esencial lo formal á ello subordinado, nos han movido
á escribir estas observaciones á propósito del libro de Proudhon, de igual
titulo que nuestro epígrafe (1). Todo un partido político, el más avanzado,
el c|ue parece hallarse en la vanguardia de las fuerzas y aspiraciones socia-
les, trabaja, en efecto, con ardor y entusiasmo innegables, aunque no con
plena conciencia de sus deseos, por el triunfo y aplicación práctica de los
principios sustentados en esa obra, que, por la influencia entre sus correli-
gionarios y las condiciones de carácter .de quien la ha vertido á nuestra
lengua (entre otras más graves causas'), está siendo como el dogma, inteli-
gible para unos, misterioso para los más de los republicanos federales es-
pañoles. Y nótese que al hablar así y por más que rechacemos las ideas de
Proudhon, estamos completamente tranquilos en cuanto al escaso ó ningún
resultado práctico de predicación semejante, por lo que se refiere á sus
errores políticos respecto á la organización, ó mejor dicho, \lescomposicion
y aniquilamiento de los poderes centrales, blanco principal de sus ataques
y censuras. Porque, desgraciadamente para todos los liberales, aun los no
partidarios del federalismo, la P»epública federal en España en las actuales
circunstancias y sobre todo si se proclamara mediante un golpe de fuerza,
seria tan centralizadora y unitaria á pesar de su nombre, que no tendríamos
que deplorar los males de la disgregación sistemática preconizada por Prou-
(1) Tenemos á la vista la tratlucclon española del Sr. Pí y Margall. Madrid, 18C8
.Librería de Alfonso Duran.
EL PRINCIPIO FEDERATIVO. 27
(Ilion, sino los funestos resultados de la centralización absorbente y apoplé-
tica del [poder, contra la cual casi en vano y de tiempo atrás por muchos
se combate,
I.
Para juzgar con conocimiento de causa el sistema federativo que Proudhon
desenvuelve, necesarias son algunas consideraciones preliminares que, á la
vez que sean como la exposición sucinta de nuestras ideas sobre lo perti-
nente al objeto, sirvan de base á nuestro ulterior análisis del libro men-
cionado.
Entendemos, desde luego, cuando se dice poder público, en el sentido de
poder político, que se habla del poder á servicio del Estado para la realiza-
ción del fin de este, cualquiera que sea, y sin entrar en las cuestiones que
sobre tal punto se suscitan. Licito nos será, sin t»mbargo, suponer que,
entre los que afirman el Estado, no hay discrepancia en cuanto á que esta
institucion^^social deba realizar el derecho ó la justicia, en la esfera más ó
menos amplia que los partidarios de las diversas teorías y escuelas le asig-
nan, según los conceptos que forman de la justicia y el derecho. Y como
sobre esto último y sobre las atribuciones que á más del cumplimiento de
dicho fin, competan al Estado, son principal, sino cxfclusivamenle, las cues-
tiones entre los científicos y los políticos que no le niegan, no es aventurado
seguramente partir de nuestra anterior proposición como de base y premisa
para otras ulteriores.
•Ahora bien; el Estado, el derecho y el poder necesario para cumplir el
fin de aquel y realizar este, ¿son cosas que atañen solo á determinados hom-
bres, ó se refieren al hombre en general, y por consiguiente á todos los
hofnbres? ¿Su existencia depende exclusivamente de la voluntad y del arbi-
trio humano, ó por el contrario, es supuesto necesario para la vida del
hombre y de la humanidad? Preguntas todas á las cuales fácilmente se con-
testa. Se entiende, en efecto, que el derecho, el Estado y el poder son cosas
al hombre referentes, y que sin la existencia de cualquiera de ellas, seria
inconcebible la vida humana, como'cs inconcebible fuera de sociedad. Im-
porta poco, para el objeto de este artículo; la teoría de Rousseau, ni la de
los anarquistas, que repulan como ideal de gobierno el no gobierno; porque
la primera tiene ya tan escasos partidarios en cuanto á la existencia del
estado natural como anterior y superior al social, que ni la admite el mismo
Proudhon, sobre quien tan poderosamente han influido, en su teoría del
- pacto federativo, las doctrinas de aquel escritor insigne; y la segunda se
refiere á posibilidades y contingencias futuras, utópicas á nuestro juicio, no
al estfido pasado ni presente de las sociedades. "
No se concibe al hombre sino asociado, siquiera sea sólo en la primitiva y
28 EL PRINCIPIO
inas exigua sociedad, la familia, o en la msis amplia 1íle la tribu, y sin que el
padre, patriarca, ó jefe ejerzan el poder necesario, por lo menos, para dar á
cada uno lo suyo y mantener la justicia y el derecho; constituyéndose así
un verdadero Estado familiar ó patriarcal, apropiado á las necesidades y cul-
tlira de los miembros que lo formen. Si tal poder no llega á constituirse de
una manera algo permanente y estable, y no arraiga en la familia, por
ejemplo, esta muere por suicidio, y no llega á formarse la tribu, ó de la
tribu no sale otra ulterior y más vasta asociación.
Si, pues, el poder del Estado es tan necesario al hombre é inherente á su
vida como la sociedad y el derecho, aparece claramente que no puede ser
creación libre ni arbitraria de la voluntad del hombre, á quien se impone
como necesidad ineludible y como condición indispensable de existencia. Im-
porta sobremanera insistir en este punto, de trascendentales resultados para
nuestro propósito, porque los errores de Proudhon en el libro referido,
provienen de uno capital sobre la proposición afirmada. Confúndese con
frecuencia, por las escuelas y partidos liberales, sobre todo. Ja manera
voluntaria, cada vez más libre y reflexiva, como se constituyen y originan
los poderes políticos en los diferentes países regidos por instituciones más
ó menos democráticas, con la necesidad é inmanencia del poder mismo.
Puede y debe fundarse el poder efectivo de todo Estado, asi como la orga-
nización política, en la voluntad explícita y racional de los ciudadanos; pero
si así no sucede, como la sociedad humana tiene el instinto de su propia
conservación, y esta exige necesariamente la manifestación y realización del
poder inmanente, el poder político aparecerá de stíguro, bajo una ú otra
forma y con mayor ó .menor beneplácito y aquiescencia de los asociados;
cuyo asentimiento á su consolidación será tanto más sincero, cuanto más el
poder constituido esté en armonía con las necesidades y tendencias de los
que, por indolencia y punible abandono, han dejado que la fuerza de las
cosas haga lo que era deber suyo realizar libre y racionalmente.
En una sociedad bien organizada, el poder del Estado del>e fundarse,
determinarse, hacerse efectivo por la voluntad nacional de los ciudada-
nos, y de hecho sucede así algunas veces, y siempre y en todos los pueblos
cuentar con el asentimiento ó la aquiescencia general, [mientras el poder
y el gobierno pacíficamente imperan, ó tienen, por lo menos, condiciones
de estabilidad y permanencia; mas la voluntad y el libre arbitrio, expresos
ó tácitos, délos asociados, no crean el poder, ni originan su esencia, ni
determinan su necesidad, sino que le ^an'esta ó la otra forma, tal ó cual
organización, atemperan á sus necesidades aquella de las manifestaciones
del poder que, por reputarla justa ó conveniente, hacen efectiva.
Y si es necesario el poder político para la existencia de' la socitnlad
humana, con mayor razón todavía, y con prijoridad lógica y aun cronológi-
ca, lo son el derecho y el Estado á que dicho poder se refiere. Del poder
FEDERATIVO, 29
necesitan el derecho y el Estado, para realizar su esencia el pi-imero, para
cumplir su fin el segundo; pero ambos son supuestos necesarios con res-
pecto á aquel, quelps afirma y asegura; y el orden jurídico, como expresión
de la justicia en las relaciones humanas, existe tan á priori y tanto mejor,
cuanto menos haya de apUcar el poder que le garantiza y que, por la
constante posibilidad de su infracción, necesita y reclama imperiosa y con-
tinuamente.
f] Obsérvese que hasta aqui hemos hablado del derecho, del Estado y del
poder de una manera general y abstracta, y refiriéndonos al hombre y a la
sociedad, sin distinguir de individuos ni de .pueblos, provincias ó naciones;
en lo cual importa fijarse, porque si nuestras anteriores consideraciones
son ciertas, es asimismo evidente que el derecho,, el Estado y el poder son
cosas é instituciones primeramente humanas, y por tanto relativas á todo
hombrey á la humanidad toda, no meramente particulares y locales, y tie-
nen los caracteres de unidad y^universalidad respecto al género humano.
En efecto: el derecho en la familia, que en estados primitivos se hace ó
procura hacerse efectivo, mediante la autoridad y el poder paternos, no pue-
de reahzarsc así desde el momento en que cualquiera de los miembros de la
misma no obedece al jefe, y busca para contrarestar su poder el de otra fa-
milia ó tribu que le ayude en aquella perturbación jurídica, ó tal vez le de-
fienda contra un abuso de poder ó cualquiera otra injusticia. A su vez la
tribu, el pueblo, la nación son impotentes con sus* respectivos poderes po-
líticos interiores para asegurar el cumplimiento del derecho, si otra' tribu,
otro pueblo, otra nación oponen poder á poder y perturban esta obra inter-
na con ó sin derecho.
Y véase aquí también que aparece siempre el derecho como dominante,
y mostrando la justicia, lo mismo en las relaciones de los pueblos que en
- las de los individuos, y como por consiguiente, aparece la exigencia racional
de un Estado y un poder superiores que lo realicen, y que á la humanidad
toda se refieran; mostrándose bien á las claras que si dichos Estado y poder
totales no están organizados en consonancia con sus fines, muy anormal é
imperfectamente podrán estos ser cumplidos, dada la necesidad de su mejor
ó peor realización, y por consiguiente de la existencia de aquellos entre los
pueblos que, coexistiendo, forman la humanidad de un período histórico de-
terminado. Porque nosotros afirmamos que el derecho, y por tanto el Esta-
y el poder existen y han existido siempre como totales, es decir, compren-
diendo á todos los pueblos contemporáneos. Aun en los momentos en que
un pueblo, guiado por un conquistador, lleva á cabo una empresa de ex-
terminio y aniquilamiento contra otro pueblo, de seguro puede decirse que,
ó trata de reparar y castigar una injusticia de que se cree víctima, invo-
cando, por consiguiente, á su favor el derecho y representando el Estado y
el poder humanos, ó piensa dilatar los límites de su imperio y de su Estado
30 EL PRINCIPIO
á espensas de otros que repula deben unirse al suyo, para integrar bajo su
preponderancia uno de más poder, y en algunos easos uno que tenga el todo
y único poder político de la humanidad en la tierra.
¿A qué se refieren, por otra parte, los contratos y convenios interna-
cionales en nuestros tiempos, sino al derecho uno y total que regula las
relaciones de los pueblos? ¿Sobre qué descansan las alianzas y los pactos de
la misma clase? Sus fundamentos son los supuestos siguientes: que el de-
recho existe para toda la humanidad; que toda ella le conoce (más ó menos
completamente) y debe respetarle, en lo que le conozca, y que las infrac-
ciones y atentados contra él, por más que, desgraciadamente todavía, no
puedan ser evitados ó reparados con igual facilidad que dentro de un Esta-
do nacional, no dejan sin eficacia al derecho mismo y al Estado jurídico uni-
versal que supone, toda vez que no en vano se invocan el poder y las fuerzas
totales contraías patentes injusticias, como lo prueba bien claramente el que
no hay nación alguna, por agresiva é insolente que sea en su conducta, que
no procure demostrar que el derecho y la justicia se hallan .de su parte al
declarar la guerra, medio único hasta ahora de hacer efectivo el derecho to-
tal humano entre las naciones, y alcanzar también en cada caso el poder ne-
cesario para conseguirlo.
De lo precedente se deduce que la organización justa del Estado y poder
humanos, por medios justos á su vez, y para hacer efectivo de una mane-
ra tranquila y ordenada el derecho total de la humanidad, es una necesidad
del progresó jurídico, al par que un noble presentimiento y una aspiración
generosa de todos los espíritus pensadores y creyentes.
Aliora bien, ¿implica esta afirmación que la efectiva y natural organiza-
ción del Estado total humano, y por consiguiente, de su poder político, sea
la destrucción y aniquilamiento de los demás poderes, de igual. clase, de los
pueblos, las provincias y las naciones? Seguramente que no. Así como la
íbrmacion de la tribu no destruyó, sino que afirmó más el poder paternal,
y la provincia aseguró más la existencia del pueblo, y la nación la de la
provincia; el poder político uno y total de la humanidad dará una garantía
superior y eficaz á los diferentes poderes políticos á él subordinados, cuya
existencia pende hoy de los azares de la guerra. Y téngase en cuenta que
los ejemplos aducidos de los municipios y provincias, en atención á su es-
tado actual, no son enteramente aplicables á cómo entendemos la organiza-
ción del Estado y poder supremos, porque precisamente la excesiva subor-
dinación y dependencia de aquellos á los poderes nacionales, es causa de
graves perturbaciones é' instabilidad políticas en los Estados actuales,
que, en general, no han acertado todavía con una justa organización inte-
rior de su poder político.
La unidad de este en la humanidad no se opone, pues, á su organiza-
ción interior. Por el contrario, sin aquella es imposible concebir esta, in-
FEDERATIVO. 51
djspensable por lo que se refierQ al derecho, al Estado y al poder que,
como relativos al hombre y á la sociedad, tienen forzosamente que parti-
cipar del carácter orgánico de ambos. í7no es el árbol ^ uno el animal y
sonséres orgánicos, cuyas diversas partes, si tienen existencia propia, es
en cuanto la fundan en la unidad y en el todo á que pertenecen, en cuanto
viven su vida en la vida total. Órganos distintos, y con diferentes partes in-
teriores, á su vez, los constituyen; pero la unidad del ser, de tal manera
domina y compone aquella variedad y deja profunda huella en todas sus
partes, que no es maravilla cierlamcnLe que sabios naturalistas hayan for-
mado el megaterio, el mastodonte ii otro animal ante-diluviano, por el estu-
dio tan sólo de uno de sus dientes.
Este carácter orgánico del Estado, como del poder, ha sido inexacta-
mente apreciado en el libro de Proudhon, quien, pretendiendo darle una
gran importancia, ha venido por el contrario á dejarle sin su base y funda-
mento, que es la unidad del Estado y del poder politico, fuera de la cual ni
la variedad, ni el organismo son siquiera concebibles. Cuando se habla,
en efecto, de organización de poderes, de Confederación de Estados, nece-
sariamente se afirma un todo que rija y domine el organismo, una unidad
política, verdadero Estado superior, en el cual la Confederación se verifi-
que y constituya. Cuando dos naciones diferentes, en suma, pactan trata-
dos de alianza, de comercio o de cuakiuicr otra clase, ambas presuponen
•como obligatorio, siquiera moralmente para ellas, el derecho internacional,
y afirman un Estado jurídico, por tanto, que preceptúa respeto escrupuloso
á los convenios internacionales debida y justamente contraidos, y su más
exacto cumplimiento.
lí.
Sabido es con cuánto acierto se ha dicho que el estilo es el hondjre;
mas si hubiéramos de juzgar el libro de Proudhon por lo que del hombre
revelan sus páginas, el juicio sería con exceso desfavorable é inmerecido.
No puede decii'se, en verdad, que tanto como censurables son la inmodes-
tia y arroganl|! presunción que en aquellas se observa (1), sean erróneas y
(1) Ar concluir el libro se Iccu los dos párrafos siguieutcs, de los cuales el segundo
es el final de la obra:
V it¿Tiene ni siqíiiera idea de la libertad esa democracia que se llama liberal y anate-
matiza el federalismo y el socialismo, como hicieron .en 1793 sus padres? Pero el pe-
ríodo de jn-ucba debe tener un término. Empezamos á razonar ya sobre el pacto fede-
ral; no creo que sea esperar mucho de la estupidez de la iJTeseute generación, jpensar
que al primer cataclismo que la barra, ha devolver á reinar en el mundo la justicia, n
iiDesafío á quien quiera que sea, á que haga una profesión de fé más limpia, de
mayor alcance, ni de más templanza; voy mas allá; desafío á todo amigo de la liber-
tad y del derecho á que la rechace, m
52 EL PRINCIPIO
absurdas sus doctrinas: liay en cslas ciorla clarithid y cierto encadenamien-
to al mismo tiempo que proposiciones importantes, y sobre todo observa-
ciones históricas, acerca de la vicios.a organización de los poderes públicos,
de gran valor y mucha estima. Pero procedamos metódicamente al análisis
del Principio federativo.
De la radical antitesis que Proudhon señala entre la autoridad y la li-
bertad, principios en oposición tan diametral y contradictoria que nos da
la seguridad de que es imposible un tercer término, de que no existe;
ideas opuestas la una á la otra y condenadas á vivir en lucha hasta tal
punto, que entre ellas, del mismo modo que entre el si y el no, entre el. ser
y el no ser no admite nada la lógica; de dicha supuesta antítesis parten las
proposiciones en cjue el autor funda su teoría política. Pero esta irreconci-
liable existencia entre ambos términos ó polos opuestos del orden político,
como también los llama, no lo es tanto, sin embargo, que haya de con-
cluir con la muerte y aniquilamiento de alguno de ellos. Por el contrario,
á pesar de su oposición, de su contradicción, de su antinomia y de su
constante lucha, la autoridad y la libertad están condenadas á aborrecerse
mutua pero perpetuamente, porque, ya cjue no en otra cosa, están unidas
en el palenque común de sus eternos combates; los cuales, si atentamente
se considera, parecen más bien batallas simuladas y fingidas, que sostienen
con astucia y sobrada previsión las partes contendientes, puesto que ha-
llándose condenadas á vivir en lucha ó á morir juntas, á no ir la una sin
la otra, á no poderse suprimir esta sin aquella, natural y justo es que,
por propio instinto de conservación, no traten la autoridad y la libertad de
darse punto de reposo, ni mucho menos el ósculn de |taz, que para ellas
seria la muerte por suicidio.
Pero ¿de dónde ni por qué puede afirmarse que la unión de dos térmi-
nos opuestos esté precisamente en su oposición ,• en su lucha? Aún admi-
tiendo que la autoridad y la Mbertad fueran ideas ó cosas antitéticas é ir-
i'eductibles, ¿cómo era posible sostener que su unión , su conexidad había
do hallarse en lo que precisamente las caracteriza como opuestas y contra-
rias? Dos polos de un mismo eje son opuestos entre sí; pero la uniori , la
conexidad de ambos se da y se busca en lo que tienen de común , es decir,
en ser polos y por tanto puntos, y además polos y puntos de una misma lí-
nea, que es el eje que los enlaza y determina.
La autoridad y la libertad no pueden siquiera llamarse, como Proudhon
pretende, los dos polos de la política, porque ni son principios radicalmente
opuestos , ni antitéticos , ni inconciliables , y claramente se ve que se con-
ciiian y armonizan perfectamente en la moral y en el derecho , y caben , por
consiguiente, en la sociedad humana , sin que su existencia sea una perpe-
tua y encarnizada lucha. Sabiendo la moral que el hombre es libre , con la
autoridad de sus preceptos le impone las reglas que debe libremente obser-
PEDEÍlATlVO. * 53
var para realizar lo bueno. Queriendo el derecho para el hombre el libre
cumplimiento de sus finos, le asegura las condiciones necesarias con tal ob-
jeto, mediante el poder y la autoridad que constituye, para impedir los ata-
ques contra la libertad humana en sus movimientos hacia fines racionales,
aunque de la misma libertad humana provengan. Y nótese aquí como la li-
bertad y la autoridad fácilmente se enlazan y armonizan: en la moral, la
autoridad y el precepto obran y existen porque suponen libertad en el agen-
te áque se refieren; en el derecho, la autoridad se da por la libertad del
hombre, en su beneficio y para su existencia.
La tesis de Proudhon de la unión é indisolubihdad de ambos principios
en lo que tienen de opuestos, implica contradicción en los términos; por
lo cual en vano busca, y pretende con arrogancia en su obra, haber hallado
un régimen político que satisfaga las aspiraciones generales y labre el bien-
estar de los pueblos, toda vez que parte de una base que le incapacita para
poner paz ó dar tregua siquiera, á la lucha entre los dos polos del gobierno
condenados á priori á estar en perpetua guerra ; guerra activa y necesaria
para evitar su muerte ó enervamiento.
Consecuencia lógica de semejanle antinomia , es la clasificación que hace
de las especies y formas de gobierno, según que provengan del principio de
li])ertad ó del de autoridad; clasificación, sin embargo, que no puede menos
de referirse á la concepción á priori de los mismos, supuesto que en la
práctica la coexistencia en pugna de los dos elementos antitéticos, funda-
mento de la división, es fatalmente necesaria. Adviértase, no obstante, que
la inflexibilidad lógica de Proudhon no es tan absoluta, que no le permita
intitular un capítulo de su libro : Transacción entre los dos principios: ori-
gen de las contradicciones en la política ; que no tolere hablar de contra-
peso y equilibrio (lo cual implica paz y armonía entre los términos opuestos
y contradictorios, autoridad y libertad), y de la futura constitución del gé-
nero humano concebida por el cerebro dfi la humanidad, del que se ha de
desprender la fórmula definitiva de una constilucion regular; que no deje
lugar á afirmaciones como estas : Subordinación de la autoridad á la li-
bertad y vice-versa, para explicar todos los gobiernos de hecho, en las cua-
les se olvida el antagonismo absoluto de los dos principios para sustituirlos
por una dominación del uno sobre el otro; y en fin, la lógica de Proudhon
no es tan cruelmente inflexible, que le impida desear que los partidarios
sáe ambos sistemas de gobiernos antitéticos, en vez de excomulgarse,
cumplan el deber de ser los unos para con los otros tolerantes.
Por lo demás , las notables observaciones históricas de los primeros ca-
pítulos del libro en que nos ocupamos , no muestran, como el autor pre-
tende, que la antinomia y la antítesis sean la explicación del desenvolvimien-
to político de los pueblos, sino que á pesar de las luchas sangrientas y de
los antagonismos entre los hombres y los partidos, los principios y las ideas
TOMO XIX. 3
54 EL PRINCIPIO
se imponen- de tal manera por la fuerza de la lógica y las necesidades de la
vida, que los sectarios de cada sistema de gobierno han tenido que realizar,
muchas veces con exceso, lo mismo que consideraban como el supremo error
ó la mayor injusticia de sus adversarios, á quienes, tal vez , más combatían
por la posesión del poder, que con fines enteramente nobles y desinteresa-
dos. Otras veces también , la injusticia de los medios, en las luchas de los
partidos i)olíticos, ha viciado en la práctica y desde su origen, la aplicación
de ideas y principios verdaderamente salvadores y progresivos. Las demo-
cracias cuando, turbulentas y autocráticas, han deseado su pronto acceso al
poder por toda clase de medios, aún los mas reprobados por ellas mismas,
¿debian ni tenian derecho á esperar otra cosa que el entronizamiento del
dictador que halagando sus pasiones, pero conculcando sus ideas con su
propio beneplácito, les proporcionara un triunfo tan sorprendente é injusto
como nominal é ilusorio? ¿Es esto acaso consecuencia de ninguna contra-
dicción ó antítesis, inexplicable de suyo, ó es, por el contrario, el más ló-
gico resultado y el más adecuado y providencial castigo á causa de los me-
dios y procedimientos injustos para la consecución de fines, que, cuanto
mejores sean, más se han de alejar de la mano avara y codiciosa que trate
de profanarlos para conseguirlos?
No es maravilla, por tanto, que los partidos ]¡olíticos hayan realizado en
la historia lo contrario muchas veces de lo que á sus propósitos é ideas pa-
recía corresponder, y causas enteramente naturales explican esta aparente
contradicción, que á Proudhon gusta sobremanera poner de relieve y consi-
derar como prueba y fundamento ala vez de sus teorías; causas, cuyo
conocimiento y estudio interesa por demás á la humanidad , á fin de evitar
la reproducción de iguales ó parecidos errores, y de dar al pueblo y ú las
democracias capacidad bastante para fundar gobiernos justos, librando á las
masas populares de las acusaciones de ignorancia é inepcia que tan dura y
despiadadamente les dirige (1), y no en verdad con completa justicia.
(1) Léanse, en prueba do ello, las siguientes :
"Casi siempre las foi-mas del gobierno libre han sido tratadas de aristocráticas por
las masas, que han preferido el absolutismo monárquico."
II Ahora bien; el pueblo es siempre un obstáculo para la libertad, bien porque des-
confie de las formas democráticas, bien porque le sean indiferentes."
iiPredispuesto (alude al pueblo) á la sospecha y á la calumnia, pero incapaz de to-
da discusión metódica, no oree en definitiva sino en la voluntad humana , no espera
sino del hombre, no tiene confianza sino en sus criaturas, in jmncipibus, infiliishomi-
num. No espera nada délos principios, i\nicos que pueden salvarle; no tiene la religión
de Jas ideas."
iiEntregada á sí misma ó conducida por sus tribunos, la multitud no fundó jamás
FEDERATIVO. 55
Sorprende ciertamente, dadas las premisas en que Proudlion se apoya, y
á pesar de las inconsecuencias lógicas en que incurre respecto á la antagó-
nica oposición de los principios de autoridad y libertad; sorprende, decimos,
que pretenda resolver el problema político y hallarle una solución en esta
esfera, donde imperan como absolutos y en perpetua guerra de exterminio,
q] 5Í y el no, el ser y el no ser; donde está desterrada la lógica y «sucede
«justamente lo contrario de lo que la razón indica respecto de toda teoría,
»que debe desenvolverse conforme á su principio, y de toda existencia que
» debe realizarse según su ley;» donde «entra fatalmente la arbitrariedad,
»la corrupción llega á ser pronto el alma del poder, y la sociedad marcha
«arrastrada sin tregua ni descanso por la pendiente sin fin de las reVolucio-
»nes;» donde en los « ocho mil años de recuerdos históricos, el mal éxito
»ha venido constantemente á recompensar el celo de los reformadores y á
«burlar las esperanzas de los pueblos;» en cuya esfera, por último, no hay
más que agitadores y charlatanes, «desorden sistemático, confusión organi-
»zada, apostasía permanente, traición universal.» Y á pesar de todo, Prou-
dhon promete exponer su solución para que la «sociedad pueda llegará
»algo regular, equitativo y estable;» y hace tal promesa en nombre de la ló-
gica, «por más que en negocios semejantes, raciocinar sea correr el riesgo
»de engañarse á si mismo y perder con su razón su tiempo y su trabajo.»
Veamos, pues, cuál es la solución tan aparatosa y extrañamente presentada.
III.
La solución hallada en el libro que nos ocupa, estriba en la idea de /éde*
ración, ^y ésta á su vez en la del contrato político, sinalagmático [hihioTa])
y conmutativo.' Y ad\iértase que el atrevido innovador, para quien los Es-
tados antiguos y modernos y los políticos de todos tiempos apenas han
realizado nada importante y provechoso, encuentra, sin embargo, los fun-
damentos de su solución salvadttra en los artículos del Código civil francés
que definen los contratos.
La aplicación de estas definiciones al orden político, para él tan fecunda,
es por demás extraña é insostenible. Pretender que el Estado se forma pura
y sencillamente mediante un contrato bilateral, es verdaderamente encer-
nada. Tiene la cabeza trastornada: no llega á formar nunca tradiciones, no está dotada
de espíritu lógico, no llega á idea alguna que adquiera fuerza de ley, no comprende de
la política sino la intriga, del gobierno sino las prodigalidades y la fuerza , de la jus-
ticia sino la vindicta piiblica, de la libertad sino el derecho de erigirse ídolos que al
otro dia demuele . El advenimiento de la democracia abre una era de retroceso que
conduciría la nación y el Estado á la muerte, si estos no se salvasen de la fatalidad
que les amenaza por una revolución en sentido inverso, que conviene ahora que aprs'
ciemos. II
56 ÉL PRINCIPIO
rarsc en un círculo vicioso. Todo contrato supone preexistente el derecho
V la noción del Estado á él consiguiente. Dos ó más individuos contratan,
jiorque cuentan con la garantía del Estado á que ambos obedecen , del de-
recho escrito ó "natural que necesariamente les ampara; dos pueblos con-
tratan, porque suponen también la preexistencia de un derecho internacio-
nal ó de gentes, que les proteja y asegure el cumplimiento de lo esüpiiladp,
y porque, como dijimos al principio , por imperfecto y atrasado que sea el
período histórico á que nos refiramos , siempre la noción del derecho pone
de parte de la realización justa de lo convenido, al Estado y poder jurídicos
de todos los pueblos, ó por lo menos, en ellos se confía, sí es necesaria la
guerra para hacer que el contrato se cumpla; pero imphca contradicion en
los términos decir que pueden contratar dos ó mas hombres para formar el
Estado, antes de que el Estado exista, cuando el contrato, repetimos, pre-
supone necesariamente el derecho y el Estado, como supuestos b;ij(» los
cuales únicamente es posible su existencia.
Pero, ¿cóm'o se habla de un contrato político entre el ciudadano y el Es-
tado, cuya existencia se presupone, al mismo tiempo que sólo se considera
justo y legítimo al formado medíante el convenio? Sí el ciudadano encuen-
tra ya formado el Estado, según la teoría proudhoniana, no puede contra- '
tar con él, sino deshacerlo para después construirlo de nuevo por medio del
contrato sinalagmático y conmutativo. Y por otra parte, ¿es posible un con-
trato político entre el individuo y el Estado? Para que dos contrayentes,
puedan contratar sinalagmáticamente, necesario es que haya en andjos
Igualdad de carácter personal, y sobre ellos posibilidad, cuando menos, de
una superior personahdad ó institución que dé á cada uno lo suyo, en caso
de violación de lo pactado. Así es. que, cuando el Estado contrata con los
ciudadanos no lo hace bajo el punto de vista político, en. cuya esfera el Es-
tado como institución social para el cumplimiento del derecho, es soberano,
sino como persona que necesita para sus fines económicos ó de otra índole,
cosas o servicios, del mismo modo que otra 'persona jurídica cualquiera,
así individual como colectiva; y en tal caso se considera inferior al mismo
Estado, en cuanto encargado de reclamar la jusl-icia y el derecho, y se so-
mete al fallo de sus propíos Tribunales, sí el otro contrayente cree necesario
apelar á ellos. Pero considerar justo, y por tanto posible, que el Estado es-
tipule con unos ú otros ciudadanos los derechos y libertades que haya de
asegurarles, es completamente erróneo y contrario á la naturaleza de la ins-
titución.
Por esto, sin duda, pasa Proudhon rápidamente sobre este punto, y nada
dice sobre la formación del primer Estado, núcleo de los que después han
de ser Estados confederados ó federales. Debe, pues, notarse, que acerca de
cuestión tan capital, la falta de clara exposición es completamente insubsa-
nable, toda vez que la federación, resultado del contrato político, la refiere
FEDERATIVO. 57
Proudhon principalmente á pactos ó alianzas entre jefes de familia, muni-
cipios, pueblos ó Estados, en todas cuyas personalidades ya se da un Es-
tado juiidico familiar, municipal ó de otra especie.
El contrato además, no es elemento superior á la autoridad y á la li-
bertad, convertido en el elemento dominante del Estado por voluntad de en-
trambas, que teniéndolas á raya la una por la otra, las pone, de acuer-
do (1), no; porque al contrario, y como repetidamente se ha dicho, el
contrato presupone y se funda en ellas; en la libertad, como propiedad de
los contrayentes, y en la autoridad, como garantía de la libertad y del con-
trato mismo.
Mas aparte de este círculo vicioso, y aún suponiendo hipoLéticameute
posible la celebración del contrato político para la creación del Estado, ob-
sérvese bien lá naturaleza del contrato de federación, que Proudhon define
a^\: Un contrato sinalagmático y conmutativo para uno ó muchos objetos
determinados, cuy a condición esenciales que los contratantes se reserven
siempre una parte de soberanía y acción mayor déla que ceden.
Es licito, según la deíinicion, todo objeto determinado, que pueda serlo
de contrato, para la formación del pacto federativo. Por manera, que así los
íines moralescomo los inmorales, los justos ó los injustos pueden estipular-
se: ni cabía otia cosa tampoco, si se atiende á que tratándose de fundar el
derecho y el Estado en el libre albedrío humano, cuando éste, por el con-
trario, tiene por norma lo justo, lo bueno; y basándose, por otra parte, la
teoría del contrato y la federación en la noción de ley como estatuto arbi-
tral de la voluntad humaivx, no podía menos de erigirse el arbitrio del
hombreen fuenle y origen, no ya del poder efectivo necesario al Estado y
para la realización de sus fines, sino del Estado y del derecho mismos. De
donde resulta lógicamente que ni aquellas sociedades proscritas por todas
las legislaciones de los pueblos, [)orque lo están antes por la razón y la jus-
ticia, como las de malhechores, por ejemplo, pueden dejar de considerarse
lícitas, ni impedírselas que formen un Estado, núcleo de una confedera-
ción, con tal que su fin ilícito sea, como el matar y robar, un objeto deter-
minado y la razón del pacto déla asociación, en la cual los contratantes se
hayan reservado además una parte de soberanía y acción mayor de la que
cedan .
Esto, por lo que hace al objeto del contrato; que también son grantles
los errores y confusiones á que conduce el examen del contrato federativo
con respecto á los contrayentes y á la duración del mismo; puntos dignos de
la mayor alencion, toda vez que,' tanto Proudhon, como el traductor de
su libro al castellíino, tienen itiucho interés en mostrar la gran diferencia que
hay entre- e\ contrato federativo y e] contrato social de Rousseau, y siendo asi
(1) Aquí el autor cae una vez más en inconsecuencia con sus propias doctrinas.
58 EL PRINCIPIO
que el autor de aquel censura á éste por haber imaginado «una ficción de le-
«gista^ una hipótesis para explicar la formación del Estado y délas relaciones
»cntre el gobierno y sus individuos;» contra lo cual Proudhon se jacta do
«que en el sistema federativo el contrato social es más que una ficción, es un
«pacto real y efectivo, que ha sido verdaderamente propuesto, discutido,
«votado, aprobado, y es susceptible de manifestaciones regulares á volun-
«tad délos contrayentes.» Pero, ¿cómo? Los individuos que pactan, el in-
dividuo que pacta con el Estado, los Estados que celebran el contrato fede-
rativo, ¿por cuánto tiempo están obligados, si no ponen esta condición en-
tre las del contrato? O si la ponen, ¿no podrá ser modificada, por lo menos,
^n lo que se refiera á otras personas, á las nuevas generaciones que en él no
hayan intervenido? Y adviértase que Proudhon reputa acertado el «que en
«una democracia no se sea en realidad ciudadano por ser hijo de ciudadano,
«sino que sea de todo punto necesario en derecho, independientemente de la
«cualidad de ingenuo, haber elegido el sistema vigente,» de donde se deduce:
1.°, que el niño no tiene derecho alguno, ni vive dentro del Estado mientras
no manifieste su voluntad, sin que se diga por quién ni por qué medios po-
drá determinarse cuándo ha de oirse esta manifestación, ni la capacidad del
hombre para el contrato federativo, supuesto que el Estado, órgano del de-
recho, y á quien todo esto incumbe, no existe para el que no ha prestado to-
davía su consentimiento; y 2.°, que el pacto federativo ha de estar en con-
tinua renovación, si se quiere que los nuevos seres que vienen á la vida pue-
dan ir sucesivamente formando parte del Estado, con lo cual dicho se está
que es imposible que el objeto del contrato pueda mantenerse determinadcr
y el mismo, un solo instante. Apuntar estas consecuencias es demostrar lo
erróneo de la doctrina y las peticiones de^ principio que sus premisas en-
vuelven.
Por otra parte, como ni en la definición del contrato federaüvo antes
anuncionada, ni en las explicaciones que la desenvuelven, se habla del
objeto del contrato más que para exigir que sea determinado y que siempre
los contrayentes se reserven más derechos, más libertad, más autoridad,
más propiedad de los que ceden, resulta que la cuestión del fin y de las
atribuciones del Estado en esta teoria, es una cuestión de pura cantidad
entre los derechos que han de ser reservados al individuo, al municipio, á
la provincia y al Estado, sin que para nada se tenga otro principio en cuen-
ta. De aquí proviene lo vacio de toda esta doctrina, en la cual va-
namente se pretende señalar algo sustantivo como de competiMicia propia
y exclusiva del Estado, toda vez que este» es un mero resultado del arbitrio
humano, individual ó colectivo. Propósito tan vano y estéril, decimos, como
que el autor, que se considera reformador universal, y que tiene grandes
pretensiones de originalidad, apela para dar alguna fijeza y concretar sus
ideas sobre este punto, á extraclai* por nota, los principios políticos de la
FEDERATIVO. 39
Constitución suiza, y á discurrir sobre las cuestiones suscitadas con motivo
de ellü y de la Constitución de los Estados-Unidos. Graves le parecen, en
eleclo, las á que da lugar el derecho público federativo. Pero ni la dificul-
tad le arredra para resolverlas, ni le embaraza tampoco la inconsecuencia
con sus mismos principios. Asi es, que si bien repugna la esclavitud, como
contraria al principio federativo, reconoce que JVashington, Madison y
los demás fundadores de la Union no fueron de esle dictamen y admilic ■
ron al pacto federal á los Estados con esclavos.^ Del mismo modo, si bien
cree de derecho que una minoría separatista de Estados confederados
pueda combatir la indisolubilidad del pacto que sostenga la mayoría, siem-
pre que se trate de una cuestión de soberanía cantonal que no haya entra-
do en el pacto de la Conícderacion, con lo cual se pone de parte de los Es-
tados del Sur, en la cuestión americana (pendiente cuando el libro se escri-
bía), y da la razón á los cantones suizos del Sunderbund; sin embargo, co-
mo «puede suceder por consideraciones de commodo et incommodo que las
«pretensiones de la minoría sean incompatibles con las necesidades de la
Dmayoria, y que además la excisión comprometa la libertad de los Estados,
«en tal caso la cuestión se resuelve por el derecho de la guerra, lo que
» quiere decir que la parte más considerable de la Confederación, aquella
«cuya ruina llevaría más perjuicios, ha de prevalecer sobre la mas débil.»
¡Donosa teoría, según la cual se viene á santificar el derecho de la fuerza,
como representación de los intereses de la mayoría, por el mismo (pie mal-
dice á todas las democracias, cuyo sistema tilda de a bsolutisino de las
masas, y después de haber construido con tan exquisito cuidado el armazón
del contrato federativo, mediante el cual el ciudadano se reserva más dere-
chos de los que cede al municipio, esle más de los (pie cede al Estado pro-
vincial, y así sucesivamente, para tolerar en definitiva que no sean respeta-
dos, á pesar de las precauciones, y sólo según voluntad de la mayoría, (pie
rasga el;jac/o sinalagmático-^ conmutativo por puro interés y conveniencia!
¿Cuáles son los principios que con tales afirmaciones prevalecen de la teoría
proudhoniana? ¿j\o pudiera aplicarse á esta el calificativo de exc(''ptica que
Proudhoii lanza, tal vez con justicia, pero duramente, contra los partidos
doctrinarios? (1)
A pesar de lo inútil y contradictorio de las tentativas de dicho autor,
para dar al Estado y al decebo otra finalidad que la que nacer pueda del
(1) "El mal éxito, dice, que alternada y repetidamente tienen la democi-acia im-
perial y el constitucionalismo de la clase media, da por resultado la creación de un
tercer i)artido que, enarbolando la bandera del excepticismo, no jurando sostener ja-
más ningún principio, y siendo esencial y sistemáticamente inmoral, tiende á reinar,
como suele decirse, por el sistema de tira y afloja, es decir, arruinando toda autoridad
y toda libertad; en una i^alabra, corrompiendo. Esto es lo que se ha llamado sistema
doctrinario, n
40 EL PRINCIPIO
contrato federativo, debemos señalar lo más importante que establece sobre
punto tan esencial. En una sociedad libre, dice, el papel del Estado ó del
Goljierno es principalmente el de legislar, crear, inaugurar, instalar, lo me-
nos posible el de ejecutar. Supone al Estado el supremo director del movi-
miento, el que pone la mano en la obra algunas veces, pero sólo para dar
ejemplo é impulsarla. Si es verdadera ó falsa esta idea, no nos proponemos
averiguarlo: baste decir que ninguna conexión tiene con las anteriores afir-
maciones de Proudhon, -de las cuales no puede reputarse consecuencia,
porque más bien las contradice y niega. Y todavía, dentro de tal con-
cepción del Estado, no teme en incurrir en nuevas contradicciones é in-
consecuencias. Porque si bien pide libertad para la fabricación de la mone-
da, para los servicios que se han dejado abusivamente en manos de los Go-
biernos, como caminos, canales, correos, telégrafos, etc., toda vez que des-
pués de dado el primer impulso por el Estado, lo demás ya no es de la
competencia de este; y si bien es partidario en el miámo sentido de la liber-
tad de enseñanza, hasta el punto de querer que la Escuela esté tan separada
del Estado como la misma Iglesia;* y si bien, por último, no reputa de ver-
dadera necesidad que los Tribunales dependan de la Autoridad central, y
dice que instituir un Tribunal federal supremo seria en principio derogar
eZjoftcto; nada de esto, sin embargo, le impide aceptar el principio de la
Constitución suiza de 1848, de que la Confederación tenga el derecho de
establecer una Universidad suiza, idea combatida como atentatoria á la sobe-
ranía de los Cantones, ni el de que, según la misma Constitución, para cier-
tos casos, se establezcan una Justicia federal v Tribunales federales.
IV.
Lo fecundo de la teoría del contrato y la federación, consiste, por un
lado, en que aquel resuelve el problema político, haciendo que el régimen
liberal ó consensual prevalezca sobre el autor ilativo, aunque sea con menos-
cabo de la sangrienta y constante batalla en que necesariamente han do vi-
vir la autoridad y la libertad; y por otra parte, en que la federación mantie-
ne y fomenta la división de poderes contra la reunión o indivis'on de los
mismos, que considera de los más funestos r^idtados y característica de
las monarquías.
Respecto á esto último conviene observar que la unidad del poder no
obsta á la división y separacion'de los poderes dentro de su unidad misma;
antes por el contrario, aquella supone esta, sin la cual la división de poderes
no seria distinción de partes ó funciones de una misma cosa, sino cosas ente-
ramente distintas. La confusión de la unidad y h-union natural de poderes
en el poder mismo, que puede y debe ser orgánica é interiormente objeto
de división y separación de sus diíerentes partes y funciones, con la unidad
• FEDERATIVO. 41
indivisa, é inorgánica de las funciones del poder político y de los diferen-
tes poderes que dentro de la unidad del mismo existen y se dan, es lo
que ha conducido á Proudhon á errores y consecuencias lamentables.
Por esto deplora las tendencias á la formación de grandes Estados que se
han cebado en los federales con tanta intensidad como en las monarquías
feudales ó unitarias, y dice que en el sistema feudativo, al revés de lo que
pasa en los demás gobiernos, la idea de una Confederación universal es
CONTRADICTORIA.
Mas á pesar de hallarse el secreto déla bondad de esta doctrina en la
separación de los poderes, en la división y subdivisión de los Estados,
separación y división permanentes que deben repugnar toda reunión, Prou-
dhon no vacila en afirmar que el sistema federativo no hubiese podido
realizarse en los primeros tiempos, porque la civilización es progresiva
yá aquellos no correspondí aesta nueva fórmula, y lo que es más todavía,
qHC el sistema unitario, que tan fuertemente combate repetidas veces, -co-
mo causa exclusiva de todos los males políticos y sociales, ha servido para
lo qne no podía hacer el federativo que defiende, á saber, para «domar
«y fijar ante todo las errantes, indisciplinadas y groseras muchedumbres;
«distribuir en grupos las ciudades aisladas y hostiles; ir formando poco á
«poco, por vía de autoridad, un derecho común y establecer en forma de
• decretos imperiales las leyes del linaje humano. La federación, añade, no
«podía llenar esa necesidad de educará los pueblos.» Y si átodo esto
se agrega que aún en los Estados federales, primeramente nacidos de la
nueva idea*, los suizos y americanos, «es un hecho histórico inconcuso que
»la Revolución francesa ha puesto la mano en todas las constituciones fede-
» rales, las ha enmendado, les ha comunicado su propio aliento, les ha dado
«todo lo mejor que tienen, les ha puesto, en una palabra, en estado de des-
«envolverse, sin haber hasta ahora recibido de ellas absolutamente nada, »
se comprenderá fácilmente que por tan escasos y malos frutos no puede to-
davía, al menos, juzgarse la bondad del árbol, ni mucho menos renegar en
absoluto y por completo del sistema unitario, que ha dado vida, aliento y
enseñanza al sistema encargado de corregirle y hacer progresar rápidamen-
te á los pueblos y á toda la humanidad.
Si lo poco de verdadero Uberalismo que penetró en los Estados-Unidos al
emanciparse, resultado que atribuye Proudhon principalmente á la inter-
vención de Francia en la guerra de aquellas Colonias con su metrópoli, fué
obra de la Revolución francesa; si la libertad en América ha sido hasta aho-
ra más bien un efecto del individualismo anglosajón, lanzado en aquellas
inmensas soledades, que el de sus instituciones y costumbres; y si la Revo-
lución francesa tan unitaria y centralizadora, lia sido también la que ha ar-
rancado á Suiza del poder de sus viejas preocupaciones de aristocracia y
clase inedia; y ha refundido su Confederación, ¿dónde encontrar las exce-
42 EL PRINCIPIO
lencias político-sociales de esos pueblos, sin que aparezca la huella del sis-
tema unitario, toda vez que las Constituciones son los únicos modcios que
el libro que nos ocupa presenta, no ya como manifestación de lo hasta hoy
realizado en el sentido de sus ideas, sino como el fundamento y la explica-
ción práctica de las mismas?
Después de esto, sin embargo, Proudhon escribe un capitulo entero para
lanzar acusaciones tan fuertes como injustas contra el pueblo, las masas y
los hombres de Estado que se enamoran de la unidad del poder, que hablan
del Pueblo, la Nación, el Soberano, el Legislador, etc., y para manifestar
la eficacia de la gai'aníia federal. Bien es cierto que á renglón seguido (en
el capitulo siguiente, el XI) confiesa la impotencia é ineficacia de todas las
garantías anteriormente señaladas y busca en la sanciojí económica el ver-
dadero remedio; porque si la economía de (as sociedades debiese permane-
cer en el statu quo antiguo, valdria más para los pueblos la unidad impe-
rial que la federación. De lamentar es, por tanto, que la importancia dada
por él á la teoría del contrato como base de su sistema federativo, no fií hu-
biera subordinado á la que tienen en el mismo sistema sus opiniones econó-
micas y la determinación del organismo social en esta esfera, toda vez qué es-
to es lo fundamental de sus ideas y soluciones políticas, de las cuales renie-
ga y á las cuales renuncia, si no se basan en las económicas, en la federación
económico-industrial. Y hé aquí cómo la fuerza de las cosas llev^ á Prou-
diion á tener que llenar de alguna manera (siquiera sea ilógica y contradic-
toria con sus propios principios) el vacio de la teoría del contrato político en
(|ue no se determina el objeto, y en el cual se habla de derechos, de poder,
de libertad, de autoridad, sin decir cuál sea el contenido de estos derechos,
cuál el fin del poder ni de la libertad, ni cuáles tampoco los fines y atribu-
ciones de la autoridad. La federación económica ha de proponerse formar
un conjunto, en oposición al feudalismo económico que hoy domina y cu-
yos males se señalan, para «acercarse cada día más á la igualdad por medio
»de la organización de los servicios públicos hechos al más bajo precio posi-
»blc, por otras manos que las del Estado, por medio de la reciprocidad del
«crédito y de los seguros, por medio de la garantía de la instrucción y del
«trabajo, por medio de una combinación industrial que permita á cada tra-
»bajador pasar de simple peón á industrial y artista, de jornalero á maestro.»
Por manera que en este punto ya tenemos algo fijo á que atenernos, y
la federación económica, que no se forme con tales tendencias y para tales
fines, no cabrá en la teoría federativa de Proudhon, y el federahsmo pohlíco
• que dé lugar á federaciones agrícola-industriales distintas de las enunciadas,
(') que no las haga nacer, será peor que el imperialismo. Pero si del contra-
to sinalagmático y conmutativo no resultan asegurados dichos fines, ni
marcadas dichas tendencias, y el contrata se ha celebrado en la forma por
Proudhon designada, ¿qué habrá de hacerse? ¿Renegar del contrato é impo-
FEDERATIVO. 43
ner por medio del Estado estos fines económicos, dejándose llevar á la uni-
dad imperial, ó prescindir de estos y permitir á la •federación que siga su
ley, es decir, el estatuto arbitral de la voluntad humana? A tales preguntas
no se encuentra, en el libro que examinamos, manera de ccfntestarlas: el
dilema contradictorio que envuelven es insoluble; por lo cual no podemos
•menos de afirmar lo erróneo de esta teoría, como no sea de esencia suya,
á juicio del autor, y la garantía de su verdad, la misma contradicción
(jue contiene y en que se funda.
V.
Hasta aqui lo que principalmente nos proponíamos exponer en contra de
as doctrinas de Proudlion, quien si bien establece coino una de las piedras
angulares de su teoría, la separación y disgregación de los poderes y los
Estados, y repugna esas confederaciones universales concebidas por la
■ democracia, lanzando asimismo terribles y destemplados anatemas contra
los filósofos, los pueblos y las masas que hacia la unidad política aspiran;
no por esto deja de presentir y reconocer, aunque implícita y contradicto-
riamente con sus anteriores premisas, por una parte, que el gobierno más
libre y moral es aquel en que los poderes están mejor divididos, etc., en lo
cual se afirma la unidad del gobierno sobre la división interior de sus po-
deres; y por otra, que la idea de unidad orgánica es tan aplicable á la polí-
tica y á la economía como á la ciencia zoológica.
Ahora bien; si recordamos las indicaciones hechas al principio de este
trabajo, no será difícil aplicar á la práctica y á los hechos históricos pasados
y presentes las consecuencias do lo que reputamos verdadero.
La tendencia hacia la unidad política (no á la confusión é indivisión),
es decir, hacia la formación de grandes Estados, ya unitarios en su orga-
nización interior, ya federales ó confederados, es tan grande como univer-
sal, y se nota, por tanto, lo mismo en Europa que en América. Y adviértase
(pie, si bien en las naciones constituidas de una manera centralizadora y
absorbente, se experimenta la necesidad de una interior descentralización
así administrativa como política, en las Confederaciones ó Estados confe-
derados, hay, por el contrario, aspiraciones constantes hacia una unión más
intima, hacia una constitución (pie de los Estados confederados haga un
Estado federal primero (1), y despees de formado este, se apetecen todavía
cohesión y unidad mayores. Que tal aserto es completamente exacto,
pruébanlo, poruña parte, Francia, España, Italia; y por otra, Suiza, los
(1) Salada es la distinción que los ijublicistas liacen entre una Confederación de
¿¡atados y un Edado faderal ,
Ai ■ EL PRINCIPIO
Estados-Unidos y Alemania. ¿Quiere decir esto que los primeros Estados
tiendan á romper su unidad y los segundos á perder su interior organiza-
ción y descentralización políticas? No seguramente.
Lo que unos y otros pueblos desean es mejorar su constitución políti-
ca; buscando sólidas garantías, para el cumplimiento del derecho, en uni-
dades políticas mayores, los Estados que han sido víctimas de una hostili-
dad y enemiga constantes por su oposición y excesiva separación de pode-
res; y apeteciendo mayores garantías también, para la buena y acertada rea-
lización del fin político y mantenimiento de la libertad, las naciones cuyo
poder está de tal modo centralizado que, en lugar de ser el órgano fuerte y
i'obusto del Estado, es un órgano en congestión, que tiene toda la sangre y
la vida aglomeradas en su centro, á espensas de la vida de las demás
partes que le componen, y por cuyo aniquilamiento sistemático lleva en sí
mismo el germen de apoplética muerte. Y podemos hacer ahora tan-
to mejor esta afirmación última, cuanto que uno de los modelos más acaba-
dos de la centralización en el poder ha sido el representado en Francia por ■
el imperio, tan fuerte y robusto en la apariencia, como débil y raquítico en la
realidad, sin que ros principios centralizadores permitan otro resultado,
cualquiera que sea la forma de gobierno que en ellos trate de fundarse.
Pero los pueblos disgregados y que no han hecho todavía coincidir con
sus unidades nacionales sus Estados políticos, se mueven y pugnan por
constituirlos, de tal manera y con tanta fuerza, qne llegan hasta tolerar sa-
crificios de autonomías secundarias y la anulación de poderes interiores,
con detrimento y perjuicio de la verdadera fuerza y robustez del que tratan
de elevar sobre ellos, siempre que el ansiado y apetecido fin se realice. Tes-
tigos, entre los pueblos antes citados y en los últimos tiempos, Itaha y Ale-
Jiiania.
Las unidades políticas de estas naciones, ya casi completamente forma-
das, subsistirán seguramente en tal concepto: las injusticias cometidas para
subyugar poderes autonómicos interiores, en lugar de afirmarlos dentro de
su esfera de acción respectiva, serán más ó menos pronto reparadas; per'o
ni Italia ni Alemania dejarán ya de ser Estados políticos federales o unita-
rios, toda vez que han dado un paso en firme, por lo que concierne á la for-
mación de Estados nacionales, en la senda de la integración y constitución
del Estado y poder políticos, que son unos en su esencia para toda la hu-
manidad; y supuesto que, mediante la formación de las nacionalidades ac-
tualmente, se prepara la unión de ellas en una Confederación europea (Es-
tado superior á los confederados), y por consiguiente, en definitiva, la agru-
pación política humana en el uno y total Estado.
Escusado es repetir una vez más que tanto este, como los subordinados
á él y por tanto los nacionales, que son los superiores hasta hoy formados,
no niegan ni deben anular los Estados y poderes que bajo ellos existen (como
FEDERATIVO. 45
los provinciales y municipales), sino que, por el contrario, si han de cons-
tituirse racional y legítimamente ha de ser sohre la robusta base de estos
poderes, y si el Estado y el poder han de ir realizando su verdadera unidad,
sin absorciones ni .centralizaciones monstruosas, antes bien disciplinando y
resolviendo antagonismos injustos, oposiciones y separaciones sistemáticas,
no puede ser de otra suerte que mediante la rica variedad y el. organismo
interiores que en el Estado y el poder existen, como cosas al derecho y á
la vida del hombre referentes; lo cual es indicado por Proudhon, aún á des-
pee! lo de sus teorías.
Si á ellas hubiera aplicado esta idea de organismo del poder, no hallara
en su camino tantas antinomias insolubles, ni encontrara tampoco tantas
dificultades para la explicación de ciertos hechos, que citados por él como
resultados prácticos de su sistema, le contradicen y le niegan. Otro hubiera
sido, en verdad, el resultado de sus investigaciones, si en vez de hablar del
organismo del poder, como de pasada y al finalizar su libro, se hubiera fija-
do antes en esta idea fecunda; y natural y llano le hubiera parecido enton-
ces que Suiza, en 1848, los Estados-Unidos después, y Alemania en 1866 y
actualmente, hayan pasado de la Confederación, ala constitución de un Es-
tado federal más unitario que el que anteriormente cada una de dichas na-
ciones constituía.
En suma y para concluir: nuestro propósito no ha sido otro, y senti-
ríamos haber molestado al lector en vano, que el de mostvar, con motivo
del libro de Proudhon, lo siguiente:
'1," Que el principio federativo, tal'como lo entiende dicho escritor, no
es solución del problema político, á pesar de sus pretensiones y creencias;
toda vez ([ue la solución política no puede hallarse en una organización
forjnal y más ó menos acertada de los poderes públicos, sino en la cien-
cia politica— ó del Estado, como institución de derecho,— y por tanto, en el
conocimiento y la realización de este, mediante el poder orgánico, adecuado
á tal objeto.
Y 2." Que aún cuando la solución apetecida hubiera de buscarse en tan
reducida esíefa, limitándose á meras cuestiones de uni'on ó separación de
Estados y poderes las cuestiones y los problemas políticos, la fórmula de
Federación politica y económica explicada por Proudhon, ni satisface á las
primeras exigencias científicas, ni es lógica en su desenvolvimiento, ni da,
en fin, reglas concretas y de aplicación práctica para la vida y las Constitu-
ciones político-sociales de los pueblos.
J'. A. García Labiano.
LA MASÍA DE LA CARIDAD.
LEYENDA HISTÓRICA.
A MI QUERIDO PADRE:
Catalán tú , nacido en la cvüta Barcelona,
criado entre las peñas de Monserrat y el
Brucli, en aquellas cnnas de nuestra inde-
pendencia y libertad, en aquellos breilales
á los que la divina justicia encargó la ven-
ganza de la traición francesa, entre aquellos
fuertes caniijesinos, leales españoles, fieles
guardadores de sus hogares y hombres li-
bres; á tí, qne naás tarde has combatido
como soldado contra el águila francesa que
manchando sus timbres y su nombre, vino á
España convertida en ave de rapiña; á tí,
pues, te dedico la presente leyenda : consér-
vala siempre como xm vivo testimonio de
mi amor de hijo, de mi amor patrio y como
tributo de admiración á mi querida Catalu-
ña y á los vencedores de Gelves, Trípoli, la
Armenia y el Bruch. = 1868.
A la memoria de mi querido padre (Wí).
I.
En el camino que conducia de Manresa á Esparraguera se elevaba el Mo-
nasterio de monjes Benedictinos , cuya magnífica arquitectura cautivaba la
atención del viajero: y á su lado el monasterio de la Vírge» de Monserrat.
asentado sobre el más alto pico de la célebre montaña que le da nombre,
En la parte opuesta se alzaba la aldea y á pocos pasos se veia una casa de
campo conocida con el nombre de La Masía de la Caridad, y delante de
ella una sencilla cruz de piedra en cuyos brazos se leian toscamente labra-
dos los siguientes renglones: «Aquí murió el bravo y leal Jaime Martí á ma-
nos de los franceses, en defensa de su patria, de su bogar y su familia; ho-
nor al bravo catalán , gloria al leal ciudadano y bendición al buen padre,
liijo y esposo: sus conciudadanos en muestra de .admiración y respeto.»
Aquella cruz y aquellas letras eran todo una historia. Cuándo los an-
cianos del país cruzaban por aquel sitio se descubrían con respeto; y seña-
La masía de la caridad. 47
laudóla á sus hijos hincaban la rodilla en tierra y pronunciaban una oración:
los niños rezaban fervorosamente y preguntaban la historia de aquel á quien
todos señalaban como modelo de ciudadanos, de hombres libres y de hon-
rados padres.
Nosotros vamos á referir la historia , tal como la cuentan los ancianos
del país.
Eran las ocho de una noche del mes de Febrero de 1808: el cielo cu-
bierto de nubes plomizas durante todo el dia ha terminado lanzando gruesos
copos de nieve que han cubiertp los campos , ocultado los senderos y fes-
toneado las ramas de los desnudos árboles.
El Bruch parece una sombra envuelta en los anchos püegues de su
manto.
La campana del monasterio vecino acaba de lanzar al viento a\ toque de
oraciones.
Los monjes Benedictinos descansan en sus celdas ó entonan á Dios
8us preces para que tienda una mirada de compasión á la desgraciada Es-
paña.
En las casas de la aldea, en las chozas , en los caseríos , las mujeres re-
zan en voz baja, para que el Dios del cielo libre á sus pobres hogares del
saqueo y el pillaje del ejército francés.
Apenas terminado el toque de oraciones, un hombre como de 50 á 35
años , envuelto en una manta y con el trabuco al brazo se encamina con
paso precipitado al monasterio: su mano aprieta convulsivaibente el alda-
bón de la gran puerta del convento, y dos sonoros golpes resuenan en el es-
pacio.
Un lego se presenta á la llamada.
—El Prior? •
— En su celda.
— Deseo verle.
r-'A esta hora, dijo el lego, algo turbado, será dificil. — El hombre apartó
de su rostro la manta dejándole descubierto.
-— Ah, que sois vos, Jaime: pasad, pasad, que voy á decirle al Guardian
que os halláis aquí , y si no , seguidme, es lo mejor.
Y el embozado á quien el lego ha dado el nombre de Jaime echo á an-
dar tras el monje.
IL
Un silencio sepulcral reinaba en el convento. Diriase que más que el
albergue de seres vivientes era un cementerio.
Los sombríos corredores estaban mudos.
Las galerías desiertas.
48 LA masía
Las celdas, parecían más bien los nichos de un campo santo que no las
habitaciones de seres humanos.
Los pasos de los dos sonaban de un modo lúgubre.
— ¿Qué pasa, hermano? ¿Qué significa este silencio ?
—¿Pues qué no os han avisado á vos?
— ¿Para qué?
— Para... pero callemos:. tengo miedo de todo...
— Sin duda han sabido el estado de mi pobre mujer. y...
— Tenéis razón, ese y no otro ha podido ser el motivo.— Pero esperad...
Hablan llegado al fin de una galería y ol lego empujó una puerta que se
abrió al instante.
Una sombra negra se destacaba on lo interior de aquella oscura boca.
— ¿Quién vá? — murmuró una voz.
— ¿Hermano ?
—¿Cree?
— ¡En Dios !
— ¿Espera?
— En San Benito.
— Adelante.
El lego ihó la mano á Jaime, y ambos bajaron por una oscura escalera á
á la iglesia. Ya en ella, el lego se encaminó resueltamente al coro , y al dé-
bil resplandor de una lámpara pudo Jaime contar hasta cincuenla hombres
y treinta frailas Benedictinos.
Un murmullo de gozo acogió la llegada de Jaime.
HL
Jaime era el ídolo del país; el mejor cazador de la montaña.
El hombre más honrado y caritativo: el amigo más fiel.
Su casa era conocida en el país cpn el nombre de La Masía de laCari-
dad, y jamás un pobre habia dejado de ser socorrido ó de haber hahado al-
bergue.
Su falta habia sido notada, y nada hubieran hecho sin él, cuando el
Guardian manifestó que el estado de su mujer le habia inclinado á no avisar-
le, pues conociendo su carácter y su decidido amor á la patria, le pondría
en la alternativa de abandoutirla ó no asistir, y para no comprometerle ha-
bía creído prudente no avisarle, é ir después de la reunión á noticiarle el
resultado de ésta.
Cuando le vio aparecer, el Prior temió alguna desgracia .
— ¿Qué ocurre?
— Mí pobre Micaela se muere, señor, y yo no quiero que muera sin que
vos estéis ásu lado.
DE LA CARIDAD. 49
— Esta mañana parecía algo mejorada.
— Esta mañana sí; pero las noticias que corrren; las voces de fpie los
franceses se hallan cerca, y el temor por mi, y sobre todo por nuestro hijo,
han hecho en ella tal efecto, que temo que sólo le quedan algunas horas de
vida.
— Partamos, pues, hijo mió; corramos.
— Un instante — dijo Jaime con voz conmovida. — Micaela es mi mujer; por
olla dada con gusto mi vida; pero aquí os hallabais tratando de la patria,
de esa patria que hoy lanza su último y desgarrador suspiro, y yo no quie-
ro que salgáis sin que hayáis terminado vuestra conferencia. Micaela es tan
sólo mi esposa; la patria es mi madre: vosotros no me habéis avisado por
respetos á su desgraciado estado, y yo doy gracias al cielo, que me ha traído
e n tal momento.
— Piensa, hijo mío, que Micaela, si murieracn tal momento
— iSi muere, Dios la recibirá en su seno!
— Pero tu hijo
— ¡Mi hijo!.... es cierto — dijo Jaime enjugando furtivamente una lágrima
— pero no importa. Hablad, padre, hablad, disponed; los franceses están cer-
ca; ;,qué debemos hacer? ¿qué noticias tenéis?
IV.
— Esta mañana se hallaban á tres leguas de aquí y se disponían á avan-
zar con dirección á Zaragoza, á la que intentan pasar á degüello.
— ¡Por la Santa Virgen de Monserrat! — exclamó Jaime, — antes que tal
suceda, habrán de pasar sobre nuestros cueri)os; ¿no es cierto, amigos?
— ¡Si, sí!^ — gritaron todos.
— ¿Y qué habéis pensado hacer?
— Esta noche á las doce se reunirán todos los hermanos deS. Agustín en
la*er]nitade Santa Ana, que domina una grai» extensión. Los jt'fis aquí
reunidos acudirán con los suyos, y desde allí cada uno iii;iir¡i,irá ,i ocupar
el sitio que le designen.
— ¿Cuál es el más peligroso?
—la Masía.del Noy.
— Está bien; yo y los míos la guardaremos y sólo las aves podrán cruzar
por ella.
—¿Y tu casa?
— ¡Oh! no temáis por ella; mi hermano .Pedro la guardará, estoy seguro
de él.
. —Entonces, nada hay que hablar. A las doce, en la eniiila de Santa
Ana los hermanos de San Benito.
-^¡Adíos, padre' — exclamaron todos, y cada uno fué alejándose, saliend
TOMO XIX. 4
50 LA MASÍA
unos por las puertas principales, otros por la de la sacristía, y los últimos
por la huerta.
— Ahora, hijo mió, p:trtamos á verá Micaela, y que Dios nos conceda su
gracia.
— Marchemos.
V.
Un cuarto de hora después llegaban á La Masía de la Caridal.
Una mujer de veinticinco años, á fpiien una enfermedad mortal tenia pos-
trada hac'a tres meses, lanzaba tristes suspiros desde su lecho colocado en
una sala baja.
Sobre una mesa de pino, cubierta con un paño blanco, se alzaba majes-
tuosa una imagen do talla, de Nuestra Señora de Monserrat, ahnnbracla por
dos velas de cera.
Un niño de cuatro años dormia sobre las rodillas de un anciano, del ]ja-
dredc la enferma, y dos mozos de labranza se hallaban cerca, limpiando sus
armas.
El frió era intenso, y la enferma, con el oido atento, escuchaba el me-
nor ruido, temiendo por su Jaime.
De vez en cuando lanzaba una amorosa mirada; una mirada de esas que
Ino pueden "defmirse, una mirada de madre, en fin, sobre el pobre niño; una
igera sonrisa asomaba á sus pálidos labios, y á poco, dos lágrimas caian
de sus hermosos ojos.
Sufria con sus horribles dolores; gozaba con la vista de su hijo, y lloraba
en silencio porque iba al morir á perderlo para siempre.
Extraña mezcla de sensaciones; terrible unión del placer y del dolor.
Por Un un silbido sonó, y Micaela fué la primera que llamó á los mozos.
El mastín de la Masia ladró cariñosamente á su amo, que entró seguido
del Guardian.
VI.
— ¡Dien venido seáis, padre mió!
— El cielo te bendiga, hija. ¿Cómo te sientes?
— Mal: el dolor aumenta, y ya no tengo fuerzas para resistir.
— Piensa en Dios,- bija mía; en los dolores de su Madre Santísima; ten ít-
y espera.
— Tenéis razón, señor, — dijo Jaime.
— Ten valor, Micaela, y piensa que nuestros dolores son rudas jiruebas
por las que. el cielo hace pasar á sus elegidos.
— ¡Oh, no siento perder la vida! ¡la vida qué me importa! ¿Poro y hii
padre? ¿Y mi pobre hijo? A tí los recomiendo, Jaime mío; mañana no ten-
drán más amparo, ni más apoyo que tú,
DE LA CARIDAD. 51
— Vamos, valor, liija mia: y pensemos sólo en vuestra salud; en que os
pongáis completamente buena.
— ¿Y los franceses? — exclamó de pronto con el mayor terror.
— Lejos de aqui, y en retirada.
— ¡Oh, no! tú me engañas, Jaime.
— Te ha dicho la verdad; en estos momentos huyen despavoridos delante
de nuestras tropas. — Esta mentira es forzosa, Jaime.
^— Tomad asiento, padre, mientras que yo salgo.
— ¿Dónde vas, Jaime?
— A la aldea, querida mia; quiero avisar al Doctor para f(ue venga á
verte.
— ¿Volverás pronto?
. — Al momento.
— Piensa, Jaime, — exclamó el Guardian, qjieriendo detenerle, — que salir
así, abandonando á Micaela...
. «—Perdonad, padre, — dijo Jaime con firme acento; — pero es mi deber
partir y partiré: pronto vuelvo. Padre, — continuó dirigiéndose al an-
ciano,— retiraos á descansar. El Guardian queda aquí, y vos estáis rendido.
Descansad. Hasta luego, esposa mia, hasta luego, — dijo, besando la pálida
trente de su Micaela y de su hijo, y después de acompañar al anciano á su
cuarto, y de encargar á los mozos mucha vigilancia, partió.
VIL
Con paso precipitado se dirigió á La Masía del Noy, llamó á la puerta, y
á poco penetraba en el interior.
Varios mozos de labranza se iiallaban jugando y bebiendo ante el hogar,
cuando Jaime penetró; el dueño, que era Felipe el Noy del Mar, le tendió
la mano mientras los demás se levantaban respetuosamente.
— Quietos todos, — exclamó Jaime, — que mi presencia no venga á inter-
rumpir vuestra alegría.
— Bien venido seas, Jaime; pero no seria justo, que mientras tú sufres
el dolor de ver morir á tu esposa, se siguiera jugando y bebiendo en tu
presencia.
—¿Sabéis la nueva?
— Sí; los franceses se hallan á poco trecho de aquí, y esta misma noche
seremos atacados. Sé que te has brindado á defender mi casa, pero yo no
debo permitirlo.
— Pues yo he jurado defenderla; ya me conoces, Felipe, y sólo la muerte
podría impedirme cumplir mi juramento.
— Como quieras, Jaime; no quiero que llegues á pensar soy desagradeci-
do: me precio de ser tu amigo; soy el padrino de tu hijo, y por consiguiente
52 LA MASÍA
tu hermano. Antonia acaba de partir con mi hija, con tu hermano Pedro y
dos mozos, decididos á pasar la noche á su lado.
— Gracias, Felipe, pero la hora está cercana y nuestro deber hos llama
fuera de aquí; y Jaime, seguido de Felipe y d<; los mozos, se encaminó por
ocultas veredas á una altura sobre la que se hallaba situada la ermita de
Santa Ana, punto señalado para la reunión.
VJII.
Cuando llegaron, ya varios grupos se hallaban en su puesto.
Los bravos monrnfieses, desafiando al frío, se congregaban para buscar
la muerte.
Los franceses se hallaban cerca, y los leales catalanes, los sencillos cam-
pesinos, se reunían para batir las aguerridas huestes del formidable ejército
de Francia, y esperaban con tranquilo corazón verlos aparecer, para humi-
llar sus orguUosas frentes y probar á la- águila altanera lo que puede y lo
que vale el sencillo pájaro del monte cuando jlucha contra la infamia y la
traición, tuertéenla causa justa de su independencia, valeroso al defender
su hogar, la tierra en que ha nacido y que guarda los restos de su querido
padre, la cuna en que duerme su tierno hijo^ el lecho en que descansa su
anciana madre, la casa que los cobija, el árbol que les presta sombra en ve-
rano y aljrigo en invierno, la iglesia en que recibió el bautismo y la tierra
que ha de cubrir más tarde su cuerpo.
IX.
Santas y buenas noches, — exclamó Jaime, tendiendo las manos á aquellos
amigos leales, que la estrecharon con efusión.
— Que Dios te guarde, amigo Jaime, — exclamaron todos.
— El motivo que aquí nos reúne, no es por desgracia nuevo ¡)ara nadie,
ni mucho menos halagüeño.
— Es cierto, — dijeron todos.
El francés se halla cerca y ha llegado el momento de obrar; los avisos
recibidos por los hermanos de San Benito son ciertos; los enemigos se ha-
llan cerca, y antes del dia habrán caído quizás sobre nuestras pobres cho-
zas, llevando á nuestros santos hogares la devastación, el saqueo y el asesi-
nato; la madre patria peligra y deber es de todo buen hijo volar en su so-
corro; la patria nos llama, y todos corremos en su auxilio; que la maldición de
Dios caiga sobre aquel que en tan solemne instante no escuche á su dolori-
da voz.
— Así sea, — exclamaron todos con voz ahogada y resuelta. — Y que la ben-
dición del cielo, replicó Felipe, descienda sobre aquel que como tú abandona
DE LA CARIDAD. 53
SU esposa iiioribunda, su padre anciano y su tierno hijo para correrlos mon-
tes y los cerros en defensa de la oprimida patria, sacrificando por ellos los
más sagrados deberes, los mayores cariños que en la tierra existen.
— Al defender mi patria, hágome cuenta que á ellos defiendo, y el francés
no cruzará el umbral de nuestras pobres chozas, no profanará nuestros san-
tos hogares, no interrumpirá la oración de nuestras esposas é hijos, no pro-
fanará nuestras vírgenes, ni humillará la noble frente de nuestros padres
sino pasando sobre nuestros cadáveres, cuyos cuerpos frios colocados delan-
te de nuestras casas impedirán que penetre en ellas el audaz extranjero.
— ¡Es cierto, es cierto!
— No tenemos armas, pero qué importa; un hombre hbre que pelea por
su patria y por su hogar, vale por diez de esos viles extranjeros.
De pronto un jay Jesús! retumbó en el espacio; un grito sordo y ahoga-
do, un grito ronco, el último que el hombre pronuncia y que concluye con
la vida, y algunos hombres saltaron por entre las matas gritando:
— Nos han vendido, á las armas!
— ¡Los franceses,' los franceses! •
Un sordo rugido salió de los pechos de aquellos valientes.
— Calma, — exjclamó Jaime^ — ¿qué pasa?
— Los franceses vienen Iras nosotros: nuestros espías han sido vendidos
y asesinados, y el extranjero se halla cerca.
Una descarga vino á anunciar que la noticia.era cierta, y tres hombres ca-
yeron desplomados.
— A las armas, — gritó Jaime con voz de trueno, — á las armas; ¡viva la
santa virgen de Monserrat, viva Cataluña!
— Viva, — exclamaron con serena voz aquellos valientes, — y encarándose
las armas hicieron frente al enemigo.
Los franceses venian en número de mil hombres, y nuestros campesinos
apenas llegarían á ciento; con todo, Jaime tomó sus disposiciones, y míen"
tras la mitad hacia frente al extranjero, la otra mitad saltaba torrentes y va-
llas para ir á defender la aldea.
X.
El combate ora horrible; el dia comenzaba á venir, y á su brillante luz
contemplábanse los rostros de aquellos leones que disputaban el terreno
palmo á palmo y ({ue morian primero que ceder; Jaime los animaba con su
palabra y con su ejenqtlo, y los montañeses morian matando.
Una hora duró la lucha; los catalanes hubieron de ceder al número y
replegándose sobre su derecha y tomando mi atajo que daba á un precipi-
cio, ganaron al ejército fi'ancés media legua de camino yendo á aparecer á
la aldea antes de que sus enemigos pudiesen hacerlo. Cuando llegaron á las pri-
o4 LA ¡masía
meras casas se deluvieron asombrados a] mirar que el fuego cuusuuiia la
mayor parte de la aldea; el enemigo habia asaltado el pueblo al par que la
montaña, sabiendo que no habia en él sino ancianos y mujeres, y cuando los
cincuenta hombres destacados por Jaime llegaron á él, ya las avanzadas
l'rancesas penetraban por el lado opuesto, entablándose una lucha mortal.
Jaime no se acobardó : reunió los treinta hombres que aún lo quedaban
y dando vuelta al pueblo y saltando la huerta de la Iglesia pudo hacer llegar
á la torre diez hombres decididos que dirigían desde ella un fuego mortí-
fero sobre los franceses, mientras que él con el resto de la fuerza atacaba
resueltamente á los soldados que ocupábanla calle principal de la aldea.
Sorprendidos por un momento, ó mejor dicho, asombrados al ver a(juei
valor sobrehumano, cejaron un momento, que Jaime aprovechó resuelta-
mente ganando terreno y yendo á colocarse en la (esquina de la plaza, desde
la cual se divisaba su pobre casa.
Bien pronto los franceses vueltos de su sorpresa, atacaron á los monta-
ñeses con ese valor que da la superioridad del número : los campesinos pa-
recían clavados á la tierra y no cedian un paso.
El jefe de la fuerza ordenó que las teas que hablan servido para incen-
diar la otra parte de la aldea se empleasen nuevamente, y á poco el incendio
era general. Entonces se presentó á la vista de aquellos leales un cuadro
horrible, aterrador, sangriento.
Las mujeres abandonaban sus casas; pero recordando que eran madres y
que dentro de ellas quedaban los hijos de sus entrañas, se lanzaban nueva-
mente al interior y penetrando por entre una lengua de fuego tornaban á sa-
lir con los vestidos incendiados, pero con los trozos de su alma en los bra-
zos, agitándolos en el aire como en señal de triunfo y mostrándolos á sus es
posos é hijos como imcvo ejemplo de abnegación y heroi^mo.
Las hijas arrastraban tras si á los infelices ancianos, y cuando la fatiga les
impedía correr y les obligaba á hacer alto , ellas se paraban también y cu-
briéndolos con su cuerpo cual una fuerte muralla, recibían las balas extran-
jeras y morían con la sonrisa délos mártires.
Los ayes, los gritos de dolor y las amenazas cruzaban el espacio.
Un francés se dirigió con la tea encendida á la casa de Jaime; la llama iba
á prender en la puerta cuando Jaime corriendo al escape, pudo arrancarla
con su mano de las del feroz soldado ; ¡caro triunfo! varios tiros sonaron
y Jaime' cayó acribillado de balazos delante de aquella misma puerta (pie
acababa de salvar.
— ¡Santa virgen de Monserrat, sálvalos á.ellos y perezca yo!
— Tú acabas de invocar á la virgen, y la virgen los ha salvado, — gritij una
voz á su espalda.
— Gracias, virgen mia, gracias, — exclamó Jaime volviendo el rostro, pero
sin poder ver á nadie.
DE LA CARIDAD.
55
Una nueva descarga sonó, y Jaime cayó para no levantarse más.
A poco la calma era horrible; los montañeses muertos, heridos y destro-
zados, huian de la aldea y ayudaban á sus pobres mujeres á salvar por los
escarpados breñales y los espesos montes, á los hijos de sus entrañas.
El que hubiera prestado un poco de atención, hubiera escuchado el alegre
sonido de las capanillas de un noble caballo sobre el cual caminaban la esposa
y el padre de Jaime, conducido del ronzal por el prior de San Benito, (pie
cubría con su tosco hábito el cuerpo de un hermoso niño.
XI.
Antes de pasar adelante, conviene dar á nuestros lectores algunos dela-
lles acerca de la fuga y salvación de la familia de Jainie.
Cuando la aldea fué asaltada por los franceses, y la tea incendiaria hacia
cundir el fuego por todas partes, y Jaime apareció con sus treinta hom-
bres, el Guardian, que hasta entonces habia permanecido á la puerta de
la casa del honrado catalán, haciendo de ella una muralla impenetrable,
secundado noblemente por Pedro el iiermano de Jaime, que cayó inorlal-
nuuitc herido, y por sus mozos, subió de nuevo á la habitación de la en-
ferma.
— Micaela, — le dijo, — las antorchas incendiarias abrasan la mayor parle
de la aldea; un esfuerzo, hija mia, un esfu(!rzo, y que tu noble esposo vea
salvado á vuestro hijo por su noble madre, que ese anciano no muera en-
Ire las llamas, y que pueda al morir estrechar á su hija, abrazar á JaiuKí y
bendecir á su nieto; Jaime nos espera á la entrada del valle; Dios nos prole-
jerá, y de ti depende la salvación de tu padre y la 'vida de tu hijo.
Micaela hizo un esfuerzo supremo, y con una firmeza, con una voluntad
de hierro, se cubrió con sus vestidos, y tomando en los brazos á su liijo, y
dando la mano á su anciano padre, comenzó á bajar con paso débil, aunque
resuelto, la escalera; llegados al patio, los tiros se oian más cerca, y los gri-
tos de furor de los franceses, y las voces de fuego, se percibían clara y dis-
thitamente.
Mientras Micaela se vistió, el Guardian habia bajado á la cuadra y ensilla-
do el caballo de Jaime, en el que colocó al anciano y á la pobre Micaela.
— ¿Y mi hijo, señor, y mi hijo? — exclamó és^.
— Vuestro hijo me pertenece; yo le llevaré en los brazos, y si á vos ten-
drían valor para arrebatároslo, el Dios del cielo protejerá al ministro del
altar que lo conduce; mi santo traje le guardará, y ninguno de esos hom-
bres, por inhumanos que sean, osará arrancarlo del seno de un sa-
cerdote.
El noble caballo se paró un momento; su anchas narices se abrieron in-
mensamente, un relincho de gozo salió de su pecho, y parecía que olfateaba
56 LA ¡MASÍA
cerca á su amo; el Guardian le pasó la mano cariñosamente por el cuello
imponiéndole silencio, y sacándole fuera de la casa, y dando el ronzal á Mi-
caela, la pecjueña cabalgata comenzó su marcha.
El Guardian volvió á penetrar en la casa, .y por las aljcrturas de la puer-
ta, vio á Jaime al pié de ella cuando éste pedia á la Virgen que salvara á su
pobre familia ; ya sabemos la respuesta del noble sacerdote.
Cuando la última descarga sonó, y Jaime quedó muerto, el Guardian cayó
de rodillas; sus ojos derraman amargo llanto, sus labios murmuraron una
oración, terminada la cual, alzó los brazos al cielo exclamando:
— Señor, tu misericordia y*tu justicia son infinitas; salva á esa mujer en-
ferma, á ese débil anciano; conserva la vida de este niño, y haz que viva
para vengar la sangre de su padre tan inhumanamente asesinado: Señor, si
tu misericordia es infinita, tu justicia es grande; sálvalos á ellos y perez-
ca yo, — dijo estampando sus labios en la frente del niño que sonreía de
júbilo.
A poco el Guardian salia de la casa, y alcanzando la cabalgata, toma-
ba el ramal del caballo, y cabria con el tosco paño de su hábito al hijo del
noble cuanto desgraciado Jaime.
El mastin de la Masía, después de haber deíeudido á Jaime, seguia tris-
te y silencioso á su triste ama, volviendo á cada momento la cabeza.
XII.
lian pasado catorce años desde los sucesos anteriores; el hijo de Jaime
es hoy un joven de veinte años, cuyo nombre es Antonio, y cuyo noble co-
razón le ha conquistado el cariño de todos, y le ha hecho el hombre más
(jucrido de la montaña.
Su frente ancha y despejada, sus ojos vivos y penetrantes de cariñosa
mirada; sus labios rojos en- los cuales brilla siempre una amarga sonrisa; su
negro traje, y sobre todo, el recuerdo de su padre, han hecho del joven un
ser fantástico, un héroe de los antiguos tiempos, y una providencia de los
montañeses.
Ha heredado el valor, la caridad, y el amor á la patria que distinguió ú
su desgraciado padre, y cuando años después del saqueo de la aldea volvió á
ella con su madre y con ^i abuelo, halló que los pocos amigos que hablan
sobrevivido á ia matanza de aquel memorable cuanto desdichado dia, le ha-
blan levantado á la puerta de su casa aquella tosca cruz, aquelrecuerdo
santo, aquella prueba de cariño, en cuyos brazos leia toda una historia y
ante la cual se arroihllaban los niños y se descubrían los ancianos; aquellos
leales amigos de su noble padre, nunca pasaban por el lado del hijo sin
descubrirse ante su enlutado traje, ante su sombría tristeza; Antonio les
apretábalas manos, y se arrojaban en sus cariñosos brazos como si cada uno
de ellos fuera la imagen viva de su padre muerto.
DE LA CARIDAD. 57
Todas las noches su abuelo, que contaba á la sazón 70 años, le relataba
al hijo la vida de su padre, su amor á la patria, á la familia, su heroico va-
lor y sus muchas virtudes; su pobre madre, en cuyos ojos no se habia seca-
do el llanto que hacia diez y seis años que vertía, le contaba el grande amor
(juc por él sentía: cómo velaba el sueño de su pequeño Antonio, cómo le
cubría con su cuerpo cuando el frío da la noche penetraba por las anchas
ventanas de la casa; las canciones con que le adormía en su regazo y el úl-
timo beso que estampó en su frente: terminados estos dos relatos comenza-
ba otro más triste y sombrío, comenzaba la historia de su desdichada muer-
te por boca del Guardian de San Agustín, que por nada del mundo hubiese
cedido á nadie este triste deber, y que día por día le relataba minuciosa-
mente la sangrienta muerte de su padre y que veía brillar con un gozo inefa-
ble, una venganza terrible en los ojos del hijo; aquellas veladas eran tristes
y melancólicas, como el sentimiento triste que albergaban aquellos nobles
corazones.
XIIÍ.
Es el amanecer elel 5 de Junio de 1825.
Los campos cubiertos de espesos trigos, y de oloros.is llnics (¡iic enil)al-
saman la atmósfera convidan con su grato perfume y s;i deliciosa vista, á
la contemplación.
El fresco viento que viene de Monserrat es aspirado con gozo en tan
deliciosa noche.
La hermosa luna lanza sns rayo;? de plata, é hiriendo con ellos los agu-
dos picos de la montaña, semeja á las gotas de rocío. El cíelo cuajado de
blancas estrellas está risueño y alegre.
El torrente cercano lanza sus espumosas aguas, y con su vista recrea e'
áninuí; la cuanana del monasterio tañe alegre, y á lo lejos se escucha la
esquila del cercano rebaño, ó el ladrido del perro ó el canto del campesino.
El hijo de Jaime seguido de dos liombres, se encaminaba por ignoradas
ví'ivilas, al monaslcrio di- Moiisi'rra!, c! im'^ího en doiidíí ({uince años antes,
su padre al freiile de los monliu'iescs habi^ logrado . detener á los soldados
de la Francia.
La noche ora hermosa y el perfume del tomillo, del jazmín y de la vio-
leta silvestre embalsamaban el espacio.
La iglesia se destaca silenciosa y la aguda torre de su canqiauarío pa-
recía una encandora; á la que servía de punto la plateada luna.
No era sólo Antonio el que se dirigía á la ermita.
Numerosos bultos caminaban silenciosos por diferentes veredas, arras-
trándose por la maleza, y ocultando un objeto con el mayor cuidado, ¿seria
quizás un arma?
Tal vez sí, que la situación era bien grave; España estaba ínnundada de
58 LA MASÍA
franceses, y el General Scliwarlz, se dirigía á Zaragoza con una fuerte divi-
sion, cuando una grande tempestad le habia obligado á detenerse todo un
dia en Manresa.
Algunos paisanos liabian logrado abandonar el pueblo furtivamente y
avisar á Antonio, que era el jefe reconocido de todos, el cual habia reunido
á sus amigos de Esparreguera, Paradella, San Pedro y pueblos comarcanos,
decididos á impedir el paso del ejército francés.
Antonio era un bravo muchacho que habia tomado bien sus disposicio-
nes: con el mayor silencio habia fortificado el pueblo; animado á los tími-
dos, arengado á los valientes, dado ánimo á las mujeres, y puesto el pue-
blo en estado de defensa: luego habia reunido á los campesinos de los .pue-
blos cercanos y los habia citado para el Monasterio á donde les vemos diri-
girse con resuelto paso.
Llegados alli, Antonio tendió la mano á aquellos valientes, que la estre-
charon con efusión; algunos, los mas viejos, los compañeros de su padre,
que recordaban la noche de su heroica muerte, se arrojaron en sus brazos
y gruesas lágrimas surcaron las mejillas de aquellos rudos montañeses.
Una voz vino á poner término á esta triste escena; era la del Prior de
los Benedictinos, él también por su parte habia hecho acopio de armas y
nkmiciones, habia llamado á sus amigos y puesto el convento en estado de
servir de baluarte primero, y de hospital después: con firme acento dirigi(3
la voz á aquellos esforzados campeones, cuando un monje, colocado en una
de las torres, vino á anunciar qué el enemigo estaba cerca: entonces se di-
rigió á Antonio, y con rápida vgz le dijo:
-^¿Está todo pronto?
• — Todo, padre mió.
— ¿El pueblo?....
— En defensa.
— ¿Nuestros amigos?
— Aqui están.
— El francés está cerca. ¡Animo, hijo mió! tu padre te mira desde el cie-
lo, y su sombra bendita ruega por tí, por vosotros todos, nobles corazones,
hondjres honrados, que todo lo sacrificáis á la causa de. vuestra indej.en-
dencia y vuestra libertad.
— ¡Bendecidnos, padre mío! — dijeron todos, doblando una rodilla.
— Si, hijos mios; yo os bendigo en el nombre del Dios de las núsericur-
dias, que es también el Dios de las justicias, y que la victoria sea con vos-
otros.
— ¡Así sea! — exclamaron todos, blandiendo sus armas.
El dia comenzaba á clarear; tin,tas blancas asomaban por Oriente, que
tomaron un color rosado y violeta, luego un brillante color naranjado y ro-
jo y poco des[iues el sol apareció en el horizonte.
DE LA CARIDAD. 59
- A SU brillante luz, veíanse relucir las bayonetas de los soldados france-
ses y podia contemplarse la alegría y el valor pintado en los rostros de los
catalanes.
Los franceses asomaban por el camino seguros y confiados en que el
público dormía, y pueblos y montaña estaban despiertos y alerta.
Algunos montañeses ocnpaban las ventanas y las torres del monasterio,
mientras el resto se ocultaba por las malezas y tras los grandes picos de la
montaña, donde el camino está situado en un fondo y * tan estrecho, qne
apenas daban paso á cuatro hombres, de suerte que los catalanes cogían de-
bajo de sus armas á los franceses.
Cuando el monje de la torre los creyó á tiro, lanzó á rebato las campa-
nas todas; los franceses, sobrecogidos de espanto ante aquel ruido extraño,
se pararon sorprendidos, mientras los montañeses descargaban sobre ellos
sus armas al grito de Antonio, <íCatalaña y libertad. ^^ ■
Los franceses quisieron rehacerse, pero inútilmente: la estrechez del ca-
mino no les permitía moverse, y los catalanes les dirigían sus certeros
tiros, mientras que las balas enemigas se perdían en los picos de la monta-
ña: la confusión de los franceses era horrible: no podían avanzar ni recibir
órdenes; los de atrás empujaban á los primeros, y los campesinos arrojaban
sobre ellos piedras enormes, que rodaban pprla -montaña con estrépito, y
caían al fondo sembrando la muerte en los soldados de Francia.
Por fin se declararon en retirada y quisieron atravesar el pueblo de Es-
parraguera; pero el camino pasaba por medio de su calle principal, llena de
muebles, carros y piedras, sobre las cuales caían, mientras que de todas las
casas los hombres les hacían un fuego horroroso y las mujeres les arroja-
ban tejas, piedras, vasijas de agua y aceite hirviendo, y toda clase de pro-
yectiles; en tanto que la campana de la iglesia seguía tocando á rebato.
La mortandad era horrorosa; los soldados huían como liebres, y los cam-
pesinos de los pueblos cercanos, acudiendo al toque de somaten, cazaban á
los soldados franceses como á una bandada* de conejos.
Después de una horrible lucha, lograron vadear el Llobrcgat, perdiendo
dos cañones y siendo perseguidos hasta las cercanías de Barcelona.
Terminada la lucha, el pueblo victoreó con entusiasmo al pobre huérla-
no; su madre lo recibió en sus brazos, y su abuelo tendió sus temblorosas
manos sobre aquella noble frente: las mujeres lloraban; los niños se arrodi-
llaban ante él, y los hombres le aclamaban con entusiasmo: enmedio de to-
dos apareció el Prior, y estrechándole en sus brazos, exclamó:
— Tu padre te sonríe desde el cíelo: has vengado su muerte y has salvado
á tu país, puedes estar satisfecho: mucho hemos sufrido, pero la venganza
ha sido digna déla ofensa; creedlo, hijos míos: El Dios de las misericordias
es también el Dios de las justicias.
Enrique Rodríguez Solís.
FRAGMENTOS DE ECONOMÍA POLÍTICA.
mm ACTLiAL DE LA CIENCIA ECOiSOMICA (I).
Párrafo II.— La ciencia en sus varias secciones.
Al eíee'lo de condensar lodo lo posible y encerrar en breves páginas la
realización de nuestro pensamiento , procedamos por clasificación , aunque
sintéticamente.
Producción de las riquezas. — Cuenta Mr. Dametli , en su bien meditada
introducción al estudio de la Economía política, que viajando por los pinto-
rescos cantones de Suiza, tuvo el honor de encontrarse en cierta ocasión con
una de las primeras eminencias del socialismo contemporáneo tan respetada y
considerada por su talento como por la bonOad y nobleza de su corazón. En-
íanlin; y que el jefe de los sanííinionianos , platicando con él sobre materias
económicas, le significo con toda lisrira que , en su concepto, la ciencia habia
expuesto y comprendido perfectamente el mecanismo de la producción de
las riquezas; pero que presentaba al mismo tiempo notables vacíos y la-
gunas en otros puntos. Prescindiendo de la' última parte de este juicio, ello
es que los mismos socialistas reconpcen hoy franca y paladinamente , que
la ciencia económica tiene sólidos é inmutables fundamentos y aparece con
una exactitud casi matemática relativamente á la producción. La esencia de
la riqueza, la variedad y nuiltiplicidad de sus formas, la potencia del trabajo
y sus auxiliares, la inq)ürtancia de la separación de ocupacioiK^s , los varios
agentes que concurren á la obra de la producción , las excelencias de la li-
bertad de la industria y los perjuicios que les irrogaba la organización gre-
(I) Véase el número 70 de La ]Ievist.\.
FRAGMENTOS DE ECONOMÍA POLÍTICA. 61
mial, la armonía del trabajo y el capital, la solidaridad que reina en todo el
organismo económico, constituyen otras tantas verdades de lá ciencia, pa-
trimonio común de sus cultivadores en todos los pueblos y países.
Discútese todavía, es verdad, la cuestión del método y los aspccLos dis-
tinlos bajo los cuales puede ser consideraíb la economía; pero no se con-
trovierte ya la realidad de la ciencia. De la misma manera , aunque conti-
núa pendiente la controversia sobre los orígenes de la propiedad, y especial- •
mente de la llamada territorial, se tiene por inconcusa su legitimidad, como
también que por su propia naturaleza preexiste á las leyes positivas del or-
den social destinadas á regularizarla y delenderla.
Entre los discípulos de Federico Bastiat y publicistas tan respetables
como Mmghetti, Batbie y otros, se debate aun con bastante frecuencia la
cuestión de si en las obras del malogrado economista de Bayona se prestaba
la debida importancia á los dones de la naturaleza como elemento necesa-
rio de la producción, ú si, por reverso , se descuidaba algún tanto esta úl-
tima á fin de enaltecer la potencia del trabajo. Esta cuestión, sin embargo,
se reproduce en otra sección de la econolhía política, y podemos prescindir
aliora de ella, como también de cuanto se refiere á las asociaciones obreras
que, según nuestra modesta opinión, tienen su lugar más oportuno y natu-
ral al liablarse de los salarios.
Circulación ó cambio de productos. — Las condiciones de liüu'Lado y so-
ciable que en el hombre concurren por efecto de su naturaleza íinita hacen
necesario el cambio ó la mutualidad de los servicios bajo la base del valor,
relación existente entre los productos que se cambian y lo cual tiene por
fórmula ó expresión concreta su precio.
Buscando la ley y el elemento regulador de estos fenómenos al través-
de las oscilaciones y diferencias que el mercado presenta, creyó Ricardo , y
antes que él otros ilustrados economistas , que como nadie trabaja por el
mero placer de trabajar , el punto central de los. cambios era el costo de
producción que, pasadas efímeras perturbaciones , recobraba su nivel. La
observación y la experiencia revelaron después que el costo de producción
no explica por sí solo las diferencias y vicisitudes del mercado , porqne en
muchos casos el costo se mantiene igual y los precins se ;icrec¡(Miían. Am-
pliados los términos déla investigac"on, el problema se hizo más complejo;
vi'ise que el precio corriente de los artículos en el mercado gravita siempi'e
hacia su precio !i;!im'al, y en el estado presente de la ciencia puede darse co-
mo fijada y sancionada la fórmula de que el valor, considerado como rela-
ción ó comparación, se determina por la concurrencia, ó sea, por la oferta
y el pedido de los objetos regulándose generalmente por el costo de pro-
ducción.
En cuanto al instrumento de los cambios y transacciones; obsérvanse
también principios fijos é irrecusables. Conocida la naturaleza esencial de la
G2 FRAGMENTOS
moneda no hay quien ponga en tela de juicio su calidad de mercancía su-
jeta, como todas, á continuos movimientos y oscilaciones. Desde los escri-
tos de Say los escritores individualistas niegan al Estado la facultad de es-
tablecer la relación entre los metales preciosos ; pero los estudios más inte-
resantes que se han hecho recientemente sobre el problema monetario son
los relativos á la cuestión del oro y á la manera como los descubrimientos
modernos han influido en el fenómeno de la circulación, así como también
la conveniencia de uniformar el sistema monetario entre las naciones de
Europa, cuyo principio dio lugar al tratado internacional de 18G5,
Bastante armonía reina entre los economistas sobre los fundamentos
del crédito, y nadie, sostiene ya que sea capaz de crear nuevos capitales, ci-
frándose su utilidad en promover y activar la circulación de los existentes y
en hacer pasar á manos más productivas los que , de otra manera , perma-
necerían inactivos y ociosos. No es problemática tampoco la utihdadde los
Bancos que entregan los ahorros pai^ticulares á la corriente de la industria
bajo la forma de préstamos y descuentos ; pero las dificultades surgen con
respecto á la emisión fiduciaria c*e algunos desean ver templada y limitada
por las reservas metálicas, mientras otros, y son los más, proponen que se
abandone la emisión al principio de libertad, como todo lo relativo alas ma-
terias bancarias. Vencidos ya en su primera posición los que confundían el
derecho de emitir billetes con la acuñación de la moneda , la contienda se
riñe actualmente entre los partidarios de la pluralidad de Bancos bajo con-
diciones uniformes según la ley, cuya doctrina intermedia sostienen Che-
valier, H. Passy, Baudrillart y algunos otros, y los economistas que defien-
den la bandera de la libertad absoluta considerando los establecimientos
de íimision como simples casas de. comercio.
La economía política se fija también particularmente en el crédito terri-
torial, nacido en Alemania durante el pasado siglo, y que desde Febrero
de 1852 presenta una organización especialisima en la vecina Francia. Des-
tinado á tributar á la agricultura servicios análogos á los que la industria
recibe de los Bancos, y siendo un poderoso intermediario entre los propie-
tarios de las tierras y los capitalistas, merece sinceros elogios de todos los
economistas, y hasta de los Gobiernos que le franquean el paso, adoptando
un régimen hipotecario que tenga por base y fundamento la publicidad y
la especialidad. Las disidencias, sin embargo, existen en punto á su organi-
zación, luchando todavía los partidarios de tres sistemas: los del Banco único
privilegiado, los de una ley común que permita su pluralidad bajo la forma
de asociaciones de propietarios deudores ú otra parecida, y los que defienden
sin reserva, ni condición alguna la teoría de la libre concurrencia.
Otra cuestión por demás controvertida y agitada en el campo económico,
ha sido modernamente la re'ativa al hbre comercio internacional. Caídas las
aduanas interiores y desacreditada en sus cimientos la doctrina de la balanza
DE ECONOMÍA POLÍTICA. 6S
de comercio, era natural que los pueblos tendieran expontáneamente á es-
trechar sus vínculos por medio del cambio de productos, y bajo la égida de
la solidaridad de los intereses. La libertad de comercio es, pues, á la hora
presente, un verdadero axioma para muchos de los economistas, y señala
la meta de sus porfiadas aspiraciones. Sin endjargo, el recuerdo del vene-
rable Smitli, que hacia concesiones, aunque temporales, al principio pro-
lector; el ejemplo de las naciones más aventajadas de Europa y América,
que han' visto crecer gradualmente sus industrias á la sombra de una legis-
lación tutelar, y que sólo han abierto sus fronteras al tráfico cuando para
ellas e/ principio cosmopolita y el nacional fueron una misma cosa (1);
la consideración de ser progresiva la capacidad económica del hombre, y
permitir en un estado relativo de educación, lo que es imposible bajo condicio-
nes diversas (2); la utilidad social que tiene para un país el llegar á reunir y
concertar en su seno los diversos ramos de la producción, aunque para ello
deban practicarse determinados sacrificios (5;; y, por último, la circunstan-
cia de que no siempre es fácil imprimir una nueva dirección al trabajo del
obrero y á los capitales empleados, mantienen viva todavía la polémica en-
tre los campeones del sistema protector y los del libre comercio, por más
que, en honor de la verdad, deba reconocerse que se va suavizando algún
tanto la tirantez de sus respectivas pretensiones. Es probable que los suce-
sivos adelantamientos de la ciencia social prestarán nuevos puntos de vista
al hombre de Estado para resolver atinadamente este problema, y sin me-
noscabo del alto interés moral y político que representa para las sociedades
el fomento del trabajo.
Distribución de las riquezas. — Teniendo en cuenta que el fin de la pro-
ducción es el consumo, y que á éste se llega por medio de la distribución
de las riquezas, se comprende la razón con que han dicho algunos socia-
listas «[ue esta última es la parte más grave y peligrosa de la ciencia. Traza-
do el círculo de la producción, se conoce de antemano quiénes son las per-
sonas ó agentes á que por derecho propio corresponde la recompensa. Apar-
te del sabio, que so halla en condiciones especiales y que no suele percibir
un provecho directo cuando su invención ha pasado ya á ser patrimonio del
mundo industrial, en todo acto de producción el primer interesado ó partí-
cipe, es el capitalista, el cual, á cambio del servicio que presta, recoge
un interés. Bastiat demostró cumplidamente la justicia de esta recompensa,
y á la hora presente apenas si [)odria encontrarse un economista ilustrado
que pusiese en tela de juicio la legitimidad de dicha remuneración.
(1) Federico List.
(2) Peshine Smith.
(.3) Carey, La ckncia social,
64 FRAGMENTOS
No reina tan perfecto acuerdo en punto á la re/i/d de la tierra. Los econo-
mistas suelen reconocerla en principiorpero no todos bajo la misma forma;
asi que para unos es el precio del monopolio en las tierras superiores, aten-
dida la fertilidad relativa que presentan comparadas entre si, mientras para
otros no es más que el beneficio ó provecho inherente ala apropiación y pose-
sión del suelo. Ricardo, como es sabido, la explicaba en la primera acepción,
y partiendo del supuesto de que el cultivo empieza en la historia por las
tierras superiores, y desciende gradualmente alas inferiores; llamaba renta
á la diferencia entre el costo de producción de los trigos de calidad Ínfima
y el precio corriente de todos en el mercado. De lo cual deducía que, si el
precio corriente representa para muchos la simple recom[)ensa del trabajo
y del capital empleados, los propietarios de tierras fecundas, recojen una di-
ferencia, un exceso que constituye la renta. E. Carey calificó de hipotética
la teoría de Ricardo, por cuanto, según su modo de ver, el cultivo, no se
realiza en la historia de más á menos, sino de menos á más, en escala as-
cendente, es decir, comenzando por terrenos montañosos y quebrados, los
cuales pueden cultivarse casi sin capital, al paso que los valles y las llanu-
ras, cubiertas de una vegetación lujosa y expléndida, están necesitadas de
capitales considerables para ser entregadas al cultivo. Actuallamente no pue-
den darse por dirimidas aún las dificultades relativas á la renta de la tierra.
Wolowski, impugnando en su rigorismo las dos fórmulas de Ricardo y Ca-
rey, sostiene que el problema es más complejo de lo que hasta ahora se
había supuesto, y que el cultivo agrario no sigue una proporción, determi-
nada. Baudrillart y otros tratadistas explican aún la renta como expresión
de una desigualdad natural existente entre las tierras, bien así como entre
los hombres son diferentes la intensidad y la energía de las capacidades; en
tanto que R. Fontaney, en su obra sobre la renta territorial, levanta una
bandera decididamente reformista, y niega la existencia de Ja mencionada
renta, sustituyéndola por la idea de provecho inherente á la concesión y
a])ropiaciün del suelo, y explicando por causas de diversa índole la carestía
relativa de las subsistencias.
Desembarazados de las cuestiones relativas al interés y á la renta, llega-
mos á los salarios, punto capital de la ciencia económica, y de gran trascen-
dencia en nuestro siglo, como ínLimamente enlazado con la condición mate-
rial y moral de las clases jornaleras. Que el capital y el trabajo son en su
fondo armónicos; que la tasa de los salarios se determina por la oferta y la
demanda, bajando, como decia gráficamente el jefe de la Liga de Manches-
ter, cuando dos oLreros corren tras un amo, y subiendo cuando dos amos
corren tras un obrero; que los gastos de producción, si no expresan la ley
del mercado, traducen una tendencia regularmente observada; que el salario
nominal no es el real, como el numerario no es en si mismo la medida de las
riquezas; que los salarios tienden á subir y á mejorarse y no á la declina-
DE ECONOMÍA POLÍTICA, 65
clon, como suponia Ricardo; todo eslo son principios de autoridad recono-
cida en el estado presente de los estudios económicos.
Pero brotan luego las disidencias cuando á la vista de las dificultades y
privaciones con que lucha la familia proletaria, se quieren .indagar los me-
dios de enaltecerla y regenerarla. Entre ellos descuella modernamente la
asociación voluntaria, ó sea, el mismo obrero constituyéndose en artífice
directo de su regeneraoion (1). Sobre este punto, sin embargo, conviene es-
tablecer una diferencia importante. Hay en nuestros días dos clases de aso-
ciaciones: las llamadas cooperativas, qiíe tienen por objeto proporcionar al
obrero un suplemento de salario por medio del ahorro en el consumo, por
los auxilios del crédito popular, ó haciéndole empresario de su propia in-
dustria; y las que se han constituido recientemente como en defensa contra
el capital [unions'trades], y promueven huelgas forzadas y artificiosas, y se
imponen á los Gobiernos de Europa de una manera que ha llamado la aten-
ción de augustos personajes y respetables publicistas (2).
Decir que estas últimas son miradas con prevención y sobrecejo por los
economistas, casi nos parece excusado; pero, en cambio, bien podemos ase-
verar que en todos los países cultos es reconocida y ensalzada Jioy la exce-
lencia de las cooperativas, y que no le faltan siquiera los sufragios de ilustres
purpurados y lumbreras de la iglesia. Quien trate de conocer á fondo la or-
ganización de esta clase de asociaciones, hallará una bibliografía completa
de las mismas en los escritos de Julio Simón, Batbie, Schulze, Delitzsch,
Horn y los Boletines de las Agencias centrales de Alemania y Fran-
cia. Prácticamente han obtenido- estas sociedades un desarrollo inmenso,
como lo patentizan los siguientes datos. En Inglaterra tienen su principal
asiento las de consumo, entre las que sobresale la de Rochdale, fundada en
1843, y que contaba ya en 18G6 con G.426 asociados, habiendo realizado
ventas semanales por valor de.6.821.C00 francos, y obteniendo un beneficio
de 928.200 francos. Además, en la Revista de Edimburgo se lee que en
Octubre de 1864 había en el Reino-Unido unas 800 asociaciones de consu-
mo, comprendiendo 200.000 asociados, y manejando un capital de 25 mi-
llones de francos. Las de crédito popular, constituidas desde 1849 á 50 por
pl Diputado prusiano Sclmlze-Delitzsch, han prosperado señaladamente en
el suelo germánico;, y tanto, que en 1867 había en Alemania 1.700 socieda-
de's cooperativas, de las cuales unas 1.400 lo eran de anticipo y de crédito,
representando por junto más de 500.000 asociados, y girando un capital de
158.000.000 de francos. Últimamente, las sociedades de producción, más
vidriosas que las anteriores y ocasionadas á terribles contingencias, han sido
(1) Julio Simón.
(2) Aludimos al opiisculo del Conde de París y á la obra de Tliortoü Sobré el tra-
bajo {on lahour.)
TOMO XIX. 5
66 FRAGMENTOS
especialmente estudiadas en Francia, y, á pesar de la decepción que experi-
mentaron cuando la catástrofe de 1848, existen todavía unas 100 de este ca-
rácter en la nación francesa. A la vuelta de estas noticias, debemos añadir
que en todos los Estados de Europa existe el gármen de la cooperación más
ó menos desarrollado, y que en Francia dan opimos frutos también las so-
ciedades encaminadas á proporcionar á la clase obrera viviendas cómodas y
aireadas como las de Mulhouse, facilitándole medios para su adquisición á
favor de una larga serie de años (1).
La cuestión de los salarios tan compleja y trascendente , llevó como por
la mano á los economistas á plantear la de subsistencias, y las demás que
se enlazan con la caridad oficial.
A principios deUiglo, profundamente alarmado Malthus ante el problema
de la población, trazó su famosa teoría de las proporciones geométrica y
aritmética, y de los obstáculos represivos y preventivos. Por una reacción,
que es casi ley constante de todas las cosas humanas, hubo quien calific )
de absurdos tales temores, y el norte-americano Carey ha sostenido de^;-
pucs principios diametralmente opuestos á los del autor inglés.
En el estado actual de la ciencia, si bien se acepta la posibilidad de que
en determinadas condiciones sociales el acrecentamiento de la población
traslinde la valla de las subsistencias, y se antepone la ventaja de los medios
preventivos sobre los represivos, no se consideran como peligro del mo-
mento las sombrías predicciones de Malthus, atendidos particularmente los
nuevos adelantos de las ciencias físico-químicas, la mayor facilidad de las
comunicaciones y otras circunstancias por todo extremo favorables.
No por esto, sin embargo, es bien que de una manera imprevisora abu-
sen los pueblos de la caridad estimulando matrimonios prematuros y des-
arrollando un bienestar aparente ó efímero, como que no descansa sobre los
resultados del trabajo. La marcha progresiva de los estudios económicos ha
suavizado en lo que tenian de exageradas ciertas apreciaciones sobre la be-
neficencia oficial; y en principio, aunque se condenen y anatematicen toda-
vía la ley de pobres y el derecho al trabajo, se admite como legítimo que
el poder administrativo deje sentir su influencia bienhechora en aquellos ca-
sos para los cuales deben considerarse insuficientes los auxilios- de la ca»i-
dad privada. En la práctica, no obstante, las costumbres van templando el
rigor de las teorías; la sociedad deja hacer á los particulares todo cuanto
puede esperarse de sus generosos sentimientos, y algunas veces, como, por
ejemplo, sucede en ciertos departamentos de Francia respecto de la niendi-
(1) El autor tuvo ocasión de estudiar ampliamente las cuestiones que suscitan lag
sociedades cooperativas en diez artículos que escribió sobré el crédito popular, y i>ubli
có eu el Diario de Barcelona (1867.)
DE ECONOMÍA POLÍTICA. 67
ciclad (1), la influencia de la administración pública se reduce á una pura
cuestión de iniciativa y á excitar los benéficos impulsos del vecindario, ha-
ciendo que se pongan en contacta intimo las clases superiores con las infe-
riores. Solución plausible y discreta á todas luces, que aprovecha y utiliza
el gran poder del Gobierno en una sociedad centralizada, sin perjuicio délos
intereses materiales y del presupuesto del país.
De todos modos, lo que en esta delicada materia corresponde es que no
se entregue el campo á las exageraciones; que sin menoscabo de la limos-
na, siempre santa bajo el punto de vista cristiano, se comprenda que la ten-
dencia colectiva de las sociedades modernas es, como decía Miguel Cheva-
1 ier, al enriquecimiento por el capital, á la riqueza por los esfuerzos propios
y la previsión de las familias. Y conviene que no lo pierdan de vista los re-
públicos contemporáneos. El carácter de la beneficencia, con ser tan res-
petable, es subsidiario, y aún para la economía política cristiana, el trabajo
es la clave más importante del mejoramiento del hombre, la credencial que
el ciudadano le entrega á la naturaleza para que le rinda dadivosasus te-
soros.
Consumo de las riquezas.' — En esta última parte de la economía polí-
tica comprenden los autores tres interesantes cuestiones: la del hijo, la
Deuda pública y la contribución.
Desde que Federico Bastiat supo condensar en un brillante opúsculo los
principales sofismas adoptados en el orden económico con relación al fenó-
meno del consumo, y deslindar hábilmente lo que se ve de lo que n@ se ve,
lia perdido grandísima importancia la teoría del lujo «por la conveniencia
de mantener y fomentar las transacciones». Los economistas saben á la
hora presente que lo que no se gasta de. un modo, se gasta de otro; que las
leyes suntuarias, sobre ser injustas y vejatorias, resultarían ineficaces, ya
que, como observó Blanquí, las mejores son las que lleva escritas cada cual
(MI el fondo de su bolsillo; que las expresiones de necesidad facticia y gas-
•to de lujo son puramente relativas en cada individuo, y por último, que en
materia de gastos, la regla no es gastar poco ni mucho, sino en relación di-
recta con los fines racionales que el hombre debe llenar acá en la tierra, y
según la medida de sus facultades y recursos.
Sobre lá Deuda pública nos basta coj^ignar que, relegada al olvido la
vulgar especie de que un Estado es más rico en cuanto tiene mayores deu-
das, y desvanecido el fosfórico explendor del interés compuesto, como lo
aplicaban los discípulos de Price, la ciencia económica admite los emprésti-
tos en debida proporción con los tributos, según los elementos que un Es-
tado atesora, y contrayéndose para empresas plausibles y fines dignos de loa,
que aprovechen, no sólo alas generaciones presentes, sino á las futuras.
(1) Mr. Magnítot, Lettfes á une dame -sur la charHé,—l$5G
68 FRAGMENTOS
Menos consonancia, menos unidad de miras reina en el campo de la
contribución. Verdad es que ha perdido su prestigio la idea de que el im-
puesto dsba ser considerado en su esencia como improductivo y estéril, así
como que sea la más ventajosa de las colocaciones que el contribuyente
puede dar á su dinero. Condenado también por injusto el impuesto progre-
sivo, siguen discutiendo los hacendistas acerca de los tributos. sobre la ren-
ta, V. gr., el income-íax de Inglaterra; y mientras los impugnan con ener-
gía León Fauncher, de Puynode, y la generalidad de los economistas, ha-
llan fervientes y celosos defensores en Hipólito de Passy y el erudito autor
del Timtadode los impueslos, Esquirou de Parieu.
Fmalmente , la contribución única , ilusión de distinguidos publicistas
desde Vauban hast% Emilio Girardin y algún respetable escritor español, se
conserva en las apacibles regiones de la teoría como aspiración ideal, pero
que no ha tenido hasta ahora realidad objetiva, á lo menos en lo que al-
canzan nuestras investigaciones y lecturas.
Como remate y coronamiento de los estudios económicos, se destaca hoy
por hoy la cuestión capital de las atribuciones del Estado. Digamos sobre
ella brevísimas palabras.
Hablando Jeremías Bontham de la misión económica de los Gobiernos y
com!.)atiendo en su base , en sus raices, el espíritu reglamentario; escribió
esta sencilla frase : « En economía hay mucho que aprender y poco que lia-
cer.» — Hoy parece esta una máxima de sentido común , una verdad trivial
y vulgarísima ; pero para llegar ú descubrirla y afianzarla, para que lograse
imponerse á la conciencia púbhca , ¡ qué de abusos y torpezas han debido
consumarse! ¡Cuántos errores sobre la ley del trabajo, sobre el origen de las
riquezas , el máximun de los precios , la tasa de los salarios, la moneda, las
má([iftnas , la población , etc.! ¡Cuántos sofismas y logomaquias entre los
hondjres do estudio! ¡Cuántas preocupaciones y violencias en la esfera de la
opinión pública!
Pero llegó un día en que hubo de comprenderse claramente todo el ab- .
surdo de la reglamentación que agravaba las dificultades económicas'parti-
culares so pretexto de atenuarlas ; y al caer los muros de la vieja organiza-
ción, el jornalero, que hasta entonces había contado con elementos auxilia-
res, se encontró inerme, abandonado á sí mismo, privado de todo patronato,
lleno de preocupaciones-su entendimiento y no teniendo siquiera clara con-
ciencia de los medios que podía emplear para suplir el pasado organismo.
Momentos híin sido estos de amarga angustia, de trausicion en la vida eco-
nómica moderna, y en los cuales se han dejado oír elegiacos acentos, voces
plañideras acusando de materialista y despiadada á la ciencia económica.
Pero la rotación de los tiempos, la misma marclia del progreso corrijo tales
anomalías ; y si á la tesis organización gremial, por ejemplo , sucedió la
antítesis de la libertad destituida de elementos positivos y eficaces que pu-
DE ECONOMÍA POLÍTICA. G9
diesen atenuar los rigores de la concurrencia, hoy va triunfando una siniesis
superior que, por medio de la asociación voluntaria, por la iniciativa de los
más inteligentes y en armonía con los- preceptos económicos , brinda á la
clase jornalera con auxilios proporcionados á la nueva situación en que so
encuentra colocada. Esta consideración, sin embargo, si tranquilizadora
para el porvenir, no resuelve de plano las dificultades del momento, ni
explica cuáles deban ser las atribuciones del Gobierno ínterin dura el perío-
do de tránsito entre el viejo y el nuevo orden de ideas. Como es natural, se
dividen las escuelas sobre este punto; y mientras unas sustentan que para
crear liá])itos, dar temple y energía á los caracteres y aventar prestamente
las sombras de la ignorancia, la única fuerza /joíiíiva es la libertad, otra^',
considerando que la capacidad de los pueblos es relativa y educablc, pi'opo-
nen que, aceptándose como ideal las enseñanzas de la economía política, se
obligue á la entidad Gobierno á abdicar muchas de sus . actuales atribucio-
nes, pero que en vez de un absoluto y descarnado laissez faire se proclame
como verdaderamente científico el principio de que «á proporción y medida
(pie se dilata y robustece la personalidad del individuo y la energía de los
pueblos , deben soltarse las ligaduras del poder y ser más circunscrita la
acción del Estado.»
De la rápida ojeada que acabamos de echar sobre el estado presente de
los estudios económicos, creemos que pueden deducirse tres conclusiones,
verdadera síntesis de nuestro juicio.
1." Que la ciencia económica aparece ya, no sólo fijada y legitimada en-
¿;u objeto, en sus prolegómenos y en su método, sino perfectamente cons-
truida y encadenada en sus diferentes partes.
2.° Que, aún así, la controversia continúa animada entre los economis-
tas sobre la libertad de Bancos y la emisión fiduciaria, la extensión que debe
darse al comercio internacional, las asociaciones obreras (no en el sentido
cooperativo, sino como arma de guerra contra el capital ^{u7iions'lrades), la
renta de la tierra y sus relaciones con el principio de propiedad, las mejoras
que pueden introducirse en el cuadro de los impuestos, el sistema ge»
ncral de las atribuciones del Estado y otros puntos de menos impor-
tancia.
Y 3.' Que en el estado actual de la economía política se ve campear y pre-
dominar en ella una tendencia armónica, así en su elaboración interna, co-
mo en sus relaciones con los demás estudios morales; -ó, en otros términos,
que actualmente, caídas ya en la sima del descrédito ciertas aspiraciones ex-
trañas de otro tiempo, todo tiende á la ciencia social, edificio de soberbia
y majestuosa traza para el porvenir, pero del cual sólo existen á la hora
presente abiertas las zanjas y echados los cimientos.
(Se continuará)
J. Leopoldo Feu.
ASTRONOMÍA.
SATURNO, SUS SATÉLITES Y ANILLOS.
EiiUe ol coiiíiiderabltí oúniero de pUmela.s que coiisüUiyeii nuestro í;Í: -
tema solar, Satiu'uo es sin duda el más singular de lodos por el mecanismo
admirable ([ue en él se advierte. Este planeta sigue después de Júpiter en el
orden de distancia, y á i)esar de su gran magnitud , nos trasmite una luz
débil, aplomada y constante, lo que proviene de su alejamiento de la tierra
y de su enorme distancia del sol: por esta causa es fácil distinguirle de la§
estrellas fijas. Está situado á 520.000.000 de leguas del sol, en una órbita
que describe en 30 años próximamente, cuya inclinación sobre la eclíptica
ú órbita de la tierra es de 2" 29'o5", 7. LaA'clocidad de que está animado
en este movimiento de traslación es de 8,000 leguas por liora, que equivale
á 11)2.000 en un golo dia. Por las manchas sombrías que se advierten en su
superíicie se lia determinado el movimiento de rbtacion del planeta sobre
si mismo en 10 horas 2'J',10" el que ejecuta de Occidente á Oriente como
el movimiento de traslación, lo mismo que los demás planetas. Esta rota-
ción tan veloz hace que sea, como Júpiter, muy aplanado en los polos: de
manera que el diámetro ecuatorial es al polar como 12 á 11. Observado
con nn telescopio, ofrece su disco una serie de bandas paralelas á su ecuador,
semejantes á las de Júpiter, aunque menos notables, las cuales son produ-
cidas, según el sentir de' los sabios, por grandes ráfagas de nubes impelidas
en aquella dirección por la rápida rotación de Saturno. Si este planeta es
sólo vivificado por el sol, debe ser alli la luz muy opaca y el frió bastante
intenso, pues únicamente recibe de aquel astro 90 veces menos luz y calor
que nosotros; sus estaciones deben ser tan largas como cortos los dias"
Además Saturno es 1.000 veces mayor que la tierra, y su masa ó peso no
ASTRONOMÍA. 71
está en proporción con su tamaño: la masa de Saturno es 101,0058 veces
mayor que nuestro globo, y su densidad una décima parte ó diez veces
menos denso; de suerte que los materiales que entren en la composición de
este 'enorme planeta no deben exceder á la densidad de la madera. A las
leyes de la gravitación universal es deudora la ciencia de este importante
descubrimiento, pues por medio de ellas ha sido posible determinar las me-
didas de las masas y el peso absoluto de todos los cuerpos planetarios.
Saturno, tan notable por .sus peculiaridades. físicas, lo es mucho más
por los satélites que le acompañan en su movimiento de traslación alrede-
dor del sol. Estos satélites ó lunas, con su astro central, forman un sistema
planetario en miniatura, casi análogo, en cuanto á las leyes del movimiento,
al gran sistema solar á que pertenecen. El conocimiento de esto^ cuerpos
data del siglo XVII, en cuya época se inventó el telescopio por el profundo
ingenio de Galileo. Después de haber descubierto este gran hombre en 1010
los cuatro satélites de Júpiter desde la Torre de San Marcos, en Venecia,
observó una cosa extraña en el aspecto de Saturno que el alcance de su
telescopio no pudo resolver. Esta apariencia era ocasionada por los satélites
y anillos que rodean á dicho planeta. La gloria de este importante descu-
brimiento estaba reservada al célebre Huyghens. Auxiliado este laborioso
astrónomo por un instrumento de mas potencia óptica, descubrió en 1055
los anillos y uno de los satélites de Saturno. Con este descubrimiento era igual
el número de satélites al de planetas, entonces conocidos, por lo que de-
dujo Huyghens que no se hallarían más satélites, fundándose en que esa
previsora compensación de cuerpos en nuestro sistema planetario era indis-
pensable para mantener su armonía. Sin embargo, esta conjetura fué bien
pronto destruida, pues á poco en los años de 1071 á 1084, vio Cassini que
Saturno iba acompañado de otras cuatro lunas.
Desde esta época no se agregó ningún astro nuevo á nuestro sistema so-
lar, basta que Guillermo Herschel, ese moderno Newton de Inglaterra, hizo
un famoso telescopio. Con ayuda de este colosal instrumento logró desem-
brollar el misterio de los grandes sistemas sidéreos, y estudiar la constitu-
ción de nuestra Nebulosa con la profunda filosofía de que tan solamente él
era capaz. Descubrió en 1789 dos satélites de Saturno.
En 1849, M. Lassell, aficionado ala astronomía y negociante de Liver-
pool, descubrió el octavo satélite del mismo planeta, que rueda entre el de
Huyghens y el más lejano de los de Cassini. La misma noche que Lasell
veía este cuerpo lo observaba en América M. Bond, director del observato-
rio de Massachussets*. Y finalmente, en Abril de 1801 anunció El Cosmos
el descubrimiento casi seguro del noveno satélite de Saturn» por Golsdsch-
midt, aficionado también á la astronomía; pero desgraciadamente no se
confirmó la noticia porque los astrónomos, tanto de Europa como de Amé-
rica, no vieron nada que justificase tan notable descubrimiento, cuyo hecho
72 astronomía.
de por sí no ha perjudicado en lo más mínimo la justa celebridad de ([ue
ha gozado Golsdschmidt en Europa por su habilidad é inteligencia como
observador, habiendo prestado eminentes servicios á la ciencia con los des-
cubrimientos progresivos de trece asteroides (1). El último de estos" cuerpos
lo descubrió el 5 de Mayo de 1801, y es muy probable que á no haber ocur-
rido su fallecim iento, hubiese encontrado más, pues así nos induce á
creerlo, no sólo el gran número de asteroides que -deben existir en esa in-
mensa zona, sino la idoneidad de que estaba dotado parala observación este
activo explorador de los espacios celestes.
La teoría de los satélites de Saturno está todavía más inexacta rpie la de
Júpiter, á causa de la inmensa distancia á que están de nosotros estos pe-
queños /íuerpos planetarios. Sus órbitas se hallan casi en el plano de los
anillos, con excepción del sétimo, que en virtud de la acción del sol, se
aparta de este plano de una manera bastante sensible. Se ha examinado de-
tenidamente el movimiento de este satélite, y por él se comprueba que las
leyes de Kepler se verifican en el sistema de Saturno, del mismo modo, res-
pectivamente, que en nuestro sistema solar. Este satélite, cuyo volumen no
es nmy inferior al del planeta Marte, ofrece cambios periódicos en su luz,
lo cual justifica su movimiento de rotación durante el tiempo de una revo-
lución en torno de Saturno. El segundo satélite en distancia al astro cen-
tral, también se ve fácilmente; pero los seis restantes son muy peíiueños, ó
lo parecen á una distancia tan considerable, y sólo pueden distinguirse cou
telescopios de mucho alcance. Es muy verosímil que estos satélites, á se-
mejanza del sétimo, invierten el mismo tiempo en rodar sobre sus ejes que
en dar una vuelta alrededor de Saturno, porque esta igualdad de duración
de ambos movimientos parece ser ley general de los planetas secundarios.
Este respetable séquito de lunas que rueda en torno de Saturno para
iluminar sus noches, distingue á este planeta entre los demás astros de su
clase; pero con especialidad, lo que más le singulariza son los anillos que le
circundan, los cuales presentan un fenómeno grandioso, único y sin aiíalo-
gía en nuestro sistema solar. Vienen á ser dos enormes bandas situadas di-
rectamente sobre el ecuador de Saturno, anchas, achatadas y de poco espe-
sor, comparativamente á las otras dimensiones: son concéntricas entie sí
y con el planeta, y están separadas tn toda su circunferencia por un estre-
(1) Se da este nombre á un mimero todavía indeterminado de pequeños planetas
que ruedan al rededor del sol entre las órbitas de Marte y Júpiter. Se conocen hasta
el dia de hoy li9, y son perceptibles solamente con poderosos telescopios. El doctor
Olbers opina que estos cuerpos formaban originalmente un solo planeta que una ex-
plosión esi^antosa en su interior dividió en pedazos, los cuales se lanzaron al espacio á
varias distancias del sol; animados de velocidades diferentes. Todos estos cuerpos son
defonnes y tienen puntas angulares, lo cual corrobora mucho la citada hipótesis.
ASTRONOMÍA. 75
clio intervalo, y ele aquel cuerpo por un espacio más considerable, según
demostraremos más adelante. Estas bandas ofrecen una forma más ó menos
prolongada, según la oblicuidad bajo que son vistas, por razón de las diver-
sas" inclinaciones que toma Saturno con relación á la tierra en su movi-
miento orbital; pero cuando su posición es tal, que la prolongación del pllu
no de estas bandas pasa por el sol, en el mismo instante la tierra, en virtud
de la pequenez de su órbita., comparada con la de Saturno, no puede estar
muy separada de este plano, y forzosamente debe'pasar por él, poco antes ó
poco después del momento en que dicbo plano pasa exactamente por el
centro del sol. Es este caso no se nos presenta más que el borde del anillo
externo iluminado por el sol, bajo la forma de una linea recta muy estrecha
al través del globo de Saturno, y saliente por ambos lados de él, aparecien-
do los satélites, — que como dijimos anteriormente se hallan sobre el plano
de los anillos — «como cuentas ensartadas, dice Juan ITerschel, en el hilo lu-
minoso, casi infmitamente delgado, á que aquel se reduce en tales ocasio-
nes, saliendo por corto tiempo hacia uno y otro lado fuera de él, para vol-
ver en breve, y como apresuradamente, á su escondite habitual.» Este raro
fenómeno se verifica de quince en quince años. La última vez qne tuvo lu-
gar fué en 1862, *y, por consiguiente, su repetición inmediata será en 1877.
Cuando se observa con telescopios de mucha amplificación, se descubren
en la superficie de los anillos unas fajas oscuras, que parece que forman va-
rias divisiones de muchos anillos concéntricos, según suponen Short, Que-
telet, Heucke, el padre Vico y diferentes astrónomos más; pero otros dis-
tinguidos observadores, auxiliados también por potentes instrumentos y en
las circunstancias más favorables, no han visto cosa alguna que justifique
terminantemente la existencia real de tales divisiones, porque en punto á
observaciones tan delicadas, es muy posible padecer alguna ilusión óptica; y
asi es que solamente los dos antiguos anillos son los mas notables, y de los
cuales tenemos un conocimiento más exacto. Las dimensiones de estas ex-
trañas adlierencias de Saturno son extraordinarias. Se ha calculado por las
mediciones micrométricas de Mr. Struve, que el diámetro inferior del anillo
más pequeño es de 42.488 leguas, y el diámetro exterior de 54.926; y que el
diámetro interior del mayor tiene 56.223 leguas de extensión, y su diámetro
exterior 65.880. El espesor de estos anillos, según cálciüos de Juan Ilers-
chel, no pasa de 56 leguas, y la distancia que separa á entrambos es de
648: la que separa al anillo interior del planeta es de 6.912.
La naturaleza ó constitución física de estos anillos hace dos siglos es ob -
jeto de profundos estudios para los observadores filósofos, pero ninguno de
ellos ha podido todavía dilucidar el punto sin oposición. En la distribución
• regular y uniforme de la masa de los anillos alrededor del centro de Saturno
y en el plano de su ecuador, es en donde creyó hallar el gran Laplacé el se-
creto de la formación de nuestro sistema solar; pues si, como hay funda.
74 ASTRONOMÍA.
mentó para creerlo, los planetas y sus satélites se han formado por la con-
densación gradual de las zonas ó anillos, de materias gaseosas abandonadas
sucesivamente por el ecuador de las atmósferas del sol y de los planetas pri-
marios, al entrar estas masas en movimiento rotatorio, es indudable que los
anillos de Saturno son testimonios irrecusables de la verdad de esta teoría del
eminente autor de la Mecánica celeste, y pruebas subsistentes de la extensión
primitiva de la atmósfera de Saturno, abandonados por esta en sus reconcen-
traciones sucfesivas y condefisados con el tiempo. Los más célebres astrónomos,
Struve, los dosHerschels, Bcssel, Smyth, y otros, los han considerado del
mismomodo, es decir, como cuerpos sólidos constituidos de la misma materia
y densidad que el planeta, puesto 'que proyectan sombra sobre Saturno y este
recíprocamente sobre los anillos. Esta teoría está generalmente admitida; no
asila que han avanzado á éste respecto JVÍr. Bond y el profesor Pierce. Sos-
tienen estos astríjnomos que los anillos de Saturno están compuestos dé una
materia semi-liquida, y en prueba de su aserto, dicen que cuando se obser-
van con cuidado y detención se advierte que están sujetos á un cambio con-
tinuo en sus apariencias telescópicas, que no puede exphcarse por ninguna
otra teoría; y además afirman que conforme á los principios matemáticos,
si fuesen sólidos dichos anillos no podrían mantenerse en torno del planeta
conservando siempre un equilibrio estable. Aunque por medio de esta teo-
ría parece que se explican más fácilmente aquellos fenómenos, que por me-
dio de la teoría precedente, no obstante, muchos astrónomos no la han
adoptado, prefiriendo aguardar una demoátracion de ella más comprensible
y estética.
Ahora bien: si los anillos de Saturno están compuestos de materia sólida
y ponderable, ¿cómo pueden sostenerse sin desplomarse sobre el planeta? La
causa de este fenómeno singular consiste en la fuerza centrífuga producida
por la rápida rotación de los anillos en su mismo plano, que Guillermo Ilers-
chel ha descubierto, merced á las manchas que ofrecen, asignándole un pe.
ríodo igual al del planeta de 10 horas, 29 minutos, 16 segundos, que por las
nociones que tenemos acerca de la fuerza de gravedad que reina en el siste-
ma de Saturno, la duración de esta rotación es cabalmente el tiempo perió-
dico de un satélite que circulase alrededor de Saturno á una distancia igua-
á la que hay al mismo desde la circunferencia media de los anillos; y aun-
que no ha sido posible averiguar hasta el presente si se hallan lastrados en
alguna parte de su ciréunferencia por una diferencia de espesor ó densidad,
es muy natural que esta diferencia exista, de manera que los mantenga sepa-
rados uno del otro, y en un estado de constante equilibrio para evitar que se
unan. Además, se ha descubierto por medio de medidas micrométricas muy
exacta?, que los anillos no son rigorosamente circulares ni concéntricos, .y
que su centro de gravedad oscila alrededor de Saturno describiendo una pe-
queña órbita; pues si fuesen perfectamente circulares y concéntricos no po-
ASTRONOMÍA. 75
dian mantener su estabilidad de rotación, y al menor poder de fuerzas exte-
riores se precipitarían sin romperse sobre la superficie del planeta. Los,sa-
téli tes contribuyen también á mantenerla armonía de este inmenso aparato.
Ninguno de los magníficos fenómeíios celestes que se verifican dentro de
los límites de nuestro sistema planetario, es comparable, á nuestro modo
de ver, en punto á espectáculo, con el que deben exhibir los anillos de Sa-
turno desde el hemisferio del planeta que mira su faz iluminada por el sol.
En el ecuador de Saturno el anillo exterior no es visible por ocultárselo el
interior; pero á unos 45° de latitud aparecerán ambos anillos como vastos ar-
cos o semicírculos de luz movibles, que dividen el cielo del horizonte oriental
al occidental. Por el contrario, en las regiones situadas hacia la parte oscu-
ra de los anillos, «no tendrá lugar ese bello espectáculo, porque el sol alum-
bra alternativamente por espacio de quince años el lado septentrional de los
anillos, y luego el meridional; de suerte que tienen un día de quince años,
y una noche de igual duración.
Nada sabemos acerca del objeto, uso y fin de estos anillos maravillosos;
cuanto pudiéramos decir, se reduce á simples conjeturas que no reconocen
causa alguna física que las explique; pero las manchas que en ellos se notan
con frecuencia, dan un alto grado de probabilidad á la hipótesis que asegura
que son de una naturaleza homogénea á la del planeta; por consecuencia, la
observación y la analogía mducen á creer que deben estar habitados como la
tierra, y quizá como todos los cuerpos celestes; pues hasta ateo y ridículo
es creer que entre tantos mundos como pueblan los espacios, solamente la
tierra, este átomo perdido en la oscuridad, es la única morada de la vida y
de la inteligencia.
Si los seres que puedan habitar los anillos están dotados de una inteligen-
cia análoga á la nuestra, y se encuentran provistos — como supone Huy-
ghens, que estarán todos los planetícolas — de instrumentos auxiliares coniu
nosotros para hacer observaciones científicas, ¡qué grandioso objeto, para
estas criaturas de investigaciones curiosas al verse circunscritas entre dos
enormes anillos casi contiguos, al contemplar las ocho lunas que circulan á
su alrededor, las maravillas de la bjveda celeste, y el globo de Saturno,
que, como una lámpara luminosa, situada para ellos á una distancia ocho
veces menor que está do nosotros la luna, excitará continuamente su admi-
ración y su entusiasmo! Y sí, como parece, tambiejí muy probable, el globo
de Saturno está habitado por seres animados é inteligentes, ¿qué opinarán
sus astrónomos al percibir la tierra allá como un puntor brillante en la soh^-
dad de nuestro sistema? ¿Creerán que está habitada? ¿formarán cálculbs se.
mejantes á los nuestros? ¿serán célebres por sus hipótesis? «La ciencia de-
muestra, dice Otón ülé, que las leyes á que obedece la vida de nuestro glo-
blo conservan también su valor para los otros mundos; la unidad de la exis-
tencia no excluye la variación en las formas.» Y siendo esto así, ¿qué razón
76 ASTRONOMÍA
hay para pensar que en todos esos astros que nadan en el éter, y que la
anelogía aproxima ya á nuestro globo, no existen seres inteíigcntes adecua-
dos en su organización al estado físico de cada cuerpo, capaces de coiíi-
prender mejor que nosotros los fenómenos de la .naturaleza y de elevarse
al conocimiento del Autor de tantos portentos? Ninguna, seguramente;
pues, según la expresión de Young, por tenebroso que sea el caos, alli apa-
rece más brillante la gloria de Dios. ¡Qué de consideraciones no asaltan á la
imaginación con estas conjeturas! ¡Y cómo la idea sublime de la pluralidad
de los mundos ó la población general dl4 Universo engrandece el pensa-
miento del que puede comprenderla!
José GeíN.\ro Monti.
GLOBOS AEREOSTiTICOS.
Cercada por los ejército? prusianos la gran ciudad cosmopolita y obliga-
dos los miembros del Gobierno de la defensa nacional á viajar por los aires,
único punto que se baila lüjre del ataque de los guerreros del Norte, cree-
mos oportuno dar á conocer á nuestros lectores algunos detalles que les
jionga al corriente de las vicisitudes por que ba pasado tan admirable
invento.
Todo cuerpo sólido sumergido en un liquido, es impelido de abajo arriba
con una fuerza igual al peso del volumen de fluido que desaloja, y esa ley
^ísica que á su primer descubridor, Arquímedes, liizo correr enajenado de
gozo á través de las calles de Siracusa, gritando, \Eureka\ y á cuyas diver-
sas é importantes consecuencias bay que referir la ascensión de los globos
aereosláticos, ipdioada por el padre Lana en 1(>70 y M. Cavallo en 1781, se
realizó por fin á mediados de Noviembre de 1782 por los dos bermanos
Esteban y José Mongolfier, fabricantes de papel en Annonay.
El punto de vista bajo el cual estos señores consideraron el gran proble-
ma de elevar y liacer flotar en ebaire cuerpos pesados, fué el de las grandes
masas de agua que, por causas desconocidas basta el dia, consiguen elevar-
se y sostenerse á grande, á bastante distancia de la superficie de la tierra.
Partiendo de este principio, trataron de imitar á la naturaleza, contrabalan-
ceando la presión de un aire pesado, por la reacción ó elasticidad de otro
sumamente ligero. Asegurados los inventores por medio de un experimento
muy sencillo, de que bastaba un calor de 70" Reamur para enrarecer el aire
á una mitad, en un espacio cerrado, concibieron la esperanza de llegar á
obtener buenos y prontos resultados. Efectivamente, con la mayor satisfac-
ción vio el mayor de los bermanos que un pequeño pai'alepidedo bueco, de
tafetán, que contenia cuarenta pies cúbicos de aire, subió rápidamente al
techo de la ba^itacion, tan pronto como por medio del calor, se enrareció
el aire que contenia, y después de repetidos y nuevos ensayos verificados
iS ■ GLOiBOg
al aire lil)re, se decidieron á revelar al público su importante descubrir
miento.
El 4 de Junio de 1783, dia designado para realizar un ensayo en la plaza
de aquel pueblo, agolpóse una multitud inmensa de curiosos que, con
grandes gritos y palmadas, celebraron la subida del aparato aéreoste tico.
Consistia este en un globo de 35 pies de diámetro, hecho de lona forrada
de papel y con una armazón de aros de madera muy ligera. Llenósele de
humo de poja y lana, y al cabo de tres horas, que duró esta operación, el
globo lanzóse en el espacio con gran rapidez, llegando, según sus cálculos,
á la respetable altura de mil toesas, y al cabo de diez minutos cayó á media
legua de la ciudad, teniendo lugar esta ascensión á las cinco y media de la
tarde. Los hermanos Mongolfier calcularon que el gas encerrado dentro del
globo pesaba 1078 libras y la materia de que este estaba formado 500
libras; pero como este gas ocupaba el lugar de 2156 libras de aire, resulta-
ba que, aún quedaban 578, cantidad suficiente para poder arrastrar tras sí
dos ó tres hombres.
Los miembros de la Diputación ó Estado del Vivares, redactaron acta de
este procedimiento, según lo hablan presenciado, y la academia de ciencias,
hizo venir á Paris á Esteban Mongolfier, disponiendo que sin pérdida de
tiempo se repitiese el experimento, encargándose dicha academia de sufragar
todos los gastos.
Paris entero esperaba con impaciencia el gozar de aquel nunca visto es-
pectáculo, y para el efecto se abrió una suscricion que en pocos dias aseen"
dio á 10.000 francos.
Mientras que los hermanos Mongolfier se preparaban para construir un
globo que á semejanza del de Annonay, demostrase á la academia de cien-
cias, la importancia de su invento, un célebre químico y profesor de física
llamado Mr. Charles, construyó en los talleres de Mr. Robert, un globo de
tafetán, cubierto de una ligera capa de goma elástica, de 12 pies de diáme-
tro y lo rellenó de aire inflamable formado por la disolución del hierro en
el ácido vitriólico, cuerpo que hacia poco tiempo era conocido en los labora-
torios químicos, y cuyo peso es catorce veces menor que el del aire.
El 27 de Agosto de 1783 aquel globo de gas hidrógeno, lanzado por su
autor en medio del jardín de las Tullerías, llegó á elevarse en menos de dos
minutos á 1.000 metros. Los aplausos de entusiasmo de 300.000 personas
que presenciaron aquel hermoso experimento, saludaron la ascensión del
primer globo cargado de hidrógeno, reventando á los tres cuartos de hora
de haber ascendido y á cinco leguas distante de Paris.
Terminado por los hermanos Mongolfier un gobio de 70 pies de alto y 44
de diámetro, se fijó el día 12 de Setiembre para'su ascensión en el faubourg
Saint-Antoine; pero el viento y la lluvia lo hicieron pedazos.. Luís XVI ha-
bía señalado el dia 19 del mismo mes, para que los hermanos Mongolfier
AERÉOSNÁTICOS. 79
Verificasen á su vista y en su palacio de Versalles la ascensión de su globo,
y aunque corlo el tiempo que mediaba desde el 12 al 19, se trabajó dia y
noclie en la confección de otro globo de forma esferoidal, de 45 pies de alto
por 41 de diámetro. Reunida la curte en el gran patio de Versalles,' y después
de quemadas 70 libras de paja y 10 de lana, la reina María Antonieta dio la
señal y el globo se remontó en el espacio llevando suspendido de él, un ces-
to de mimbres en donde se colocó, un carnero, un gallo y un pato, perma-
neciendo en el aire diez minutos y eleviíndose unas 290 toesas, bacicndo el
desceiiso con toda felicidad á 1.800 toesas del punto de partida. Estos son
los primeros navegantes que ban surcado los etéreos espacios. ¡Quién ba-
bia de decir á aquellos bombres de Estado que presenciaban aquel espectá-
culo, que á los 87 años y dias, los bombres de Estado de la poderosa Fran-
cia, babian de verse precisados por la fuerza de las circunstancias, á viajar
en globo á semejanza de] carnero, el gallo y el [¡ato? Misterios de la Provi-
dencia.
El buen éxito de esta tentativa indujo á los bermanos Mongolfier á cons-
truir un globo capaz de conducir bombres. Con este objeto, construyeron
en el barrio de San Antonio, un globo de 64 pies de alto por 46 de diáme-
tro, cuya capacidad era de 60.000 pies cúbicos y de 1.200 libras su peso
total, pudiendo arrastrar tras si además, unas 600 libras. En su parte más
baja, se formó de mimbres una galería circular perfectamente decorada, y
dentro de la cual debian subir los primeros aereonautas.
M. Pilatre de Rozier, Director del Museo de la calle de Saint-Avoye, y fí-
sico de reconocida reputación, penetrado de un noble y valeroso entusias-
mo por todo aquello que se rozaba con la ciencia, se brindó á subrir en q\
globo, para lo cual pi'dió permiso el dia 50 de Agosto á la Academia de cien,
cias para elevarse en el aparato que se estaba construyendo. Terminados to-
dos los preparativos, el intrépido Rozier subió en la galería, y el globo as-
cendió 80 pies, largo de las cuerdas que lo sujetaban, y después de perma-
necer en él por espacio de 4 minutos y 25 segilndos, el globo descendió,
dí'mdose el ensayo por terminado aquel dia. El viernes 17 de Octubre se
repitió la misma experiencia, pero el fuerte viento qué se levantó, impidió
el que se efectuase la ascensión.
El domingo 19 á las 4 y 1[2 de la tarde, se repitió la operación, llegando
M. Rozier á la altura de 200 pies, largo de las cuerdas que lo sujetaban.
Por tercera vez se repitió la experiencia^ acompañando á M. Rozier M. Gi-
roud de Villette, llegando entonces á la altura de 324 metros, permanecien-
do en perfecto estado de equilibrio par espacio de 10 minutos.
Hasta entonces los globos babian estado cautivos por medio de cuerdas
que no' los dejaban remontarse más que lo que ellas permitían, pero el cons-
tante deseo del bombre de lanzarse en lo desconocido, bicieron con que se
proyectase bacer una ascensión en globo libre. El 31 de Octubre de 1783,
80 ' GLOBOS
después de largas vacilaciones por parle del rey Luis XVI y Mongolfier que
concebia temores por lo tocante á la suerte de los valerosos aereonautas, Pi-
latre des Roziers y el marqués de Arlandes, Caballero de San Luis y Mayor
de infantería, se lanzaron en los espacios conducidos, por el globo de aire
dilatado, construido por Esteban Mongolfier, partiendo del palacio de la
Muette situado en el bosque de Boulogne. Su excursión aérea fué sumamen-
te feliz, y al volvqr á sentar sus pies en la tierra, fueron recibidos como
unos verdaderos liéroes, siendo esta la primera vez en que el hombre, triun-
fando de su organización, se lanzó á reconocer las regiones concedidas úni-
camente por la naturaleza á las aves.
El bien dirigido viaje de Pilatre des Roziers fué de allí á poco repetido por
un globo cargado de gas hidrüg<?no, que ofrecía, por lo tocante á la excursión
aérea, más condiciones de seguridad que el ideado por Mongolfier. El se-
gundo experimento tuvo lugar el 1.° de Diciembre de 1785. MM. Charles y
Robcrt, en medio de un inmenso gentío, partieron del jardín de las Tulle-
rias, y á las dos horas de navegación aérea, descencieron á nueve leguas de
distancia en la pradera de Nesle. Este experimento marca una fecha impor-
tante en la historia del arte que nos ocupa, pues entonces fué cuando el
profesor do física M. Charles, creó todos los medios que posteriormente se
han usado en los viajes aéreos, tales como la válvula para hacer descender
el globo por medio de la salida del gas; la barquilla que sostiene al aeronau-
ta; el lastre para moderar la velocidad de la caída; el baño de goma elástica
para impedir la salida del gas; y, por último, el uso del barómetro para in-
dicar por medio de él las variaciones de altura de la columna de mercurio y
medir, en caso necesario, la altura en que se encuentra el aereonauta.
Blanchard, habiendo hecho con buen éxito varias ascensiones, concibió
el atrevido proyecto, increíble en aquella época, dé atravesar de Douvres á
Calais, franqueando el brazo de mar que separa la Francia de Inglaterra.
El 7 de Enero de 1786, Blanchard, acompañado del doctor Jeffries, ir-
landés, se elevó en un globo de gas hidrógeno desde Douvres, y después de
haber tenido que lanzar al mar hasta sus mismos vestidos, por no caer en
él, llegaron á Calais, donde fueron recibidos en triunfo y el globo deposita-
do en la principal iglesia de la ciudad, para memoria de aquel suceso.
Pilatre des Roziers, que tanto celo é inteligencia había desplegado en -sus
diferentes viajes, pereció el 5 de Junio del mismo año, al querer imitar la
audaz tentativa de Blanchard. Deseando Pilatre combinar en un solo siste-
ma los dos medios empleados hasta entonces, esto es, el del aire dilatado
por el calórico y el del gas hidrógeno, se lanzó en el espacio en la costa de
Boulogne, acompañado de un físico de dicho punto llamado Romain, con
ánimo resuelto de atravesar el estrecho; mas á poco de haber partido, se
rompió la tela del globo de gas hidrógeno, y mientras el aereonauta tiraba de
la válvula, vino aquella á raer sobre la que estaba cnchida de aire enrarecí-
AÉREOS TÁTICOS. 81
por el fuego, y abrumándola con su peso, precipitó el globo, arrastrando
tras si á los dos atrevidos aereonautas.
Los globos aereostáticos, sujetos por medio de cuerdas, por lo cual se les
dio el nombre de cautivos, sirvieron como puntos de observación en las ba-
tallas á fines del siglo pasado. En 1794 se trató de servirse de ellos en pro-
vecho de las armas francesas, creándose con este objeto dqs compañías lla-
madas de aereostáticos. Un joven profesor de fisica Mr. Coutelle^ obtuvo el
mando y la dirección de la primera de estas compañías. El globo dirigido por
el diclio Coutelle, prestó verdaderos servicios en la batalla de Fleurus, utilizán-
dose los globos en otras campañas déla República. Colocado el capitán en la
navecilla del globo, que se hallaba sujeto por cuerdas que sostenían los sol-
dados de la compañía, elevábase, ó cambiaba de dirección, por medio de se-
ñales que el jefe hacia desde lo alto con banderolas. Sin embargo de esto, los
globos cautivos no tuvieron larga existencia en el terreno militar. El pri-
mer Cónsul, Bonaparte, que no tenia confianza en ese nuevo recurso, licen-
ció las dos compañías y cerró la escuela que en Meudon se había estableci-
do, para estudiar bajo la dirección de Coutelle las aplicaciones militares de
los globos.
Veinte años habían de trascurrir para que el descubrimiento de Mongol-
fier llegase á dar grandes resultados bajo el punto de vista de la ciencia. La
primera ascensión hecha con este objeto, tuvo lugar en Hamburgo el 18 de
Junio de 1803 por un profesor de física, llamado Roberston, ayudado de su
compatriota l'Voest. Habiendo llegado á grande altura, tuvieron ocasión de
hacer diversas observaciones de física.
Gay-Lussac y Biot verificaron en Francia en 1804, una hermosa ascensión
que facilitó diversos datos del mayor interés para la ciencia. La segunda as
cension de Gay-Lussac, verificada por él solo, le hizo llegar á la sorprenden-
te elevación de 7.016 metros sobre el nivel del mar. En aquellas altas regio-
nes el barómetro descendió'desde 0,7G metros que marcaba al subir á 0,52
metros y el termómetro que señalaba 27 grados, descendió á 9 grados bajo
cero. La sequedad era tan notable en aquella elevación, que el papel se abar-
quillaba como si estuviese junto al fuego, y la respiración del observador,
se aceleró á causa de la gran rarefacción del aire, llegando la sangre á que-
rer brotar por los poros.
En 1850, los señores Barral y Bixio ejecutaron una ascensión científi-
ca, que produjo pocos resultados útiles.
G-f-andes han sido los esfuerzos hechos por los hombres de ciencia paFa
dar dirección á los globos; pero siempre se han estrellado ante la insufi-
ciencia de los motores de que dispone la mecánica para contrarestar la
enorme potencia de los vientos y corrientes atmosféricas.
Los nombres de Godard, Poitevin y Nadar son bien conocidos en nues-
tros días para que nos ocupemos de sus diversas ascensiones, hechas única
TOMO XIX.. 6
8'2 GLOBOS AEREOSTATICOS.
mente por satisfacer la curiosidad del público, y en las cuales han tenido
ocasión de mostrar su intrepidez; y si bien poco ó nada han hecho para dar
dirección á los globos, en cambio han sujetado, en lo posible, á reglas casi
seguras la dirección de un globo, dada una corriente fija de aire.
Nombrado Nadar jefe de las expediciones aéreas por él gobierno de la
defensa nacional de Francia, no tan solo ha conseguido poner en comuni-
cación á Paris con el resto del mundo, sino que, también fiados en su su-
perior inteligencia, y con un valor por su parte que los honra, han podido
salir de la ratonera en que se hallaban encerrados Gambetta y Keratry, de-
biéndose tal tez al invento de Mongolfier el que la Francia se organice y
rehaga bajo la voluntad de hierro del ministro del Interior, ó que una paz
honrosa concluya con los desastres que afiijen á la nación vecina.
M. Pérez de Castro.
LAS COLONIAS DE AUSTRALIA.
La mejora y aumento de las vías de comunicación y la fundación de nue-
vas sociedades en países no poblados ó con población insuficiente, han sido
quizás los dos hechos ciüminantes en el urden material del siglo XIX que
tantas maravillas ha realizado. Diríase que la misión conferida á la genera-
ción á que pertenecemos, consiste en primer término en la total ocupación
y pleno disfrute del planeta terrestre; de tal manera hemos desde 4815
multiplicado la sociedad europea por las regiones más apartadas de aquel
y tomado posesión de las que en los siglos anteriores fueran descubiertas,
poro no colonizadas.
No trataremos aquí de las causas que han producido ó favorecido este
gran esfuerzo de la generación contemporánea, limitándonos respecto de
este punto á manifestar nuestra conformidad con la opinión de E. Burke,
quien juzga que es tan. natural ver acudir á las gentes á los países en qi^e
reinan la actividad y la riqueza, cuando, sea cUvil fuere la causa, la -pobla-
ción de los mismos llega á ser insuficiente, como lo es ver al aire com-
primido precipitarse en las capas de aire rarificado. Burke, al hablar así,
tenía sin duda presente el ejemplo de las emigraciones de su tiempo, y so-
bre todo, el de la reciente prosperidad de la Prusia por efecto de la inteli-
gencia y del trabajo de los subditos franceses que abandonaron su patria
después de la revocación del edicto de Nantes; mas en nuestros días, aquel
movimiento ha tomado mayores proporciones y carácter más expontáneo
que le distinguen de las emigraciones anteriores. En rigor, unas y otras,
así las antiguas como las modernas, son la realización del precepto divino
que ordenaba á nuestros primeros padres «crecer y multiplicarse,» y que
84 LAS COLONIAS
les daba por misión «cubrir y someter la tierra, dominar los peces de la
mar, los pájaros del aire y todo animal que sobre la tierra se mueve,» es de-
cir, la explotación de las riquezas del globo y la dirección y gobierno de la
naturaleza. En esta gran empresa, la bumanidad no se halla tan adelantada
como pudiera creerse en vista de los progresos realizados en nuestros días.
Todavía los economistas (1) calculan en 175 millones de habitantes el dé-
ficit de la Europa para que se halle en estado de colonización normal, esto
es, con una densidad de población de 50 habitantes por kilómetro cuadra-
do; en 1.53G millones de habitantes el déficit del África por el mismo con-
cepto; en 520 el de la Oceanía; en 1.502 el del Asia, y en 2.03G millones
de almas el de América. En- suma, según estos cálculos, las cinco sextas
partes del globo terrestre no se hallan en estado de colonización normal,
y la humanidad comienza apenas á cumplir dicha misión de apropiarse y
utilizar las fuerzas naturales.
De las cinco partes del mundo que acabamos de citar, la menos poblada
es la Oceania aunque proporcionalmente sea mayor el déficit que ofrece
la América; y sin embargo, aún á esas remotas regiones ha llegado la acción
de los pueblos europeos, que han emprendido trasformarlas, 'y c|ue rápida-
mente se van multiplicando en ellas y trocando sus vastas soledades en
campos cultivados y en ciudades magnificas. Compóncse la Oceanía, como
saben nuestros lectores, do innumerables islas y multitud de archipiélagos
diseminados por el gran Océano que cubre la parte meridional del globo,
como están las constelaciones esparcidas por el cielo. Muchas de esas islas,
como Borneo, Java, Sumatra y Luzon son tan grandes como los mayores
estados europeos, y eran ya conocidas y frecuentadas por los árabes, los
portugueses y holandeses desde la edad moderna; pero la mayor de entre
ellas, la que con justicia toma el nombre de continente, puesto que su su-
perficie es tres veces mayor que la del Indostan, y veintiséis veces mayor
que las de Inglaterra y Escocia reunidas, es la que en el siglo XVII se deno-
minó Nueva Holanda, y hoy es conocida por Australia; isla ó continente
que abarca 2.475.814 millas geográficas cuadradas, y por cuyas costas se
hallan esparcidos 1.205.511 habitantes, en su mayor parle de origen eu-
ropeo.
Supónese que Australia formó en los tiempos prehistóricos, como las
islas de la Sonda y las Filipinas, un gran archipiélago, que se convir-
tió en continente por la retirada del mar; pero no sabemos si esta
opinión habrá sido en algo modificada cuando se averiguó que el interior
de Australia, entonces no explorado, no era un gran desierto, como se creía.
Los viajes realizados á través de aquel por MM. Stuard, Ketwich, Head y
Warburton, y singularmente aquel en que el primero de estos activos ex-
(1) Ilktoirc de l'emiy radon au XIX siede, 2)or M. Juks Duval, París, 18G2,
DE AUSTRALIA. 85
dloradores, partiendo de Puerto Adelaida, caminó de S. á N. más de mi
millas, hasta llegar al Victoria River, han desvanecido dicho error, puesto
que describen el interior del continente australiano como un terreno de
aluvión en su mayor parte, con excelentes pastos, abundancia de aguas y
poblado de palmeras enanas y árboles de goma. En el centro se encuentra
un gran lago salado.
El mayor Warburton, por su parte ha descubierto que el lago Eyre, que
recibe en su seno al gran rio Cooper, no es más que el curso inferior del
Victoria River, una de las mayores corrientes de agua de la Australia, que
posee muchas magnificas, como el Darling, el Goulbourne y el Murray, na-
vegables en una misma época del año, mediante las cuales la Australia me-
ridional trasporta sus trigos á más de dos mil millas de distancia, en donde
halla un flete de lanas para el retorno. Lo que si parece demostrado es que
dicho continente ha sido teatro de grandes erupciones volcánicas, no ajenas
á sus ricos criaderos de oro, puesto que las venas de este metal más pro-
ductoras, las de la colonia de Victoria, se encuentran en los terrenos de an-
tigua formación, atravesados por rocas ígneas y bajo una capa de lava. Los
mejores filones son los que se encuentran en las venas de cuarzo; diferen-
ciándose la explotación de aquel mineral de la del mismo en California, en
que aqui se halla en la superficie, mientras que en Australia hay que ex-
traerlo por medio de minas; alli, al pié de las montañas y en el lecho délos
rios; aquí, en terrenos llanos y sobre un fondo de arcilla.
Nombres españoles que todavía, no obstante la ingratitud con que- nues-
tra patria suele ser tratada por los extranjeros, figuran en los mapas de la
Oceania, singularmente los de Torres y Quirós, atestiguan la parte que en el
descubrimiento y exploración de esta porción del mundo cupo á España
desde el viaje del inmortal Magallanes, que descubrió' las que entonces se
llamaron islas de Poniente y luego Filipinas. Los vireyes de Méjico por Aca-
pulco y los del Perú por el Callao mandaron expediciones, no sólo militares
acompañadas de misioneros, como las que llevaron á cabo la reducción de
aquel archipiélago, sino también con un objeto científico, las cuales hicieran
algún modo innecesarias las posteriores de Cook y de la Perousse y dieran
á España suma gloria, si los tiempos en que se verificaron por una parle,
y por la otra la política entonces dominante, impidiendo la vulgarización de
los adelantos geográficos, para excluir al extranjero, no hubiesen sido causa
de la esterilidad relativa de dichas expediciones, y no hubieran permitido
que ilustres navegantes de otros pueblos se atribuyeran, á veces de buena
fe, la honra del descubrimiento.
El del continente australiano cupo en suerte á la Holanda, cuyo gobernador
en Batavia, Antonio Van-Diemen envió en 1642 en busca de «la tierra austral »
en cuja existencia aún se creía á Abel Tasman que ya había navegado en los
mares del Sud y reconocido algunos puntos del primero. Tasman descubrió
86 LAS COLONIAS
al cabo de tres meses de viajes, la que llamó tierra de Van-Diemeii, do que
se posesionó á nombre de su nación, así como de la Australia que recibió y
conservó basta fmes del siglo xvui el nombre de Nueva Holanda. En reali-
dad los bolandeses nunca se ocuparon seriamente de estas inmensas regiones
que permanecieron casi abandonadas durante ciento cincuenta años; jtero
esto no evita que, juzgando conforme á los principios respetados por las
naciones europeas, Inglaterra no tuviese derecbo á entrarse como de rondón
y sin anuencia de nadie en el continente australiano cuando la convino ar-
rojar en sus costas á los penados que liasta entonces deportaba á América.
Y hé aqui el camino por donde lo que en poder de Holanda no habia sido
más que una expresión geográfica semejante á la de ierra ignota que figu-
raba en las cartas del África, vino á ser en poco tiempo una de las más
prodigiosas conquistas de la familia y de la civilrzacion europea sobre los
obstáculos materiales del espacio y la falta de población.
n.
Australia ba sido, en efecto, la cuarta gran fundación colonial de Ingla-
terra, el cuarto glorioso esfuerzo realizado por este gran pueblo para, llevar
á las más apartadas regiones del 'globo la civilización material juntamente
con el espíritu cristiano y las instituciones libres, asi municipales como po-
líticas peculiares de la raza anglo-sajona. La primera de esas grandes fun-
daciones fué los Estados-Unidos, independientes desde 1787; la segunda el
Canadá, aumentado con la única verdadera colonia fundada por emigra-
ción francesa; la tercera la India; annque de esta ya hemos dicho con otro
motivo que no puede ser considerada como fundación colonial, siendo más
propiamente un pais sometido, pero en el cual la Gran-Bretaña ha sembra-
do poderosos elementos de cultura y de prosperidad.
A diferencia de estas tres grandes fundaciones, la colonización inglesa en
Australia comenzó bajo los peores auspicios y con tristes caracteres,
pues en su origen y hasta tiempos recientes fué penal y tuvo por fuente
principal la deportación.
Este sistema era practicado desde muy antiguo por Inglaterra, asi como
por otras varias naciones de Europa; de tal modO;, que alguna vez las islas
del canal de la Mancha enviaron sus penados al suelo británico; citándose
también á tal ó cual principe alemán que pagaba el trasporte de los suyos
á America para eximirse de gastos carcelarios. La primera indicación pre-
cisa del mismo sistema, aplicado luego á Australia en tan gran escala no se
encuentra, sin embargo, sino en el Acta 18, cap. III del reinado de Car-
los II, que confiere á los jueces de la Gran-Bretaña facultad discrecional
«para ejecutar ó deportar durante su vida» á los vagos y ladrones del Cuni-
berland y del Nortbumberlaud; pena la última aplicada frecuentemente de
DE AUSTRALIA. , 87
una manera ilegal hasta el reinado de Jorge I, en cuya época se extendió su
aplicación reglamentándola. Cuenta el historiador Lingard^ que durante el
de Jacobo II, célebre por las hazañas de Jeffreys y las denuncias de Oatcs,
la deportación y aún la reducción de ciudadanos ingleses á la esclavitud fué
empleada por los partidos políticos para satisfacer su anhelo de represión y
de venganza, y menciona una exposición en la que consta que hasta sctcnlu
personas hablan sido detenidas con motivo del alzamiento verificado en Sa-
lisbury por Cordón; las cuales, tras de un año de dura prisión, habían sido
deportadas á América y vendidas en la Barbada, como esclavos, por mil y
quinientas libras de azúcar.
En 1718 el Parlamento votó un bilí que disponía la deportación ú la
América septentrional de todo individuo condenado á más de tres años de
detención; medida que sí no fué entonces mal recibida por los colonos, por
el auxilio de brazos que les proporcionaba , se les hizo antipática cuando hi
importación de negros africanos bastó para atender á aquella necesidad. El
levantamiento de dichas provincias hizo de todos modos en 1784 imposible
la continuación de este sistema en América , y como los penados se aglo-
meraran en las prisiones de la metrópoli, esta pensó en la Australia, que no
era suya como hemos dicho, pero á cuya exploración acababa de contribuir
en gran manera el célebre marino inglés Cook. Por orden del Con-
sejo de 6 de Diciembre de 1786, el capitán Arthur Philip fué nombrado sin
otra formalidad , ni aun la de dar traslado de esta disposición al goljierno
holandés, capitán general y gobernador jefe del territorio denominado Nue-
va Gales del Sud; y en 13 de Mayo de 1787 se daba á la vela desde el puerto
de Plymouth el primer convoy de deportados , compuesto de mil cuarenta
pasajeros repartidos en once buques. En 18 de Enero del año siguiente des-
embarcaba este triste cargamento en Bgtany Bay , nombre que sin razón
ha servido como de lema á la colonización penal , pues en realidad , no ha-
llándose adecuado aquel sitio para el objeto , el prhner establecimiento [)e-
nal se fundó á diez y ocho millas de aquel púnt^ en Port Jackson, donde
en '26 del mismo mes eran echados los cimientos de la actual ciudad de
Sidney. Desde entonces periódicamente , de año en año , siguieron saliendo
de los puertos de Inglaterra convoyes de hombres mayores de edad , de ni-
ños y mujeres menores; lo cual no excluía la colonización libre, antes estaba
enlazado con ella, consignándose por vía de auxilio á los colonos de esta úl-
tima procedencia los penados que podían alimentar y emplear. Hasta 1792
el número de los primeros fué sin embargo muy corto, pues en aquella fe-
cha no existían en la Nueva Gales del Sud más que sesenta y siete colonos
libres, que poseían 3.400 acres de tierra, de los cuales solamente 100 ha-
bían sido roturados.
Como no tuviese Inglaterra muy tranquila la conciencia acerca del
titulo y del derecho con que se posesionaba del continente austral, procuró
88 ■ LAS COLONIAS
desde el principio con hábil política extender sus establecimientos á lo largo
de las costas , ya para justificar la plena ocupación, ya para impedir que
otro, con el mismo título que ella , viniera á establecerse al lado suyo; con
cuyo objeto sucesivamente se instaló en las islas Infernales ó de Norfolk,
en la de Van-Diemcn en ISOi , en la isla de Tasman, en Puerto Macquaric
y en Moretón Bay, arrojando en todas estas partes sus convictos ó penados
para ir cerrando la costa á cualquiera otra potencia europea.
Si bien la colonización penal , ya desacreditada y juzgada en la misma
Inglaterra, no ha influido si no en una proporción mínima en la general de
Australia, no podemos dispensarnos de decir algo sobre ella. El cqnvklo
ó pecado, á partir de su condena en la metrópoli, se hallaba en las siguien-
tes situaciones: 1." En expectación de (^mbarquc en los pontones. 2.' So-
metido á vigilancia púbhca á su arribo a la colonia. 5.' Alistado en las cuer-
das ó expediciones al punto á que se le destinaba. 4." Asignado á un colono
libríi en calidad de trabajador, empleado y alimentado por él sin retribución
alguna. Si la conducta del penado era buena y daba esperanzas de su cor-
rección, aflojaba el rigor de la ley y mejoraba paulatinamente su situación
en los estados siguientes : 1." Autorización (^r¿c/¿eí o/" /mt^ej para contratar
por sí mismo sus servicios con un colono libre , recibiendo parle ó el todo
de su salario. 2.° Gracia condicional ó absoluta, o." Emancipación en la co-
lonia, pero con prohibición siempre del regreso á la metrópoli (I .
En ningún otro país ni en ningún tiempo se ha ensayado tan melódica
y conslante;nente, y tan en gran escala, el sistema penal de la deportación
como en la Australia: los criminalistas ingleses deben, por consiguiente, ser
autoridad en la materia, como quien se halla en aptitud der juzgar de ella
por experiencia. A primera vista, el sistema ofrece no pequeñas ventajas,
porque parece que atiende á los tres fines de garantir Ja seguridad social de
las empresas de criminales empedernidos, de procurar su corrección por
medio del trabajo hasta hacerlos miembros útiles de una sociedad nueva, y
de servirse de sus brazos nara fundar colonias ó prolongacionesde la madre
patria en países lejanos. Parece hasta barato, puesto que el Estado ahorra
gastos carcelarios. Esta ilusión fué la que primero perdió la Inglaterra, quien
pudo convencerse muy pronto de que el sistema de Ja colonización penal
era enormemente caro. Tampoco facilitaba la corrección de los convictos,
como lo prueba la estadística criminal de Australia durante el tiempo en que
sus colonias recibieron los convoyes de penados, la cual puede dejar blanco
como la nieve al país europeo que en el mapa de la criminalidad ocupe el
lugar más oscuro; y lo peor era que, sin facilitar la corrección del convicto,
corrompía al colono libre que se hallaba en contacto con él, imprimiendo al
mismo tiempo sobre la colonia toda una mancha que no pudo ser tolerada
(1) " Blossevilk (le marqiús de) Histoire de la colonimtíon pénale.
DE AUSTRALIA. 89
cuando la emigración libre se bastó á si propia. A decir verdad, la coloniza-
ción penal en Australia careció de un elemento que tampoco tuvo nunca la
libre en abundancia, y sin el cual toda empresa de arpiella clase es muy di-
fícil; el elemento esencial de la familia, por la falta relativa de la emigra-
ción femenina, hecho que influyó en gran manera en los vicios y caracteres
de los penados, dificultando en extremo su corrección; mas, por otra par-
te, si al convicto le hubiera aguardado en Australia juntamente con el tra-
bajo en libertad y la perspectiva de la emancipación, la familia, ¿hubiera
podido llamarse propiamente penal este sistema? ¿hubiera inspirado en la
metrópoli el efecto saludable que el nombre de «Botany Bay» inspiraba?
líl.
La colonización penal no ha sido más que un episodio en la historia de
Australia, la cual no hubiera llegado aflamarla atención del munda ni á pros-
perar tan rápidamenre como desde 18'24 ha prosperado, sin la emigración
libre, verdadera fuente de su población y de su actual riqueza. Al princi-
pio, cbmo hemos dicho, ambos sistemas coexistieron. El colono libre, tras-
portado desde la metrópoli por cuenta del Estado, alimentado y vestido por
los almacenes públicos durante diez y ocho meses, á partir del momento en
que tomaba posesión de las tierras que le fueran concedidas, provisto del
mismo modo de ganado, semillas é instrumentos de trabajo, recibía como
uno de los últimos los penados que se hallaba en situación de emplear.
Así fueron vencidos Ips grandes obstáculos que el país oponía alas primeras
empresas de la colonización; así pudo roturarse, por ejemplo, y sanearse el
terreno que hoy ocupa la ciudad de Sidney, luchando con tantas dificultades,
que sin el trabajo forzado de veinticinco años no hubiera sido posible con-
seguirlo. La colonización libre alcanzó, además, conforme al sistema de In-
glaterra, el derecho municipal, los derechos políticos, y en general, los de .
las sociedades regularmente constituidas. Desde entonces no era fácü que
ambos sistemas coexistieran: y en efecto; á partir de 1824 en que, abando-
nado el primitivo método de concesiones gratuKas de tierras y de colonización
subvencionada la libre adquirió notable desarrollo, las provincias de Aus-
tralia juzgaron incompatibles su decoro y su porvenir con el carácter de
colonia penal, y pugnaron por quitarse de encima tan fea nota. No tardó
en auxiliarlas la opinión pública en la metrópoli, y en 1858 el sistema de la
deportación era ya condenado en el parlamento inglés por insuficiente, por
corruptor del convicto y del colono, y como excesivamente oneroso. En 22
de Mayo de 1840 fué prohibida la deportación á la Nueva-Gales del Sur (1),
(1) Esta colonia, durante mucho tiempo la iinica de Australia y matriz de las de-
más, había recibido en aquella época 83. 000 penados.
90 LAS COLONIAS
si bien podia continuar en las localidades en donde no existieran colonos
libres, á condición de queja pena no liabia de durar menos de dos años, ni
más de-quince. Penitenciarios especiales debian ser establecidos en Norfolli
Tasmania.
En el nuevo sistema que reemplazó al de la deportación de los pena-
dos de todas clases, la extinción de la condena se realizaba en toda su dura-
ción en la metrópoli en dos períodos; el celular y el del trabajo forzado en
común, y la primera quedó reservada únicamente para los condenados á
mucbos años y para los reincidentes. Aun así las colonias inglesas libres
se opusieron á su continuación, singularmente la del Cabo de Buena Espe-
ranza, que en 18i9y fundándose en los tratados dio la señal déla resisten-
cia y de la formación de lo que se llamó Anti convict association recliazau-
do el desembarco de un convoy de convictos que se vio obligado á volver
al punto de partida. Su ejemplo fué seguido por las de Australia, que
viva y constantemente representaron á la metrópoli contra el envío de
penados ni aún dentro de las condiciones que le limitaban desde 1838. Sus
clamores fueron al fin atendidos por Inglaterra, donde en 14 de Febrero
de 1858 Lord John Russell manifestaba al Parlamento el propósito del go-
bierno de renunciar á todo envío de convictos. Solamente la Australia occi-
dental, falta de brazos por efecto del mal sistema allí aplicado en la conce-
sión de tierras, reclamó contra aquella medida que la privaba de la emigra-
ción forzosa y continuó recibiendo penados sin que por eso mejorase su
suerte.
Y todavía entre los elementos que han concurrido á la formación de la
. Australia contemporánea, tenemos que distinguir, aún después de elimina-
da la emigración forzosa, entre otros dos de nuiy distinta eficacia; entre la
colonización asistida ó protegida y subvencionada por la metrópoli y la co-
lonización libre, llevada á cabo con solos los recursos de aquella. Ya
hemos visto que la primera se funda en la concesión gratuita de tierras,
asi como en el trasporte gratuito del colono y en auxilios que el Estado le
prodiga; sistema que puede ser útil en países con escasas condiciones
para atraer la emigración voluntaria y que las naciones latinas han aplicado
con preferencia, pero que es inferior á no dudarlo al de la venta de las
tierras que exige en el colono la preciosa garantía de aptitud y vocación de
un pequeño capital, que le deja en libertad respecto del Estado y le asegu-
ra desde luego la dignidad de ciudadano. Examinando el primero de esos
sistemas en sus condiciones más favorables, que son las de concesiones con-
dicionales y de terrenos de no gran extensión, un economista contemporá-
neo (1) expone las siguientes reflexiones. «Este régimen no produce mejores
resuUados que el precedente (el de las concesiones en grande): en primer
(1) Mr. J. Courcelle Seneuil, Traite d'economie polUique, tom. 11,
DE AUSTRALIA. 91
lugar, porque la autoridad que determina la exti^nsion y situación de las
concesiones, rara vez se inspira en sanas consideraciones económicas: con-
cede á la ventura, sin examinar antes si los colonos tendrán ó no mercado
para sus productos,, si las tierras que caben en suerte á cada uno, se hallan
situadas á su gusto^ proporcionadas á sus fuerzas, conformes con sus apti-
tudes: decreta el establecimiento de aldeas y de grupos de población en
donde las necesidades económicas no los requieren; construye casas simé-
tricas y alineadas que desagradan á los habitantes. En segundo lugar, y
esle es el peor inconveniente del sistema, el colono no es propietario in-
conmutable; posee á titulo precario y no puede apartarse de las condicio-
nes que le han sido impuestas; y como se halla siempre expuesto á ser des-
poseido, no puede emplear sin re})aro ni cortapisa en la tierra un trabajo
cuyos frutos pueden serle arrebatados: su situación es tanto más incierta
cuanto que la autoridad que le impone condiciones y le hace anticipos se
ve obligada á mantener en la colonia agentes asalariados, que la representen
y que exijan del colono el cumplimiento del contrato lo cual facilítalos
abusos y es obstáculo al progreso de la colonización.»
El ejemplo de Australia comprueba la verdad de las anteriores obser-
vaciones críticas: mientras prevaleció el sistema de concesiones gratuitas y
de colonización subvencionada , assisted, la emigración fue escasa y más de
individuos aislados, que de familias con algún capital y con intención de
stiblecerse; mis cuando á aquel sistema reemplazó el americano de venta de
las tierras y de emigración libre, unnassisted, la coloni zacion cambió de
aspecto y progresó rápidamente.
Faltaba algo todavía á este método para ser el de los Estados-Unidos,
modelo de sencillez y de baratura. Desde luego, en vez de los veinticinco
reales que allí cuesta el acre de tierra costó en Australia una libra esterlina,
precio harto subido ; pero además se aplicó en la última la combinación
discurrida por Mr. Wakefield, que dio nombre al sistema, según el cual,
con el producto de las tierras vendidas , se formó un fondo permanente y
progresivo, destinado á estimular la emigración sin pedir nada al tesoro
de la metrópoli; fondo que una Comisión' administraba en la última. Al
mismo fin contribuye otra combinación ingeniosa, en virtud de la cual, los
ahorros del colono aprovechan á los ausentes, depositándolos aquel en una
caja pública y designando los parientes ó amigos á favor de los cuales quie-
ra que se aplique como precio del pasage : estos son advertidos por la Co-
misión de emigración de la metrópoli, y usan de la cantidad que han ad-
quirido. Merced á este sistema y á partir de 1824 la emigración no aubven-
cionáda {unnassisted) se sobrepuso á la que se veriíicaba por iniciativa del
Estado, y fué, aún antes del descubrimiento de las minas de oro en 1851, la
principal fuente de población y de prosperidad de estas colonias.
92 LAS COLONIAS
IV.
Poderoso aliciente á la inmigración encontró la Australia en 1851 en la
minas de oro descubiertas en las cercanías de Melbourne, precisamente en
la época en que la explotación de aquel metal en California acababa de
producir una verdadera calentura en Europa y en la que más se sentia la
necesidad de aumentar el numerario circulante para atender á la cons-
trucción de los ferro-carriles, cuyo desarrollo coincidió con aquel descubri-
miento, sin el cual no hubiera probablemente sido tan rápido.
La influencia de la producción del oro en la suerte y progreso de las co-
lonias de Australia se ha exagerado sin duda, pues ni todas ellas poseen
minas de aquel precioso metal, ni el aumento de la emigración comenzó
entonces, ni toda la que pasó á dichas provincias se estableció en, ellas,
siendo por el contrario el carácter de este elemento de la primera una gran
movilidad. Mas no se puede negar que la sed de oro, maldecida por el poe-
ta, que tantas maravillas ha realizado, que llevó á Marco Polo á la India,
que impulsó á los portugueses á doblar el Cabo de las Tempestades,
que contribuyó al descubrimiento y trasformacion del Nuevo Muíido, ha sido
en nuestros dias útil á la Australia, y ha servido en gran manera á su des-
arrollo.
Desde 1820 á 1828 aquellas colonias no recibieron más que algunos cen-
tenares de emigrados libres ; y en 1828 y 1820 de uno á dos mil de los
mismos; pero á partir de la última de estas fechas, la inmigración crece rá
pidamente en la siguiente proporción:
Total decenal. Medio decenal.
1850 á 1851)
• 55.274
5.527
1840 á 1849
120.957
12.695
1850 á 1859
498.557
49.855
678.748 (1)
Estos 678.000 inmigrantes, procedían todos del Reino-Unido, y por lo
tanto iiay que agregar á los guarismos del anterior estado los aventureros,
(1) Completaremos estos datos tomados de la obra de M. J. Duval, ya citada,
los siguientes relativos á fechas posteriores:
1862 41.S43
1863 53.054
1864 40.943
1865. .• 37.293
173.122
DE AUSTRALIA. 95
que en número considerable acudieron de todas las partes del mundo al sa
berse el liallazgo de las minas de oro.
De la producción de este metal en la sola colonia de Victoria, en verdad
mucho más rica por este concepto que todas las otras juntas, darán idea
estos dos hechos: en la Exposición Universal de 1802 en Londres, Victoria
habia representado su riqueza aurífera por medio de una pirámide con
igual volumen que el que hubiese tenido la cantidad total de dicho meta}
extraído de sus minas. En una de las caras de esta pirámide, se leía: «Oro
extraído desde 1." de Octubre de 1851 hasta 1.° de Octubre de 18G1:
25. 1G2. 455 onzas troy., 1.793.995 libras peso, 800 toneladas. Volumen
1.492 li2 pies cúbicos. Valor 104.G49.728 líb. st., 2.G16.243.200francos.).
En 18G7 la misma colonia de Victoria celebró en Milbourne otra exposición,
y en ella la columna de 18G2 habia crecido hasta representar 10 pies cua-
drados en su base, y 62 li2 de elevación, ó sean 2.081 pies cúbicos de oro,
con el enorme valor de 3.G51 millones de pesetas. Algunas de las minas de
esta colonia eran tan ricas, que el famoso Pozo de los chinos, descubierto
por individuos de esta nación que desembarcaron en un punto poco fre-
cuentado de la costa para eximirse del tributo impuesto á los de su raza,
rindió en pocas horas tres mil onzas de oro. Al cabo de una semana,
60.000 hombres estaban acampados en aquella comarca (1).
A pesar de estas maravillas que recuerdan el país de Ofir de los antiguos,
y el Catay y el Eldorado de los modernos, no hubiera Australia adquirido su
actual grado de cultura y prosperidad, sí no hubiera ofrecido otros alicientes
de rnénos brillo, pero más constantes y- positivos á la inmigración. La natu-
ralización se consigue en aquel país después de cinco años de residencia
mediante una suma moderada, y sin necesidad de este requisito cualquier
extranjero puede comprar y vender bienes inmuebles. El pasaje de los emi-
grados de Inglaterra se costea, como hemos dicho, en parte coh el produc-
to de la venta de las tierras que se hace en pública subasta á una libra ci
acre,- combinándola con la facultad de adquirirlas en la misma metrópoli,
pagando á la Agencia colonial el valor de un lote entero. Por otra parte,
el derecho de primer ocupante concedido respecto de las tierras que no han
sido medidas y reunidas en lotes, permite á los squatters la crianza de
numerosos ganados cuyas lanas han hecho popular el nombre de Austra-
lia (2).
El colono que desea hacer venir de Inglaterra á un pariente ó á un com-
patriota, no tiene que hacer más que depositar en Australia la suma preci-
(1) Australian facts and prospeds, by Mr. Horne, London, 1859.
(2) El origen de este ramo principal de la riqueza y producción australiense, ftie»
ron ocho carneros y ovejas merinas, importados á principio del siglo por un solo emi-
grante, M. Arthur,
94 LAS COLONIAS
sa, y los comisarios de la emigración en la metrópoli se encargan de cum-
plir su mandato: si se. limita á enviar alguna suma, le basta depositarla en
las cajas públicas. El régimen municipal, basado en la elección, es concedido
á anglo-sajones y extranjeros; la religión, la prensa, la asociación, la ense-
ñanza, son libres: estas instituciones y prácticas son las que, todavía más
que las minas de metales preciosos, han facilitado la inmigración europea
en Australia, ó han retenido la que el oro atrajera á pesar de los no peque-
ños obstáculos de la inmensa distancia, de las sequías que allí alternan
con las inundaciones, de las calenturas, del precio exhorbilanle de las sub-
sistencias y de las crisis mercantiles y obreras (1).
La metrópoli coopera de muy diversos modos en esta empresa, or?i por
medio de la Comisión de Emigración, que adelanta á los emigrantes el
precio del pasaje, mediante un contrato en que se obliga á reembolsarla por.
mensualidades que su futuro patrono retendrá de su salario, ora de un modo
más eficaz aún, por medio de muchas sociedades particulares animadas de
sentimientos filantrópicos ó de patriotismo. Algunas, como la titulada Can-
terbury, que posee grandes propiedades en Nueva-Zelanda, auxihan á la
emigración por interés propio. En 1851, al recibirse la noticia del descu-
brimiento de las minas de oro, la emigración á Australia fué por mucho
tiempo un asunto capital en Inglaterra. El Parlamento, la prensa, el público
se ocupaban con predüeccion de aquel continente; se organizaban meetings,
se abrían suscriciones, se formaban sociedades especiales. Para facilitar la
emigración de los highlanders de Escocia se constituyó, bajo el patronato
del principe Alberto y de los principales individuos de la aristocracia, una
compañía poderosa. Los centros manufactureros fueron, sin embargo, los
que más parte tomaron en este movimiento, por el temor que tenían de
que cesasen las remesas de lanas de Australia. Algunas Sociedades tienen
un objeto especial, como la que se propone reclutar jóvenes solteras, prin-
cipalmente criadas y costureras, cuya partida, viaje y colocación en las co-
lonias patrocina; otra se fundó en 1853 bajo el patronato de los más ricos
israelitas de la City, para facilitar la emigración de los individuos de esta
religión; y una mujer célebre en Oriente y en Inglaterra por su caridad, ac-
tividad y valor, la señora Chilshom ha fundado la de los Préstamos para la
colonización por la famiUa, después de haber creado en Sidney la del Asilo
de las viajeras, con la que salvó de la miseria y del vicio á multitud de
emigrantes jóvenes; y sin r.ecursos (2).
(1) El mercantilismo es uno de los vicios y males de Australia, como de las socie'
dades democráticas: las quiebras en la sola colonia de Victoria sumaron desde 1842 á
1858 más de 1.200 por un capital enorme. Las huelgas de obreros son también fre
cuentes y dañosas.
(2) Jules Duval, en la obra citada.
81.711
1.252
90.219
2.054
G2.752
1.52G
2.955
452
4.879
28
196
»
))
505
DE AUSTRALIA. 95
De la dirección que ha tomado aquella comente al desembocar en Aus-
tralia y de su repartición por las diversas colonias, según estas se iban
constituyendo, da una idea el siguiente estado, aun cuando no se refiere si-
no á la emigración subvencionada, o sea la que se verifica por medio de la
Comisión que reside en Inglaterra.
1847-1858. 1859.
Nueva Gales del Sur.
Victoria ,
Australia meridional
Australia occidental
Tasmania. ,
Nueva Zelanda
Queensland , . . . .
251.719 5.570
El curso natural de esta corriente y en general la existencia toda de las
colonias de Australia fueron profundamente alteradas por efecto del descu-
brimiento deloro. Todo orden gerárquico se trastorna rápidamente donde
de la noche á la mañana el jornalero viene á ser más rico que el colono ó
empresario que le emplea, y esto fué lo que sucedió en aquellas colonias,
que vieron de repente alteradas todas las relaciones sociales. La profunda
desorganización que aquel suceso engendró, duró, sin embargo, pocos
años; la agricultura recobró por medio de la emigración los brazos que per-
diera y todo volvió á su antiguo cauce, aunque hubo momentos críticos en
que estallaron sublevaciones y en que la íuei^a pública se vio precisada á
intervenir; pero que al cabo no dejaron otra huella más que la de cifras
aterradoras en la estadística criminal.
V.
Hállase dividida la Australk en siete gobiernos ó colonias distintas,
que son:
En el continente:
La Nueva Gales del Sur.
Victoria.
Australia meridional.
Australia occidental.
Queensland.
En las islas:
La Tasmania (Van Diemen) con la isla de Norfolk.
La Nueva Zelanda.
96 LAS COLONIAS
Examinaremos rápidamente la formación y progreso de cada una de
estas colonias.
Con el titulo de Statistical regisler, la Nueva Gales del Sur, matriz de
todas las continentales, publica cada año un volumen de datos oficiales que
dan á conocer su situación. El último tomo de esta publicación ha visto la
luz en 18G8, y se refiere al año anlerior. De sus cifras resulta: que la po-
blación de la Nueva Gales, que en 1822 era de 50.750 liabilantcs, en 1867
ascendía á 447.620; que sus rentas públicas, que en la primera de esas fe-
chas no sumaban más que 45.210 libras esterlinas, en 1867 llegaban á
2.034.490 libras, y que las tierras cultivadas eran erí 1822, 45.514 acres, y
en 1867, 415.164. El progreso en cuanto á sus producciones no es menos
notable, lié aqui la demostración:
1822 1867
Hulla (toneladas) (1) 780 770.012
Lana (libras) (2) 172.880 21.708.902
Sebo (quintales) (5) 883 32.711
Oro (onzas) (4) » 060.611
Las escuelas, que en 1822 eran solamente 54, con 87 alumnos, en*1867
ascendían á 1.180, con 65,183. El comercio exterior de importación en la
primera de aquellas épocas era de 500.000 libras, y en la segunda de
6.600.000, y el de exportación de 100.000 libras y 6.881.000 libras res-
pectivamente; aumento prodigioso, debido en su mayor parte al de la pro-
ducción de la lana. La capital de esta colonia es Sidney, fundada, como he-
mos dicho, en 1788.
Aún más admirable ha sido el progreso de la colonia de Vicloria, que se
constilayó en 1836, por desmembramiento de la Nueva Gales. Su pobla-
ción, que en aquella fecha era solamente de 177 habitantes, se elevaba en
31 de Diciembre de 1860 á 548.412 (5), de los que 201.422 se hallaban
diseminados por los distritos auríferos. La emigración sigue llevando á esta
colonia anualmente de 50 á 40.000 personas. La total extensión de los ter-
renos vendidos o concedidos desde la fundación de Victoria era á fines de
1865 de 6.049.705 acres, y la suma realizada por medio de estas ventas
de 1.200 millones de reales próximamente; lo que da porcada acre menos
(1) Tonelada. = 1.015 kilogramos.
(2) La libra = O kilóg. , 453,
(3) Quintal = 457 küóg., 8.
(4) La onza tiene el valor de la española próximamente. El acre tiene 40 áreas y la
libra esterlina 25 pesetas.
(5) En 50 de Junio de 1866 ascendía á 633.000 habitantes, de los que más de 150.000
corn-espondiau á Mclbourne, capital de esta colonia.
DE AUSTRALIA. 97
de 200 reales. De la producción del oro en esla colonia hemos tratado ya
con alguna extensión.
La Australia meridional no ha necesitado de aquel poderoso incentivo
para prosperar; su agricultura la ha bastado. Constituida en provincia au-
fpnómica en 1850, en 1801 su gobernador podiacon razón vanagloriarse de
que poseia 57 millas de ferro-carriles, tres faros de primer orden, otros
l-antos excelentes puertos, más de 2.000 millas de caminos ordinarios,
400.000 acres de tierras cultivadas, 000 millas de alambre eléctrico y una
población que en seis años había subido desde 80.000 almas- á 130.000.
Hoy alcanza la última la cifra de 109.000 habitantes, de los que la mitad
pertenecen al sexo femenino, circunstancia muy notable y ventajosa en
Australia. La capital de esta colonia es Puerto Adelaida, fundada en 1838.
La Australia occidental es de todas estas colonias la de más lento desar-
rollo; á tal punto, que ya hemos referido que se ha visto obligada á pedir
que se la facilitara el auxilio de la colonización penal que las otras enérgica-
mente rechazaban. '
El sistema de las grandes concesiones de tierras á los primitivos colonos
la ha sido fatal: no pudiendo estos cultivar por si sus propiedades ni arren-
darlas, y no queriendo venderlas por la esperanza de que subiesen de precio,
la tierra permaneció inculta; y cuando al fin se decidió venderla en cortos
lotes, el efecto moral estaba causado y la inmigración libre y los capitales
huiande ella. La primera no es hoy sino de 22.743 habitantes cuya prin-
cipal industria es la agricultura. Su capital es Perth, fundada en 1829, en
ruyas cercanías se halla establecida una floreciente colonia prusiana.
La de Queensland, última provincia continental de Austrahase llamó pri-
meramente de Moretón Bay y se separó de la Nueva Gales del Sud en 1859,
fecha que marca el apogeo de las tendencias separatistas de estas colonias,
lía progresado rápidamente, puesto que de 30.059 habitantes que contaba
en 1801, subió en 1800 su población á 100.000. Es muy rica en ganados,
contando más de ocho millones de carneros y un millón de reses vacunas y
exportando seis millones y medio de kilogramos de lana por valor de 97
millones de reales. Su capital es Brisbane, sobre el rio del mismo nombre.
Recientemente se ha inU'oducido con muy buen éxito en esta colonia el cul-
tivo del algodón.
Se diferencia la Tasmania, colonia marítima de Australia, de las conti-
nentales, en que mientras estas se hallan situadas en la zona caliente, aque-
lla lo está en la templada, ofreciendo su clima gran analogía con el de Eu-
ropa, lo que es un atractivo más para la emigración. Fundándose no sólo en
su antigüedad, sino también en sus condiciones naturales, la Tasmania dis-
pula la primacía á la Nueva Gales y á Victoria. Llamóse por mucho tiempo
Tierra de Van-Diemen, y es su capital Hovar-ToAvn, que cuenta muy cerca
de 100.000 habitantes. Produce más que consume, sobre todo cereales en
TOMO XIX.
U LAS COLONIAS
SUS 71.000 acres do tierras cultivadas y lana¿ de cerca de dos millones de
cabezas do ganados do esta clase. Desde 1851 posee un Parlamento inde-
pendiente ven ninguna colonia hay más actividad administrativa y más nio-
vinnenlo político, ni se hallan más garantidas y practicadas las libertades de
la prensa y de asociación.
l^a Nueva Zelanda no fué ocupada definitivamente por Inglaterra hasía
1841, aunque desde dicha época ha adelantado mucho. Tiene un Parlamen-
to propio que ha votado varias leyes para facilitar la venta de tierras y es"
I ¡mular la emigración; la cual en esta colonia tropezó con el obstáculo de
una población indígena numerosa. Inglaterra,- que si es admirable cuando
se trata de libre y expontánea colonización, es en cambio fatal á las ra.
zas indígenas, que ha hecho desaparecer la escasa población autóctona de
la Australia sin que ni por un momento se la ocurriera que estaba obhgada
á conservarla y transformarla; en la Nueva Zelanda se consideró desde lue-
go incompatible con los primeros y tardó poco en hacerles cruda guerra,
Aq.í, como en la India, las ' divisiones de estos facilitaron y simplifica-
ron la tarea, peleando unos con otros y auxiliando al extranjero. In-
glaterra los ha despojado de sus tierras y reducido su número ])or
las jirivaciones y la guerra de una manera horrible, al paso que aumentaba
el de la población europea que de 20.707 habitantes que contaba en 1851
subia en Diciembre de 1804 á 172.158, sin contar 11.075 almas á que as-
cendían los militares y sus familias. El gobierno de esta colonia es el repre"
sontativo, con Ministerio, Consejo colonial y Cámara baja. Un cabio subma-
rino la uno con la Australia y una red telegráfica facilita las comiuiicacio-
nes'cnlro las dos islas principales, entro las que forman osla provincia.
VI.
Tienen entre sí las colonias de AusLralia grandes' analogías y algunas
diferencias que las dan carácter propio , si bien las primeras son muchas
más en número: la mayor parte de a([uellas no obstante su juventud, han
pasado por todos los métodos de gobierno conocidos; desde la autocracia de
ios primeros gobernadores responsables solamente ante el gobierno metro-
politico hasta el sistema democrático. A medida que el número de colonos,
en particular el de los libres aumentaba , la autoridad de los primeros fué
templándose hasta consentir á su lado un Consejo nombrado por ellos ; lra«;
de esta concesión viene la de los Consejos en parte nombrados y en part(í
elegidos, hasta que sobreviniendo el Acta de 1850 y constando ya á las co-
onias inglesas de la Oceanía que la metrópoli renuncia á intervenir en sus
asuntos interiores y las deja en completa libertad, se fundan rápidamente y
arraigan las instituciones representativas, con gran semejanza en sus for-
mas y desarrollo.
DE AUSTRALIA, 09
En general; hay en cada colonia un gobernador nombrado por la Coro-
na, verdadero rey holgazán , que en materia de abstención y de pasividad
reproduce y exagera el papel que la reina Victoria representa en la metró-
poli. Sin el prestigio que al trono da en Europa la tradición , rodeado de
una sociedad nueva y tan dcmocrúlica (jue una porción de la misma proce-
de de los convktos que arrojó de su seno la madre patria, no pudiendo con-
ceder destinos , ni repartir sueldos , ni honores , y siendo él en realidad lo
único transitorio que hay en la colonia , el gobernador en las de Australia
viene á ser poco más que un vínculo moral entre ellas é Inglaterra. Log
ministros tienen atribuciones especiales, una misión que cumplir; el gober-
nador no cumple la suya sino cuando se abstiene , y los colonos le res-
petan tanto más , cuanto menos se ocupa de ellos. En cambio disfrutan
grandes sueldos: el de Victoria 50.000 duros , el de Nueva Gales 35.000,
los de las otras colonias 20.000.
Falta á las últimas para ser del todo democráticas y parecerse más á los
Estados-Unidos que á Inglaterra una cosa muy importante, el sufragio uni-
versal que, como sucede en la última de aquellas naciones, ha sido reempla-
zado por el censo electoral, corto para los electores de la Asamblea ó Cá-
mara baja y considerable para los del Consejo legislativo ó Senado. Porque
todas estas colonias, escepto la Australia Occidental que conserva el Con-
sejo del gobernador, tienen como la metrópoli sus lores y sus comunes, re-
producción ó parodia de los de aqueha; su Cámara de Diputados llamada
Asamblea, único poder real de la colonia , que hace y deshace ministerios,
forja y discute leyes y se rige en general por las costumbres y prácticas de
las Cámaras inglesas; y su Cámara alta (Legistativa Council) que tampoco
puede ser disuelta por el gobernador. En algunas colonias como la Nueva
Gales y Queensland los miembros de esta Cámara son en parte nombrados
por el ministerio, en parte elegidos; y donde sus funciones no son vitalicias
una porción de los titulare» se retira cada año.
La Tasmania, Victoria y Australia Meridional se apartan de aquel método
y sus senadores son todos elegidos por cierto número de años : esta última
forma es la que prevalece en la opinión y está destinada á reemplazar á la
primera en las siete colonias.
No es todo armonía en este régimen : aparte del abuso de la facultad le-
gisladora y de la instabilidid de las leyes y de los Ministerios que caracteri-
za el sistema político de las colonias de Australia , las dos Cámaras alta y
baja, se hallan á veces, como sucedió en 18G6, en disidencia acerca de al-
gún hill, y en este caso careciendo el gobernador de la facultad que en In-
glaterra tiene la Reina de nombrar nuevos pares, el conflicto se prolonga y
exacerba entre la Cámara elegida por los ricos y que representa los intere-
ses territorirles y la popular.
Las diferencias entre las instituciones de las siete colonias son aún pocas
loo LAS COLONIAS
y versan principalmente sobre materias religiosas y de enseñanza relacio-
nadas con estas. En algunas el gobierno auxilia á los diversos cultos
con subvenciones directas, mientras que en otras, como la Nueva Galos
y la Australia meridional, no reconoce ni paga culto alguno: en Victoria y
Tasmania, reconoce y auxilia solameníe á las iglesias que se dirigen á él,
]>ero en proporción del niimcro de sus adberentes.
Respecto de la enseñanza, algunos de los datos estadislicos que en eslc
articulo liemos insertado, babrán indicado á nuestros lectores la atención
que á su aumento prestan las colonias australes : todas ellas votan, en
efecto, grandes sumas para aquel objeto y en todas progresa. La diferencia
de religiones y dosisLcaias en esta materia opone algunas dificultades; para
abreviar las cuales so lia discurrido probibir en las escuelas toda enseñanza
religiosa pasadas las diez de Ja mañana y exceptuar completamente déla
misma á los niños cuyos padres la rebusen. La instrucción pública ba es-
lado siempre y sigue en Australia secularizada. Mclbourne y Sidney tienen
Universidades, sostenidas en parte por el gobierno, con programas parecidos
á los de la de Londres.
Todo esto, junto con las cuestiones relativas á la venta de las tierras,
suministra pasto á los debates de las Cámaras, á las discusiones de la pren-
sa y ocupa la atención pública, pero la verdadera guerra de opinión en las
colonias australes la expresan los gritos bostiles deprotection, free-trade, y
la bacen proteccionistas y libre-cambistas. La mayor parte de las genera-
ciones actuales déla Australia procede de Inglaterra, ba vivido en Lon-
dres, Mancbester, Liverpool, y ba participado quizás en la Liga contra las
leyes de cereales; no es por lo tanto ignorancia de las doctrinas y máximas
libre-cambistas lo que allí proporciona numerosos partidarios á la protec-
ción, sino la idea instintiva, el sentimiento más bien que en la población obre-
ra de Australia domina de que debe bastarse á si misma, y que faltará algo
á las colonias para tener existencia propia en tanto que no se encuentren
en ese caso. Otro interés muy poderoso también les guia; el de procurar
cu la colonia trabajo á sus deudos y parientes de Inglaterra, á quienes en
caso de tener ocupación y salarios que ofrecerles, barian venir, satisfacien-
do al mismo tiempo la capital necesidad de Australia, que es la de brazos
y población: «valen más, dicen los proteccionistas, los bombres, mujeres y
niños que todas las teorías económicas.» Por una aspiración análoga, erró-
nea, más poderosa', y que indica la rivabdad que comienza entre las colo-
nias, la de Victoria ba establecido un impuesto anti-económico sobre el
pan, con objeto de auxiliar á los numerosos colonos que quieran roturar
tierras y cultivar cereales, en vez de apacentar ganados, á sostener la te-
mible competencia de la Australia meridional.
Por esta breve reseña vemos que la semejanza entre las instituciones
políticas de Australia y las de la metrópoli consista más en la forma que
DE AUSTRALIA. 101
en Ja esencia: Australia ha tomado todo lo de Inglaterra, menos lo conser-
vadoi , menos la traJicion y el prestigio de la Gerona, menos la aristocra-
cia, menos la Iglesia establecida, menos la estabilidad de las leyes y de
los gobiernos: ahora bien; Inglaterra menos lo conservador no es Inglater-
ra, sino su hijo y sucesor los Estados-Unidos. Y en efecto; al paso que es-
tos van avanzando por la Oceaníay estableciéndose en varias islas del Pa-
cifico situadas en la ruta de Europa á China se aproximan á Australia, y
que la línea de vapores transpaci fieos establecida entre la última y el istmo
de Panamá, y la terminación del gran ferro-carril que une á Nueva- York
con Sím Francisco facilitan las comunicaciones de ambos pueblos. Jas in-
fluencias del primero en el último se dejan sentir cada vez más, y determi-
nan la completa trasformacion desús instituciones políticas en democráticas,
ó para hablar con propiedad, en republicanas. Falta muy poco á las colo-
nias australes para ser otras tantas repúblicas, y ese paso, no oJjstaute eJ
alborozo con que aJlí lia sido recibido el hijo de la reina Victoria, duque de
Edimburgo, cualquier suceso, la menor ocasión puede hnpulsarlas á an-
darlo.
La metrópoli, por su parle, parece hallarse preparada a ese suceso des-
de hace más de veinte años. El Estado en Inglaterra ha sido siempre res-
pecto de Australia poco menos indiferente que lo fué Holanda en el siglo
y medio que nominalmente dominó en los países descul)iertos por Tasman.
El acta de 1850, que al reconocer la separación de Puerto Philip de la
Nueva Gales y su" erección en colonia autonómica con el nombre de «Victo-
ria,» formuló en el terreno legal la doctrina de la abstención de Inglater-
ra en los asuntos y régimen de dichas colonias y la autonomía de las mis-
mas, no hacia más que interpretar los hechos. En las raras ocasiones eu
que las circunstancias, han exigido en Australia la concentración del poder,
los goljernadorcs han recibido orden de consultar á los habitantes más no-
taJjJes y de tener muy en cuenta su opinión: todo parece indicar que eJ go-
bierno británico no sólo se conformará, sino que prepara y casi desea la
emancipación de las colonias australes, á las ipie no considera más que
como un respiradero á la poJjlacion exhuberánte de la Gran Bretaña, y como
un mercado para sus manufacturas; caracteres ambos que la experiencia ha
demostrado que se desenvuelven en determinadas condiciones aún más fá-
cilmente con el auxilio déla independencia que con la sumisión ala madre
patria.
Inglaterra hemos dicho en otra parte puede pensar así, porque posee
más de cinco millones de millas cuadradas de colonias, pobladas por 200
millones de habitantes, una inmensa red estendida por todo el globo de es-
taciones mercantiles y militares, y porque las más ricas y de mayor porve-
nir de esas colonias han sido formadas por una reciente emigración británi-
ca, que conserva los gustos, hábitos y aí'ectos que tenia en la metrópoli,
102 LAS COLONIAS DE AUSTRALIA.
y que son oíros tantos vínculos morales y materiales entre los pueblos. E
gobierno inglés, además, nadaba liecbo por las colonias australes más que
verter en ellas la escoria de la población europea, y en rigor nada puede pe-
dirlas: aquellas se ban formado por sí solas, sin sacriíicios ni esfuerzos de la
metrópoli, á la que, por el contrario, ban sido de suma utilidad.
Su independencia estaría, pues, en algún modo justificada, no solamente
por dicbas singulares circunstancias, sino también por otra consideración
muy poderosa, pues cuando llegue aquel caso, las colonias australes, cuyo
rápido desarrollo acabamos de ver, que no cesan de recibir la corriente vi-
vificadora de la emigración de su propia raza, con sus propios idiomas, vín-
culos y costumbres se hallarán, ó tardarán muy poco en encontrarse en
situación de formar una nacionalidad fuerte, verdaderamente independíente,
capaz de defenderse sin ageno auxilio y libre de enemigos exteriores por la
posición que ocupará en el globo.
Con esas circunstancias la emancipación es un hecho natural, como la
del hijo que alcanza la mayor edad. Sin ellas, ni Inglaterra que ha hecho
grandes sacrificios para conservar la India, la consentiría probablemente, ni
la población australiense, que está dotada del buen sentido propio de la raza
anglo-sajona, y que no da muestras de querer precipitar el momento de la
ruptura del vinculo legal con la metrópoli, pensaría en lanzarse á una exis-
tencia azarosa, en laque en vez de gloria y porvenir, no hallaría masque la
tumba de su honra y de su prosperidad.
Joaquín Maldonado Macanáz.
DE LOS MORISCOS
QUE PERMANECIERON
EN ESPAÑA, DESPl'ES DE LA EXPULSIÓN DECRETADA POK FELIPE III.
Por donde quiera que se abra el libro de nuestra historia, aparecen pá-
{íinas brillantes 'de abnegación y de heroismo, empeñadas lides por la
libertad y la justicia, victorias increíbles sobre enemigos poderosos, mucha
labor y esfuerzo singularísimo para organizarse en lo interior, generosidad
con los pueblos extraños, no perdonar desvelo para extender la cultura
civil y la doctrina del Salvador del mundo por todos los ámbitos de la
tierra^ el posponer la vida al interés de la patria^ los bienes mundanos á la
honra de la religión; hechos que esmaltan la corona de nuestro glorioso
pasado.
Mas con ser recibido universalmente el subido precio de la historia de
España,, todavía la deslustran con harta frecuencia, aun á los ojos de va-
rones (jue' logran fama de entendidos, inexactitudes de bulto^ errores
lamentables y gravísimas preocupaciones.
Hubo un tiempo en que parecía vinculado en la patria de Luis Vives,
de los Herreras y de los Mendozas el cetro de los destinos europeos; aspi-
ración fué de nuestra política, no menos que de nuestra literatura y de
nuestro arte durante la décimasesta centuria, el pasear el estandarte de la
civilización por todo el orbe, empresa, aunque atrevida, disculpable en la
nación que había reconocido por pnmera vez con sus bajeles la unidad de
nuestro planeta, que medía un arco de meridiano con Nebrija y levantaba
con Esquivelel mapa geodésico de la Península, donde tomaban aliento em-
presas tipográficas como la una y la otra Poliglota, y artísticas como el mo-
nasterio del Escorial. En aquellos días de gloria para España, ejercía nuestra
patria un verdadero principado sobre el resto de las naciones del mundo,
104 DE LOS MORISCOS.
l,is cuales recibian é imitaban sus ideas, formas artísticas y hasta sus modas
y Mvólidades; pero decaida de aquella grandeza, tornóse la autoridad en
desprestigio que, engendrado á lo primero por el encono y continuado
después con manifiesta injusticia, representó la intolerancia española cual
océano de sangre y noche de tinieblas, en tanto que se daban al olvido
las crueldades de Calvino con Servet, la de Sommerset con los catóhcos,
las de Carlos IX y de Luis XIV con los míseros reformados.
Contra el rigor de tales imputaciones depone altamente la conducta de
Felipe II y Felipe III, de Felipe IV y de Carlos II con los idólatras ameri-
canos y con los chinos y sangleyes, la cual bastaría á contrarestar tan
infundadas prevenciones, sí no estuviese averiguado que, aun en el cora-
zón de la Península la severicjad de la Inquisición española sólo se distin-
guía de la usada ordinariamente por el mismo tribunal en otras naciones
del Catolicismo, en cuanto á haber recibido en alto grado las aficiones,
odios y condiciones ordinarias del carácter de nuestros españoles.
Porque es lo cierto, que, hermanada dicha institución con las inclina-
ciones de un pueblo que durante su largo comercio con los árabes, había
aumentado su aversión á los deicídas hebreos, anatematizados una y otra
vez en el Corán como matadores de profetas, hizo más adelante en ellos y
en los herejes reformados el blanco principal de sus persecuciones, mos-
trándose en comparación exiguo el número de islamitas en que ejercitó su
rigor, y esto en el trance de durísima necesidad, á efectos de sobra de ar-
rogancia ó falta imperdonable de prudencia por parte de los perseguidos.
Ni podía ser de otra manera, dados los antecedentes de la política españo-
la á contar desde los tiempos medios. Porque, dejada aparte la variable con-
ducta de los cristianos en los primeros días de la reconquista, inspirados
alternativamente hacia los muslimes, ora por el encono de sentimientos
vengativos, ora por el temor de duras represalias, fenómeno es digno de
no poca consideración el nacimiento de un sistema de general tolerancia en
los momentos en que prepondera definitivamente el cristianismo en la Pe-
nínsula, tolerancia que no puede ponerse en tela de juicio, á partir de las
capitulaciones de Cea, otorgadas por D. Fernando I, origen histórico de la
libertad religiosa de los muslimes en los dominios castellanos (1). Ellas, con
(1) Eu ua trabajito, impreso poco há sobre este asunto, se nos liace cargo porque uo
seguimos al autor anónimo designado bajo la denominación de El S 'dense, ni en la fecha
ni en las circunstancias del mencionado suceso, al señalar su importancia en nuestra
memoria, premiada, "Estado social y políticode los Mudejares de Castillan alirmando el
Aristarco i)»ra justiñcar la inculpación que /os escritores todos defieren al testimonio del
¡■iliense. Al iiropio tiempo y en virtud de inconsecuencia no muy explicable se asegura
que la opinión sustentada por nosotros es con poca variedad la de D. José Amador de
los Ríos, la de Mr. Circourt, la de Mariana (pudiera haber añadido las de Garibay, Zu -
ita y aun Perreras), la de )Saudoval y el maestro Resende citado por el anterior, de
PE LOS MORISCOS. 105
los asientos y estipulaciones concertadas para la rendición de Toledo, los
cuales sirvieron do patrón en la conquista de buen número de pueblos do
la nueva Castilla, no sin que fuesen imitados por el Cid en la conquista du
quien añrma el articulista que es frecuente én él apoyarse, "al historiar los heclios de
los Cinco Beyes, en documentos y aún crónicas de nadie conocidas al presente, de modo
que pueden darse por ijerdidasn aunque "no etf lícito tenerlas por ficciones del hiien
Oh'ispo. " Con esto bastaría, para tener por invalidada aciisacion tan gratuita en lo rela-
tivo ano haber seguido al Silense, bajo el supuesto de que todos defieren á su testimo-
nio, si no se concluyese con notable dogmatismo que el separarse del autor anónimo
del manuscríto hallado en el monasterio cíe Silos, ó el fallar en contra de su a\itoridad,
más procede de inadvertencia y no ¡[tenerlo presente, que de desecharlo jior razones y ar-
yumantos de peso.w Afirmaciones son estas, que se avienen mal con la sinceridad i^ropia
de la crítica, dado que de nuestras citas en dicha obra (donde se muestran á la conti-
nua acotaciones y textos del Silense) consta copiosamence que la hemos con.
sultado y tenido á la vista, y al parecer con menos ijrecipitacion de la usada por el im-
pugnador, en cuanto á la cita y autoridad de un libro arábigo qne denomina Drayisa>
nombre y designación inconcebi])les en el idioma árabe, según cuya pronunciación y
ortografía es de todo pimto imposible que una dicción comience con la sílaba Dra. Ya
en la página 29, inmediatamente posterior á la 28, en que hablábamos de la capitula-
ción de Cea, mencionábamos pormenores de los textos del Silense insertándolos á la
letra en la página 159, no sin alguna corrección por nuestra parte, como que guiado di-
cho cronista de un espíritu que sólo se concibe en un monje apartado del teatro de los
sucesos, escritor por otra parte tan oscuro, que la posteridad desconoce su nombre, so
, recrea en ideales de excesivo rigor y destemplada intolerancia, contradiciendo la esijc-
cie razonabilísima de los asientos otorgados iior el primer Fernando á los vencidos sar-
racenos, hecho atestiguado por otro escritor de la misma época, personaje de imi)or-
tancia en la corte de D. Alfonso VI, y recibido á poco por historiadores tan ilustres
como Rodrigo de Toledo y D. Alfonso el Sabio. Harto pudiera decirse acerca de los
diez y seis años, que, bajo la autoridad del Silense, hanse contado como transcurridos
entre el iirincipio del reinado de Fernando I y sus guerras con enemigos extraños, y
más por aparecer con letra bastarda en la edición de Florez la expresión sexdecini,
annos, en testimonio de no entenderse ó hallarse borrado en el manuscrito con lo cual
• puede creerse que se ha coiñado dicho número de El Tudeusc, escritor no sobrada-
mente autorizado, (juieu así lo consigna. Aun suponiendo el hueco perfectamente
enmendado y la autoridad del escritor anónimo tan decisiva, como falta de todo va-
lor la de los más de los historiadores, liabria que fijar de antemano el principio de la
cuenta para 'el reinado de D. Fernando I, no siendo en modo alguno indiferente la co-
locación de este suceso, ora en el asesinato del conde castellano D. García Sánchez
(1029), ora en la muerte de D. Sancho el Mayor (1035), ora dos años antes de la muer-
te de este príncipe. Lo que no admite género de duda es que la conrversion de Visocen-
sis en Oscens'is de Hucsca,_ imaginada i)or el ilustre historiador D. Modesto Laf uente,
para probar contra Ferreras que Viseo no estaba conquistada al celebrarse las Cortes
de Coyanza en (1040), no es en rigor aceptable, pues prescindiendo de la naturaleza de
la prueba, nada menos verosímil que el obispo de diócesis tan apartada, interviniese
en las Cortes de Castilla. Por el contrario el estudio de los códices más antiguos ha
l)uestode resalto que, sino debe leerse Gomecius Visocensis á«jemplo de Florez (Espa-
ña Hay rada, t. XIX) <) Gómez de Visco, según traslada la antiquísima coiiia de Bene-
viverc, es perfectamente legítima y obvia la lectura Gomecius A ucensis, esto es, el de
Anca ú Occa, como ocurre en el libro gótico de la Iglesia de Oviedo.
106 DE LOS MORISCOS.
Valencia, vinieron á establecer precedentes importantísimos en lo relativo
á la libertad civil y religiosa concedida á los mahometanos.
Frecuentemente quedaba él gobierno de la población sarracena en po-
der de sus aljamas, con alguna intervención de los mozárabes, donde lo^
habia, y bajo la presidencia ó autoridad de un alcalde, arráez ó salmedina,
cargos que tuvieron á la continua varones muslimes, á lo menos en lo que
tocaba á los de su raza, no sin que hayan acgado hasta nosotros memorias
y documentos de algunos cadiazgos ilustres, como lo fueron los de Seifado-
la Aben-Hud en Toledo, de Aben-Giahaf en Valencia, de Aben-Abdilhaqq
en Sevilla, de Alguatsiq en Murcia y die Muhammad-ben-Abdillah en Jaén .
Tanto en los casos mencionados arriba, como en aquellos en que lo
considerable de la población cristiana, forzaba á establecer autoridades pri-
vativas con apartamiento y separación de moradas por barrios ó arrabales »
ó en los que, según ocurría con no poca frecuencia, el gobierno de una loca-
lidad, habitada por cristianos, muslimes é israelitas, estaba representado
por un magistrado de la ley cristiana, el ejercicio de los dos último^'
cultos era libre, respetados con toda religiosidad los bienes de sus fun-
daciones piadosas, las mezquitas y sinagogas abiertas y, en lo privativo
al Islam, la facultad de llamar públicamente á la zalá desde lo alto de
los minaretes, la de formar cofradías y asociaciones devotas y la de
celebrar sus procesiones y romerías á los sepulcros de los santones.
Demás de sus escuelas de primeras letras, unidíis á las mezquitas par-
rofjfíiales, conservaron en las poblaciones de cierta importancia algunos
estudios superiores, ora sostenidos públicamente por los muslimes, ora
por la munificencia de reyes y proceres cristianoe, como se vio en Toledo,
Valencia, Sevilla y Murcia, señaladamente en esta última localidad, donde el
sabio monarca D. Alfonso X hizo labrar un edificio exclusivamente, para
(jue explicara el doctísimo Ar-Racutí las ciencias y cultura de los árabes.
En lo tocante á la administración de justicia, fué muy común d que
guardasen el uso de sus tribunales apartados, con arreglo á sus leyes y pres-
cripciones azuniticas, como quiera que en los últimos tiempos se admitía
la alzada en las sentencias de dichos tribunales, para ante las Chancillerias
del Monarca. Todo esto, se guardo en Castilla y Andalucía, hasta los cé-
lebres edictos de 1501 y 1502, continuándose iguales hbertados en los Es-
tados de la corona de Aragón, bajólos reinados de D. Fernando V y Don
Carlos I hasta el año 1525, en que fueron compelido's por la fuerza á abrazar
el cristianismo, tras las violencias y sangrientos desórdenes producidos por
las llamadas germanias. Contra la opinión común, la hiquisicion se mostró
lolcrante con ellos, prestándose á servir de mediador con el Soberano y á
interceder por los conversos el mismo inquisidor general D.Alfonso Man-
rique y cuando ministros subalternos del Tribunal, dieron señales de menor
benevolencia, las Cortes de Monzón solicitaban y obtenían (1528) que no fue-
DE LOS MORISCOS, 107
sen perseguidos, aunque se portasen como mahometanos, mientras no es-
tuvieran instruidos en la religión y suficientemente adoctrinados. Emulan-
do en tolerancia las autoridades seglares y eclesiásticas, se prohibía cu
'1535 á los inquisidores que dictasen pena de relajación contra ellos, aun-
que fueran reincidentes; se convidaba con el perdón en 1545 á los que vol-
viesen á España desde Fez y Marruecos; expedía un breve Paulo III para
que los moriscos de Granada fuesen admitidos á honores civiles y beneli-
cios eclesiásticos; y, en el reglamento formado en 1548 para el gobierno de
la Suprema, por el inquisidor D, Fernando Valdés, se estatuía que fuesen
reconciliados, por punto general, sin ceremonias públicas. Cerca de cuaren-
ta y tres años liabian trascurrido desde que la Reina Doña Juana expidiera
la famosa pragmática, prohibiendo á los moros sus trajes nacionales y v\
uso del idioma arábigo, cuando, encendía su renovación á deshora (1566) una
guerra civil en el Mediodía de España, no sin que al referir los sucesos de
aquella lucha cruentísima, un político tan discreto como D. Diego Hurtado
de Mendoza, testigo presencial de lo ocurrido, dejara escapar de su pluma
frases tan simpáticas á los vencidos, que, cierto, pudieran ponerle en ej
número de sus exculpadores mas sinceros.
Cobraba, á la sazón, imponderable brío en la poesía el género morisco,
puesto de moda entre los cortesanos por las creaciones del Ariosto y del Tasso,
y que juntaba en análogas aficiones á las diferentes clases de la sociedad,
educadas todas en la Península con las leyendas mauro-crístianas de los ro-
mances tradicionales; y como si esto fuera poco, una nueva literatura religio-
sa patrocinada de buena fé por entusiastas, aunque irreflexivos prelados,
alardeando erudición, disfrazando y mezclando doctrinas alcoránicas con apa-
riencias devotas y evangélicas, se daba á ganar por el ingenio á la causa de los
moros, una transacción de parte de los vencedores. ¡Qué mucho que el insig-
ne manco de Lepanto, á quien graves heridas y cautividad larga é intolerable
abonan su severidad con los mahometanos en el Diálogo de los Perros, apenado
el corazón con el destierro de los moriscos, que no se atreve á censurar, se
complaciese en representar con colorido patético é interesante las figuras de
Ricote y de su hija! Tipos, ambos personajes, de una raza que debía des-
aparecer de la Península á impulsos del acontecimiento que describe^ dejan
vislumbrar al propio tiempo que^ á despecho de los pavorosos edictos de 22
de Setiembre de 1609, de 10 de Julio de 1610^ de 26 de Octubre de 1615,
de 18 de Diciembre del mismo año^ y de 4 de Enero de 1614; ello es que
permanecieron en España multitud de moros y cristianos nuevoS;, oi'a en
virtud de circunstancias análogas á las narradas por Cervantes como ocur-
ridas en la casa del vire y de Barcelona^ ora merced á los innumerables me-
dios que ha tenido siempre, para encubrir su existencia en nuestro suelo,
todo linaje de perseguidos.
Sin cstO;, debían quedar á tenor de los bandos, niños de corta edad pertene-
108 DE LOS MORISCOS.
cientes á la raza morisca, mujeres desposadas con cristianos vic^'os, y aquellos
nuevos que hubiesen permanecido, durante los dos años inmediatamente an-
teriores á los decretos de expulsión, fieles á las prácticas de la religión cristia-
na y apartados de las aljamas y juntas dé los suyos^ capítulo^ que á la verdad,
no pareció observarse muy religiosamente en vista del considerable número
de expulsos que fueron martirizados en África. Ignoramos asimismo, si se
cumplió escrupulosamente, aunque nos inclinamos á la afirmativa, el articu-
lo V de lo ordenado en 22 de Setiembre de 1G09, en cuanto á que perma-
necieran en cada lugar de cien casas, seis moriscos con las mujeres é hijos
que tuviesen, con tal que estos no fueran casados, al propósito de que se
conservasen las casas, ingenios de azúcar, cosechas de arroz y regadíos, y
diesen noticia á los nuevos pobladores de la tierra, á condición siempre de
que hubiesen dado las mejores muestras de fé inquebrantable; pero cualquie-
ra que fuese el resultado de esta tolerancia, como de la particularidad de
haberse levantado por el bando de 2G de Octubre de 1613, la prohibición
que antes^tenian de pasar á otros reinos de S. M. C. fuera de España, no
es dudoso que permanecieron algunos en la Península y á ella volvieron
otros durante el siglo xvu, con tolerancia manifiesta de parte de la Inquisi-
ción, y en número suficiente á llamar la atención de naturales y extranjeros.
Acerca de este punto importantísimo es notable la inopia de datos al par
que la contradicción de las opiniones sustentadas por escritores, en otros
conceptos tan ilustres, como el autor de \a Historia déla Inquisición y don
Modesto Lafuente. El primero en el capítulo XXXYIII de la obra menciona-
da se expresa en estos términos; «La unión de la corona de Portugal con la
española en la persona de Felipe lí. fué origen de que durante su vida y
mucho más después de su muerte vinieran á dominar muchísimas familias
portuguesas de origen judaico, con titulo de mercaderes, médicos y de pro-
fesiones diferentes, de que resultó que celebrando autos de fé particulares y
alguna vez, generales, apenas había herejes que sacar al público, sino judai-
zantes portugueses, pues desaparecieron lus mahometanos casi totalmente
con la expulsión de los moriscos y era corlisimo el número de los reforma-
dos protestantes.» En cuanto al último historiador, hé aquí sus palabras
textuales en el Libro III de la Parte III de su Historia general de España.
«Los (moriscos) que en las poblaciones habían quedado en el concepto de
buenos y fieles cristianos sufrieron todos los rigores del Santo O ficio, a
cual eran frecuentemente denunciados, so pretexto de la más insignificante^
práctica muslímica, que á cualquiera le daba el antojo de atribuirle.» Mas s'
invalida algún tanto esta afirmación la circunstancia de aparecer en corto
número, en las relaciones de autos impresos con posterioridad á la expulsión
de lo i moriscos, los relativos á mahometanos, en particular durante la
época inmediata, siendo los más de ellos naturales de África, tunecinos, ar-
geünos y marro(iuíes, que después de bautizados se mantenían apegados á
DE LOS MORISCOS. 109
las prácticas del Islamismo, consta por ctra parte, de documentos auténti-
cos y fehacientes la permanencia en la Penmsula de considerable número de
moriscos en los reinados de D. Felipe IV y D. Carlos II.
Es el primero un informe elevado á S. M. el rey de España por la ciu-
dad de Sevilla acerca de los moros que liabia en ella, por los años de 1G24
á iG25. Refiérese este documento átres informaciones consecutivas hechas
por la cmdad acerca de este asunto; la primera el año de 1G19 ante el asis-
leute conde de Peñaranda; la segunda en 1020 ante el conde de la Fuente
del Saúco; y la última en 1G23 ante D. Fernando Ramírez Fariña del Con-
sejo y Cámara Real, por mandado de su Presidente, á consecuencia, dice
el texto do dicho informe, de haberse reconocido «los daños grandes que
resultaban de tan gran cantidad de moros de Berbería libres,» y cautivos
mezclados con los moriscos del reino de Granada, resumiéndose los resul-
tados de dichas informaciones á tenor de lo proveído por la Cámara de
Castilla, en la que elevaba la ciudad en los términos siguientes: «Que es
«grandísimo el número que ay en esta ciudad, de moros y moras por
«averse venido de todas las, costas y lugares marítimos, donde por leyes de
» estos reinos no pueden asistir, é como tienen armas cometen muchos de-
«litos, é hacen muchos hurtos en quadrílla de día y de hoche, tratan y co-
«munioan los moros de Berbería, con quien se corresponden y de quien el
»dícho D. Fernando Ramírez Fariña cogió y halló en su poder muchas
«cartas, y los moros y moras que ay cautivos no biuen en casa de sus
samas, sí no andan ganando jornal tomando por ocasión esto, para que
»no les puedan expeler y echar á su tierra y otros se rescatan no solo á
»si mismos, pero á otros, haciendo bolsa pública para ello, y para este cfec-
»lo y (sic) otros muchos moros de la costa, que los unos y los otros todos
«andan juntos y binen en corrales de vecindad en su misma ley, guardando
«su seta y haciendo sus ritos y ceremonias de ella como lo pudieran hacer
«en Berbería, y llevan y hurtan de esta ciudad muchos niños, que envían á
«tierra de moros, y que otras muchachas y muchachos, asimismo xplanos,
«los llevan y acuestan consigo, y los procuran enseñar o instruir en la ley
«mahometana. Y ninguno de los dichos moros y moras cautivos no biuen
»en casa de sus amos, y andan en tal libertad, que quien jamás seaconber-
«tido ni vuelto xpíano, y procuran que no se conbierfan á nuestra Santa
«Fécathúiíca los otros esclavos que están en casa de sus amos, y lo que
«mas es, que no dan lugar á que los que nacen de los moros esclavos se
«críen entre xpíanos ni pueden alcanzar medio para ser baptizados; ya
«que antes que paran los moros esclavos (sic), conciertan con sus amos el
«rescate de lo que ha de nacer de manera que vienen á nacer libres y los
«toman y crían los moros como si nacieren y se criasen en Berbería; cosa
»de grandísimo dolor y lástima, pasar y hacerse lo tal en tierra de xpianos
«con la misma libertad y publicidad que en la suya; demás de lo qual qui-
MO DE LOS MORISCOS.
stan la biuienda y sustento á la gente pobre y xitianos viejos, que de todas
«partes- como á lugar tan grajide biencn á esta dudad, no piidiendo sus-
» tentarse en su tierra; y no hallan ni tienen en que traunjar ni como sus-
» tentarse por ser moros y moras la mas de la gente de trauajode esta ciu-
"dad, y ellos son regatones públicos de frutas y verduras y otras hgum-
»bres y mantenimientos, que compran y vuelven á vender y a menudo en
•apuestos y por las calles^ con que demás de quitar la ganancia á los pobres
«xpianos viejos se venden al doblo de lo que valen los géneros en que ellos
«tratan: y por las aberiguaciones que hizo el dicho D. Fernando Ramírez
«Fariña consta de las cartas que seles tomaron no solo que se comunican,
«corresponden y tratan con los moros de Berueria, sino con todos los de la
«costa de Berueria (1) y los robos y muertes que hacen con los xpianos y
«xpianas; y las villas de Utrera, Villamartin y otras an venido a repre-
«sentar a esta ciudad los grandes daños, que padecen con la abitacion de
»7noros en aquellos lugares; como todo más largamente, mandará V. M.
«ber por las dichas informaciones, y por parte de esta ciudad y cabildo de
«jurados della se ha suplicado á Y. M. poner breve y eficaz remedio, como
«lo pide la grandeza de la materia y el peligro conocido en que se está en
«ella, con tanto riesgo de la ofensa de Dios Ñ. S. publicado y amonestado
«por los predicadores en los pulpitos, etc. (2).»
Claramente se colige por este informe: 1,° Que Sevilla contiiba entre sus
moradores buen número .de mahometanos libres y cautivos, mezclados con
moriscos del reino de Granada. 2." Que la licencia y desenfreno de estas
gentes era causa de cuidados para la Real Cámara, el Cabildo de Sevilla,
la villa de Utrera y Yillamartin. 3." Que se les aplicaban las leyes publica-
das con anterioridad á la expulsión de los moriscos, en lo tocante á que no
se acercasen á los puertos. 4." Que no era observada ni cumplida la prag-
mática sobre el desarme de los moriscos. 5.° Que á semejanza de lo ocur-
rido con los judios de Portugal, entraban en cautiverio algunos o se daban
por cautivos para evitar la expulsión (o). G.° Que los mahometanos vivian
en corrales de vecindad, guardando su secta con todos sus ritos y ceremo-
nias, y ejerciendo proselilismo con los hijos de los cristianos. 7." Que usa-
ban las industrias de regatones públicos de frutas, verduras y otros nian-
(1) Probablemente Jos de las ciudades españolas eu África.
(2) MS. de la Biblioteca Nacional, X, 20.
(3) Dice á la letra: "Los moros y moras que ay cautibos no biven en casa de sus
amos, sino que andan ganando jornal, tomando por ocasión esto para que no les piic-
dau espeler y echar de su tierra; n mas como, supuesta la escasez de jornales á que se
refiere el informe, nopiiede explicarse rectamente que el ganarlo los moros les libertase
de la expulsión, se ha de entender que la frase ntomando por ocasión esto" se refiere á
lo capital de la cláusula, á saber, el darse por cautivos, no viviendo en casa de sus
amos.
DE LOS MORlSCeS. lll
lonimientos; y, 8." Que vivian, asimismo, en las posesiones españolas de la
cosía de Berbería sectarios de su misma ley, con notables indicios de fre-
cuente comunicación do los moros de la Península con aquellos muslimes y
f'u general con los naturales y avecindados en los Estados berberiscos.
Pero si la enunciación de estos hechos se presta á graves reflexiones, se
acrece sobre manera su importancia al verlos en armonía con manifesta-
ciones y sucesos sobre manera influyentes en la opinión y en las costum"
bres públicas dentro y fuera de España. Tales fueron, á no dudarlo, el no
interrumpido éxito de la poesía morisca, las últimas discusiones sobre los
hallazgos del Sacro Monte y el estado y condición de los conversos en el
vecino reino de Portugal; incorporado á la monarquía.
Conservábase en la Península no amortiguada admiración por la cultura
de aquellos vencidos, cuyos trabajos literarios fueron de eficaz estímulo á
la empresa del Renacimiento en Europa, y aunque por ventura se hubiese
perdido toda noticia cierta de la insigne escuela de traductores de arábigo,
nacida bajo la protección de don Raymundo, segundo arzobispo de Toledo
después de la reconquista, y en las cuales brillaron, al principio, el arce-
diano Domingo González y el judío Juan de Sevilla, acudiendo á ellas á
poco Pedro el Venerable, Roberto de Retes y Gerardo de Cremona, y más
adelante, Miguel Scot^ y el alemán Herrmann (1), quien residió en la Penín-
sula, reinando ya don Alfonso el Sabio; ni restasen por otra parte mnclios
elementos de cultura arábiga, en la isla de Siciha dominada ala sazón i)or
los españoles, con haberlos conservado muy copiosos bajo el reinado de ios
Normandos y el imperio de los Ilohenstaufen, al punto de afirmar el Pe-
trarca en sus Epístolas, á vueltas de alguna exageración dictada por sus
aficiones latinas, que los autores árabes eran objeto de incesantes estudios
y encomios por sus amigos y coetáneos (2); unidos los efectos de la con-
templación de las obras de arte y de las costumbres poéticas y caballeres-
cas de los moros granadinos con el asunto puesto de moda por las crea-
ciones del Caballero Boyardo, de El Ariosto, y de El Tasso produjeron en
la novela, en el romance y en el drama una hteratura popular é intere-
santísima.
(1) A los principios del reinado del conquistador de Sevilla, vivia Miguel Scoto eü
Toledo, donde pone en 1217 la fecliade su traducción de Alpetrangi (Abu-1-Farag) y al
decir de Rogerio Bacon dio á conocer en 12,30 las obras de Aristóteles cum exposito7'ihn'{
HapUntllmH y señaladamente con el comentario de Averroes. En cuanto á Herrmann
traducía en 1256 las Glosas de la Retórica de Aristóteles, debidas á Alfarabi y el Trata-
do de la Poética por Averroes. .De una indicación que se lee en su traslado al latin de
Las Eticas de Aristóteles, aparece qiie fueron traducidas del arábigo en la capilla de
la Santa Trinidad de Toledo, qiiedando tenninada la obra á 7 de Marzo de 125G.
(2) Epístoloi ad familiares. Lib. XII, ept. 2. En el j)roemio de la misma obra se
cita la autoridad de Dante en su tratado de Eloquio vulgari, donde afirnja qxie la
poesía italiaua liabia nacido en Sicilia.
112 DE LOS MORISCOS.
Bajo las plumas de nuesíros poetaS; la historia áa las aventuras y guerras
con los antiguos moros granadles^ rodeada de cierto aparato caballeresco y
heroico, se renovaba y repetia en algún modo por los sucesos casi coetáneos
<le la guerra de los moriscos, y durante las peripecias de las lides con los
alarbes de Gelbes; frecuente asunto de la poesía en los siglos xvi y xvii.
Fuese merecimiento justísimo del vencido ó hidalguía del vencedor^ es in-
negable que aquellas gallardas historias de moros y cristianos, donde corrían
parejas la nobleza y elevación de sentimientos de ambos pueblos enemigos,
lograron tanto efeclo en el público español^ que estravió á no pocos auto-
res^ convuliéndose al ñn, en una verdadera pesadilla de nuestra literatura,
Asi lo muestra innumerabilidad de romances burlescos, escritos para ridicu-
lizar esta mania^ sin que se m.inorara^ por tanto/ una afición que tenia
raices muy profundas;, y acerca dn la cual^ expresa con cierto donaire uno
atribuido al príncipe de nuestros poetas cordobeses^ contra cierto impugna-
dor supuesto ó verdadero^ que rebajaba el interés de los asuntos moriscos.
Como si fuera don Pedro
Mas honrado que Abenamar,
Y mejor dofia Maria
Que la hermosa Celindaja;
•
Si es español don Rodrigo^
Español fué el fuerte Audalla,
Y entienda el mísero pobre
Que son blasones de España
Ganados á fuego y sangre,
No como él dice prestada^
Y que es honra de esta tierra
Que haga sus fiestas y danzas,
Con lo que un tiempo ganó
Con espada^ dardo y lanza;
JNí es culpa, si de los moros
Los valientes hechos cantan,
Pues tanto más resplandecen
Nuestras célebres hazañas.
Que el encarecer los hechos
Del vencido en la batalla.
Engrandece al vencedor,
Aunque no hablen del palabra.
Contribuyó no poco á semejante tolerancia con la gente morisca durante
los tiempos que siguij?ron inmediatamente á la expulsión, el singular empeño
DE LOS MORISCOS. i 13
mostrado, á la sazón, por el arzobispo D. Pedro de Castro, quien trasladado
á aquella sede, que rigió hasta su muerte^ acaecida en 1623 de la de
Granada^ donde se habia mostrado patrono de los mencionados descubri-
mientos fingidos del Sacro Monte (1)^ no se daba por vencido acerca de la
autenticidad de aquellos documentos que esperaba ilustrar de buena fé
con el concurso ya de conversos^ ya de cautivos árabes.
Demás de esto^ su permanencia se explica por la facilidad que en los
primeros momentos hallaron para establecerse en algunos dominios de Es- •
paña, de donde no era difícil el regreso, y en el vecino reino de Portugal.
Poco tiempo antes de que se dictara por los Reyes Católicos el decreto de
expulsión de los mudejares de Castilla y Andalucía, habia ordenado el sobe-
rano dé aquel reino, en 1497 la expulsión de los judios y moros libres,
conminándoles con pena de muerte y pérdida de bienes en caso de des-
obediencia, y obligándose el monarca á indemnizar á los dueños de las
juderías y morenas, salvo si prefiriesen los expulsos permanecer reducidos
á cautiverio y recibir el bautismo.
Allanáronse á condiciones tan duras, queriendo mejor ser cautivos que
abandonar los hogares patrios, no sin que lograsen del Rey la libertad, á
trueco de que se obligasen á acudir en tiempo de necesidades del Estado
con la quinta parte de sus bienes, proposición que les pareció tolerable
y les alentó á solicitar del mismo Principe el que, en término de veinte
años, después de su bautismo, no se pudiera inquirir contra ellos en mate-
ria religiosa. Al ceñir la corona don Juan III, como advirtiese [que los
cristianos nuevamente convertidos permanecían en sus errores, obtuvo de
Paulo III en el año de 1536 una bula encaminada á promover los rigores
del Santo Oficio. Con todo, obtuvieron los conversos cuatro grandes per-
dones que les otorgaron los Pontífices Clemente VII en 1533, Paulo III en
1549 y 1555, y Clemente VIII en 1604, y tres edictos de gracia publicados
en su favor por el tribunal encargado de perseguirlos. Otorgóles don Se-
bastian en 20 de Mayo de 1570 el salir libremente, vendiendo sus bienes
muebles ó inmuebles, pero como se dieron á emigrar en número conside-
rable, con enorme quiebra del comercio, hizo publicar por ley en 1577
que ningún cristiano nuevo, de cualquier linaje que fuese, natural ó es-
tranjero, saliese de sus estados por mar ni por tierra^ sin su beneplácito ó
previa fianza, sometiéndolos á igual requisito para enagenar bienes raices,
rentas, tiendas y juros. Prohibió Felipe II en 1589 que se estableciesen en
Portugal los cristianos nuevos del reino de Granada, y aunque Felipe III
otorgó en 1601 que pudiesen salir hbrementc los cristianos nuevos portu-
gueses, revocó la concesión en 18 de Marzo de 1606, durando aquel estado
excepcional al tiempo de la expulsión de los moriscos españoles, por cuyo
(1) Godoy y Alcántara, Historia de los Falsos Cronicones, cap. III.
TOMO XIX . 8
114 DE LOS MORISCOS.
citado bando de 1613 se les permitía el establecerse en dicho país, como
también en otros estados del rey católico, orden de cosas que permaneció
hasta 1." de Diciembre de 1629 en que D. Felipe IV concedió á los cris-
tianos nuevos establecidos en Portugal que pudieran salir libremente de
aquel reino y tornar á él según su voluntad, disponiendo como quisiesen
de sus bienes; franquicias otorgadas por el soberano, mediante un servicio
de trescientos mil ducados, ofrecidos para socorro de Flandes por la com-
pañía de cristianos nuevos de Lisboa.
Así quedaron las cosas en Portugal antes de su independencia^ y así du-
raban poco más ó menos en España bajo los reinados de Felipe IV y Car-
los II, fuera de algunos casos extraordinarios, en que alguno que otro acto
de rigor de parte de los Inquisidores contra individuos de la grey maho-
metana (1), recordaban que no se hallaban abrogados los decretos, promul-
gados con tanta violencia á principios de aquel siglo.
(Se continuará),
Francisco Fernandez González.
(1) En el auto celebrado en Granada el año de 1672, entre noventa penitenciados,
los más conversos judaizantes, sólo parece que lo fueron tres por prácticas mahometa-
nas, dos berberiscos bautizados y ¡un tal Diego Rodríguez de Santiago, natural de
Castro de Lara, en Galicia, quien teniendo á la sazón sesenta años de edad ñu' recon-
ciliado en forma, y condenado á cinco años de galeras.
AL REY DE ESPAM AMADEO I.
ODA.
¡Principe augusto! si mi voz se atreve
á unir el sentimiento de mi gozo
al aplauso ferviente, al alborozo
del sano pueblo y de la bonrada plebe,
no temáis que yo queme en los altares
de la lisonja, incienso:
ni vos sois de esos príncipes vulgares
ni yo á la baja adulación propenso.
Ante el nuevo monarca de Castilla
no necesita la adhesión sencilla
para mostrar su afecto reverente
ni deshonrarse, ni humillar la frente,
ni doblar la rodilla.
Siento que me acobarda la grandeza
del arduo asunto: para mi ya extraños
son los senderos que á tan rara alteza
pueden llevar al vate, y mi cabeza
se cubre con la nieve de los años.
Mds no puedo callar: del centro estrecho
de la duda mi espíritu se lanza
á los espacios de la fé, y el pecho
siento latir de gozo y esperanza.
Proféticos murmullos, que traídos
por las auras, alegran mis oídos,
pueblan el aire puro
il(; AL REY DE ESPAÑA AMADEO I.
y del tiempo futuro
me revelan arcanos escondidos.
Tras noclie de dolor, luces derrama
serena aurora de risueño dia,
y á la voz de ese pueblo que os aclama
siento romperse el hielo que envolvía
de mi cansada inspiración la llama ;
y arrebatado en las alas del deseo,
rasgando nieblas y allanando montes,
en torno de mi patria abrirse veo
alegres horizontes.
El vicio encadenado,
vencida la ambición, muerto el perjurio,
será vuestro reinado
sobre incruentos triunfos levantado
de era de larga paz dichoso augurio.
Desde el supremo dia
en que, con más indignación que sana,
del trono de Pelayo lanzó España
de Borbon la imposible dinastía,
en medio á sus enojos
.la siempre amada Italia, de sus ojos
las ardientes miradas atraia.
¿Novéis en esto del Señor la mano,
y el cumplimiento de sus santas leyes?
¿Por qué razón el pueblo castellano,
que rechazaba ayer á tantos reyes,
sólo amor tiene para el Rey hermano?
El que los hombres entre sí conciba
y en cadenas de amor al orbe abraza;
el que estrecha los lazos de familia;
el que forma los vínculos de raza,
lo quiere así: su santa Providencia
lo ha escrito en el fecundo
libro de la experiencia.
Cuando ancho asiento en las edades toma
la era más grande que recuerda el mundo
y en que la humanidad se llama Roma,
á sus mismos señores
la Bética feliz dá emperadores.
Y los dos pueblos desde entonces juntos
acaban hechos de la historia espanto.
AL REY DE ESPAÑA AMADEO I. 117
y aun hoy resuenan, de la fama asuntos,*
los nombres de Pavía y de Lepanto.
En revesas lo mismo que en victorias
nuestra sangre y la vuestra van unidas
alimentando nuestras dos historias
en una misma historia confundidas.
Asi corren hirvientes
dos rápidas corrientes
de fundido metal que en un momento
han de formar en cóncavos ardientes
colosal y durable monumento.
Y el bronce no resiste
del tiempo destructor á la cont-tancia,
ni de las armas al progreso triste,
ni á la mano brutal de la ignorancia;
pero el santo recuerdo consagrado
por cien generaciones
y en el amor fundado,
no puede perecer, que está encerrado
y alienta en nuestros propios corazones.
Un dia, nuestras huestes poderosas,
ya el moro á sus desiertos repelido,
hacia un mundo se lanzan, escondido
del mar entre las brmiias vaporosas.
Ávidas de acabar altas empresas;
atravesando por ignotos mares,
y reduciendo naves á pavesas,
y derribando bárbaros altares,
ahuyentaron sus ídolos inmundos
y enaltecieron en región extra fia
con los pendones de la noble España
la redentora cVuz que unió dos numdos.
¿Quién reveló á la atónita mirada
del viejo continente
la tierra tantos siglos ignorada,
y las puertas abrió del Occidente?
El genovés Colon. — Vagó primero
por otros reinos demandando ayuda
con inútil afán: era extranjero,
y donde no la befa, halló la duda;
pero al pisar nuestra dichosa orilla
venció al error, encadenó al sarcasmo,
118 AL REY DE ESPAÑA AMADEO I.
y coiíiprendido fué: no es maravilla.
La lengua nos habló del entusiasmo,
que es la lengua de Italia y de Castilla.
En la moderna edad, en tiempo breve
que mil hechos magniíicos abarca,
se despierta la Italia y se conmueve
á la potente voz de un gran monarca.
Luchó por su derecho y su justicia;
por su gloriosa cuna,
y España sonrió mientras propicia
ayudó á vuestro esfuerzo la fortuna.
«¡Sus!» gritaba este pueblo, palpitante,
cuando el fragor del bronce fulminante
asordaba á la Italia conmovida.
Ha llegado el instante
de recobrar la libertad perdida,
¡Sus! y que ayude á tu valor el cielo:
abran tus armas anchuroso espacio
donde pueda tender el libre vuelo
el águila del Lacio.
Ansiando para tí mejor deslino
juega tu rey su solio
de la guerra entre el fiero torbellino.
Busca ó abre el camino
que debe conducirte al Capitolio.
Y cuando, en fin, la estrella refulgente
de vuestro padre, vencedora asoma .
la acompaña impaciente
hasta las puertas de la misma Roma.
Siempre aparece, siempre, la influencia
bajo una ú otra forma, de aquel lazo
con que nos acercó, la Omnipotencia:
cuando no son las armas es la ciencia;
hoy es el corazón si ayer el brazo.
¿Cómo no han de esforzar sus afecciones
dos hidalgas naciones
que por leyes idénticas se rigen;
y cómo no han de ser buenos hermanos?
¿Cómo dos pueblos de tan propio origen
no han de estrecharse con amor las manos?
De luz los bañas en la templada zona
el mismo sol: isrual fecundo suelo
AL PEY DE ESPAÑA AMADEO I. 110
y el mismo alegre cielo
les dio el que ciñe la mejor corona.
Sus valles y montañas, de riqueza
son veneros opimos:
en ambos la feraz naturaleza
haciendo ostentación de su grandeza,
se desborda en espigas y racimos.!
La vista en ambos con placer se pierde
contemplando en risueña perspectiva
campos, do el limonero siempre verde
crece al par de la nunca seca oliva.
Hijos son, y heredaron la pujanza
de una madre común: tal vez por esu
llevamos de esta rara semejanza
en rostro y corazón el sello impreso.
Y vos, Señor, el lazo venerando
sois, que á mejor fortuna nos destina
de nuestra varonil raza latina
el generoso influjo renovando.
El pueblo que se alzó fiero y sañudo,
el que arrancó sediento de justicia
las lises de Borbon de nuestro escudo,
esperanzas sin término acaricia.
La tradición de las discordias rota,
bendecirá la mano que restaña
la sangre que aun hoy brota
de las heridas de la her^posa España.
¿Verá por su monarca justiciero
reavivada la paz y el odio extinto?
Así del pueblo entero
lo ha comprendido el generoso inslinlo.
Partícipe también, y compañera
en la alta empresa que tenéis por norte,
será, no hay que dudarlo, la primera
vuestra gentil consorte.
Bello adorno y ejemplo
será de vuestra corte,
y digna de su fama y su linaje
lo ([ue hasta aquí fué alcázar liará teiiqílo
donde al honor se rendirá homenaje.
Antonio García Gutiérrez.
REVISTA POLÍTICA.
INTERIOR
En los momentos en que escribimos estas líneas se están verificando las
elecciones generales. Por primera vez desde 1810 liasta acá presencia el país
el espectáculo grandioso de unas elecciones en que todas las ideas, todas las
escuelas, todos los intereses pueden tener legítima representación.
Por mucho que se declame contra el orden político creado por la revolu-
ción, por despiadadas que sean las inculpaciones que se dirijan á los partidos
que llevaron á cabo el alzamiento de Setiembre, por abultados que se pre-
senten los errores cometidos por los gobernantes, la historia hará justicia
á una revolución que permite el ejercicio de todos los derechos de que
puede disfrutar un pueblo libre; y cuando suene la hora de las grandes impar-
cialidades; cuando la obra sejuzgfteen su conjunto; cuando amortiguadas
las pasiones, frios los odios y marchitas las esperanzas de conseguir nuevos
trastornos sociales, se compare este período de transformación con las revo-
luciones más ó menos radicales por que han atravesado los pueblos que no
han sido indiferentes al desarrollo de la civilización moderna, quedarán des-
virtuadas de un modo irrebatible las censuras, acriminaciones y diatribas
con que los partidos extremos combaten las instituciones vigentes.
No disfruta ciertamente la nación española del bienestar á que deben as-
pirar los pueblos que viven dentro de un régimen político, fortalecido por la
aquiescencia de todas las clases sociales durante sucesivas generaciones. El
ímpetu ciego de absolutistas, moderados y republicanos prepara nuevas
batallas y enseña por medios de que no cabe dudar, hasta dónde llegarán
en su despecho, convencidos de que es sueño irrealizable el pensamiento de
destrucción que al parecer los une, y de que por la voluntad del pueblo no ha
de llegarse jamás á la destitución constitucional de la dinastía.
Este lema, levantado cual enseña guerrera al frente de la coalición elec-
toral, no prepara en verdad una solución que pueda poner á salvo los inte-
INTERIOR. 121
reses sociales, si llegaran á destruirse las instituciones fundadas por la
Asamblea Constituyente.
Desearíamos encontrar un procedimiento que pusiera al alcance de todo
el mundo la sinceridad de nuestras convicciones; que mostrara cuan lejos
estíl nuestro espíritu de dejarse influir por los intereses de partido, por las
simpatías personales, por ninguna otra mira ni consideración, en fin, que
librar al país en que hemos nacido, de los trastornos y perturbaciones por
que tendría que atravesar necesariamente, si se destruyera el actual orden
legal, antes de encontrar una forma de Gobierno suficiente para garantir el
orden en el estado en- que se encuentran las naciones occidentales de Europa.
Figúrese el lector por un momento; consideren los hombres juiciosos cuál
seria la situación de España el dia después de proclamar la jiueva Asamblea
la destitución constitticional déla dinastía. Dejemos- aparte, como punto
discutible, el derecho con que una' Asamblea no constituyente estarla en
actitud de deshacer 'la forma de Gobierno que, como expresión manifiesta
de la voluntad nacional, existe hoy. Settemos en hipótesis que al abrirse el
nuevo Congreso, una mayoría accidental cotnpuesta de carlistas, alfonsinos,
republicanos federales, republicanos unitarios j montpensieristas impeniten-
tes, declaran por medio de una proposición que el monarca legítimo de Espa-
ña Amadeo I ha dejado de remar. Admitamos en hipótesis también que el
soberano, dándole á esta determinación de la Asamblea una fuerza legal, que
en realidad no tiene, se ausenta de esta tierra ingrata, para volver á
su país natal á ser recibido entre 'aclamaciones unánimes por lin pueblo
que consideró como prenda de unión, como defensa de la idea liberal,
como sosten de la influencia de la raza latina en la política europea, la
exaltación al trono de España de un príncijie educado en la escuela consti-
tucional, cuyas no comunes dotes le hablan granjeado el afecto de la nación
en que habia nacido.
¿Cuál seria el Gobierno, preguntamos nosotros á las oposiciones, que
regirla los destinos del país hasta tanto que se constituyese en definitiva
el nuevo organismo social] ¿Aceptan los tradicionalistas, aceptan los que
creen que sólo en la dinastía de D.'' Isabel II existe la legitimidad, el
plebiscito que establecen como fundamento de doctrina los partidarios de
la forma republicana] iPuede compaginarse el derecho absoluto de la tradi
clon, el derecho de la legitimidad con la soberanía del pueblo]
La historia enseña por cierto con argumentos muy recientes que estas es-
cuelas, mejor dicho^ que estos partidos, encomiendan siempre el planteamien-
to de sus principios á la fuerza armada, sin que pueda evocarse el recuerdo
de que una vez hayan subido al poder pacífica y legalmente; deque se
hayan conservado en él por otros ardides que extirpando con el hierro y
el fuego á sus adversarios. Una desgracia inconcebible ha puesto al frente de
la nación vecina el Gobierno provisional que preside por abnegación y pa-
triotismo Mr. Thiers. Impotente para resistir por más tiempo la invasión del
pueblo alemán, Francia se ve en el triste trance de firmar una paz que
desmiente la grandeza y poderío, que en el concepto general disfrutaba, y en
estos momentos terribles inspiran ya más temor que los ejércitos vencedores
122 REVISTA POLÍTICA
las huestes demagógicas, no tan heroicas para combatir al enemigo común
como dispuestos á encender una guerra bárbara en el seno de la patria.
Se necesita en verdad estar ciegos por la pasión para no aterrarse ante el
porvenir que á la nación española espera, si ha de presenciar la lucha
que entablarían los tres partidos coaligados que forman hoy la oposición di-
nástica, antes de que cualquiera de ellos pudiera sobreponerse á los otros
dos, antes de que fuese posible establecer, aun momentáneamente, con-
cordia ni armonía entre ellos.
No se nos oculta ni hemos de negar que figuran entre los partidarios
de D. Carlos personas que creen de buena fé que al subir al trono el que con-
sideran rey legítimo de los españoles, le seria fácil establecer un sistema
de gobierno moral y justo en el cual se reñejarian las virtudes cristianas del
Evangelio, tan fielmente, que los pueblos agradecidos vendrían en su apoyo
arrastrados por un interés común. Estos espíritus mas crédulos que ilustra-
dos, en los que ejerce una influencia política decisiva el consejero espiritual,
con harta frecuencia reflejo de las pasiones de los partidos, se dejan arras-
trar por ilusiones engañosas que desmintirian bien pronto terribles y san-
grientas catástrofes.
No desconocemos tampoco que el espectáculo nada edificante que ha
dado en algunos pueblos de provincia el uso indiscreto y en no pocas oca-
siones criminal, hecho de las libertades por la Kevolucion conquistadas,
ha impulsado á familias enteras, á clases numerosas, contra el estado social
presente, ansiosas de volver al género de vida que hacían sus mayores, como
si fuese posible resucitar tiempos que pasaron, pues tanto cuesta desarraigar
en un país preocupaciones inveteradas que han merecido el asentimiento de
muchas generaciones.
iVquel partido, á la vez político y religioso, conserva un carácter de exa-
geración tal, que ha declarado guerra á cuantos elementos no se amoldaban á
sus preocupaciones ó no aparecían dispuestos á satisfacer las pasiones de sus
adictos, contándose entre los excluidos personas pertenecientes á todas las
categorías sociales, desde el simple ciudadano hasta el Rey, desde el cura de
la aldea más humilde hasta el mismo Soberano Pontífice. Este partido, utili
zando para sus fines políticos y mundanos los grandes resortes con que cuen-
ta, ha puesto constantemente en ejercicio elementos creados para fines muy
distintos por la voluntad divina.
Las individualidades que en él han adquirido más renombre, que han al-
canzado más número de prosélitos, jamás titubearon con tal de extender las
ramificaciones de su influencia, con tal de aumentar los resortes* de su poderío,
en premiar caracteres que inspiran repugnancia , en cubrir con el velo de un
perdón anticipado actos que reprueba la moral menos intransigente, en favo-
recer, si preciso fuera, la preponderancia social de seres desgraciados cuy(j
organismo los habia llevado á ser una excepción deshonrosa de la especie
humana.
En la cátedra del Espíritu Santo, en el Tribunal de la penitencia , en la
cámara de los Reyes , en los palacios de los favoritos, en el hogar doméstico,
en el interior de la familia , en el lecho del moribundo , allí aparece ostensi-
INTERIOR. 123
blemente la influencia del partido, ó late oculta sin que por eso sus medios
de acción sean menos eficaces.
El amor de madre, los vínculos indisolubles del matrimonio, las afec-
ciones ilícitas que la pasión levanta, las ilusiones puras de la niñez, los
respetos que el cariño filial imponen, los celos, la superstición en que
incurren las naturalezas místicas, la avaricia, la envidia, la petulancia, ins-
trumentos son que se ponen en juego siempre con un mismo plan, siempre
con un mismo fin , siempre con idéntico propósito.
Por eso es muy común ver convertidos inconscientemente en defensores
de una. causa política, cuya trascendencia desconocen, de cuyas tristes con-
secuencias , si triunfara algún dia , no tienen la menor ideai personas de
ambos sexos, que no han salido jamás del círculo de acción en que se agitan,
y resuelven intereses y pasiones de un carácter privado y doméstico.
Éstos elementos recolectados por manos hábiles en todas las clases que
deploran los males presentes han entrado ciegos en un partido, del cual sal-
drían horrorizados, estamos seguros de ello , el dia después de la victoria.
Seducen á estas entidades dotadas de una candidez respetable las palabras
legitimidad, derecho tradicional, partido católico, defensor de la religión de
nuestros mayores y encarnación viva del antiguo espíritu nacional ; y arras
trados por su encanto y seducidos, sobretodo, por consejeros expertos, han
llegado á formar una alianza ofensiva y defensiva con los enemigos más
encarnizados de cuanto ellas intentan defender, de cuanto se proponen re-
presentar.
Verdad es que si estos partidos formados por naturalezas fanáticas apa-
recen completamente contrarios en principios y doctrinas, la inteligencia
menos perspicaz , al analizarlos, descubre en ellos con facilidad grandes
puntos de contacto.
Participan ambos de los mismos errores económicos, se dejan influir por
pasiones análogas , adulan del mismo modo á la plebe inflamable, usan como
medio de convencimiento argumentos de igual índole, persiguen, des-
ti erran, aprisionan y Uevan por idéntico sistema de enjuiciamiento á sus
adversarios á la horca ó á la guillotina : teñida está en sangre roja la bandera
en que aparecen escritas las sublimes palabras Igualdad, Libertad y Fra-
ternidad, y el mundo recordará eternamente con horror el número fabuloso
de seres humanos que han muerto en los calabozos, que han perecido en las
mazmorras, que han sufrido horribles dolores en el tormento, que han sido,
en fin, quemados en las hogueras en nombre de una religión de paz, de cari-
dad y de mansedumbre.
La doctrina evangélica que divulgaron por el mundo contra la voluntad
de poderosos imperios, sencillos y humildes pescadores, necesitaba después
para'su sostenimiento, al decir de estos flamantes apóstoles, reyes absolutos que
la proclamaran, ejércitos vigorosos que la defendieran, tribunales especiales
constituidos en su guarda con procedimientos jurídicos, hasta entonces des-
conocidos, de cuya barbarie no presenta ejemplo la historia de ningún
pueblo.
Aquellas exageraciones levantaron pronto otras de índole menos dis-
124 REVISTA POLÍTICA
culpable. La exaltación religiosa armada, tuvo luego enfrente las heregías
armadas también, tomando parte en el combate Juan de Huss, Juan de Ley-
den, Tomás Munzer y demás dogmatizadores que proclamaban un nuevo cre-
do religioso y reformas políticas de un carácter muy semejante á las que
propalan hoy los modernos socialistas.
Los restos de semejante estado social, la influencia que aún ejerce entre
nosotros, los vicios que lia infiltrado en la organización de los poderes pú-
blicos, hacen más difícil en un país con semejantes tradiciones, la aclimata-
ción del Gobierno representativo y de la Libertad moderna.
Para destruir esta libertad, van en estos momentos unidos y compactos
á depositar en la urna el boletín que la niega, ortodoxos y heresiarcas, ab-
solutistas y republicanos, los defensores de los errores de ayer y los sostene-
dores de las locuras de mañana. Los eternos enemigos se han dado un ósculo
de paz, las pasiones han sido más fuertes que los principios, los intereses más
pujantes que las ideas, los odios más vivos que las máximas de las respectivas
iglesias.
El canónigo Manterola y el tribuno Castelar, el defensor apasionado del
Dios del poder y el admirador fervoroso del Dios de la misericordia, el entu-
siasta de San Vicente Ferrer y el enemigo implacable de las tinieblas de la
Edad Media, marchan al frente de sus respectivas huestes, entran amigos y
compañeros en la lucha; las damas más distinguidas y las mujeres del bajo
pueblo los incitan con la misma pasión al combate; los salones y los clubs se
han dado la mano; Mad. Lamballe y la cortesana Mirecourt, se estrechan eu
púdico, noble y generoso abrazo; la Saint Bartelemy, las hogueras inquisito-
riales, las dragonadas, los voluntarios realistas, las purificaciones, los asesina-
tos jurídicos de 1814 y 1824 en España, han hecho alianza con los asesinatos
de Setiembre en Francia, con la guillotina, con los rojos de 1848, con los
reformadores de Marsella, de Lyon y Belleville, con los republicanos fedc-
i-ales de Jerez y de Paterna.
La historia de la humanidad registra asombrosas armonías.
Detrás de estos elementos, y en segunda línea, con menos reahdad de
fuerzas que apariencias de importancia, aparece el antiguo partido moderado
del que antes de la revolución se hablan ido ya apartando muchos de sus
hombres notables, convencidos de cuan imposible era hacerle aceptar las
ideas modernas que se hablan abierto camino en el mundo civilizado.
En vano alguna de sus individualidades hacia heroicos esfuerzos para
que siguiera una marcha progresiva semejante á la que hablan adoptado
el partido tory en Inglaterra, los amigos de Cavour en Italia, y los conserva-
dores liberales en Francia. El propósito fué ineficaz. Las influencias teo-
cráticas, los elementos políticos que reconocieron á la reina Isabel en el Con-
venio de Vergara, y personalidades excépticas, dispuestas lo mismo á ca-
larse el gorro frigio que á adular á los poderes absolutos con tal de reali-
zar sus sueños de ambición ó de buscar un modus vivendi, se hablan apode-
rado por completo del gobierno del Estado.
La adulación jialaciega, y lazos de otra índole cegaron por completo á
la persona augusta que ocupaba el Tron<i, por tal manera que, cuando habia
INTERIOR. 125
llegado á ser un poder aislado, sin ramificaciones en el país, condenado por
la opinión pública, se creia aún soberana absoluta, sorprendiéndole, cual
inesperada desgracia, la revohicion que puso fin á su reinado.
Cayó la monarquía de Doña Isabel II porque liabia renegado de su origen y
antecedentes; porque liabia mirado con sistemático menosprecio las formas más
esenciales del sistema representativo; porque se habia divorciado poco á poco
de todos los partidos; porqiie sus consejeros responsables hablan becho osten-
siblemente añicos la Constitución del Estado, buscando apoyo moral en lo
que llamaban por servil adulación la constitución interna del |)aw, es decir,
las instituciones á que antes nos hemos referido, que la nación ilustrada con-
sideraba justamente como el lecho de Procusto de su antiguo poderío y per-
dida grandeza.
Esa constitución interna, resucitada por hombres de origen revoluciona-
rio, era el último sarcasmo que podia arrojarse ala frente de un pueblo opri-
mido. Proclamar esa constitución interna equivalía á decir en pleno si-
glo XIX que el Tribunal de la Fé era una institución respetable; la per-
secución de los judíos acto digno de alabanza; la expulsión de los mo-
riscos una medida benéfica, moral y económicamente considerada; la in-
vasión de la sociedad religiosa en la sociedad civil, contra lo cual hablan cha-
mado tanto las Cortes españolas y el Consejo de Castilla, fuente de fortuna;
(lue en los favoritos con el Rey residirían de nuevo los poderes ejecutivo,
legislativo y judicial; que todo género de persecuciones serian lícitas, y que
ningún ciudadano español podia escribir sobre historia, sobre filosofía, so-
bre política, sobre ciencias sin permiso del diocesano. Jamás, como enton-
ces, fué reflejo fiel de la libertad intelectual que se concedía á los españoles
el célebre monólogo que coloca Beaumarchais en boca de Fígaro.
La monarquía se derrocó por culpa de los que hoy lloran ineficazmente su
caida. Ellos la precipitaron con sus adulaciones; ellos la abandonaron en el día
de la lucha; ellos la habían desacreditado, cuando todavía tenia fuerza, vigor
y lozanía para salvarse.
¿Quién no recuerda hoy, cuando tanto la echan de menos, cuando tanto la
lloran, cuando con éxtasis amorosos evocan su recuerdo, cuando ostentan
prendas de lujo como símbolo de fidelidad religiosa á su memoria, los jui-
cios acerbos, las sátiras picantes, las quejas públicas que proferían, los planes
de conspiración antidinástica en que entraron cuando los alejaban del
poder las intrigas palaciegas ó la preponderancia voluble de los afectos
privados, esos mismos que hoy se manifiestan tan entusiastas y leales defen-
sores]
Para los que como nosotros no han conspirado nunca; para los que como
nosotros han aceptado la revolución, después de llevada á cabo como una ne-
cesidad inevitable; para los que como nosotros sólo han pensado en contri-
buir por cuantos medios estuviesen á su alcance á que las instituciones repre-
sentativas y la monarquía se salvasen del naufragio, convencidos de que re-
presentan la civilización de nuestro país y su honra á los ojos de Europa, ¡qué
espectáculo tan curioso no ofrecen esos courtissans de malhetir, que ayer, como
quien dice, nos llamaban fríos, tímidos y mogigatos porque no queríamos se-
126 REVISTA POLÍTICA
guir la desesperada política á que su despecho, su ambición y sus iras los arras-
traban!
Los partidos mismos que con más ardor combaten las soluciones legales vi-
gentes, el organismo político que ha creado la Asamblea Constituyente, se apar-
tan de estos elementos porque conocen su impotencia, y rechazan su concurso
en la mayor parte de los distritos electorales, admitiéndolo tan sólo en alguna
que otra localidad extraviada, en que por la importancia exclusivamente per-
sonal de un hombre ilustre ó de una familia respetable, por el agradecimiento
de favores pasados, pueden prestarle alguna ayuda. Nadie ignora que, cual-
quiera que sea el resultado de la lucha que está verificándose en estos
momentos, los partidarios de la monarquía derrocada serán los que tengan
representación más escasa en el futuro Parlamento.
Si no queremos implantar de nuevo las instituciones, si así pueden lla-
marse, que trajeron á la nación española á la triste y vergonzosa situación en
que estaba al morir Carlos el Hechizado; si no queremos que se levanten otra
vez entre nosotros cual figuras respetables los Froilan Diaz, los Nithard, los
Calomardes y Clarets; si no queremos que vuelva á comenzar el imperio, ya
público, ya secreto de los favoritos; si no queremos ver en nuestro país el
triunfo, no de una democracia territorial y conservadora como la de los Es-
tados Unidos de América:4gino de una democracia utópica que aborta cons-
tantemente de su seno, por desgracia de ella misma, todas las malas pasiones
que caben en el corazón humano, preciso es que se unan los hombres 'de
buena fé, los que sientan latir en su corazón verdadero patriotismo, cuantos
abriguen simpatías por el espíritu del siglo en que han nacido, para salvar la
monarquía constitucional de los rudos embates de sus sistemáticos adversarios.
Pero la humanidad no realiza las más grandes empresas, como el sabio
descubre las verdades de la ciencia en el tranquilo retiro de su laboratorio;
la humanidad no se despoja nunca ni aún en esos sublimes esfuerzos que
para honra suya registra la historia, de sus pasiones, de sus intereses, de
sus susceptibilidades, y esto han de tenerlo muy presente los Gobiernos si
no quieren encontrarse aislados y sin fuerzas para realizar aun aquello
mismo que todo el mundo considera como lo más ventajoso para los inte-
reses colectivos de la patria.
El Gobierno de la Asamblea Constituyente incurrió en sU último periodo
en el error funesto de confundir la alta misio» de dotar á un pueblo de
instituciones permanentes con la mezquina empresa de halagar la dominación
de un partido; y sin un grande esfuerzo de patriotismo y abnegación por parte
de los que horas antes consideraba como adversarios, su influjo hubiera
sido ineficaz para "constituir la monarquía, y la revolución española habría
terminado encadenando la libertad que tanto deseó bajo los pies de un dés-
pota, como han terminado tantas revoluciones infecundas en América y en
Francia.
Pero si de aquel riesgo nos salvamos, seria necesario estar dotado de
Una hipocresía que no cabe en nuestro ánimo para no vislumbrar ya clara-
mente que iguales, si no más exagerados jpeligros, se levantan hoy. Tengan
presente los jefes de los partidos que si por una intransigencia indisculpable,
EXTERIOR. 127
las instituciones á tanto precio alcanzadas se destruyeran, asfixiados por la
densa atmósfera de un círculo estrecho á donde no penetrasen los aires puros
de la patria común, no se perderían las ideas políticas que forman la dife-
rencia accidental de los partidos, que constituyen los detalles más perfectos
de los sistemas, que son el perfil más correcto de la obra, sino que el edificio
se desplomarla, cogiendo debajo á todos los que no hablamos podido sos-
tenerlo, para vergüenza eterna y ludibrio perpetuo ante el mundo civilizado,
que habia llegado á creernos capaces de formar parte de los pueblos, que
encuentran fuerzas en sí mismos para regenerarse.
J. L, Albaeeda.
EXTERIOR.
Los preliminares de la paz estipulados por Mr. Tliiers y el Conde de Bismark, han
sido aprobados en la Asamblea francesa por la grandísima mayoría de 546 votos contra
107. Francia cede á la Alemania toda la Alsacia menos Belfort, y una gran parte de la
Lorena, en que están comprendidos Metzy Thionville. Se compromete á jiagar cinco
rail millones de francos de indemnización, de los cuales mil lian de ser entregados en
el presente año y el resto en un período de tres. Si dejara de pagarse algún i^lazo á
su vencimiento, se aumentarán intereses á razón de cinco por ciento al año á contar
desde la fecha de la ratificación del tratado. .Las tropas alemanas seguirán ocupando
los deiiartamentos de que se lian apoderado durante la guerra, evacuándolos á propor-
ción que sean satisfecbas las cantidades en que la indemnización de gastos de guerra
se ha fijado. Además se ha comprendido entre los preliminares para la paz, la entra-
da de los prusianos en París.
De esta manera, han sido satisfechas todas las aspiraciones que la ambición alema-
na ha tenido durante las hostilidades. No hay una sola de las cosas pedidas por los
periódicos, por las sociedades políticas y por las corporaciones populares de Alema-
nia, que no haya sido conseguida por el Conde de Bismark: cesión de dos grandes, ricas
é industriosas provincias que formaban parte de la Francia desde hace dos siglos, y
que no quieren dejar de ser francesas; contribución de gtierra que se eleva á una cifra
jamás oida en la historia económica de Eurojia; ocupación militar por un largo período
de tiempo; entrada triunfal en París, veríficada, no como un acto de guerra, sino como
el cumplimiento de un tratado de paz, es decir, como una. humillación innecesaria im-
puesta por los vencedores á los vencidos.
Antes de salir Mr. Thiers de Burdeos para París y Versalles, afirmaba en la Asam»
blea nacional, que la paz no seria, aceptada sino siendo honrosa. Pero ¿qué más le han
pedido pedir? ¿qué más ha podido dar? Verdad es que la contribución de guerra no ha
subido á diez mil millones de francos; que la Francia no ha cedido á Pondichery ni una
parte de su escuadra; pero en lo relativo á la cuestión de honra lo mismo importan
cinco mil millones de francos que doble cantidad; y el ceder á Strasburgo y á Metz,
no paede considerarse menos triste que entregar á Pondichery. Sin embargo, la crí-
tica no encuentra fuerzas para censurar la conducta de Mr. Thiers, porque no se ve
qué otra cosa hubiera podido hacer. La Francia se halla en imposibilidad absoluta de
negar nada de lo que exijan süa vencedores; y la Alemania, ebria de alegría y de or-
128 REVISTA POLÍTICA
jíuUo, ha exigido todo, absolutamente todo lo que se lia creido en el caso de poder
adquirir en las excepcionales circunstancias presentes. La i>az hecha de esta manera
no será sino una tregua más ó menos corta.
Motivo no le falta ciertamente á la Alemania pai-a estar orguUosa por los resulta-
dos de la guerra. Las batallas de Wcerth, Courcellefe, Vionville, Grávelo tte, Sedan,
ileziéres, Bazoches, Chamijigny, Le Bourget, Chaugé, Le Mans; la toma de las pla-
zas fuertes Verduu, Soissous, Montmedy, Meziéres, Pérbnne, Longwy, Strasburgo,
Metz y París; sus sorprendentes victorias sobre el ejército de Mac-Mahon, sobre el de
Bazaine, sobre el de Trochu y sobre el de Bourbaki que le han entregado un millón de
prisioneros, son verdaderamente hechos á jjropósito para exaltar la vanidad alemana.
Con razón está hoy satisfecha Prusia de su excelente organización militar, que cou
gastos relativamente exiguos le proporciona fuerzas extraordinarias. Sus ejércitos no
se componen de mercenarios; todos los ciudadanos indistintamente pertenecen á ellos.
La mayoría de los soldados saben leer y escribir. Entre los oñciales es muy común
una educación esmerada. El militarismo tiene menos desarrollo allí que en otras pai'-
tes, porque la generalidad de los hombres son militares, y la mayoría de ellos no
hacen de la carrera de las armas su principal profesión. Las clases del ejército están
completamente identiñcadas con la opinión nacional. El esiiíritu de conquista no
l)uede predominar con exceso ni inspirar expediciones lejanas ni aventureras, porque
la iiaz es el deseo más vehemente y la necesidad más grande del soldado alemán, aún
en sus mayores triunfos. El ' vencedor de Sadowa y de Sedan nada puede apetecer
como regresar al seno de su familia querida y de svi industria abandonada. La mora-
lidad i^ública padece menos que en ninguna otra jjarte por la conservación de los ejér-
citos permanentes, porque los hombres permanecen en las filas durante menos tiem-
po, y los matrimonios están menos- dificultados.
También es legítimo motivo de orgullo para la Prusia la superioridad de los conoci-
mientos estratégicos de su Estado mayor. 'Jamás se hablan movido con tanto desahogo
y tanta precisión masas enormes de combatientes. Ni un sólo momento durante toda
la guerra se ha notado vacilaciou, confusión ni retardo en los movimientos combinados
de más de medio millón de hombres que marchaban por país enemigo. Algunos corres-
l)onsales de periódicos escriben desde los Cuarteles generales de los ejércitos alemanes,
que Molke no ha tenido nunca que dar una contraorden, que rectificar un cálculo, que
corx'egir una equivocación; y ciertamente los franceses nada han dicho que tienda á
desmeutir tan jactanciosa afirmación.
N"o menos admirable que la manera del reclutamiento y los adelantos de la estrate-
gia es el orden con que la administración militar alemana ha procedido. No se ha te-
nido noticia deim dia de privación ó de escasez de recursos en los cuatro grandes ejér-
citos y en los innumerables destacamentos mantenidos á doscientas leguas de la
patria. Puede formarse idea de las dificultades de esta tarea colosal con una sencilla
noticia de los suministros necesarios para el ejército sitiador de París. Hacen allí falta
todos los días 148.000 panes de tres libras, 1,020 qiiintales de arroz ó de cebada.
595 vacas í> 1.029 qiiintales de tocino, 144 quintales de sal, 9.600 quintales de avena,
24.000 quintales de- heno, 28.000 cuartillos de aguardiente ó licores espirituosos. Con
toda regularidad se entregan á cada cuerpo de ejército, que componen de 25 á 30.000
hombres, para cada diez dias 1.100.000 cigarros para los soldados y 50.000 cigaiTOS
para los oficiales. Las provisiones de boca y los forrajes para cada cuerpo de ejército
exigen diariamente cinco trenes de camino de hieri'o, cada uno de 32 w^ones. Hay
que notar, sin embargo, que la Administración militar alemana ha encontrado ines .
perados auxilios en las considerables provisiones que el enemigo le ha ido entregando
constantemente en los campamentos que abandonaba y en las plazas fuertes que se
reudiau.
EXTERIOR. 129 .
Respecto de la mauera de hacer la guerra, los alemanes han sido vivamente acusa-
dos de crueldad y de barbarie por los franceses, y este es un punto que merece ser ex-
clarecido con cuidado, por lo que interesa consignar todo lo que se refiera al iDrogreso
p retroceso en materia de dulzura de costumbres, qiie es, en último resultado, en lo
que principalmente consisten las conquistas de la civilización. Los alemanes, que se
han manifestado intratables en muchas cosas desdeñando entrar en explicaciones y dar
satisfacciones, se han apresurado, en cuantos casos se han ofrecido, á negar los cargos
de crueldad, de infracciones de la convención de Ginebra ó de uso de medios deslea-
les. A la protesta del general Trochu, que suponía que varios hospitales de París ha-
blan sido tomados como puntos de mira para las piezas de artillería que bombar-
deaban la cai^ital, el. conde de Molke contestó protestando contra semejante suposi-
ción, y presentando como una garantía suficiente contra toda sospecha de ese género
la humanidad con que los alemanes han hecho la guerra en cuanto lo ha permitido el
carácter dada á ésta por los franceses desde el dia4 de Setiembre.
El doctor Braun, de Wiesbaden, miembro del Reiclistobg del imperio alemán, ha
publicado un libro, en el cual trata de esta cuestión procurando justificar la con-
ducta de sus compatriotas. De labios de una de las i^ersonas que han desempeñado
en Versalles una misión diplomática, dice haber oído la siguiente observación del
general anglo-americano Shéridan: "Extraña guerra en la que el vencedor es
saqueado por el vencido! Los alemanes pagan aquí dos francos por una bujía
de estearina, tres francos per una libra de vaca, y doce francos por una botella
de Champagne; y todavía quedan agradecidos á los vencidos porque no piden
más; y pagan en metálico sonante. En América nosotros procedíamos de otra
manera. II Añade el doctor Cái-los Braun, que Jos alemanes empezaron la guerra coa
la intención de ajvistar sus actos á las reglas humanas del derecho de gentes mo-
derno llevadas hasta sus últimas exigencias. Se conformaron con los artículos de la
Convención de Ginebra aún después de infringirlos los franceses, y prodigaron cuida -
dos médicos á los heridos enemigos mientras sus advesarios dejaban sin socoito á los
alemanes. Verdad, es, que los franceses hacían lo mismo con los suyos. En Orleans
cometieron sobre los heridos alemanes refugiados en los hospitales, atrocidades inca-
lificables: apresaron en otros pxmtos y saquearon muchos convoyes del¡ servicio de Sa-
nidad militar sin que puedan pretestar ignorancia, porque arrancaron las bandera»
blancas con la cruz roja y las llevaron consigo como otros tantos trofeos. En cuanto al
derecho de gentes marítimo, el doctor Braun cita el testimonio del célebre escritor
francés Mr. Chevalier para probar que loa alemanes se adelantan á los franceses en la
aplicación de los principios de humanidad. Y respecto del derecho de la guerra en tier-
ra, recuerda que todos los autores desde Vattel hasta H. B. Oppenheim, Bluntschli
y Halleck, deducen el respecto debido á la población pacífica de la suposición de que
el hombre civil se abstiene de todas las hostilidades que son un deber para el militar.
Si el hombre civil realiza actos de gueiTa, pierde sus derechos sin adquirir los de sol-
dado.
"Mr. W. de Voigts-Rhetz ha dirigido al Echo du Parkment, de Bruselas, una carta
refutando las que él llama calumnias de los periódicos franceses, relativas á la manera
con que los prisioneros son tratados en Alemania. Segim él, son mejor alimentados,
por regla general, que las mismas tropas del i^aís; no sólo reciben las mismas raciones
de i)an( carne y legumbres, sino que se les distribuye dos veces por día café, que no se
da á los soldados alemanes; se hace para los prisioneros un pan especial mucho más
fino y blanco que el ordinario de munición y se les da cada tarde un trozo de salchi-
chón, que no reciben los soldados del país. La cantidad de combustible es la misma,
siendo más que suficiente. Aunque no reciben paga, propiamente dicha, se ha creado
por medio "de la compra al por mayor de los artículos de consumo, y gracias auna sabia
TOMOXÍX, 8
150 REVISTA POLÍTICA
economía, un fondo que permite ala Administración darles una pequeña gratificación
en dinero para que puedan proporcionarse tabaco, papel, jabón, etc. Millaresde cami-
sas, medias y zapatos han sido distribuidos á los prisioneros desde que fueron interna-
dos en Alemania; sus vestidos usados son reemplazados por otros hechos con los géne-
ros que se han encontrado en los almacenes de las fortalezas francesas, ó que se han to-
mado de los depósitos militares alemanes. No se exige más que cinco horas de trabajo al
dia al ijrisionero, como compensación de los gastos que su manutención causa al Esta-
do; pero el excesivo número de prisioneros no permite con frecuencia ocuparlos ni aún
ese poco de tiempo; y así se les ve siempre pasear en gran número por las ciudades,
mezclándose con los soldados y los hombres del pueblo en las tabernas y cafés. Los que
quieren trabajar en casas de artesanos ó de otros pai-ticulares consiguen siempre sin
dificultad el i)ermiso de hacerlo y mejorar así notablemente su posición material. En
Maguncia han sido 1.831 los que han encontrado un trabajo más órnenos lucrativo en
la ciudad ó en sus cercanías. Las dos terceras partes del producto de este trabajo en-
tran inmediatamente en poder del obrero y el resto es depositado en una caja de la
administración militar y sirve para formar en favor del prisionero un pequeño fondo
l)ara el dia de su regreso. Se ha visto en algunos canges de prisioneros ser jnás los
franceses deseosos de continuar en Alemania que los que se alegraban de volver á su
patria; y, de todos modos, es cierto que no hay en todo el país alemán una sola pobla-
ción en donde se haya encerrado á los prisioneros de guerra en una prisión tan triste,
tan sucia y repugnante como la que en París se les ha dado en la Roquette, lugar de
detención de los condenados á muerte.
Las más imiiortantes defensas de la humana conducta observada por los alemanes
son naturalmente las hechas iior el conde de Bismark. El 27 de Diciembre dirigía á
Mr. Washburne, ministro de los Estados-Unidos, á fin de que la comunicase á Mon-
sieur Jules Favre, ministro de Negocios extranjeros de Francia, una nota en que se
quejaba de los disparos de fusil hechos por soldados franceses sobre un oficial alemán
encargado de entregar cartas en las avanzadas en el momento en que se disponía á
abandonar el puente de Sévres y en que las banderas parlamentarias estaban desple-
gadas de una y otra parte. "Al principio de la guerra, decía el conde de Bismark,
nuestros oficiales y los trompetas qvie los acompañaban, han sido muchas veces, casi
siempre, víctimas del desprecio de las tropas francesas hacia los derechos de los par-
lamentarios; y fué preciso renunciará toda comunicación de esta clase. —Desde hacia
al"-un tiempo parecía haberse vuelto á una observancia más extricta del derecho de
gentes, universalmente reconocido; y ha sido ijosible mantener relaciones reculares
con París principalmente establecidas para dar salida á los despachos de vuestra le-
gación. El suceso del 23 demuestra que nuestros parlamentarios vuelven á no estar
en se<niridad al alcance del fusil francés y nos veremos obligados á renunciar al cambio
de comunicaciones con el enemigo, como no se nos den garantías seguras contra la
repetición de tales agresiones, n
En otro despacho del 17 de Enero dirigido al ministro de Suiza, en contestación á
lina carta en que aquel diplomático y otros habían reclamado para los extranjeros fel
permiso de salir de París y de sacar todos sus bienes, el conde de Bismark rechazaba
la idea de que los alemanes hubieran faltado á las prescripciones de la convención de
Ginebra; y echaba la culpa del sitio y bombardeo de París á los que habían convertido
en plaza fuerte la capital de una gran nación y sus cercanías.
El documento más extenso y en que con mayor detención ha tratado el Canciller ale-
mán de justificar la conducta de los' invasores en Francia, es la circiüar dirigida en 9
de Enero á los agentes diplomáticos de la Confederación germánica en el extranjero,
contestando á una protesta enviada á los periódicos por el conde de Chaudordy, en-
cargado de los Negocios extranjeros en la delegación de Burdeos. Comienza haciendo
EXTERIOR. 131
un paralelo entre los ejércitos beligerantes para recordar que es mayor en el ale-
mán la instrucción y mayores también por lo"' mismo la cultura moral y los sen-
timientos de humanidad. "Cuesta trabajo creer, dice, que el conde Chaudordy y las
personas que le lian encargado su protesta puedan suponer en un gobierno, tan grande
ignorancia de las cosas del extranjero, como la que en Francia permite formar tales
cálciüos. En otros iiaises se ha adqiiirido la costumbre de tomar como objeto de
estudio y observación, el estado de cultura de los pueblos extranjeros. Todo el mundo
conoce cuál es la instrucción y cuáles siis frutos en Alemania y Francia; sabe que
entre nosotros se halla establecida la obligación universal del servicio militar y entre
nuestros enemigos las quintas con redención; comprende qué clase de elementos en
los ejércitos alemanes están colocados hoy,en frente de los sustitiitos, de los turcos, de
las compañías disciplinarias; recuerda la historia de las guerras precedentes, siendo
miichas las comarcas que por exi^eriencia i^ropia conocen la manera con que las tropas
francesas se conducen en país enemigo. Los representantes de la prensa europea y
americana, álos' cuales con mucho gusto hemos permitido estar entre nosotros, han
observado y atestiguado hasta qué juinto [el soldado alemán sabe conciliar la huma-
nidad con el valor, hasta qué punto se vacila en nuestro ejéi-cito para ejecutar las
medidas rigorosas pero auiorizadas jjor el derecho de gentes y el uso de la guerra que
hay necesidad de tomar á fin de proteger á nuestras tropas contra el asesinato. Las
más grandes y más persistentes alteraciones de la verdad no han logrado oscurecer
el hecho de que son los franceses quienes han dado á esta guerra el carácter que va
tomando. II Refiere después el Canciller alemán que con circunstancias, que no per-
miten suponer de parte de las tropas francesas equivocación, habia sucedido en vein-
tiún casos distintos desde el 9 de Agosto al 23 de Diciembre, haberse hecho fuego
sobre i^arlamentarios alemanes, resultando muerto un trompeta en una de aquellas
ocasiones; y en otras varias, heridos otros dos trompetas y un porta-estandarte y
hechos prisioneros un comandante de escuadrón, im teniente y un trompeta. Según
otra estadística adjunta también á la circular, el conde de Bismark enumeraba treinta
y un casos de violaciones de la convención de Ginebra cometidas hasta aquel dia por
los franceses contra los destacamentos de sanidad militar, los convoyes de heridos, y
los hospitales de sangre; lamentables sucesos en que habían sido muertos, heridos ó
prisioneros conductores de enfermos, médicos, emijleados de los hospitales y oficiales
del cuerpo de sanidad. El conde de Bismark acusa á los franceses de no haber estado
preparados para el cumi)limiento de la Convención de Ginebra, de cuyas prescripcio-
nes comenzaron á tener conocimiento por los delegados alemanes, habiendo habido
médicos militares franceses de la mayor categoría que hasta después de la batalla de
Wissemburgo no se enteraron de las insignias que debían usar.
En la batalla de Voertli, continuaba diciendo el Canciller alemán, se observó que
las balas de fusil francesas se hundían en el suelo, y que en seguida, con un ruido
muy claro hacían saltar la tierra á su alrededor. El coronel Bekedorff fué gravemente
herido porima bala explosiva: un proyectil de la misma clase hirió en el.combate de
Tours del 20 de Diciemljre á un teniente del 2." regimiento de hiüanos de Pomerania.
Entre las municiones cogidas en Strasburgo se han visto balas explosivas. Encima
de los prisioneros franceses se han encontrado cartuchos cuyo proyectü se compone
de ima bala de plomo cortada en diez y seis pedazos angulosos. Uno de los mu-
chos ejemplares que se han hallado de esta clase de balas, ha sido enviado al ministro
de Negocios extranjeros en Berlín y puesto ala vista de los representantes de las demás
potencias. En la guerra marítima, los franceses han faltado igualmente al derecho de
gentes. Su vapor de guerra Desaix, en vez de conducir á un puerto de Francia tres
buques mercantes alemanes que habia apresado, para que el tribunal de presas dictase
sentencia respecto de ellos, los destruyó en alta mar quemándolos ó echándolos á
152 REVISTA POLÍTICA
pique. Los prisioneros franceses, qne en un ni\mero sin ejemplo han caido cu manos
de los alemanes, son bien tratados, estén heridos, enfermos ó sanos; mientras que los
prisioneros alemanes en Francia, atinqueno llegan á la décima parte, son ohjeto de
una dureza inliimiana y carecen de toda clase de cuidados. Cerca de trescientos
prisioneros enfermos bá varos que se encoutraban en los hospitales de Orleans, ataca •
dos la mayor parte por el tifus ó la disentería, han sido encerrados en los calalwzos y
corredores de la cárcel de Pan, sobre un poco de paja, no recibiendo en seis dias más
que pan y agua, hasta que algunas señoras inglesas y alemanas, interesándose por su
suerte, los han socorrido con sus propios recursos, y excitado á la autoridad local á
que tuviese algún cuidado de ellos. En otros puntos, los prisioneros alemanes, parti-
cularmente los que cayeron en manos del ejército de Faidherbe, han sido tenidos con
un frió de 16 grados bajocero, en pajares sin fuego: no se les ha suministrado mantas
ni un alimento caliente ó suficiente, mientras en Alemania todos los locales destinatlos
á recibir prisioneros de guerra están provistos de braseros desde principios del invier-
no. Las tripulaciones de los buques mercantes alemanes, no sólo han sido retenidas
como prisioneras de guerra, sino tratadas como malhechores, atando á sus hombres
de dos en dos con cadenas, trasportándolos de lugar en lugar, y dándoles uu alimento
que, ni (por su calidad ni jtor su cantidad, puede considerarse como suficiente. Los
lirisioneros trasportados á través de las ciudades, no reciben ninguna protección, ex-
cepto en Paris, contra los indignos atropellos que contra ellos cometen las poblaciones.
Eli Alemania no ha halñdo ejem])lo de que una población haya faltado ni aun por i^a-
labras ofensivas al respeto que la desgracia encuentra entre los pueblos civilizados.
A pesar de las barl)aridades cometidas por los turco?:, ninguno de ellos en Alemania
ha sido insiütado. Las crueldades ejercidas sobre heridos por los turcos, y los árabes
y sus horribles bestialidades, menos deben ser imputadas á ellos mismos, atendido su
grado de civilización, que á uu gobierno europeo que trae al teatro de una guerra
europea esas hordas africanas, cuyas costumbres conoce perfectamente. El Diarlo de
los Debates ha conservado el sentimiento de la humanidad y de la vergüenza suficiente
para indignarse de que los turcos hayan cometido contra heridos y prisionei-os la atro-
cidad de hacerles saltar con el dedo iDulgar los ojos fuera de sus órbitas. Es igualmente
cierto que los turcos cortaron las cabezas de los cadáveres y también á algimos he-
ridos en lá aldea de Coulours, cerca de Villeneuve le'Roi, y que en la aldea de Auson,
cerca de Troyes, y en otros puntos les han cortado la nariz y las orejas. Tal vez se
debe atribuir á las largas relaciones con Argel y con los descendientes de los berberis-
cos, el hecho de que las autoridades francesas permiten y hasta prescriben á sus con-
ciudadanos actos que son la negación de las costumbres de la guerra obsei-vadas entre
los pueblos cristianos y del sentimiento del honor militar. El Prefecto del departa-
mento de la Cote d'or, por ejemplo, dirigía en 21 de Noviembre á los subprefectos y
ííiaires una circiüar, en que recomienda el asesinato cometido por los que no. iisan el
uniforme militar y lo celebra como heroico.
1 1 La patrip,, dice aquella circular, no os pide que os reunáis en masa y que os
oi>ougais abiertamente al enemigo; espera de vosotros que todas, las mañanas tres
ó cuatro hombres decididos salgan de su pueblo y se sitúen en puntos designados
por la naturaleza misma, desde los cuales puedan ofender sin peligro á T,o3 prusia-
nos. Deben sobre todo hacer fuego á los ginetes enemigos, cuyos caballos entrega-
rán en la capital del distrito. Les concederé un premio y haré publicar su acción he-
roica en todos los periódicos del departamento y en el Moniteur Officiel. n En los
actuales usurpadores del gobierno en Francia se nota una falta completa , no sólo
del sentimiento del honor militar, sino de la honradez más viilgar, en el asunto de
ja violación del compromiso contraído por los oficiales prisioneros franceses. No
tanto conviene condenar á un mimero relativamiente escaso de esos oficiales que fa
EXTERIOR.
loo
tan á su juramento, mediante el cual lian obtenido la libertad de sus movimien-
tos dentro de una ciudad alemana, como apreciar con este motivo la conducta de
un gobierno que aprueba el perjurio recibiendo en el ejército á los [que solían lic-
clio cvüpables de él y que excita á la comisión de la falta. Un decreto del ministro
de la Guerra de 13 de Noviembre, caido en poder de las tropas federales, desmmlo
estimidar á los -oficiales d que se escapen de manos del enemi<jo, prometió á todo
el que se fugase de Alemania una gratificación de 750 francos sin perjuicio de las
indemnizaciones por pérdidas sufridas. nEl Gobierno déla defensa nacional , con-
cluye diciendo el conde de Bismark, excítalas pasiones popiüares sin tratar por
otra parte de detener sus efectos dentro de los límites de la civilización y del de-
recho de gentes; no quiere la paz porque su lenguaje y su conducta le quitan toda
probabilidad de hacerla aceptar por los ánimos sobrescitados de las masas. Ha desen- •
cadenado fuerzas que no puede dominar ni retener dentro de los confines del de-
recho de gentes y de los usos de la guerra europea. Si en presenciado tal conjunto
de hechos nos vemos obligados á usar de los derechos de la guerra con im rigor que
deploramos y que no está en el carácter del pueblo alemán, ni en nuestras tradicio-
nes, como lo pruel)an las guerras de 1864 y de 1886, la responsabüidad corresponde á
las personas que sin título ni legitimidad han continuado la gvierra napoleónica y la
han impuesto á la nación francesa renegando de las tradiciones de la guerra eu-
ropea, ti
El mariscal Mac-Mahon se apresuró á negar el hecho de que en la batalla de
Wan-th los franceses usaran de balas explosivas ; y el conde de Chaudordy, in-otes-
tando también en el mismo sentido contra la acusación del Canciller alemán, decia cu
circular de 9 del mismo mes: nJamásun soldado francés ha i)odido servirse de balas
explosivas; si proyectiles de esta clase han sido recogidos en el campo de l^atalla, prt)-
cederian de las filas del enemigo. " Pero el conde de Bismark, contestando al du(iuc de
Magenta, el 11 de Febrero, en una carta que hizo publicar en su periódico oficial de
Versalles, le enviaba una copia del informe del coronel Beckedorff respecto del hallaz-
go en Wícrth de aíjuellas armas ilícitas, y admitiendo que el Mariscal afirma la verdad
al decir (jue no habían sido repartidas á sus tropas, le invita á reconocer la posibilidad
de que, á pesar de todo, las usase algún soldado. En cuanto á la absoluta negativa del
conde de Chaudordy, Bismark opone el hecho de que el maire de París, pocos días an-
tes, en una proclama ijviblica había dicho que en las cercanías del Hotel de ViUc se
había hecho fuego por los alborotadores de la capital sobre el regimiento de línea nú-
mero 101, con mucJias balas explosivas. La acusación, limitándose así á suponer abu-
sos por parte de algunos individuos aislados, pierde casi toda su imxjortancia. Y en lo
relativo á los ataques de que los i)ai'lamentarios, los f tmcionaríos de la Sanidad mili-
tar, ó los individuos de la asociación internacional de socorros para los heridos hayan
podido ser objeto, el grandísimo alcance de las modernas armas de fuego, exfdica que se
ofenda con ellas, por ignorancia, á una distancia á que no puede distingiiirse bien la
bandera blanca de los unos, ó la cruz roja de los otros.
Hemos procurado, en los párrafos anteriores, hacer toda la justicia que es del)ida á
los alemanes, reconociendo el alto grado de perfección á que han llevado la organiza-
ción de las fuerzas militares; recordando el admirable progreso que han conseguido sus
conocimientos en estrategia y en táctica, y los servicios administrativos de sus ejérci-
tos, y dando noticia de las defensas que han heclio de su conducta respecto de la ma-
nera, á menvido durísima, con que han ejercido las hostilidades. Habría también (lue
darles la razón cuando se quejan de muchos de los actos del Gobierno establecido en
Francia el 4 de Setiembre, y ctiando rechazan las injustificables pretensiones de los
franceses de que no es lícito bombardear á" París ó usar de|otros semejantes dorechos
de la guerra. Pero al examinar y juzgar las condiciones de la paz impuestas al pueblo
134 REVISTA POLÍTICA
vencido, no puede menos de condenarse la dureza de todas ellas y los sentimiento
que las lian inspirado. No sabemos hasta qué líunto es cierto que el conde de Bismark,
con ideas más moderadas y sensatas, haya cedido á las exigencias del jiartido militar,
representado ó dirigido por el conde de Molke; y que el Príncipe imperial de Alema-
nia, previendo con temor la eventualidad do que durante su futuro reinado los france-
ses devuelvan á los prusianos en Postdam y en Berlin la visita que estos han hecho á
Versalles y á Paris, procure dulcificar los rigores de la derrota de ,1a Francia. Más
bien nos inclinamos á sospechar que el astuto Canciller del imperio alemán, jirestando
siempre más atención que á ninguna otra cosa á la consolidación de la grande obra de
la unidad germánica, excita las pasiones del patriotismo, así en Alemania como en
Francia, para que unidos todos los pueblos alemanes en un sentimiento exaltado de
odio contra un enemigo de todas suertes poderoso y temible que, desde hoy en adelante
los ha de estar amenazando de continuo, vivan baj o la presión ineludible del régimen
militar prusiano, que quiere fundir en una sola nacionalidad alemana compacta, la
todavía existente muchedumbre de reinos, grandes ducados, ciudades libres, ducados
y principados.
Como quiera que sea, examinemos brevemente las principales condiciones de, la paz
que se acaba de ajustar.
La cuestión que ha sido verdadera causa, principal objeto y más considerable re-
sultado de la guerra, no ha sido discutida en Versalles ni en Burdeos. La formación
de la unidad alemana es lo que á los franceses había puesto las armas en la mano; lo
que durante cuatro años los ha estado impulsando á reñir con la Prusia; lo que con
una ocasión cualquiera los lanzó á xiña guerra de invasión en Alemania que antes de
que ellos llegasen á poner el pié al otro lado de la frontera se convirtió en una guerra
defensiva, desgraciadísima. No debe olvidarse esto al formar juicio respecto de la paz.
Aunque los prusianos, con una generosidad que hubiese sido más sorprendente que su
victoria, hubieran renunciado á toda adquisición de territorio, á toda indemnización
I)ecuniaria, á la entrada triimfal de su ejército en Paris y á todas las ventajas que han
estipulado en los preliminares de la jjaz, todavía las habrían obtenido inmensas como
resultados de la reciente guerra en que han asegurado y estrechado los vínculos de la
nacionalidad germánica.
La adquisición de territorios por la razón ó bajo el pretesto de rectificar las fron-
teras, se ha fundado principalmente en la consideración de que los franceses se pro-
l>ouian conquistar la parte de las provincias ijrusianas que caen á la izquierda del
Ilhin, siendo por tanto justa compensación de este jjremio ofrecido á la victoria fran-
cesa, una parte de territorio semejante adjudicado á la victoria prusiana. Si la va-
riación de las fronteras se hubiese limitado á sustituir la hnea de los Vosgos á la del
Ilhin, es indudable que habrían quedado mejor señalada.s, porque las divisorias de las
aguas son más á proposito que las corrientes de los ríos para separar los distintos Es-
tados. Pero por la parte del Norte la demarcación nueva es todavía, si cabe, más
irregular y más anómala que la anterior, habiendo obedecido únicamente los que la
han trazado á la idea de que Metz pase al i)oder de la Prusia, que en aquella forta-
leza inexpugnable tendrá constantemente un puesto avanzado qiie vigile de cerca y
amenace á Paris. En el fondo de todo ello, hay un sentimiento de temor muy acen-
tuado en la diplomacia y en los pueblos alemanes, (lue los inquieta con la previsión de
la venganza de la Francia y los hace buscar toda clase de garantías para evitar en lo
futuro un nuevo cambio de fortuna. De todas maneras, entre la adquisición por los
franceses de oriUa prusiana del Rhin y la adquisición por los prusianos de la orilla
francesa, hay algunas marcadas diferencias. No sólo Metz, sino también la Alsacia
pertenecían á la Francia desde antes de existir el reino de Prusia. Los loreneses y los
alsacianos repugnan con todas las fuerzas de su alma dejar de pertenecer á la nación'
EXTERIOR.
135
francesa. Y la realización de los sueños de la ambición de la Francia no habría hecho
I)enetrar su territorio dentro del alemán de una manera tan anti-geogr<áfica, tan
amenazadora y tan humillante para los alemanes como lo es para nuestros vecinos
la fijación permanente de los soldados prusianos en Metz.
Y todavía hay en Alemania quienes encuentran muy débü la posición militar que
el nuevo Imperio tendrá respecto de su odiado y temido rival. La Gaceta de la Bolsa,
periódico deBerlin, dice así: "Mezieres, Sedan, Verdiin, Toul, Langres, Besanson son
plazas que en su estado actual no tienen sin duda la fuerza defensiva que los in-ogrc-
sos del arte militar moderno exijen; pero el primero y más urgente deber de todo go-
bierno en Francia será dar á estas fortalezas la extensión y la perfección necesarias. —
Delante de tal frente de defensa, cuya importancia podría casi ser considerada como
una i)rovocacion permanente á tomar la ofensiva, la Alemania, que no hace la guerra
de invasión sino para defender sus propias fronteras, debe i^rocurar que se dé á estas
completa seguridad. Realmente la Alemania con sus nuevos límites no quedará su-
ficientemente cubierta siuo por la parte del Sudoeste, n
No contentos los vencedores con el aumento de territorio, han exigido una indemni-
zación pecuniaria, elevada á una cifra que jamás se habia usado hasta ahora para
determinar el importe de ningún pago. La prensa alemana ha intentado diferentes
sistemas para justificarla. El más natural y razonable hvibiese sido demostrar que la
Alemania ha hecho gastos y sufrido daños y perjuicios con ocasión de la guerra, equi-
valentes á la suma que reclama. Acumulando números, los periódicos germánicos han
procurado acercarse á esa demostración. La Gaceta del Wesser, que es tal vez el que
mayor amplitud ha dado á estos cálculos, los forma de la manera siguiente. En primer
lugar hay que contar el total nominal de los empréstitos militares contratados por la
Alemania del Norte y los anticipos de movilización hechos por los otros Estados: la
Gaceta fija el importe de ambas cosas en 400 millones de thalers. Para las necesidades
anuales de los fondos de inválidos señala 100 millones. Calcula en 200 el déficit que
ha de resultar para el trabajo nacional por haber tenido que ingresar en las filas los
hombres de la landwehr y de las reservas y los militares con licencia, suponiendo que
durante doscientos dias un millou de hombres han dejado de ganar un thaler diario
cada uno. Las entregas en especie hechas por los Circuios, ayuntamientos y particula-
res, los hace subir á otros 100 millones. Las pérdidas del material de guerra de toda
especie á otros 100. A una cantidad igual las sufridas por el material de los caminos
de hierro, caballos y demás medios de trasporte. Y añadiendo todavía otros 100 mi-
llones iior los daños y perjuicios no comprendidos en la enumeración anterior, la Gaceta
del Wesser obtiene un total de 1.100 müloues de thalers ó 4.000 mülones de francos,
que supone debe aumentarse con otras partidas destinadas á indemnizaciones por las
presas marítimas y por la paralización forzosa del comercio alemán.
La Gaceta de Colonia echa las cuentas de otra manera. Toma i)or base del cálculo los
gastos de la guerra de 1866, que duró cuando más ocho semanas, que se hizo por la Pru-
sia con un ejército mucho menos numeroso y á una distancia más corta de sus fronte-
ras, y después de consignar que subieron á 124 millones de thalers (próximamente 465
millones de francos), cuadruplica estos guarismos por haber durado la guerra treinta y
dos semanas en vez de ocho, dviplica el producto por haber sido doble el número de
combatientes, hace un nuevo aumento por la mayor distancia, toma en cuenta gaste s
especiales de esta campaña, entre los que figura la manutención de 400.000 prisionero
no heridos y el enorme consumo de municiones para los sitios de una multitud de pla-
zas fuertes.
Más francos otros periódicos alemanes, han tratado de averiguar, para fijar la in-
demnización de guerra, no la cuantía de los gastos, daños y perjuicios, sino la de la
fortuna de la Francia, manifestando bien claro que los vencedores no se han pro-
136 REVISTA POLÍTICA
puesto obtener del vencido lo que este deba, sino sencillamente lo que i>iieda darles.
La Gaceta nacional de BerVm.Be explica así: uLa contribución de guerra no ha de ser
sólo una indemnización; conviene darle el carácter de nn castigo impuesto á un pueblo
(pie rompió la paz con tan culpable frivolidad. Los estadistas calculan el valor de las
propiedades inmuebles de la Francia en más de 120.000 millones de francos, y nosotros
creemos muy bajo este guarismo. El producto anual de los bienes muebles é inmuebles
y el del trabajo en Francia está calculado en 30.000 millones de francos. Por lo tanto,
la indemnización de guerra de 2.000 millones de thalers no representa más que un 6
por 100 de la fortuna inmueble francesa y la cuarta parte de las rentas y ijroductos
anuales de la Francia." Este periódico, como todos los demás alemanes que tenemos á
la vista, escribía en el supuesto de que la indemnización pactada subirla á 2.000
millones de thalers. La Gaceta de Spener se complace en observar que la Francia no
es menos rica que los Estados-Unidos que gastaron en su última guerra 16.000 millo-
nes de francos. Recuerda irónicamente á los franceses que bajo los Orleans deciau:
«iLa Francia es bastante rica para pagar su gloria;" y en tiempo de Na^joleon III pro-
nunciaron más de una vez en la tribuna parlamentaria estas altivas palabras: "En las
cuestiones de guerra, el dinero no debe hacer papel. " También les trae á la memoria
que en 1868, habiendo abierto el gobierno francés una suscricion piiblica para un em-
préstito de 450 millones de francos, el público cubrió treinta y ciiatro veces con sus
pedidos el total de la suscricion.
En el deseo de arrancar á Francia la mayor cantidad posible de dinero, hay por una
XJarte codicia y por otra envidia de la gran riqueza del pueblo vencido y propósito de
arruinarlo. Los Etyánzan'joblutler de Hildbourhausen enumeran las muchas causas
que en su dictamen han de producir en Francia una gran miseria. Ponen en primer
lugar, la deplorable gestión financiera del gobierno republicano durante el cual el Es-
tado, los departamentos y los municipios han contratado innumerables empréstitos,
y se han adoptado medidas desastrosas respecto de los efectos de comercio, prohibi-
ciones de exportaciones y bloqueos inútiles. Otra causa de mina para la Francia os el
espantoso abuso que la dictadura de Burdeos ha hecho de la sangre francesa: desastre
tanto más terrible, porque ya la proporción demasiado escasa en que se aumentaba
la población inspiraba incpiietudes por el ijorvenir dé. la Francia. Los malos hábitos
contraidos durante la guerra le serán también fatales; pues así como en Alemania el
servicio militar es una escuela de buenas costumbres, de orden y de regularidad, en
Francia por el contrario fomenta y propaga la desmoralización. A esto hay que añadir
el aumento forzoso de las contribucionas. La renta de los títulos de su deuda, ha ba-
jado de [75 á 50 por 100. El pago de los intereses absorberá doble suma que an-
tes de 1870. Hay por otra jiarte que cubrir el déficit de la cosecha, que ocuiiar los
trabajadores, restaurar los puentes, los caminos y los edificios arruinados. La in-
dustria ha recibido heridas que se tardará en cicatrizar; la fabricación francesa se em-
l)lea principalmente en objetos de lujo y tendrá que resentirse de qiie en Francia la
riqueza ha disminuido y de que los compradores del extranjero han tomado la costum-
bre de proveerse en otras partes. El comercio padece naturalmente con la paralización
general, y las perturbaciones más terribles provendrán de la crisis monetaria. Res-
pecto del nimierario, la Francia ha descendido al nivel del Austria, de la Italia, de la
Rusia y délos Estados-Unidos: desde principio de la guerra se ha iiroclamado el curso
forzoso del billete de Banco; el numerario emigra, huyendo del aumento enorme de los
valores fiduciarios y de los innumerables billetes de cinco á diez francos que han teni-
do ipie crear los Bancos provinciales, los Ayuntamientos y los departamentos. Espere-
mos una segunda edición de los asignados. Después de la guerra, uno de los primeros
cuidados de los goljcrnantcs será la manutención de la clase obrera. Las ut»pias socia-
listas ganan terreno por todas partes. L.x destrucción del ejército y del imperio, que
EXTERIOR. 137
ímpouianí respeto á los innovadores, la proclamación de la República que en los pue-
blos latinos significa la abolición de todas las trabas sociales, el régimen de la bandera
roja en Lyon, los talleres nacionales restablecidos con el nombre itle Guardia m:ls 6
monos, móvil y en fin, el hecho de que en el extranjero sólo La Internacional ha pen-
sado en acudir en socoi-ro de Is Francia, son sucesos que hacen prever una crisis es-
pantosa que impedirá la pronta reparación de las pérdidas sufridas.. De todo lo cual los
J^rgánr¿ungohlátter deduce que: "antes de la guerra la Francia era más rica que la Ale-
mania; pero hoy los pai)eles están cambiados, n
La Gaceta de la Bolsa, de Berlin, compara la actual contribución de guerra impues-
ta á la Francia con las exigidas á la Prusia por Napoleón I. Desde Octubre de 180G
hasta Julio de 1807, el Branderburgo, los tres círculos de Magdeburgo, la Pomerauia,
la corporación de Mercaderes de Sfcettin, la Lituania y la Silesia pagaron como contri -
buciones de guerra, requisas en especies, y saqueos, una suma de 245.091.801 thalers
{914.094.250 francos.) Además de esta cifra, hay que contar 54.18-3.765 thalers que pa-
gó la ciudad de Berlin ó sean 203.189.000 francos, la misma suma reclamada hoy ala
ciudad de Paris que tiene dos millones de habitantes, mientras que Berlin en aquella
época apenas contaba 180.000. En la paz de Tilsit, la Prusia tuvo que pagar una in"
deinnizacion de guerra de 140.090.000 de francos, de la que le fueron perdonados más
adelante 20.000.000; esta contribución recaía sobre un país, cuya superficie territorial
era de 2.851 millas cuadradas (ea vez do 5.707 que tenia antes de la guerra) y sobre
unapoblacion de 5.558.499 habitantes (en vez de 9.752.771) ■ Disminuida de esta ma-
nera, la Prusia había perdido en ocho meses de guerra más de 1.000.000.000 de fran-
cos y hay que tomar ea cuenta el valor del dinero en a<xuellni época comiiarativamente
con el que tiene hoy.
Estos mismos recuerdos y sentimientos de venganza contra los triunfos de Napo-
león I en 1806 han inspirado sin duda la innecesaria humillación, tan tenazmente exi-
gida de los franceses, de que los soldados alemanes dieran un paseo triunfal á lo largo
dolos Campos Elíseos de Paris. Para justificar este suceso, los periódicos alemanes no
han tenido otro argumento más que la copia de unoá párrafos de la Historia del Con,-
salado y del Imperio, de Mr. Thiers, cuya lectura tiene realmente gran oportunidad
en estos momentos, pero debiera más bien inspirar á los vencedores moderación en su
triunfo que deseos de abusar de su victoria Hé aquí lo que dice en esos iiárrafos el
ilustre historiador, que hoy, como jefe del Poder ejecutivo de la Francia, ha estipula-
do con el ministro del Emperador Guillermo la entrada de los alemanes en Paris :
"Antes de entrar en Berlin, Napoleón se detuvo en Potsdam; allí se hizo entregar la
espada de Federico, sucinturon, su cordón del Águila Negra, y dijo al tomarlos: "Son
un buen regalo jiaralos Inválidos, sobre todo páralos que formaron parte del ejército de
Hannoveñ Se alegrarán, sin duda, cuando vean en nuestro poder, la espada del que los
venció en Rosbach. n Napoleón apoderándose con tanto respecto de aquellas preciosas
reliquias no ofendía seguramente á Federico ni á la nación prusiana; — El 28 de Octu-
bre de 1806, Napoleón hizo su entrada en Berlin como triunfador, á la manera de Ale-
jandro y César. — Toda la población déla ciudad acudió á aquella grande escena. — Na-
]ioTeon entró rodeado de su guardia y seguido de los hermosos coraceros de Hautpoul
y Nansouty. La giiardia imperial, ricamente vestida, estaba aquel día más imponente
(pie nunca. Delante los granaderos y los cazadores de caballería, detrás los granaderos
y los cazadores de infantería; en el centro, los mariscales Berthier, Duroc, Davoust y
Augereau y en medio de aquel gi'upo, aislado por el respeto. Napoleón con el sencillo
ti-aje que usaba en las Tullerías y en los campos de batalla; Napoleón, objeto de las
miradas de una muchedumbre inmensa, silenciosa, dominada á la vez por la tristeza y
la admiración. Tal fué el esijectáculo ofrecido en la larga y ancha caUe de Berlin que
conduce desde la puerta de Charbttenbourg al palacio de los Reyes de Prusia. m
138 REVISTA POLÍTICA EXTERIOR.
No hay para qué discutir las comparaciones hechas por la prensa alemana entre los
sucesos actuales y los ele 1806. No es esa la cuestión que hoy debiera plantearse. Lo
que conviene saber es si la civilización no habia progresado en el viltimo medio siglo.
La Europa creia que hablan terminado las guerras de conquista y la política fundada
exclusivamente sobre odios de raza y sobre sentimientos de venganza hereditaria. S i
los alemanes quieren hacer comparaciones de guerras y de paces, antes de retroceder
basta 1806*debieran detener su atención en las más recientes y considerar que de todas
ellas se habia obtenido algún resultado favorable para la mejor demarcación de las
nacionalidades y para la emancipación de los pueblos oprimidos. Después del combate
de Navarino, la Grecia cristiana sacudió el yugo de la mahometana Turquía: después
del sitio de Amberes, la francesa Bélgica se hizo independiente déla Holanda: después
de la batalla de Solferino, la italiana Lombardía dejó de ser gobernada por dominado-
res alemanes; y aún después de la bata,lla de Sadowa, Venecia obtuvo también la de-
seada libertad. Gloria eterna será de la Francia haber contribuido á todos los
progresos iiolíticos como á cuantos la Europa ha realizado en todas las esferas de
la actividad humana; y sin temor á comparaciones entre la conducta que ella observó
en los últimos cincuenta años y la que con ella han observado hoy los vencedores que
en la embriaguez de su triunfo la quieren destruir, y los neutrales reducidos á la impo-
tencia por una política egoísta, puede repetir con más verdad que nunca para consue-
lo moral de su terrible infortunio presente que la Francia es la única nación que com
bate desinteresadamente por una idea.
El hecho más grave y más trascendental que se debe notar en los últimos extraor-
dinarios acontecimientos es la nulidad de la diplomacia. El equilibrio europeo está
roto, completamente roto. El vencedor no ha tenido quien limite sus exigencias.
Cuando la Grecia se subleyó contra la Turquía, la Francia y la Inglaterra se apresu-
raron á intervenir para evitar la excesiva inñueucia de la Rusia. Cuando la Bél-
gica se separó de la Holanda, la Inglaterra i>uso el veto á la monarquía del Duque
de Nemours; las potencias occidentales lo pusieron á la de un principe ruso
Cuando en 1840 la cuestión de Egipto estuvo á punto de i^rovocar una guerra gene-
ral, y en todas las ocasiones en (lue se ha suscitado la gran cuestión de Oriente, la
acción diplomática de unos gobiernos ha servido de contrapeso á la de los otros. Cuan-
do Francia é Inglaterra lucharon contra la Rusia en Crimea, la actitud de Austria y
la de la Prusia tuvieron una influencia decisiva en el curso de las hostilidades y en
las condiciones de la paz. Cuando Napoleón III venció en Magenta y SoKerino, la
Prusia prohibiéndole atravesar el Mincio, le obligó á desistir de su programa de hacer
libre á la Italia desde los Alpes al Adriático. Cuando la Prusia destruyó en Sadowa á
los ejércitos austríacos, tuvo sobre sí la amenaza de la espada de la Francia y no pudo
tratar al Austria, su rival en Alemania, como trata ahora al pueblo francés.
Pero en la actualidad no ha habido para el vencedor, limitación, veto ni contrapeso
de ninguna clase. En el más grande trastorno que las condiciones políticas de la Euro-
pa han sufrido en la edad moderna, la diidomacia europea no ha tenido voz ni voto.
El Austria, la Inglaterra, la Rusia han sido meras expectadoras; en la solución no ha
habido más influencia decisiva que la fuerza material del vencedor llevada al abuso de
su ejercicio absoluto, ni más límite que el cálculo de la posibilidad de los recursos de
la nación vencida. Faltando la Francia en los Congresos diplomáticos, parece que les
ha faltado la iniciativa y el alma. Ya saben los fuertes que pueden despojar á los dé-
biles: ya saben los débiles que no tienen amparo en el régimen internacional político de
la Europa contra las demasías de los fuertes. Los periódicos prusianos lo dicen con cla-
ridad como acabamos de ver: buscan las reglas de su conducta en los recuerdos de
Napoleón I. La civilización ha retrocedido cincuenta y cinco años. No sólo la Francia
sino la Europa toda está de duelo,
Fernando Cos-Gayon.
NOTICIAS LITERARIAS.
Discurso leído ante la Academia de Ciencias Morales y Políticas en la re-
cepción pública del Excmo. Sr. D. Manuel Alonso Martínez, el domingo 15 de
Enero de 1871. — Madrid, imprenta de Manuel Miniiesa.
Hace poco más de un año, el Sr. Alonso Martínez, como Presidente de la Academia
Matritense de jurisprudencia y legislación, pronunciaba un brillante discurso encami-
nado á rebatir los errores de los políticos y filósofos que en la prensa y en otras partes
han defendido para los derechos individuales los caracteres de absolutos, ilimitados
é ilegislaWes. Aquel brillante discurso produjo viva polémica.
No ha de ocasionarla tan grande el que ha leído el misma Sr. Alonso Martínez en su
recepción pViblica de académico de la de Ciencias morales y políticas, aunque no lo
merece menos por el interés del asunto, por la profundidad de las ideas y por sus tras-
cendentales consecuencias. Pero las teorías no inspiran hoy debates tan ardorosos
como en 1869.
En su nuevo trabajo, el Sr. Alonso Martínez se ha propuesto refutar ciertas teorías
de moda que, falseando la noción del Estado, agitan y perturban á la Euroija.
Poco esfuerzo ha necesitado para demostrar que los griegos y romanos, á pesar de
sus filósofos, de sus oradores y poetas, y de las agitaciones de su vida pública en el
Agora y en el Foro, no tenían el sentimiento de la dignidad humana. Las tres cuartas
partes de la población eran esclavos y á sus manos estaba abandonado el cultivo de la
tierra y el escaso comercio é industria que había á la sazón. Los ciudadanos desdeña-
ban el trabajo y pasaban su vida en la guerra ó en la plaza pública.
Explica después la benéfica influencia ejercida i)or el Cristianismo en la suerte de
la humanidad, así como el papel desempeñado en la historia por los pueblos del Sep-
tentrión, (pie invatlieron el imi^erio romano á principios del siglo V. Diseña en seguida
á grandes rasgos el estado social de Europa bajo el régimen feudal, y posteriormente
bajo las instituciones excesivamente centralízadoras de la monarquía absoluta, que
desapareció vencida por los esfuerzos de los grandes filósofos que, con sus ideas, hi.
cieron triunfar la libertad en todas las esferas de la vida. '¿\
iiSólo que, por una reacción muy natural y que parece ley providencial de la histo.
ría, el individuo se enalteció hasta el punto de querer construir su regia morada sobre
los escombros de todo lo demás. Por esto en el orden religioso el protestantismo, re-
negando de la autoridad de la Iglesia y proclamando que el criterio individual es infa-
lible en la interpretación de .las Santas Escrituras, ha concluido por diseminarse en
una multitud de sectas sin prestigio, sin grandeza ni unidad; en el orden i>olítico, la
idea liberal, pujante y majestuosa en su aparición, se debilitó más tarde, dividiendo á
140 NOTICIAS
sus partidarios en grandes agrupaciones para peVderse después en fracciones microscó-
picas, que se dispersan como el polvo, al viento 'de las pasiones, y que carecen de
fuerza jjara resistir las aspiraciones ilegítimas de las muchedumbres; y en el orden
científico ó meramente expeculativo, una filosofía audaz, dudando de todo, menos
del yo que duda, y asiñrando á construir la ciencia y la realidad sobre un principio
i'inico, no demostrable, i:)or otro alguno, ba llegado en su soberbia impía á arrebatar á
Dios su cetro y su corona para sentar sobre su trono á ese satánico yo. n
líxpone en segiiida el Sr. Alonso Martínez la es^ieranza de que tras tantas convulsio-
nes y tan amargos desengaños como ba ijroducido la exageración del individualismo,
surja en los ánimos el conocimiento general de una doctrínamenos vanidosa y artística
pero niás verdadera y más práctica, que concille, subordinándolos en su relación gerár-
quica, la libertad con la religión, el individuo con el Estado, y el liombre con su Cria-
dor; y adelantándose á una objeción que no podría faltar á esa esperanza de con-
ciliación, añade:
M¡ Eclecticismo! exclamarán desdeñosamente los espíritus superficiales que se pagan
de i^alabras y sigxien, sin saberlo, la corriente de la moda. Sea en buen hora. Acusatl
también, si os atrevéis, de ecléctica á la Creación, que nos ofrece á un tiempo el espec-
táculo del espíritu y la materia, del alma y el cuerpo, del bien y el mal, de la razón y
las pasiones, délo finito y lo eterno; términos opuestos que, toda vez que coexisten,
necesitan resolverse en una ley de armonía, so pena de concebir á Dios como una con-
tradicción inexplicable. Bien que la prueba de esa ley de armonía la tenemos en el
mismo Dios, que es Padre, yes Hijo y es Espíritu santo; siendo este lazo de unión del
Hijo y del Padre y formando estas tres Personas distintas una sola verdadera, según
el augusto misterio de la Trinidad, uno de los más admirables y profundos de la san-
ta religión revelada \}or e]*Redentor del mundo, n
Entrando ya á examinar las diferentes escuelas individualistas, refuta primeramen-
te las doctrinas de los economistas, que no ven en el gobierno de un país más (pie
iiuna industria especial que tiene por objeto jirocurar á todos los demás ramos de la
producción la seguridad que les es indispensable, n Según ellos, el Estado es \\\x simple
productor de seguridad, cuya misión no es más alta ni más noble que la de un fabri-
cante de fósforos, y que como éste está sujeto á la ley de la libre concurrencia. Sem-
brar trigo, elaborar vinos y aceites, fabricar telas ó producir seguridad, todo es lo
mismo. Gobernar un pueblo no es más que ejercer tina industria, yes un contrasenti-
do y una iniquidad que cuando todas las demás son libres, pese todavía sobre ésta un
irritante monoi^olio. Bastiat, Coíiuelin y Dunoyer, y otros economistas no se ati-even
á aceptar estas consecuencias que lógicamente se derivan del principio por ellos sus ,
tentado; i)ero Molinari, más atento á la lógica que obediente al sentido común, no
teme afirmar quelas funciones del gobierno deben caer bajo el dominio de la actividad
privada, por no haber razón especial que justifique el monopolio ni exceptúe la ijroduc-
cion de la seguridad de las leyes económicas á que están sometidas todas las indus-
trias.
"Las funciones del Estado, dice el Sr. Alonso Martínez, no se concretan á proveer
de seguridad á los productores, como no está reducida á producir la misión del hom-
bre acá en la tierra. La Sociedad no es sólo un taller, ni el ciudadano un simjtle obre-
ro. La escuela economista mutila la sociedad y la naturaleza humana, despojándolas
de su parte iñás noble y bella, if
"Abramos las primeras imaginas de un Código civil cualquiera: un niño ha tenido la
desgracia de perder á sus i)adrcs : la ley manda que se provea de tutor al pobre huér-
fano. ¿Habrá quien tenga la osadía de negar al Estado esa función, que más que un de-
recho es un deber imperioso é indeclinable? Pues bien, la ley del equilibrio económi-
co no exijlica la institución de la tutela. «
LITERARIAS. 141
iiConaultcmos el dereclio administrativo : una jóveu iudiguameute seducida, á true-
que de ocultar al mundo su deshonra, no se detiene ante el crimen y abandona im-
pía, apenas acaba de nacer, al hijo de sus entrañas. El Estado le recoje y le cria eu
una casa de lactancia . Pues bien, el cumplimiento de este deber de humanidad es
inconciliable con el principio de la escuela economista.
La krausista, más elevada en sus teorías, rechazando por estrecha la idea de que
el Estado sea una mera institución de policía , le asigna como fin la aplicación y des-
envolvimiento del derecho y la justicia. El Sr. Alonso Martínez hace á esta escuela la
justicia de reconocer que ha analizado de una manera más completa las facultades del
hombre y las diversas esferas de su actividad ; pero pone de^elieve los errores en que
ha incurrido cuando, pasando bruscamente del análisis á las hipótesis, ha querido
formar del orden religioso, del político, del moral, del industrial, del científico y del
artístico, otras tantas instituciones', ó, más bien, otros tantos Estados distintos, fun-
cionando á un mismo tiempo en la sociedad humana .
II Independientemente de esta organización quimérica, añade el Sr. Alonso Martí-
nez, sin fundamento real en la historia ni en el estado actual de la sociedad, ni en la
naturaleza racional del hombre , hay en la escuela de Krausse algo más grave y tras-
cendental, que toca ya al fondo de las cosas y que ha ejercido una influencia conside-
rable en las ideas dominantes : aludo á la afirmación de que el poder político ó sea el
Estado, no puede mezclarse en el movimiento interior de la ¡religión, de la ciencia,
de la moral, dolarte, de la industria y el comercio, debiendo limitarse á asegurarles
las condiciones exteriores de su lihre desenvolvimiento; afirmación que, unida á la
de que los derechos individuales son absolutos é ileglslables, ha dado nacimiento á la
teoría individualista, n
Aquí entra la parte principal del discurso del Sr. Alonso Martínez. Expuestas su-
cintamente las doctrinas de Humbolt, Laboulaye y Stuard Mili, las resume en lo
relativo al punto especial de su trabajo eu estos términos : n Se ve', pues, que aun-
que bajo diversas formas y desde puntos de \'ista diferentes, los individualistas pu-
ros convienen en considerar los derechos del individuo como absolutos é incondicio-
nales, sólo limitados y limitahles por si mismos, reduciendo la función del Estado á re-
conocer su existencia y mantener el equilbrio entre ellos por medio de la represión, sin
que en ningún caso le sea lícito emplear medios preventivos, n
Stuard Mili ha dicho : n ¿Tengo el derecho de obligar á otro á que obre como yo?
Pues si un individuo no tiene esta autoridad ¿cómo la ha de tener la sociedad que no es
'más que una agregación de individuos, el Estado que no es más que el órgano de la
sociedad? i Hay en la suma de estas unidades independientes una virtud mística, un
derecho que no posea ninguna de las unidades'] i\ Sí, contesta resueltamente el señor
Alonso Martínez ; y añade que no hay una sola atribución , un solo derecho del Es-
tado que pertenezca á los individuos ; todos ellos resultan del hecho de la asociación,
la cual ni siquiera es libre sino forzosa y natural. Todas las constituciones de la tierra
escritas ó consuetudinarias, establecen y establecerán en lo futuro el poder judi-
cial: no hay individualista que no conceda al 'Eista.á.o \a justicia ¿Y de dónde le
viene al individuo la autoridad de juzgar á otro é imponerle la pena á que se haya
hecho acreedor? El Estado tiene el derecho al impuesto y á la fuerza pública. ¿Pnede
poseer estos derechos un individuo? ¿Se concibe siquiera su existencia si prescindimos
de la sociedad?
iiíQué idea tan mezquina se forman los individualistas de la asociación humana!
Decir que la sociedad es simplemente una agregación de individuos y que no iniede
haber en la suma nada que no haya en las unidades, es desconocer las ideas más ele-
mentales de la mecánica, es negar la virtud, la fuerza y los efectos maravillosos de
toda organización. Sumad la,s piezas que constituyen una locomotora ; agregadlas al
142 NOTICIAS
acaso, amontonándolas unas sobre otras de modo que no constituyan un organismo,
y no tendréis seguramente la máquina, que, impulsada por el vapor arrastra poderosa
formidaliles trenes ó surca veloz la inmensidad del Océano desafiando las tempestades, n
Siqíiiera Krausse, Tiberghien y Arhens reconocen una diferencia profunda y esen-
cial entre la filosofía del derecho y la política, y no exigen que se conviertan en leyes de
aplicación inmediata sus ideas metafísicas exajeradas é intransigentes; pero Laboulaye,
Moliuari, y, sobre todo, cierta secta de pensadores españoles se obstinan en convertir
en legislación constitucional del Estado las consecuencias de siis fixlsas teorías.
"Entre los individualistas ¡^uros franceses y españoles, más lógicos que sus maes-
tros, poco importa qae se trate del filósofo de Kcenisberg ó del salvaje del O'liio, de la
culta Inglaterra ó de la nueva Caledonia, cuyos habitantes se degüellan disputándose
los restos podridos de una ballena. El salvaje tiene, lo mismo que el filósofo, la liber-
tad de conciencia, la libertad de la palabra, la libertad de la acción, el derecho de la
imprenta, el del jurado y el del sufragio universal, porque estos derechos se fundan en
la-naturaleza humana y son absolutos, de todos los tiempos y de todos los estados so-
ciales, sin que nadie pueda limitarlos ni condicionarlos ni legislar sobre ellos. En In-
glaterra, como en la tierra de Van -Diemen, la iniciativa del Estado es un crimen; no
puede fundar escuelas, ni bibliotecas ni museos, ni hospicios ni hospitales; no puede
construir carreteras ni ferro- carriles, ni puertos ni faros; es menester que se cruce de
brazos y que lo deje todo á la acción individual, limitándose á garantir la libertad de
los ciudadanos, i)or medio del castigo de los' atentados que se cometan contra los dere-
chos individuales.il
Individualistas notables por su elocuencia y vasto saber, presintiendo sin duda la
fuerza de las objeciones que se pueden hacer á sus doctrinas, exponen una teoría del
Estado más lata, más flexible y comi^rensiva, sin reunciar por esto á ser paladines en-
tusiastas del hogar ó la familia, de la libertad del capital, de la libertad del taller, de
la libertad civil, de la libertad pública, de la libertad de cultos y de la libertad de
pensar. Ocupan entre ellos, dice el Sr. Alonso Martínez, el lugar más distinguido
Eoetvces, uno de los hombres más célebres de la Hungría, y el conocido diputado y
profesor *de la Universidad de París, M. Jules Simón.
Según Jules Simón, "los derechos del Estado nacen de la necesidad social; esta es la
medida de aquellos : de suerte, que en proporción que la necesidad disminuye por el
Ijrogreso de la civilización, el deber del Estado es disminuir su propia acción y dejar
más campo á la libertad. En otros ténninos, el hombre tiene derecho en teoría á la
mayor liljertad posible; pero de hecho, en la vida real, sólo tiene derecho á aquella
de que es capaz."
Esta teoría, fundando la libertad en el derecho y no reconociendo la autoridad, siuo
á condición de ser necesaria y en la medida de su necesidad, deduce que el Gobierno
tiene dos funciones diferentes: la de constreñir á los hombres á la justicia y la de ilus-
trarlos sobre sus intereses; y establece que la autoridad debe decrecer proporcional-
mente á los progresos de la razón y la moralidad humanas. Si en la práctica sucede lo
contrario, y las atenciones del Estado, lejos de disminuir se aumentan y multiplican á
medida que la sociedad progresa, esto depende de que, según va avanzando la civili-
zación, nacen nuevas necesidades, antes ignoradas, y se complican las relaciones
sociales.
Pero Jules Simón se equivoca grandemente al deducir la necesidad del Estado del
hecho de que los hombres no son ni ilustrados ni justos; y al creer que la autoridad
debería suprimirse si la sociedad estuviera compuesta de filósofos, fieles observadores
de la ley moral.
"El poder social seria necesario, 'aunque la sociedad se compusiera, no de filósofos,
BÍuo de ángeles. Recordad lo que pasa en toda asociación voluntaria, siquiera sólo sea
LINERARIAS. 14S
tina reunión de sabios sin otro objeto, que poner en común su experiencia y sus luces
para hacer progresar la ciencia, m No hay acaderiiia sin presidente y reglamento, ni
empresa de ferro-carriles sin estatutos y un poder directivo, ni compañía colectiva sin
escritura y una gerencia, ni universidad sin ley orgánica, claustro de profesores y
rector. Y en las asociaciones naturales y forzosas, sucede lo mismo con mayor razón
qiie en las voluntarias. No se concibe la familia sin el padre, la madre ó el tutor; el
municipio sin ayuntamiento ni alcalde; el ejército sin general, jefes y oñciales. El
poder se establece por sí mismo. La necesidad del Estado no nace de la existencia del
mal moral, sino del hecho mismo de la asociación. Asociación y poder son dos ideas
correlativas, solidarias. No por eso el Estado tiene derecho para absorber al hombre,
como el consejo de administración de una compañía anónima no lo tiene i^ara apro-
piarse y disipar los fondos de la comunidad.
Es cierto que el poder público ni es infalible ni tampoco esencial y necesariamente
justo; pero tampoco lo es el individuo, que, sacrificándolo todo á su interés personal,
tiene mayores dificultades que el Estado para elevarse á la esfera de las concepcio-
nes generales y i>ara trasladar á la legislación las ideas justas y elevadas y los progre-
sos legítimos.
También reconoce el Sr. Alonso Martínez que piiede alegarse contra su doctrina el
cargo de vaguedad; pero no lo cree justo, porque tratándose de determinar la misión
del Estado es imposible salir de una fórmula genérica y comprensiva, conforaie con.
las leyes eternas de la moral, de la naturaleza y de la historia: toca luego á la ciencia
aplicarla á todos los hechos sociales, á todas las esferas de la actividad humana. Por
eso la ciencia es tan difícil y penosa. "Cualquiera que se haya ocupado en la redacción
de un código civil, político, i^enal, administrativo, mercantil ó de otro género, sabe
que en cada artículo se presenta el eterno problema de los límites del Estado y
del individuo, Siendo muy difícil acertar en cada caso con la solución. Y esto es pre-
cisamente lo que constituye el mérito de la ciencia y demuestra su.necesidad. El mundo
moral no es menos rico en accidentes y detalles que "el mundo físico, y el estudio
profundo del organismo del más despreciable insecto absorbe por sí solo la vida de un
naturalista. II
Hemos seguido paso á paso el discurso del Sr, Alonso Martinez, limitándonos á
extractar sucintamente, ó á sólo indicar con ligereza los diversos puntos que abarca.
Hallándonos en todo conformes con sus ideas, nada tenemos que objetarles, en
cuanto á su fondo. En la forma, hay brillantez de estilo, buen método, abundantes
muestras de que el ilustre escritor ha estudiado profundamente la materia. Distin-
güese, sobre todo, este discurso, como todos los demás trabajos del Sr. Alonso Mar-
tinez, por la fuerza vigorosa del análisis que descompone las doctrinas de los adver-
sarios, separa en ellas lo razonable de lo que no lo es, pone al descubierto sus errores,
y pulveriza sus sofismas. Sin dejar de ser elegante, la frase del Sr. Alonso Martinez
sobre todo es sobria, y didáctica; su razonamiento sólido; sus demostraciones rigoro-»
sis; su manera, en fin, de tratar el asunto, verdaderamente magistral.
Fernando Cos-Gayon.
boletín bibliográfico.
LIBROS ESPAÑOLES.
De la libertad en EspaSa : estudio filosófico-pnlítico, jwrJuan Garcin Nkto.—
Madrid, 1870, establecimiento tipográfico de la viuda é liijos de Alvarez.
Aunq\ie breve, este opúsculo revela uu estudio profundo y detenido . Propónese
en él el autor principalmente definir con claridad la idea de la libertad y exi)licar la
teoría del Estado, combatiendo sofismas y exageraciones que están muy en boga.
iiEl obstáculo más poderoso con que ha luchado la libertad para desarrollarse entro
nosotros deun modo pacífico y fecundo, ha sido la falta de ilustración en el pueblo,
el profundo desconcierto de las ideas. —No es posible tener orden en las calles y anar-
quía en las inteligencias. — La libertad no es más que un medio. ¿Qué es el medio
para el qiie desconoce el fin y la manera de alcanzarlo? Es, pues, de toda necesidad
que el pueblo se instruya , que aprenda sus deberes y sus derechos, si no quiere ser
víctima de ambiciosos y charlatanes . n
Pasa después el Sr, García Nieto á explicar la teoría filosófica de la libertad. Decla-
ma contra el sistema preventivo . Nota las diferencias que existen entre la lil^ei-tad
antigua y la moderna. Elogia el gran servicio prestado por la Asamblea Constituyen-
te francesa al proclamar los derechos del hombre y del ciudadano ; pero reconoce que
incun'ió a(piella Cámara en notoria exageración. Y añade :
ifExiste entre nosotros una escuela que aún exagera y amplía los principios del 89,
encontrándolos, sin duda, sobradamente moderados. Es verdad, en efecto, que la
«Asamblea Constituyente francesa halña, con error manifiesto, llamado imjirescrip ti-
bies á todos los derechos del hombre; pero también habia declarado que á la ley com-
pete determinar el límite de estos derechos, y hoy son mvichos en nuestro país los
hombres políticos que, no satisfechos con esto, les conceden, á más de aquel cai'ác-
ter, el de ilegislahles, ilhnüables y absolutos — ¡Nueva y verdaderamente original doc-
trina ! Yo siempre habia creído que en el hombre nada hay absoluto; que lejos de
serlo los derechos, i^asa por axiomática su correlación con los deberes. La ley que,
por su esencia, es la expresión del derecho y de la conveniencia pública, y por su
forma la disposición solemne y obligatoria del iioder soberano de una nación, entien-
do que es por su naturaleza nía norma de las acciones Ubres del hombre y, por
consiguiente, muy al contrario de ser ilegislables las libertades y derechos del hom-
bre, fonnan el primordial oíyVío f^e ¿r/, ley, de tal modo que, si el hombre no fuera
BOLETÍN BIBLOGrAfICO 145
libre, seria absurdo, y más que absurdo ridículo , pretender dictarle leyes . Siendo
estas, por otra x>arte, y sobre todo la ley penal, esencialmente determinadoras de lo
que es lícito jjracticar y de lo que siendo criminal é injusto debe ser castigado, no era
fácil se me Imbiera ocurrido la pretendida iümitabilidad de los dereclios del hombre.
Y como la pena no es más qyxQ la, privación de determinados derechos, afirmar que
estos son imprescriptibles, me parecía echar i3or tierra el Código penal, y negar al
Estado el derecho de castigar, n
Y continuando ea la refutación de las doctrinas exageradamente individualistas,
el señor García Nieto dice de sus defensores: n Es lo cierto que, entre los que las sus-
criben, pocos son terriblemente lógicos hasta el punto de aceptar tan desoladoras con-
secuencias de premisas á que la mayor parte sólo se adhieren por ignorancia ó ri-
dículo alarde de radical liberalismo, por no hacer aquí mención de aquellos anarquis-
tas y bullangueros para quienes la libertad es el derecho de hacer cuanto se les an-
toje y convenga á sus particulares fines. Muchos son también los que dicen acep-
tar esta doctrina; pero sin dar á las palabras o6.so?m<o, ilegislahle, etc., la significa-
ción que realmente tienen y el uso les atribuye; y no pocos, en fin, los que cometen la
vulgaridad insigne de aplicar estos ya famosos epítetos á los derechos en sí mismos
y no á su ejercicio, creyendo salir del paso con suponer que la sociedad se guia por
meras a,bstracciones. — Hay, pues, mucho de impertinente y fútil en cuestión que tan-
ta polvai'eda ha levantado entre nosotros. Esta es, al menos, mi oiiinion, fundada en
especiales investigaciones. ¿ Hay empeño en trastornar el diccionario , llamando ile-
gislahle á lo que no lo es, ni puede serlo, por afán de presentar, aunque sólo sea
en ai)ariencia, lirincipios políticos absolutos y totalmente radicales ? Pues yo respeta-
ría tan original capricho, una vez constada la impropiedad del leng-uaje, si no estu-
viera convencido de la cruel inconveniencia que entraña esa tori)e manía de ofuscar la
conciencia de la parte menos ilustrada del pueblo, con utópicas ofertas y promesas
irrealizables que, defraudadas mañana, sólo pueden dar por resultado el indiferen-
tismo político sobrenadando en la hirviente sangre derramada en estériles mo-
tines, n
Defiende después el Sr. García Nieto el sistema representativo: demuestra la im-
portancia y dificultad de la cuestión del Estado; examina la teoría individualista;
critica el socialismo; combate las exageraciones absurdas de algunos economistas que
no sólo niegan al Estado sus caracteres esenciales, sino hasta su existencia misma; ex-
pone las doctrinas del partido liberal moderno; manifiesta los males de la excesiva
centralización, esperando que sean remediados por el justo progreso de las libertades
municipales; hace ver la importancia de las costumbres cuya influencia es má^grande
y decisiva que la de las leyes; y concluye pidiendo que se procure en España la crea-
ción de ese poder inmenso, que se llama opinión i)ública, y la elevación de las clases
trabajadoras, no tanto por novedades en su condición exterior, ni por la conquista del
poder iiolítico, como por el desarrollo de su espíritu, gracias al aumento de su ilustra-
ción,
Tksoro de la administración municipal y PROVINCIAL, ó Manual de organiza-'
cion y atribuciones de los Ayuntamientos y Diputaciones provinciales, por D. José
Marta Mañas. — Madrid, imprenta del Diario Oficial de Avisos, 1870.
En un grueso yolíimen de más de 900 páginas, contiene con explicaciones, comen-
tarios y formularios, toda la legislación política y administrativa vigente; la Consti-
tución de 1869, las leyes de orden público, electoral y de Ayuntamientos, de Diputa-
ciones, de Beneficencia, de Montes, de Presupuestos y Contabilidad, de Quintas, etc.
TOMO XIX. 10
14G boletín
Manual enciclopédico teórico -práctico de los juzgados municipales, ó Tra-
tado completo y razonado de loa deberes y atribuciones de los Jueces y fiscales mu-
nicipales y de los Secretarios de dichos juzgados con formularios para todos los
actos y diligencias civiles, criminales y administrativas, por D. Fermín AbeJla. — Se-
gunda edición, 1871, Madrid.
ElSr. Abolla, abogado y Director del- periódico titulado El Consultor de los Ayun-
tamientos y juzgados murdcipales, ha prestado un importante servicio, con la publi-
cación de este libro, á los juzgados municipales recientemente creados. Prueba de ello
es que la primera edición se ha agotado en pocos meses.
Con buen método y razonamiento, expone y comenta toda la legislación relativa á la
organización y atribuciones de dichos juzgados; á sus reglas generales de enjuiciamien-
to civil; á los actos de conciliación; á los juicios verbales; á la intervención de los jue-
ces raunicix)ales en los ab-intestatos y testamentarías; en los embargos preventivos;
en los asuntos que los jueces de primera instancia pueden encomendarles; en los que
les están sometidos en concepto de delegados de la Hacienda pública; en el allana-
miento de morada; en los procedimientos administrativos para hacer efectivos los de-
leites al Tesoro nacional y á los Ayuntamientos; en las cuestiones de orden público; en
lo relativo al consentimiento y consejo paterno para contraer matrimonio; en la cele-,
bracion de los matrimonios civiles; en la formación del Registro civil; en la sustan-
ciacion y fallo de las faltas; y en las diligencias preventivas en las causas criminales.
Basta esta ligera indicación de las variadas funciones que pesan sobre los juzgados
municipales, cuya institución, aunque conocida ya antes con otro nombre, ha recibido
ahora un aimiento grandísimo de atribuciones y desarrollo, liara comprender la con-
veniencia de que sus diferenies funcionarios tengan un guía como el que el Sr. Abella
les proi)orciona con sii bien pensado y arreglado libro.
Los MONTES y EL CUERPO DE INGENIEROS EN LAS CORTES CONSTITUYENTES, í;0)' Don
Francisco Garda Martino, individuo del expresado cuerpo. — Madrid: estableci-
miento tipográfico de Manuel Minuesa, 1871.
Por más de una razón y especialmente por lo in-eparable de los estragos que el error
ó eldescuido pueden producir, la cuestión de los montes públicos tiene una impor-
tancia excepcional. En política, las situaciones cambian con facilidad, y ninguna pue-
de durar mucho después de haberse desacreditado. Cabe en las facultades humanas
reprimir los abusos que se hacen intolerables, subsanar los desaciertos, satisfacer los
agravios, reponer lo destruido, deshacer lo hecho. Pero si se destruye en un momento
de imprevisión ó de codicia un monte poblado de árboles de ochenta años, es casi segu-
ro que no volverá jamás á su anterior próspero estado, y, en todo caso, es indudable
que, por lo meaos, se necesitarán otros ochenta años para que llegue á tener árboles
_ de esa edad. En menos período de tiempo, caben muchas revoluciones y muchas
reacciones políticas, la caida de imperios poderosos, la formación y desarrollo de
nuevas nacionalidades; pero la actividad del hombre no puede acelerar las condiciones
de la vida de los grandes vegetales,
Y á parte de la importancia que por el valor de su vuelo tiene un monte, le corres-
ponde grandísima por sus relaciones con el suelo y con el clima de su país.
El ilustrado y laborioso Ingeniero, D. Francisco García Martino, que ya en la publi-
cación y dirección de La Revista Forestal, excelente periódico, que está en el tercer año
de su existencia, ha dado pruebas de su celo por los intereses de este ramo de la Admi-
nistración pública, así como nuevos testimonios de su competencia para ilustrar tan
importante materia, ha formado ahora un grueso volumen con la inserción íntegi'a
délas discusiones habidas en las Córt* Constituyentes, con motivo del voto particu-
lar del Sr. Fernandez de las Cuevas, que proponía la supresión de los cuerpos espe-
BIBLIOGRÁFICO. Ii7
cíales de Ingenieros, y con ocasión del examen del presupuesto del Ministerio de
Fomento. Además, ha añadido por su i)arte extensos comentarios, notas é impugnacio-
nes de las doctrinas sustentadas por los diputados que se han mostrado adversarios
del Cuerpo de Ingenieros de Montes, ó que han pedido la desamortización absoluta
de la propiedad forestal.
A tres i)ueden reducirse las principales cviestiones tratadas en este libro, rico en
datos y razonamientos. ¿Debe el Estado velar por la conservación de los montes, ó
abandonar su cuidado al interés privado? Reconocido, no sólo que la iniciativa indi-
vidual ha sido y ha de ser siempre más funesta que favorable para los montes, sino qiie
hay unido á estos un interés público que el Estado tiene el deber indeclinable de no
abandonar, ¿debe el Gobierno llenar las necesidades de este servicio por medio de em-
pleados amovibles, ó es preferible que se valga de un cuerpo facultativo, cuyos miem-
bros estén garantidos por una sólida organización en el buen cumplimiento de los se-
veros deberes que les son encomendados? En este iiltimo caso ¿el Cuerpo de Ingenie-
ros de Montes ha correspondido en sus diez y siete años de existencia á lo que de él
podia y debia exigirse?
Una triste experiencia apenas permite la duda respecto de las dos primeras cues-
tiones. El más somero conocimiento de lo que sucede con los montes de España tala-
dos, con su suelo vegetal empobrecido, con sus condiciones climatológicas trastorna-
das, basta para dar la firme convicción de que los intereses públicos se hallan grave-
mente comprometidos en este asunto si falta la vigilancia y el cuidado directo de la
autoridad. Y no se necesita tampoco una noticia muy detallada y muy prolija de los
males de la Administración pública española, para saber cvián escasa fuerza alcanzan
funcionarios amovibles y aislados para contrarestar los ataques poderosos dirigidos
por mil medios diversos contra la riqueza forestal.
' Respecto de la tercera cuestión, la defensa del Cuerpo de Ingenieros, hecha por
el Sr. García Martino, no puede ser más cumi^lida. Pero sin rebajar el mérito con-
traido por los Ingenieros, justo y necesario es añadir que el Gobierno no ha sacado dj
ejlos el partido que debiera. Un Ingeniero de Montes, colocado en una provincia, sin
recursos para traljajar, sin instrumentos, sin auxiliares, sin subalternos suficientes por
el número y la instrucción, ni puede deslindar, ni fiscalizar, ni ordenar, ni guardar los
montes, ni luchar contra las malas costumbres municipales, contra los desmanes del
caciquismo, contra las influencias electorales, contra los abusos y las rutinas que por
varios modos conspiran á la destrucción de los arbolados. Sólo á fuerza de laboriosidad
y de celo, han conseguido los Ingenieros resultados, muy considerables sin duda, si se
toma en cuenta que se ha llegado á eUos sin el auxilio y los recursos debidos; pero pe-
queños, si se les compara con lo que se hace en otros países, que ponen los medios
adecuados para los fines, gastando anualmente sumas muy crecidas en este ramo so-
bremanera reproductivo.
He aquí, tomándolo de dos párrafos del libro del Sr. García Martino, algo de lo ipie
BUS compañeros y él han hecho ya :
"Como trabajos ordinarios, además délos que dejamos consignados anteriormente,
merecen recordarse, el planteamiento del servicio uniforme en todos los distritos, el
cual comprende los aprovechamientos generales sujetos á condiciones de forma, tiem-
po y lugar, habiéndose conseguido la extirpación de muchos abusos; las repoblaciones
naturales á consecuencia de las cortas y rozas bien dirigidas con la determinación de
los turnos respectivos; los deslindes, que han devuelto á los pueblos montes que te-
nían ijerdidos; las repoblaciones artificiales llevadas á feliz término en algunas i)ro-
vincias; la resinacion ensayada en varios puntos según el sistema moderno, que rinde
mayores y mejores productos, al ¡jaso que asegura la conservación de los montes; la
construcción de sequerías; la disminución de los incendios; la formación de las co-
148 BOLETÍN
lecciones presentadas en todas las exposiciones extranjeras, que siempre han merecido
los primeros premios; y las estadísticas de producción, por las cnales se sabe que
en 1860, cuando los montos púljlicos comprendian más de 10 mUlonesde hectáreas, se
sacaron de ellas por valor de 62 millones de reales, y que seis años después, habiendo
quedado reducida aquella superficie a monos de la mitad, sus productos representa^
ron 63 millones.
itComo servicios extraordinarios, por haber sido encomendados á comisiones especia-
les compuestas de uno ó más individuos, deben citarse : los planos y bosquejos dasográfi-
cos publicados por la Dirección general de Estadística, trabajos que contimian hoy en
la Comisión déla carta forestal; los trabajos sobre los alcornocales que fueron cedidos
á España á la terminación de la guerra de África; la Memoria de la inundación del
Júcar, libro lleno de curiosas noticias sobre los terrenas qtie forman la ciienca del rio
citado; el estudio referente á la repoblación de la sierra de G^uadarrama; la descrip-
ción de las principales Escuelas de montes de Alemania y Eusia; las Memorias sobro
las exposiciones de Paris, Madrid y Londres; el estudio y proyecto para la repobla-
ción de las cuencas de los rios Lozoya y Guadalix; los informes sobre las inspecciones
extraordinarias de algunos distritos; los trabajos de la Flora forestal de'España, délos
(lue se acaba de publicar últimamente una muestra, que da á conocer lo que aquellos
serán en sii dia; y por iiltimo, multitud de infonnes y escritos sobre el ramo, n
Arrullos, por D. Eiujenio Sánchez Fuentes. — Puerto-Paco; 1870.
Esta pequeña colección de poesías, inspiradas por el amor paternal, son dignas del
mayor aprecio por su candorosa sencillez, primorosa elegancia y delicado sentimiento.
Hay en ellas verdadero fervor religioso y una ternura natural que da notable realce á
las imágenes y gracias del estilo. Nuestra literatura, tan escasa de buenos libros para
los niños, puede contar este como uno de los primeros. En tal concepto es sumamente
estimable el librito del Sr. Sánchez Fuentes.
Elementos de cosmología, por el Doctor D. José Mantells y Nadal, Catedrático de
nociones de historia natural en el Instituto de la Universidad de Sevilla.- Sevi-
lla, 1871.
Esta obra, recomendable por su buen método y estilo, no se puede considerar como
una Filosofía de la Naturaleza, como una parte de la Metafísica, como una verdadera
Cosmología, sino más bien como un compendio de Cosmografía, como una abreviada
descripción física del universo, doude se da cuenta de las leyes descubiertas por la ob-
servación, sin elevarse á aquellas otras leyes y á aquellos principias superiores, propios
de la Filosofía fundamental ó i^rimera. Limitado á esto el libro del Sr. Montells y Na-
dal, y prescindiendo del título, en nuestro sentir más ambicioso, no se ha de negar que
es obra útil y digna de estimación i)or encerrar en sí la idea completa del mundo, tal
como la ciencia novísima la concibe y comprende. Es un libro como el Cosmos de
Humboldt en resumen y miniatura, y muy adecuada para dar una itlca justa y digna
de las cosas creadas á la juventud estudiosa y á la gente del pueblo. El libro del señor
Mantells, si en España hubiese algima más afición á la lectura, debiera ser un libro
mviy popular y muy leido.
Exposición comparativa de las doctrinas de todas las principales iglesias
cristianas: católica oriental, católica romana, anglicana y protestan-
TE. Obra útil paroy consultar y de pronecho d todos los buenos cristianos. — Ma-
drid, 1870-
Este precioso librito ha sido compuesto por un sacerdote ruso, que estaba en esta
corte como capellán de la Legación de Faisia, quien ha tenido la modestia de no dar
su nombre.
BIBLIOGRÁFICO. 149
El libro está escrito en tan buen castellano que no se creerla obra de un extranjero,
si no se supiese la aptitud y peculiar disposición (¡ue tienen para aprender idiomas los
liombres de raza eslava.
La exposición es un pequeño volumen, lindamente impreso, de 228 páginas, i)erotan
nutrido de doctrina y la doctrina tan clara y metódicamente expuesta, que vale más
que otras obras de muchos volúmenes y nada deja que desear, y nada deja por expli-
cas, así del dogma de nuestra Iglesia cató'ica, como del dogma de la Iglesia de
Oriente.
Como es natural, el autor, si bien trata de conciliar ambas Iglesias, se inclina en
favor de la suya, que es la Oriental, y le da la razón en aquellos puntos en que de la
nuestra discrepa; pero es, con todo, bastante imparcial, hasta donde un sacci'dote
puede serlo. Su obra está escrita con x)rof unda^ fé religiosa y con una sencillez elegan-
te que hace su lectura tan agradable como es instructiva. — Al que desee conocer los
dogmas del cristianismo, sin fatigarse mucho en leer libros teológicos y sin contentar-
se con las exiguas nociones que puede darle un catecismo, le recomendamos la adqu *
sicion de este librito.
Academia Bibliográfica-Mariana. — Certamen lioétlco del año de 1S6S dedicado á la
Virgen de los Desamparados. — Lérida, 18G8. — Un tomo de 344 págs. en 4.'
Como cosa de ocho años habrán trascurrido, desde que un piadoso sacerdote de Lé-
rida, el Sr. D. José Escola, devoto ardiente de María Santísima, tuvo la feliz idea de
establecer, segundado luego por innumerables socios en el resto de España, la, no
sabemos si con entei'a propiedad, denominada A cademia Bíhllográfico- Mariana, cuyo
objeto seria y es el promover la gloria de la Madre de Dios, mediante la ciencia, la li-
teratura y la imprenta. Muchísimos son ya los libros y los folletos que lleva publica-
ilos, repartiéndolos gratis entre sus individuos. A dos clases pueden reducirse todos
ellos; periódicos unos, no periódicos otros.
De estos últimos, que pasan de treinta regulares tomos en 8.*, los hay históricos,
poéticos, teológicos, ascéticos, etc. , parte originales, parte traducidos y concernientes
todos á la Señora qiie forma el asunto exclusivo de las tareas de la Academia. Su mé-
ito á la verdad, no siempre corresponde á la alteza del objeto, ni á la ferviente piedad
que los ha inspirado. Algunos, sin embargo, lo tienen muy relevante. Citaremos como
los mejores que han llegado á nuestras manos, \a.s Adoocadoncs, virtudes ij misterios de
la Santísima Virgen, por el malogrado presbítero D. Felipe Velazquez Arroyo; las
Poesías religiosas y Sermones, de D. Gaspar Bono y Serrano; las Odas y Suspiros, de
D. Antonio Balbúena; La Virgen Madre, según San Bernardo; y, sobre todo, La Vir-
gen María y el Plan divino, de Augusto Nicolás, obra detestablemente traducida por
cierto, pero en la cual no sabemos qué admirar más, si lo nuevo y magnífico del plan,
ó el rigor geométrico con que aparecen enlazadas sus diferentes partes, ó la rica erudi-
ción teológica y filosófica, profimdidad de conceptos, vigor de raciocinio y belleza de
estilo que en todas sus páginas resplandecen. Al lado de esta ijroduc cion figúrasenos
bajo y mezquino cuanto se ha escrito .acerca de María Santísima. Por versión cas-
tiza de ella, elegantemente impresa, daríamos de buen grado el 90 por 100 de las
demás publicaciones de la Academia Bibliográfico- Mariana.
Las 2J<i^i<^divas son tres. hosAnaleí, órgano oficial de la Academia, salen á luz men-
sualmente y contienen, además de la historia de la misma, artículos y poesías en ho-
nor de la Virgen, malos unos, medianos los más, excelentes algunos. De poesías, ar-
tículos, leyendas y oraciones, al propio fin encaminados y asimismo desiguales en mé-
rito, se compone también la segunda parte del Calendario Mariano, anualmente re.
petido. Vienen, por viltimo, las obras premiadas en los Certámenes ámios que la Acá.
dcmia, celebra, los cuales da á' la estampa reunidos en volúmenes como el que las per-
150 BOLETÍN
sentes líneas motiva. Coustituyeu el tema de estos discursos las imágenes de la Virgen
más famosas y veneradas que existen en la Península. Asunto délos siete realizados
liasta el dia lian sido la Virgen del Pilar, la de Montserrate, la de.Covadonga, la de
Atocha, Nuestra Señora la Antigua de Sevilla, la Virgen de los Desamparados de
Valencia y Nuestra Señora de las Mercedes de Barcelona, estando aun inéditas las
composiciones laureadas en el último. La oda, la leyenda, el canto épico y la narra-
ción histórica son las formas literarias en que los opositores luxeden vaciar sus pensa-
mientos.
El galardón de los vencedores consiste en laúdes, liras, rosas, jazmines, lirios,
ramos de oliva, plumas, etc., de plata ú oro ó de ambos metales juntamente, costea-
dos por la ^cac/emia ó regalados al efecto por personas devotas, que nunca faltan.
Concádense, además, los accésit á que há lugar, según los casos. La entrega de los
premios se verifica todos los años con gran solemnidad, balo la presidencia del Obis-
po de la diócesis, asistido de las i)rincipales corporaciones de Lérida, leyendo un dis-
curso adecuado al objeto el Director de la Academia y anunciándose el asunto sobre
(¡ue ha de versar el concurso del año inmediato siguiente .
En todos los certámenes, verdaderos juegos florales niarianos, se han presentado
producciones de más que mediano, y algunas de subido mérito, como, jjor ejemplo, el
l)Ooma La Virgen del Pilar, del Sr. Bono y Serrano, y la oda A Nuestra Señora de
Covadonga, del Sr. Borao. No fué de los menos brillantes el de 1868, dedicado á can-
tar las glorias de la Santísima Madre de Desamparados. Setenta y nueve comjjosicio-
nes se recibieron dentro del plazo fijado en el programa, á saber, diez poemas, seis le-
yendas, veintiséis odas (siete de ellas sóficas), nueve poesías de metro vario, diez y
seis catalanas, una mallorquína, cuatro valencianas y siete obras de ijrosa.
Adjudicóse el laúd de plata y oro, al poema en cinco cantos y en octavas reales, in-
titulado La Perla del Turia, por D, Ensebio Anglora, y el correspondiente accésit al
de D. José Martí y Folguera, en romance heroico y siete cantos. La Madre de los De-
samparados, ambos recomendables por lo bien dispuesto del plan, la galanura del
estilo y la fluidez del verso, siquier los desluzca una ú otra incorrección de lenguaje,
ciertas imágenes poco propias, algunos rasgos prosaicos y tal cual falta de armonía,
particularmente al primero, superior, no obstante, en otros conceptos. Las mismas
buenas prendas y los projiios defectos notamos, aunque en grados diferentes y no
no todos reunidos, en El Caballero de Ñapóles, de doña Isabel Cheex y Martínez, y
Los tres Horneros, del referido Sr. Martí y Folguera, leyendas que merecieron la lira
de platcí y oro y el accésit, respectivamente. Las odas A la Virgen de los Desamjmra,-
dos, de D. Filiberto Abelardo Díaz, que obtuvo la lira de plata; La Perla Valenciana,
de D. José Plá, primer accésit, y El llanto del Desamparado, de D. Francisco Cuesta
Espino, segundo accésit, afectuosas y en general elegantes, resiéntense de difusión, ca-
recen de aquella sobriedad y sencillez que tanto nos hechiza en Fr. Luis de León, y
otros gi-andes maestros. Las dos últimas pecan además, si bien en raros pasajes, de
I)rosáicas y nada cadenciosas. Son muy correctas y sentidas las décimas A María,
Madre de los Desamparados, ijor las que D. Pedro Antonio Torres logró el lirio de
plata, dádiva anual del limo. Sr. Obispo de Lérida. El romance endecasílabo, de ca-
rácter lírico, debido á la pluma de D. Pedro Alcántara Peña, primer accésit, presenta
algunas estrofas muy floridas y felices imitaciones del Cantar de los Cantares; seria ex-
celente si el autor hubiese cuidado más del colorido y de la dicción poética. La com-
posición en quintetos alejandrinos, que sigue á las precitadas, escrita por D. Francisco
Bartrina de Aixemús, segundo accésit, nos parece más floja, sin que á pesar de esto,
la reputemos despreciable, ni mucho menos.
Vienen ahora las poesías lemosinas. En D. Francisco Pelayo Briz recayeron la rosa
de plata, regalada por el Excmo. Ayuntamiento de Lérida para la mejor composición
BIBLIOGRÁFICO. 151
en catalán literario del principado ó de los antiguos reinos de Mallorca y Valencia, por
la dedicada A la Mare delí Desamparáis, y el primer accésit, por los Stramps A la
Verge deis Desamparáis, habiendo ganado el segundo, D. Francisco de Paula Ribas
y Servet con su oda A la Mare de Deu deis Dasamparals. Un romance endecasílabo,
La Mare de Deu deis Desamparáis, valióle á D. Pedro Alcántara Peña el jazmín de
plata, ofrecido por el Secretario de la Academia. Fueron los accésit para el romance
octosílabo E71 Ilahor de la Verge deis Desamparáis, su autor D. José Martí y Folgue-
ra, y para la oda de D. Antonio Molins y Sirera, en cuartetos alejandrinos, A la Ver-
ge deis Desamparáis. Otorgáronse, finalmente, á D. Juan Bautista Pastor Aicart, el
ramo de olivo de jjlata costeado por la junta local valenciana y otros socios académi-
cos de aquella demarcación, para el mejor romance esjrito precisamente en su propio
dialecto, por el titulado La Joya de Valencia, y los respectivos accésit á D. Manuel
Candela y Plá, por Les glories de Madona la Verge deis Desamparáis, y á D. Francis-
co Pelayo Briz, por su Romans á la Verge de Valencia. Los conocedores del lemosin y
sus modismos, ijeculiares giros y su frase poética, apreciarán las anteriores composi-
ciones bajo el asjíecto filológico. Nosotros, que no lo somos, diremos vínicamente que,
en ciianto nos es dado saborear sus pensamientos é imágenes, las hallamos, por punto
general, preferibles á las antecedentes poesías líricas castellanas. Hay en ellas más
unción, más originalidad, menos lugares comunes, menos estéril abundancia, menos
ornato postizo. La primera del Sr. Briz y las dulcísimas liras del Sr. Piibas y Servet,
son de las que más plenamente nos satisfacen.
Con la,plu7na de plata, que la Junta directiva tenia designada para el mejor trabajo
en iDrosa, fué premiado, por su Historia de la milagrosa Inuígen de Nuestra Señora
de los Desam2jarado's, patrona de Valencia, hasta nuestros dias, el Sr. D. Julián Pas-
tor y Rodríguez, que en todos ó en casi todos Jos concursos anteriores recabara idén-
tica distinción con monografías análogas tan eruditas y bien redactadas como la pre-
sento. Llevaron los accésit, D. Rafael Blasco, nai-rador de la Historia, de la Capilla de
Nuestra Señora de los Desamparados de ' Valencia, y D. José García Bravo, que pre-
sentó unos sencillos pero bien coordinados Apuntes históricos sobre la Imagen de Nues-
tra Señora de los Desamparados. Creemos que el jurado procedió con justicia en la
calificación de estos escritos.
El éxito alcanzado por la Academia ilerdense no sorprenderá á nadie que conozca
cuan arraigada se halla en nuestro pueblo la devoción á la Madre del Salvador. En el
siglo XVII eran muy frecuentes, justas literarias parecidas á las suyas. Los tomos
donde se contienen las obras premiadas en estas, siempre serán leídos con placer, no
sólo por las personas piadosas, sino también i^or los amantes de la literatura y más
todavía, por los aficionados al estudio de los recuerdos históricos locales y de las tra-
diciones y leyendas populares . Por eso, aún los indiferentistas, si tienen algo desarro-
llado el sentido estético, deben de estimar plausibles y meritorias las tareas de la
A cademia Bibliófilo-Mariana.
LIBROS EXTRANJEROS.
SeLECTIOIÍS ÍROM PRIVATK JOURNALS OP TOURS IN PRANCE IíÍ 1815 AÑÜ 1818.-^2/
Viscoimt Palmerston. — London, Richard Benthley and Son, 1871.
Ocupándose Sir H. Bulwer en escribir la biografía de Lord Palmefston, ha encon-
trado, entre los papeles del célebre ministro, los fragmentos de notas ó memorias dia-
rias que escribió cuando en 1815 y 1818 visitó la Francia. En estos momentos, la
publicación de algunos trozos escogidos de esos fragmentos tiene un gran interés de ac-
tualidad, porque la invasión de la Francia por los alemanes i)resta mayor im-
portancia á los recuerdos de la que Palmerston vio en 1815.
152 fiOLEtlN BIBLIOGRÁFIGO.
Al atravesar la Noi'mandía, el ilustre viajero oyó en muchas partes que corria el
rumor de que aquella jjrovincia iba á ser anexionada á la Gran Bretaña; y afirma que
la mayor parte de los habitantes del pais, ó se mostraba indiferente al cambio, ó lo
consideraba con alegría.
De los i^rusianos cuenta que inspiraban un odio profundísimo á los franceses, y lo
atribuye iirincipalmente al método que seguían para imponer contribuciones, ó hacer
requisas. Cada comandante de tropas exigía para estas cuanto necesitaban. De aquí se
derivaban muchos abusos. nCuando los oficiales, escribía en su diario Lord Palmers-
ton, piden para sus soldados, adoptan la costumbre de pedir y tomar en primer lugar
para sí; y los que hoy reclaman provisiones, mañana reclaman dinero, n Pero aun
cuando no hiijjíese habido abuso, el sistema de las reclamaciones directas por cada
jefe prusiano, hacia odiosos á los de esta nación para los franceses. Wellington tenia
mandado que cada oficial, en vez de hacer por sí mismo las requisas, dirigiese las re-
clamaciones á la Administración müitar inglesa, la cual se entendía con los agentes
del gobierno francés. La consecuencia era que, aunque los i)rusianos y los ingleses hi-
ciesen el mismo gasto en un pueblo, el proceder de los primeros causaba gran irrita-
ción y el de los segundos era considerado con benevolencia. "Pero aun siendo odiados
los i)rusianos, añade Palmerston, eran poi)ulares en comparación con losbávaros, que
no sólo robaban y saqueaban, sino qiie usaban y alnisaban de la facultad de imponer
castigo de palos, n Entre todos los invasores, los más estimados por el pueblo francés,
eran incuestionablemente los rixsos.
Estas memorias de Lord Palmerston contienen noticias ó juicios curiosos acerca de
algunos x>6rsonajes de aquella época. Búrlase el escritor del príncipe hereditario de Ba-
viera, que fué después el Rey Luís. Refiere los datos que acerca de los Bon apartes le
dio Mervins Ment Bretón, que durante tres años había sido jefe de policía de Napoleón.
No son menos curiosas, en los momentos actuales, algunas ideas manifestadas acer-
ca del ejército prusiano. Hablando de una revista militar que presenció en París, dice
Palmerston que los epexctadores quedaron admirados de la facilidad con que Welling-
ton manejó 60.000 hombres en el mismo sitio donde dos días antes los prusianos ha.
bian tenido también una revista de igual fuerza, mostrando mucha menos habilidad.
Por otra parte, Wellington le dijo que los tropas prusianas eran muy indisciplinadas,
y que en eUas la deserción alcanzaba tales ] )roporciones, que en pocas semanas había
quedado su fuerza niiméríca reducida desde 120.000 hombres á la mitad.
En los fragmentos publicados se refiere también lo sucedido en París con la ocasión
de sacar de los museos franceses, para devolverlas á sus antiguos dueños, las obras de
arte. Inglaterra no tenia interés directo en el asunto, y fué la potencia que gestionó
en él con mayor empeño. Wellington inició las negociaciones, aunque en concepto de
general en jefe del ejército de Holanda; y después, á él se debió principalmente la
victoria sobre la resistencia que, así Luis XVII [ como el jiueblo francés, oponían ala
devolución. Cuando se bajaron del arco de triunfo de la Estrella los famosos leones de
Venecia, una brigada inglesa tuvo que proteger la operación; y centinelas ingleses ha-
cían igualmente respetar el acto de descolgar los cuadros de los museos.
Los críticos ingleses dicen que este libro demuestra en el célebre diplomático con-
diciones de escritor, que hasta ahora no le eran conocidas.
EnGLISH PKEMIERS, FROM SIR ROBERT WALPOLE TO SIR ROBERT PEEL.--5¿/ John
Charles Earle. — London, Chapman etHall. — Two. vol.
Desde el primer nombramiento de Sir Roberto Walpole en 1715, hasta el segundo
de Peel en 1841, ha habido en Inglaten-a veintiocho primeros ministros, délos cuales
Jonh Charles Earle ha reunido las biografías en estos dos volúmenes. Ijas administra-
ciones ministeriales son, en rigor, algunas más en número, porque Walpole, el duque
de Newcastle, el marqués de Rockingham, Pitt, el duque de Portland, Lord Melbourne
y Peel fueron ministros dos veces.
Director, D. J. L. Albareda.
Madrid: 18ri.=Iinprenta de José Noguera, calle de Bordadores, núm. 7i
INFORME
(1)
SOBRE LA OBRA
LES MARIAGES ESPAGNOLS SOllS LE REGNE DE HERNI IV
ET LA REGENCS DE MiRIl DE MÉDICIS
escrita en francés por Mr. J. T. Perrens, doctor, profesor en el liceo
Bonaparte, individuo de la Real Academia de Turin, etc., etc.
EMITIDO Á LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
por su indiiíduo de número
D. F. JAVIER DE SALAS.
LOS MATRIMONIOS ESPAÑOLES BAJO EL REINADO DE ENRIQUE IV
Y REGENCIA DE MARÍA DE MÉDICIS.
Tal es el titulo de la obra escrita en francés por JMr. J. T. Perrens, y con-
fiada tiempo há por la Academia á informe del que suscribe. Ocupaciones
apremiantes en azarosa época, la escasísima trascendencia de mi dictamen
y sobre todo, lo reacia que se hace la obligación cuando ha de censurar*
han motivado la demora en el cumplimiento de encargo tan honroso
Ruego, pues, á la Academia que acepte dichas causas como legítima excusa
por el tiempo trascurrido.
La obra de Mr. J. T. Perrens divídese en dos partes. Comprende la pri-
mera desde el origen de las negociaciones mediadas entre ambas cortes
para los enlaces de los hijos del tercer Felipe de Austria, especialmente los
de doña Ana Mauricia con el Delfín, y príncipe D. Felipe con Madame Isa-
bel, hasta el abandono de aquellas y muerte del rey de Francia. La segunda
comienza en la reanudación de las notas, durante la regencia de María de
Mediéis, y termina con la realización de los matrimonios.
Las relaciones de los embajadores de Venecia cerca de ambas coronas.
(1) Se publica en folleto separado por acuerdo de la Real Academia de la Historia.
TOMO XIX. 11
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)03 despachos de los del rey de Francia en Madrid y Roma, y los reniitidoá
1 Pontífice por sus nuncios en París, con especialidad los extensos de
übaldini, principal negociador de estos enlaces, sirven á Mr. Perrens como
de pilares de su obra: algunos trozos de la correspondencia entre Enri-
que IV y su ministro Villeroy, y entre este y el presidente Janin ó embaja-
dores, trae con frecuencia para verificar el texto; y procura reforzarlo,
cuando conviene á su propósito, con insertos ó citas de varias obras, entre
ellas las Economies royales de Sully, la historia titulada de la Mere el du
fils, atribuida á Richelieu, la de Francia, de Martin, Memorias históricas,
de d'Artigni, Hisloria del Pontificado de Paulo V, por Gouget, la de Los
siete años de paz, por Mathieu, el periódico coetáneo Le Mercure, y otras
producciones que seria difuso enumerar; de tal modo, que si la profusión
de citas é insertos, sin discernir la congruencia y oportunidad de unas y
otros, constituyese la excelencia de una obra, pocas podrían disputar el
lauro á la que motiva este informe.
En medio de tal concurso de autores y documentos franceses para verifi-
car hechos que sólo por mitad atañen á Francia, se ven, como prisioneros
en extranjera tierra, cuatro ó cinco dictámenes del Consejo de Estado de
España, alguno poco pertinente^ sin fecha todos, y tan estropeados, que
causarían lástima al más despiadado de sus lectores, y parecen recusar la
competencia de quien allí los puso.
Tal vez no encontraría Mr. Perrens ningún historiador, ó cronista, ó
autor de relaciones é historias particulares en el siglo de oro de la literatu-
ra española con que enriquecer sus citas; que casi esto se desprende de al-
guno de sus comentarios; pero creo que para salir airoso en su ensayo de
crítica, valiérale más haber escogido asunto que no se desarrollase en el
período de los Garibay, Sandoval, Mariana, Moneada, Melo^ Ferreras, Anto-
nio Nicolás, Miñana, Gil Dávila, Pujados, Herrera y otros, cuya memoria no
reportará mucho daño por no haberlos conocido el autor de la obra que
cuidadosa ó descuidadamente los omite.
Verdad es que de otro modo no hubiera entrado en el palenque rompien-
do lanzas, amparado por su séquito, contra la corte del tercer Felipe y su
Consejo de Estado, contra sus diplomáticos y políticos, contra las costum-
bres, carácter é inclinaciones de nuestros antepasados, y lo que es más
sensible, contra la verdad histórica, desfigurada á veces en la narración y
frecuentemente en el comentario. Pero ¡qué mucho! ¡si en su afán de bata-
llar las rompe contra sí propio, cual acontecía al célebre hidalgo en el
pasaje de los cueros de vino! ¡Tales son sus contradicciones!
De España hace una especie de estafermo donde topa su airada pluma,
revolviéndole á diestra ó siniestra, según le impulsa el humor ó cuadra á
su propósito. No quiero decir que nunca acierte en el blanco, ¿ni cómo,
siendo ©1 blanco tan grande y tan repetidos los golpes? Y al hacer esta
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confesión, comprenderá la Academia que, antes de tomar la pluma, he
procurado posponer toda idea de amor patrio al esclarecimiento de la
verdad, revistiéndome asi del espíritu de imparcialidad que exige cualquier
trabajo histórico. Si al mismo proceder se hubiera ajustado el autor de la
obra que nos ocupa, ahorrariase la Academia la molestia que ha de produ-
cirlo este desperjeñado escrito; pero su criterio, sea por convicción ó por
naturaleza, sigue camino opuesto.
El irritante orgullo español, lastimosamente confundido por él en mu-
chos puntos con la dignidad, la insidia de los españoles, la falsia del Consejo
de Estado, la ignorancia, doblez, presunción y perfidia españolas: no hay
en suma mala cuaUdad ni vejatoria condición que no naturalice en este
suelo, sin discurrir que, vincular en un vasto territorio todo lo malo sin
concederle nada bueno, es tan absurdo como suponer en el orden materia^
sombra sin luz, ó en el moral vicio sin virtud alguna.
Lo más donoso es que regalando á este país un epíteto por cada suceso,
y deduciéndose en el curso de la narración idéntico proceder por parte de
los suyos, se abstiene de calificarlos, cuando no les encuentre una disculpa
que, retorciendo el discurso, echa á la postre sobre España: por tan inge-
niosa manera la hace también reo de ágenos dehtos, causa de todas las fal-
tas, origen de todas las torpezas cometidas por los franceses^ no como
franceses, que dudo que el autor asintiera á esta aventuradísima hipótesis,
sino como hombres constreñidos por su mala fortuna á tratar con una tan
desventurada nación.
¡Cualquiera diría que el tercer Felipe había mendigado estos enlaces á
costa, no ya del decoro, sínodo la dignidad de España! Y así ni más ni me-
nos se asevera en la obra de Mr. Perrens, y en algunos documentos que
cita ó inserta, por mucho que de otros se deduzca lo contrario, y terminan-
temente se compruebe esta segunda lección con los escasísimos, por desdi-
cha, que aquí poseemos de buen origen.
El autor siguiendo la correspondencia particular del Secretario de Estado
del cuarto Enrique de Francia, con un tal Regnault, aventurero que duran-
te el mes de Junio de 1602 viajaba por Castilla, supone vivos deseos en el
duque de Lerma de dar satisfacción al Bearnés por el ultraje inferido años
atrás á su embajador en esta corte Mr. de la Rocliepot, renovando por ello
continuamente sus excusas al Encargado de Negocios, único representante
á la sazón del rey de Francia, para que de nuevo viniese á Madrid un emba-
jador, y llevando su afán de estrechar las relaciones hasta el punto de ma-
nifestar al Nuncio del Papa que «no parecía sino que Dios había permitido
que en el propio mes y año nacieran dos príncipes de ambae casas, varón y
hembra, para que el matrimonio de ellos fuese lazo de unión entre ambas
coronas.»
El Nuncio por indiscreción calculada y probablemente convenida, añade.
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trasladj la plática al Encargado de Negocios, el cual la trasmitió al rey sin
que en el principio obtuviese respuesta por ver Enrique IV la mano de Es-
paña en la conspiración reciente del mariscal Biron. Pero el duque de Ler-
ma no parecía inquietarse de ello, ni aún darse por ofendido de otras vio-
lentas recriminaciones; antes bien, haciendo caso omiso de tales fundamen-
tos de discordia, volvía sobre el asunto, aunque siempre por medio de tercero.
El encargado de Negocios de Francia notició á su amo una plática habida
sobre la propia cuestión entre Lerma y principales señores de la corte en
la cámara de la infanta parvulita; mas los políticos franceses no creían en
la buena fé del rey católico; el embajador de Francia en Roma Bethunes,
suponía en los españoles el doble juego de sugerir al Papa la idea de estos
matrimonios sin ánimo de verificarlos, y Enrique al contestar á su encarga-
do en Madrid, Brunault, decíale, que se abusaba del Nuncio, pues no creía
sincero el designio de España respecto á los enlaces, sino que por tal modo
solamente pretendían vivir en paz con él.
A pesar de esto, nombraba su embajador en Madrid á Mr. Barrault, encar-
gándole tratara confidencialmente con el Nuncio sobre estas declaraciones,
pero con discreción y en términos generales; «cosa, añadeMr. Perrens, que
le fué muy difícil, porque desde las primeras audiencias prodigáronle de-
mostraciones muy expresivas á fin de que se franqueara.» Inserta un despa-
cho en que este refiere menudamente á su rey la entrevista con el de Espa-
ña, y la complacencia de la corte al ver que la infantíta le echaba los bra-
zos; tanta fué, que Lerma, aludiendo al accidente, le dijo al oído, esto es de
hnon augurio para ambas coronas. El embajador deduce, por último, que
todos los principales señores de la corte de Felipe deseaban el matrimonio
con Francia, á excepción del Condestable de Castilla, y algunos más, de
dictamen contrario, por ser la infanta hija única y por tanto heredera de es-
tos reinos, sin que la generalidad aprobase esta razón. El autor fundado, no
se sabe si en Brunault ó Barrauíl, expone que Lerma era el único ministro
que no tenia como los demás resolución de envolver á Francia en guerra ci-
vil, usando de toda suerte de artificios, y favorecer á uno de sus partidos
logrado aquel propósito. Como prueba, añade que se acercó al duque un hom-
bre ruin, proponiéndole cosas perjudiciales al cristianísimo rey, y que Ler-
ma, después de reprocharle sus aviesas intenciones, lo arrojó por una ven-
tana. De aquí que el embajador pensase aprovechar el momento en que el
duque acompañaba al rey á misa, para manifestarle su gratitud.
Extráñame en este punto que el minucioso Cabrera de Córdoba omita en
su Relación de las cosas de la corte, un suceso tan grave, y no menos que
la gratitud del embajador francés quedara encerrada en su pensamiento, lo
cual induce á la sospecha de si la ventana á que el autor alude sería de las
que por dar salida á la calle se llaman aquí puertas.
Como quiera que fuese, prosigue exponiendo que el duque al fin rom-
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pió la reserva diciendo al embajador: «Preciso es creer que las hijas de la
corona de España no pueden contraer buen enlace sino con hijos de la de
Francia,» á'lo que sólo repuso el diplomático, «que verdaderamente eran las
dos casas mejores de la cristiandad.» El Cardenal arzobispo de Toledo y
demás señores presentes añadieron, que esperaban ver algún dia realizado
este matrimonio, concretándose Barrault á contestar: «Será lo que Dios
quiera.»
En verdad que hasta aliora no tiene el autor motivo para quejarse del
orgullo español, tan insufrible é irritante como en algunas páginas después
expone. Lejos de ello, nos va pintando la corle del tercer Felipe de tal
modO; que su ministro y privado más que arrogante Señor, parece cortesa-
no humilde del embajador de Francia; y digo así, esquivando la palabra
que vendría de molde al oficio que le hace representar.
En la sistemática frialdad del francés, tenia sobrado motivo para desis-
tir del papel nada decoroso que había tomado á su cargo. A pesar de ello,
prosigue el autor, «la reserva era tan obstinada poruña parte, como persis-
tentes las insinuaciones por la otra, y si esto no desanimó completamente á
Lorma, inspiróle recelos sobre sus designios. Por'tal causa, añade, sin aban-
donarlos del todo, formó el de proponer la infanta parvulita al rey de Ingla-
terra, no obstante la diversidad de religión y de intereses.»
El autor supone que tal fué la misión que el Condestable llevó á higla-
terra, y de aquí toma pié para aseverar que el hábil ministro Rosny, tenia
un motivo más de prevención contra la perfidia española.
Lástima que Cabrera de Córdoba en sus minuciosas relaciones, Vivanco
en su prolija historia, y la misma jornada del Condestable impresa pocos
años después, omitan este punto importantísimo de la embajada, y mayor
aún, que ni en el archivo de Simancas, ni en el de esta Academia, se encuen-
tren documentos cpie comprueben la aseveración; pero aún suponiéndola
cierta, ¿qué motivo hay para calificar de pérfido aquel acto del gobierno del
tercer Felipe, y á mayor causa teniéndose presente los desaires que supone
inferidos por el Bearnés? Aunque lo hubiese, ¿cómo seamphala calificación
de un hecho aislado, no ya á la política de una nación, sino al carácter na-
cional, que no otra cosa se desprende de la frase? Sobre todo, ¿qué concep-
0 merece un historiador que, narrando de su país la propia falta, no sólo se
abstiene de calificarla, sino que la atenúa parcialísimamente?
Rosny había ido á Inglaterra para análogo fin respecto á su rey, que
el supuesto por el autor en el Condestable de Castilla, sin embargo de haber
dicho el embajador del de Francia en Madrid á Lerma que su magestad
cristianísima estaba dispuesto á obrar en este asunto cual cumple á un rey
cristiano, y animado de muy buena fé para conservar la paz entre ambas co-
ronas con ventaja de las dos, y provecho de la cristiandad. Y es de advertir
que los planes del rey de Francia, dtbian quedar en el mayor secreto hasta
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SU ejecución; lo que implica la aceptación de proposiciones de otras poten-
cias, si asi conviniera á sus intereses.
Se ve, pues, que la política del Bearnés era mucho más precavida y astu-
ta que la de Lerma: no obstante, guárdase mucho de caliíicarla como á la
española; antes bien, en su prop(3sito de mirar nuestros asuntos con diver-
so criterio, escribe que «el Consejo de Madrid, supongo aludirá al de Esta-
do, empleaba un refinamiento de hipocresía de que no era capaz el carácter
abierto de Enrique, aunque para ello esforzase su deseo.»
Cierto que muchos atribuyen tal condición al hijo de Juana d' Albret;
pero si en vez de informe fuese este escrito refutación, atreveriame á ne-
garle la cualidad que le regalan los que, fijándose en apariencias y no en
hechos, han confundido la franqueza, compañera de la lealtad, con la astu-
cia que dimana de interesables miras. Con esto lejos de amenguar, se acre-
cen sus grandes condiciones de rey en su época, y no es difícil deducir que
la más provechosa para su pohtica fué la habilidad que desplegó para
desorientar á la diplomacia sobre sus planes más importantes, con una fran-
queza, en ocasiones ruda, para que fuese mejor simulada.
¿No comenzó por disiiTiular su religión, dado que tuviese alguna, vistién-
dose de católico sin perjuicio de seguir subrepticiamente favoreciendo ásus
antiguos correligionarios? ¿No usó de doblez al firmar lascivo contrato con
la marquesa de Verneuill? ¿No la tuvo para embaucar á Cabriela? ¿No la des-
plegó al tender sus redes á los de la liga que conceptuaba cómplices de
Dyron? ¿No la refino en sus notas sobre la ruptura entro el Pontífice y Vé-
ncela, yendo contra el primero cuanto pudo, sin perjuicio de jactarse á la
terminación de haber salvado á la Santa Sede, disputando tal éxito al rey de
España? ¿No la puso en juego hasta la indignación, favoreciendo á los re-
beldes de Flandes? ¿No la demostró como nunca, precisamente en la cues-
tión de los matrimonios españoles?
Pues sin embargo de narrar el autor lo expuesto, y mucho más que so-
bra para deducir el doble juego de Enrique y su política artera , tiene su
criterio la elasticidad de regalar al Consejo de Madrid la calificación que en
sana crítica cuadra mejor al gran rey. Tal vez la distancia entre las páginas
le baria olvidar al escribir el capitulo II lo que habia consignado en el I,
jó quien sabe si llamará franqueza á la cínica declaración de que a París
bien valia ¡apena de una misa.^y En todo caso será la única que para des-
gracia de la memoria del héroe le podrá reivindicar, y aun así tendría que
exponer el disimulo que para el éxito hizo de sus creencias religiosas, dado,
repito, que tuviese alguna.
Pero lo más donoso en este punto es la candidez del autor en la siguien-
te frase: «Rosny estaba en lo cierto al reprochar á los españoles de profanar
lo que hay de más sagrado en religión y de abusar del nombre de matri-
monio.» Conócese que al trascribir algunas frases de las Economies royales
ACADÉMICO. 159
quedó su mente supeditada por el estigma que SuUy lanzaba á nuestros
antepasados. «El arlificio, dice este aludiendo al doble juego de las propo-
siciones, parece tan malicioso como grosero: podria tratarse alguna cosa
buena si los españoles fuesen blancos en lealtad como ángeles, y no tiznados
de perfidia como los demonios.»
Y como al célebre ministro, á pesar de los tratos de Rosny, no se le ocur-
rió objetar lo mismo de la política francesa ni de su rey, es posible que el
atitor considerase que á el tampoco se le dcbia ocurrir nada, ni siquiera
que tal profanación era más imputable al cristianísimo que al católico rey;
puesto que la del primero^ aunijue sin comentario, nos la da por averiguada,
mientras que la del segundo, que nos reproclia, puédese poner en tela de
juicio de no presentar mejores documentos. Y si los antecedentes valen, es
seguro que en cuanto á profanaciones no lia de salir mejor librado el que
apostataba de su religión por una corona, que el que subordinaba la suya á
los intereses del Catolicismo; el que vendia sus creencias por poseer la ca-
pital de un reino, que el que manifestaba con fervor que saldria de la del
suyo de rodillas basta la del orbe católico, por conseguir que so declarase
punto del dogma la Concepción inmaculada de la Madre de Dios; el dcs-
[)rcocupado en materias religiosas que visiblemente protege á los calvinistas,
que el que por motivos de religión llevados al extremo, más que por razones
políticas, expulsa de su país á los brazos que constituían su más positiva
ri(]ueza. Por último, ¿no era más lógico suponer asentimiento al abuso del
nombre de matrimonio en el maride* amante de muchas mujeres, que en el
esposo modelo de amor y de fidelidad conyugal? Nada de lo anterior obsta
á que, visto por otro prisma, aparezca el primero gran rey y el segundo un
príncipe poco dado á la gobernación de sus pueblos. Cierto que el autor di-
rige el reproche á los españoles; mas como alude á las proposiciones diri-
gidas, según él, y ij,o comprobadas, al príncipe de Gales, he debido enten-
der que por reflexión iba contra el rey, sin cuyo asentimiento no puede su-
ponerse que se diera un paso respecto á su hija, aunque la dirección de la
política la tuviese de hecho su favorito.
Si se debiera tomar la frase en su sentido recto , le diría que más fácil
era que abusaran de un sacramento los calvinistas y aún católicos que es-
taban en roce continuo con los sectarios del reformador que por bastardos
íines autorizó al príncipe marido de Cristina de Sajonia ,á contraer dobles
nupcias con Margarita de Saal, que los que á todo trance^quísieron y for-
maron la unidad católica.
Conócese, repito, que el autor ni ha querido molestarse en discurrir,
ni tampoco en leer el período de nuestra historia que pretende historiar.
En su obra sostiene que la iniciativa en el asunto de los matrimonios
era de España , contrastando el gran deseo que aquí había de realizarlos,
con la frialdad con que el rey cristianísimo oía las proposiciones, y el des-
160 INFORME
den que demostraba en el asunto. Esto, empero, no es óbice para que á
vuelta de hoja asegure que el cardenal Aldobrandini, sobrino y secretario de
Estado de Clemente VIII, afirmaba en alta voz que se liabia de llevar á cabo
la alianza de las dos coronas, y que se baria por decidir á ella al rey de Es-
paña de cualquier modo que fuese.
Más adelante expone, que tan creido estaba el nuevo nuncio del Pontífice
Ubaldini, que la idea é iniciativa de los matrimonios babia partido de Enri-
que IV, que se lo confesó así en la primera audiencia, á lo cual contestóle eno-
jado el rey cristianísimo: «No es costumbre que un padre ofrezca sus hijas; t>
pero enseguida escribió á su embajador en Roma, asegurándole que las pro-
posiciones habían partido del nuncio Barberini y del embajador en Madrid
M. Barrault, á nombre del duque de Lerma; insistiendo en todas sus
cartas, hasta lograr que el Pontífice y Barberini reconociesen que ellos
habían dado el primer paso. Lo que temía, añade el autor, al dejar creer
que había él tomado la iniciativa, era verse obligado á aceptar otras condi-
ciones que las suyas, si la pohtica le constriñese á concluir estos matrimo-
nios; pero salvados su amor propio como padre y sus intereses como sobe-
rano, lejos de rehusar el debate sobre este asunto, se quejó al Pontífice, por
medio de su embajador en Roma, de que Barberini no le hubiese escrito
nada acerca de los enlaces en el espacio de seis meses.
También confiesa Mr. Perrens que el rey de Francia recibió con júbilo a
padre provincial de los jesuítas de Flandes, á fin de que instara al de Espa
ña sobre la realización de los matrimonios; y atribuye al primero las si.
guientes palabras: «Lo mucho que deseo el bien común de la cristiandad
me ha hecho olvidar la costumbre que no autoriza á un padre á ofrecer d
sus hijas, sino que le manda aguardar á que sean pedidas. y> Luego expone
haber ordenado al Delfin, no obstante de hallarse aún entre el regazo de las
damas, que escribiese á la infantita española una carta, la cual entregó al
P. la Bastida con encargo de decir al tercer Felipe, que el rey cristianísimo
daseaba ser su compadre y servidor, y estrechar más y más las relaciones
entre ambas coronas, con tan sólida amistad, que se trasmitiese y perpe-
tuase en los hijos respectivos.
Inserta además una carta de Breves, embajador de Enrique en Roma,
donde dice á su soberano: «lie hecho saber á Su Santidad que todas las
cosas van bien encaminadas hacia los españoles. V. M. reconoce que no es
posible realizar matrimonios más honrosos y útiles que los de España, siem-
pre que sean propuestos por aquel rey, etc., etc.»
Pues si tal cosa confiesa, ¿por qué asegura y sigue aseverando que las
proposiciones partieron de España; que aquí había gran deseo de que se
realizaran los matrimonios, no obstante el desden del rey de Francia, y su-
pone al país sufriendo humillaciones en pro de tal manía, sm perjuicio de
tildarle de orgulloso y altivo hasta la irritación?
ACADÉMICO. 16 J
No pretendo con esto negar la justicia de la calificación en muchos casos;
pero en este creo que España estuvo digna, y de ninguna manera tuvo que
sufrir humillaciones por cosa en que Francia estaba mucho más interesada.
La contradicción sobre todo es evidente, y repito que si el autor no in-
curriese en casi tantas como páginas tiene su libro, daria á sospechar
su inocente confianza de que el lector habría de olvidarse en un capítulo
de lo escrito en el anterior, sin tenerlo tampoco en cuenta para el si-
guiente.
Por ejemplo; sin recordar tal vez que en la pág. 26 ha dicho que el
Consejo de Madrid desplegaba en este asunto un refinamiento de hipocresía,
de que era incapaz el carácter abierto de Enrique IV, aunque esforzase su
voluntad, dice en la 69: «Enrique titubeaba aún en romper con los protes-
tantes para aproximarse á la política de España. De aquí la doblez con que
ocultaba su perplegidad. Confesaba á sus cortesanos íntimos que la necesi-
dad, que es la ley del tiempo, le hacia decir ahora una cosa, ahora otra; y
nadie lo encontraba censurable porque tal era entonces en todos los países
la regla de la política. »
Y entonces, ¿por qué censura al Consejo de Estado de Madrid y en gene-
ral á la política española por la doblez de que la suponía animada?
Prosigue Mr. Perrens en estos términos: «Si por haberla practicado lo
censuramos nosotros, es porque él la creia deshonrosa, vanagloriándose de
jugar siempre á cartas vistas. Negociaba la tregua con los holandeses, y de-
cía á D. Pedro de Toledo, por conducto de Ubaldini, que sólo por artificio
les proponía buenas condiciones á fin de decidirlos á reanudar una guerra
para la que po estaban bien preparados. El único medio de perderlos, aña-
día, consiste en dicho tratado. Si tales palabras eran verídicas, demuestran
que hacia traición á los holandeses; si mendaces, que engañaba á España-
Ignoraba y temía por consecuencia el resultado de las decisiones tomadas, ó
que pensaba tomar. Los que le rodeaban perdíanse en conjeturas sobre sus
designios.»
Pues si tal conocía el autor en la página 170, ¿por qué en las anterio-
res regala al Bearnés tanta sinceridad, y sigue suponiéndosela en muchas de
las posteriores?
Más adelante escribe: «En Setiembre de 1608 penetraba bien el P. Cotton
los pensamientos de su real penitente, y sin querer contradecía Ubaldini sus
propias acusaciones, reconociendo que Enrique IV hacia depender los ma-
trimonios de la conclusión de la tregua, á la cual, después de haberse
opuesto, sólo se prestaba para casar á sus hijos.»
¿Dónde está, pues, la repugnancia de dicho rey á los matrimonios, tan-
tas veces expuesta por el autor?
A mayor abundamiento dice en la pág. 95: «Así, pues, mientras que
Enrique IV quería los matrimonios para consentir en la guerra (contra las
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provincias uniclas), Felipe III quería la guerra para consentir en los matri-
monios.»
Mayores contradicciones aún se notan en los siguientes párrafos:
PÁGi 173. «Trasmitidas por D. Pedro de Toledo al Consejo de Madrid
estas palabras (alude al reconocimiento que hacia Francia de la razón que
á España asistía en la cuestión con los holandeses, y la proposición hecha
por la primera de que modificase sus condiciones), fueron tomadas en él por
signo de debilidad y se aumentó la arrogancia española.»
PÁG. 174, «España, por medio de su embajador, humillóse hasta ofre-
cer prendas de su sinceridad y de su palabra, confesando así, en cierto
modo, que había razón para no darle crédito.»
Al hablar del embajador del tercer Felipe, D. Pedro de Toledo le concede
verdadero talento, por lo menos en la pág. 111; pero esta cualidad y la de
su parentesco con María de Médicis hallábanse contrarestadas por otras de
mucha cuantía, entre las cuales descollaba su intolerante orgullo; y añade:
«Tales defectos, unidos á los del carácter nacional, le hacían poco á propó-
sito para una misión conciliadora.»
Censura el retardo del viaje del embajador que tanto contrastaba con la
vivacidad francesa (sic), suponiéndole calculado para mortificar á Francia: en
lo cual manifiesta no haber leído la Relación de Cabrera de Córdoba, tan in-
dispensable para el asunto; juzga con sañudo y parcialísimo criterio á lodos
y á cada uno de los Consejeros de Estado de Castilla, tachándolos de or-
gullosos y sumamente ignorantes, con lo que falsea las mismas citas de las
Relaciones de los Embajadores Venecianos en que se funda, por hacer estas
excepciones honrosas de algunos; y severamente critica las contestaciones
de D. Pedro de Toledo al rey Enrique en sus primeras entrevistas, cuyas
arases califica en su mayor número de inconvenientes, de irreverentes otras,
y alguna de brutal.
«La primera muestra de dignidad que dio D. Pedro, dice en sentido iró-
nico, fué hacerse esperar mucho, exagerando aún la lentitud española, en lo
que la vivacidad francesa veía un insolente desden Su calculado retardo
debía provocar vivo disgusto en la corte de Francia. »
Repito que el autor, con vivacidad suma, da por cierto lo que sólo está
en su mente, puesc[ue el retardo de D. Pedro, según la relación mencio-
nada, cuya existencia debe ignorar Mr. Perrens, consistió en la falta de re-
cursos para el anticipo de gastos del viaje, que al fin consiguió, merced á
la usura de un prestamista (1).
Hablando de su entrada en París, prosigue, que chocó desde el primer
momento su actitud altanera y arrogante, y traslada el siguiente párrafo del
Lestoiee: «Los que han visto á este señor, dicen que tiene talento y que sus
(1) Véase la pág. 359 de la Rdacion de Cabrera de Córdoba.
ACADÉMICO. 165
«discursos son sentenciosos, aunque siempre acompañados de presunción
«española.» ♦
Mr. Perrcns, conforme con esta calificación en las páginas 111 y 119,
parece contradecirlas en la 120 al reseñar en estos términos la primera
audiencia con Enrique IV: «Queriendo el rey, dice, desde el primer mo-
«mento significarle su bienvenida, le dijo: «Temo, caballero, que no se os
«haya recibido tan bien como merecéis.» «A estas graciosas palabras no
«supo responder D. Pedro sino con una amenaza brutal. «Señor, replico,
«lo he sido de tal modo, que estoy pesaroso de tantas inconveniencias como
«veo, las cuales podrían obligarme á volver con un ejército,' y hacer que
»yo no fuese tan deseado.» iiVeníre Saint-gris, repuso vivamente el rey;
«venid cuando plazca á vuestro amo, que no por ello dejarla de ser bien re-
«cibida vuestra persona; y en cuanto al hecho de que me habláis, vuestro
«amo mismo, con todas sus fuerzas, se encontrarla bastante embarazado
«desde la frontera, la cual es posible que no le diera yo el gusto de ver.»
«Lección merecida, añade el autor, que no aprovechó al español arro-
gante.» Y en verdad que si hubieran pasado asi las cosas seria merecida la
lección del rey, y no podríamos quejarnos; pero ¿se concibe tal contestación
en una persona á quien se supone verdadero talento y sentenciosa palabra,
sin que mediase algún antecedente, si no para justificarla, para atenuar al
menos su aspereza? (1)
No diré lo mismo de las demás que el autor tanto le censura: á saber; la
que dio á la reina al enviarle persona que le cumplimentara y le recordara
los lazos de parentesco que le unian á ella. «Los reyes y reinas no tienen
parientes sino subditos.» «Palabras, dice el autor, que aunque entrañen ver-
dad, la más simple conveniencia hubiera debido retener en sus labios.»
¡Lo que es la diversidad de criíerios! Yo hubiera vuelto la frase del revés,
exclamando. Palabras que aunque no entrañan verdad, la más simple con-
veniencia las aconsejaba entonces como deferentes y oportunas.
Al hablar más adelante del duque de Pastrana, á quien llama D. Iñigo de
Selva, le reprueba el haberse atrevido á bailar con la prometida esposa de
su rey, contrariando el uso de su pais. Si hubiera rehusado, ¿no puede infe-
rirse que por ello merecerla igual censura? No sale mejor librado D. Iñigo
de Cárdenas, de quien dice que era mal cortesano porque ofendía á la reina
con galanterías demasiado hbres^ como ü. Pedro de Toledo habia irritado
(1) Tal vez se infiera algo de las siguientes palabras cíe Cabrera de Córdoba, que se
leen en su carta fecha en Madrid á 10 de Octubre de 1608. (Pág. 351 de las Relaciones.
iiDe París lia venido el marqués de Tabara, que fué con D. Pedro de Toledo, el cua)
viene con mucho descontento de allá, por no haber hecho el acogimiento que se acos-
tumbra en las cortes de los príncipes á los caballeros que van á ellas, y más enviados
por S. M.j publica qiie D. Pedro de Toledo verná mal desimchado, «te, etc.
I 04 INFORME
íil (lií'iinto rey con sus insolencias. Sin embargo, cuando estos embajadores
deíendian puntos en que por cualquier motivo halagaban á la nación fran"
cesa, eran hombres razonables; y hasta de verdadero talento si el halago
era sostenido, cesando, empero, estas cualidades al terminar la Hsonja. Asi
que no es de extrañar que D. Iñigo, tan mal parado en su primera califica-
ción, mereciese en páginas posteriores estas líneas: «Tenia todo el espíritu
de conciliación que es permitido á una cabeza castellana;» ni que dijese
estas otras del embajador de España en Roma: «El embajador deEspañaen
Roma, que pertenecía á la ilustre casa de Moneada, tema el mérito, raro en
su nación, de estar exento de vanidad, y aparte de la fidelidad á su rey, no
habia nada que no hiciera en servicio del de Francia. » Y se me ocurre: ¿ten-
dría aquella cualidad sin esta última condición? Tal es el criterio que pre-
side á toda la obra; Francia sobre todo y antes que todo, inclusas la justicia
y la verdad; y esto aun cuando se atropelle las autoridades que cita en el
texto. En todo hace á su nación superior á España, hasta en la extensión
de dominios, que no de otro modo se consideraba entonces la grandeza de
los Estados.
En este como en otros puntos pudiera citársele á M. Perrens los mismos
autores en quien se apoya para deprimir á los españoles.
Simón Contarini dice en su Relación correspondiente al año de 1005.
«El rey de quien vengo á tratar es tan grande, que abraza del mundo lo
que hasta hoy nadie ha poseído,»
Girolamo Soranzo, en la suya de lósanos 1608 y 1011, pág. 477, confir-
ma lo anterior con estas palabras. «Es cosa indudable que la mayor parte
del mundo está dividida entre el rey de España y el gran Turco.»
Pietro Gritti, en la de su embajada de 1C16 á 1620 se expresa de este
modo: «S. M., alude al tercer Felipe, posee un imperio el más vasto y rico
que desde la decadencia del imperio romano ha poscido príncipe alguno;
porque extendiéndose, según el cómputo de los cosmógrafos, en un espacio
de veinte mil millas, se esparce por las cuatro partes de la tierra y cir-
cunda todo el mundo.»
Tales párrafos que el autor debe haber leído, puesto que cita estas rela-
ciones y aún inserta los trozos desfavorables para España, no le impiden
anteponer á su país, al expresar que Francia y España eran las dos nacio-
nes más grandes del mundo; si bien la segunda había perdido considerable-
mente desde la paz de Vervíns.
No le negaré lo último: España había perdido ante la opinión, pero no
de su territorio, que es de lo que se trata: aún en este caso siempre aveír
tajaría á Francia, y nunca podía considerar á su nación ni tan pujante ni
tan extensa como el imperio del gran Turco, del cual hace caso omiso. Tam-
poco debe ignorar que los embajadores citados escribieron años después de
1 a paz de Vervinfc., ni mucho menos que el mencionado Soranzo termina
ACADÉMICO. 1G5
SU relación diciendo, que «España estaba llena de hombres docíísimos cu
tudas letras y facultades, particularmente en literatura y leyes, cosa digna do
alabanza y aplauso que deseaba para otras provincias. » Y sin embargo, el
autor no tiene por conveniente seguirle en este punto; antes moteja á esta
misma nación de ignorante, precisamente en el siglo de oro de una litera-
tura afamada en el mundo, y aún estudiada hoy por las gentes que más
presumen de eruditas, aunque el autor no tenga noticia de ello, que esto
no es delito, ó procure cuidadosamente velar una noticia que saben los
estudiantes de cualquier mediana universidad.
Largo y harto enojoso seria el reseñar todas las contradicciones en que
incurre, y aunque no lo es menos el ocuparse de los errores que cómele,
debo añadir algunos .que por completo desfiguran la historia. Consiste uno
en atribuir al rey de Francia el arreglo de las diferencias trascendentales
habidas entre la Santa Sede y la república de Venecia, censurando al de
España que se atribuyera el éxito, y no menos al Pontífice por reconocerlo
así; y añade: «Los españoles no habían visto sin celos á Enrique IV arreglar
las diferencias entre Venecia y la Santa Sede.»
La Academia sabe los esfuerzos hechos por el gobierno del tercer Felipe
para el arreglo de tan espinosa cuestión; las tropas reunidas en Italia á dicho
íin; lo que la diplomacia'española tuvo que trabajar; por último, lo que ins-
tó al rey de Francia para que, dejando su fría y más que reservada indife-
rente actitud, hiciera ver al Pontífice que su conversión al catolicismo no
era objeto de interesables miras, levantando algunas tropas, siquiera hasta
el número de cinco mil hombres, que aún cuando fuera aparentemente
auxiliaran á los treinta mil empleados por España para llegar al arreglo. En
esto convienen todos los historiadores; y si se consulta al minucioso Vi-
vanco, nos dirá en su obra inédita que exclusivamente á España se debió
el buen resultado de este difícil y trascendental suceso.
Aunque de tal modo no constase en documentos fehacientes , ¿cómo no
inferirlo de un príncipe tan desapegado al gobierno de su país, como celoso
en todo lo que tendía al bien del catolicismo, y deferente en extremo á
la corte de Roma? Este fué el punto primordial y único de su política, en el
rual obraba personalmente, y de viva voz dictaba sus disposicíon&s dejando
lo demás á la inspiración ó capricho de Lerma; y á dicho fin subordinó por
completo la cuestión de matrimonios, como puede verse en las cartas que
por apéndice inserto íntegas unas, y extractadas otras.
Si el autor las hubiera visto, como parecía de rigor, tratándose de un
asunto de España que detalladamente pretente historiar, es posible, aun-
que no seguro, que hubiese rectificado muchas páginas, y entre ellas las
126 y siguientes hasta la 151, en las que expone que Vílleroy estuvo acer-
tado al creer que la verdadera misión de D. Pedro de Toledo consistía en
proponer los matrimonios con cierta diplomacia. «No debía esperarse, dice,
166 INFORME
que el rey de Francia abandonase la alianza con los holandeses para obte-
ner la de España por medio de matrimomos que él no habia jamás solici-
tado, ni hecho que los solicitara persona alguna.»
Sin embargo, su propia narración nos enseña que Enrique IV introdujo
la cuestión de los matrimonios en la primera audiencia de D. Pedro, el cual
le contestó que antes de pasar á otra cosa se debia resolver á abandonar á
los holandeses, añadiendo secamente y con altanería, que él no tenia en-
cargo de proponer ningún matrimonio.
Así era verdad, si sojuzga por las cartas mencionadas; pero el autor es-
tablece la siguiente disyuntiva: «Si era verdad, no habia nada que másenlo
profundo pudiera herir á Enrique, porque él sabia por los despachos de su
embajador en España, como por los de Ubaldini, que el Soberano Pontífice
habia propuesto los matrimonios á S. M. Católica.» Cúmpleme notar, por
vía de paréntesis, la contradicción cometida en este punto respecto ,á otros
en que asegura que la proposición de matrimonios partió de España, pu-
diendo inferirse de las lincas acabadas de leer, que el autor reconoce que el
rey sabíalo que él en otras páginas ha tenido por conveniente if/nomr.
Siguiendo el párrafo, continúa: «Si el castellano mentía, ypodia creerse
así.» Mas, ¿por qué? ¿Ha visto el autor las instrucciones ni ningún otro pa-
pel de España de donde pueda inferirlo? Lejos de ello, el único que
inserta es el estropeado de que á la letra tomo la parte congruente y
más clara: «Y habiendo pasado á otras pláticas y asegurado D. Pedro que no
tenia comisión ni poder para tratar casamientos se (por sí) bien avia daño
(por dado) grata audiencia en España á los propuestos por el Papa y el va-
ron (sic) de Barrault se despidió del rey, etc., etc. »
Este inserto, cuya ¡ rocedencia no se indica más que por papeles de Es-
paña, prueban precisamente lo contrario de lo que el autor dice. Si son
relaciones del Consejo de Estado, como parece desprenderse de la conclu-
sión, ¿no es más lógico suponer que el autor está en mal terreno al sentar
gratuitamente aquella hipótesis? Infiérese que la funda en una carta de Vi-
lleroy á Janin; pero, ¿por qué dar más crédito á una carta, donde á lo
sumo no se ve más que una sospecha, que al dictamen de un Consejo,
en que para nada tenia que jugar la diplomacia, por no deber salir de la
nación?
Prosigue el autor que el rey replicó á D. Pedro con palabras tan duras,
que si este hubiera dado cuenta de ellas á su amo, podrían ocasionar un
rompimiento, según se lee en un despacho de Ubaldini.
Y hé aquí, digo yo, un rey irritado porque no le hablaban de lo que él
quería, sin embargo del desden que aparentaba. ¿Cómo aquel embajador
tan grosero y adusto, tan altivo é imprudente, según lo califica Mr. Perrens,
tuvo más sensatez y comedimiento que el franco, amable y conciliador
monarca?
ACADÉMICO. 167
Conociendo el autor que estuvo muy inconveniente, y no queriendo esle
papel para el rey do un país donde dos centurias más tarde habría él de
nacer, se apresura á escribir: íí Estas palabras imprudentes que no se hallan
en ninguna parte, y que Enrique las sentiría sin duda.y>
Pues si en ninguna pártese hallan, ¿á qué hacer mención de ellas? Y si
estampa literalmente el despacho de Ubaldini que así lo expresa, ¿qué im-
porta el ignorar las palabras, puesto que existieron y han merecido aquella
calificación? No es, sin embargo, la ambigüedad lo más donoso del caso, sino
que el autor se identifica con el personaje historiado por él, y tal cariño
le toma, que responde de sus intenciones en el hecho de suponer que el rey
sentiría sin duda el haberlas dichO;, por omitirlas en la relación que hizo á
Breves de esta entrevista. ¡No podría haberlo disculpado con mejor iíiten-
cion el más adicto de sus cortesanos!
En realidad, continúa, D.Pedro debía obtener de Enrique que sin dila-
ción abandonase la alianza de los holandeses para merecer la de España. La
de España^ dice; pero en el documento en que se apoya se lee: «para
merecer los matrimonios;» lo cual es muy distinto, porque echa por tierra
cuanto el autor ha aseverado sobre la iniciativa y afán de la corte española
en la cuestión, así como el desden del rey de Francia, y presta veracidad á
las palabras de D. Pedro, dando por el pié á la sospecha de Yilleroy y á la
gratuita afirmación del mismo que inserta el documento.
Al hablar de la entrada en Madrid del duque de Mayenne, embajador ex-
traordinario de María de Médicis para la reaUzacion de los matrimonios,
expone la miseria y la parsimonia de España, ya en los presentes que le hi-
cieron, ya en la mezquindad del mantenimiento y pobreza de los trajes es-
pañoles, «que tan humillados se veian en todo y por todo al compararse con
los bravos, ricos y apuestos caballeros franceses del séquito del embajador.»
Viendo, dice, la suntuosidad de los franceses, que en un mes habían cam-
biado por tres ocasiones las libreas de sus lacayos, y prodigaban el dinero
en su camino, tuvieron los españoles vergüenza de su vergüenza, se rubori-
zaron de sus viejos atavíos, y ni aún á los criados de Mayenne osaron dar
las cadenas que habian recibido para este fin, porque conocieron que los
franceses eran gente demasiado lucida y sagaz para hacer caso de tales re-
galos. (^Por miseria y vanidad aparecieron, pues, más estúpidos é indolentes
de lo que eran, n
Varias de estas frases las escribe entrecomadas citando las cartas de Vau-
celas á VíUerroy: y motiva la última el retraimiento que la grandeza mos-
tró respecto al embajador francés.
Extráñame que tantas ocasiones aproveche para tildar á esta nación de
mezquma, el mismo autor que inserta un trozo de carta de Vaucelas á Puy-
sieux donde consta que D. Iñigo de Cárdenas entregó en nombre del ter-
cer Felipe á Madame Elisabeth, una joya con los retratos de esta y del
168 INFORME
príncipe español, que tenia engarzado un brillante, la cual se estimaba en
cien mil escudos.
Verdad es que, siguiendo su sistema de prevención contra lo que pudie-
ra favorecer á España, añade: «Si no hay exageración en el precio, preciso
es confesar que en esta ocasión no hubo mucho estímulo por parte de
Francia.» Asi dice por qué el regalo del Delfm á la infanta de España era
un brazalete que no vaha más de quince mil escudos.
Seguramente que al hablar de la miseria y mezquindad de los españoles
en trajes y en todo, no recuerda que él mismo ha escrito en la pág. 589, á
propósito de los festejos celebrados en París á la publicación de los matrimo-
nios, «que se hicieron enormes gastos, ó como suele decirse, que se quiso
echar el resto, recibiendo orden los encargados de sobrepujar aún el fausto
de los españoles.»
¡Vea la Academia la excasa memoria del autor! Tan poca es, que en la
misma página en que censura la mezquindad española, inserta una relación
del recibimiento al duque de Mayenne en el castillo de Lerma, donde des-
pués de ponderar las viandas y aparato con que se las presentaron, exclama
en tono festivo: Fué aquello un verdadero triunfo sobre la cuaresma, ó más
bien una de las procesiones que los gastrónomos de Ravalais hacen á su dios
venlri -potente. » Cosa análoga dice acerca de los perfumes y lujo de las ha-
bitaciones.
A pesar de todo y contra el inserto que estampa de carta del embajador,
supone que se fué disgustado de Madrid, si bien sumamente complacido de
las señoras, tanto, que según relación de Puysieux, su hombre de negocios,
llegaron á producirle una indisposición de estómago, v-Los mensajes, añade^
que diariamente recibía, debidos al atrevimiento, avaricia y lujuria de
las señoras del país, le empeñaron al combate de tal nianfíra, que yo no sé
cómo se habrá podido zafar. »
El autor por su parte, dice: «Las señoras paraban sus carruajes delante
de la morada del embajador, le Uamaban á las ventanas, le daban música por
si mismas, enviábanle guantes, perfumes, aguas olorosas, dulces y toda clase
de regalos; y en alta voz publicaban que nunca habían visto hombre, ni más
galante, ni tan buen mozo. Admiraban su librea, su vajilla de plata, etc.,
asistían á sus comidas, y por tales modos le provocaban á galanterías de
que no se podía abstener. »
¡Dichoso mortal que, sin ser mahometano, gozó en vida del paraíso pro-
metido por el profeta á los que mueren fieles á su ley!
¿Pero no sena posible que el autor hubiese cometido alguna inexatitud,
quizá por inspirarse para escribir sobre este punto de la época de Felipe III,
en un libro contemporáneo de un compatriota suyo, donde dice este, que
las damas españolas acostumbraban llevar una navaja en la liga? Deduciría,
no sin fundamento, que tales damas debían ser zaf adotas , y teniendo en
ACADÉMICO. 169
cuenta que el carácter y costumbres de los pueblos no varían tan fácilmente,
podia inferir que las abuelas de las visabuelas de dichas damas legaron
á las actuales aquella condición, y de aquí que un mozo del garbo, donaire y
atavío del duque de Mayenne, o de Uména, como en Madrid se le llamaba,
habría de dar al traste con el resto de simulado pudor de las señoras de la
corte del tercer Felipe.
No es esto negar la esencia del hecho; ¡ni cómo, siendo Mayenne tan
rumboso y rico! sino inferir que lasque le importunaban con tantas citas y
piropos, debían ser las legítimas ascendientes de las que hoy, por tales há-
bitos, llamamos de navaja en liga, aunque no usen ninguna de estas prendas.
Nada tendría que oponer si se concretase á decir que la gallardía, donaire
y gentileza del embajador fué celebrada por las damas de la corte, hasta
el punto de tenerle por el más galán y mejor parecido de todos los de su
acompañamiento. Así poco más ó menos se lee en la verídica y detalladísima
relación de Cabrera de Córdoba, y no ya el criterio, sino el buen sentido,
basta para rechazar todo lo que de esto pasase.
Que el autor inserta la carta de un testigo como Puysieux, cierto; pero
para qué íirve el criterio? ¿Qué diría si un autor español refiriéndose á
Francia expusiese, apoyado en la relación de un viajero, que las señoras
francesas acostumbraban asediar á los españoles en las principales calles y
cafés, usando de expresiones y modales algo libres; ó que solían bailar dan-
zas en posturas algo más que descompuestas? Diría, con mucha razón, que
tal viajero no había salido de los que en París llaman boulevares, ni asistido
á otros bailes que á los celebrados en Mabille ó Chateau rouge, y que tal
autor había cometido la ligereza de apoyar su historia, sin el menor discer-
nimiento, en lo narrado por un cualquier transeúnte, y la mayor aún de,
con tales datos, ó ampliando alguna aventura, calificar al núcleo de las
señoras de una Nación. Y no es mucho que de aquí se deduzca culpa de li-
jereza contra el autor y contra Puysieux. ¿No conocemos todos al del libro
antes mencionado sobre costumbres de España? ¿ No sabemos también de
otro, y de ilustre apellido, que desde alta mar, como pasajero de un buque
en viaje de circumnavegacion, decía que con sus anteojos habían podido ver á
las bellas catalanas paseándose en la Rambla de Barcelona del brazo de sus
jóvenes é indulgentes confesores, lo cual, aparte délo raro- de la visión, es
algo menos verosímil que distinguir desde el Manzanares una cosa situada
en la Puerta del Sol nunca vista por los habitantes de Madrid? (1) ¿No ha-
bló otro renombrado autor con ligereza sobre las Canarias, aunque nunca
tan desatinadamente como el del mencionado viaje?
Lo extraño es que al hablar Mr. Perrens de la miseria española, perjudica
(1) M. Arago (Santiago) en su Viaje al rededor del mundo escribe la frase sin ha-
ber siquiera fondeado en la rada su buqxie, pero aiin cuando así fuese, no se podia ver
TOMO XIX. 12
170 INFORME
muclio á su habilidad la circunstancia de insertar escritos que lo contradi-
cen, y de añadir: «Tal gasto por desigual que fuese (respecto al de Francia)
acabó de arruinar á los españoles. Para cubrirlo tuvieron que echar mano
de pequeñas sumas destinadas á los infantes y á las viudas de los antiguos
servidores de Carlos V y de Felipe II.
Después de la partida de Mayenne encarecieron en algunos maravedís la
libra de carne, como único recurso de volver á llenar su exhausto tesoro.»
Si se tiene en cuenta la carne y demás comestibles regalados diariamente
á la embajada de Francia, cuya relación, que el autor no debe conocer,
detalla Cabrera de Córdoba, no es extraño que aquel artículo alcanzase ma-
yor precio en razón al excesivo consumo; pero subir la carne para volver á
llenar un tesoro exhausto, presupone en primer lugar la idea de que el te-
soro estaba repleto, en segundo, la de que todo él se invirtió en la recep-
ción mezquina á que el autor alude, y en tercero, la de que unos cuantos
maravedís bastaban para repletar el tesoro de la nación cuyos dominios
eran, materialmente por lo menos, los más ricos y extensos de ambos
mundos (1).
Oigamos á Cabrera de Córdoba en este punto:
itPor la calle del Sordo (dice en la pág. 486), que es detrás del hospital
de los Italianos, hay en esta calle, á donde sale, una puerta que á las tres de la
tarde se abre, y tiene una llave un criado del duque de Uména que abriendo
entra á tomar la vianda que hoy meten para mañana, y esto sin verse el que
lo deja alH, que es un guarda mangel, que se llama Felipe de Arellanos; en
metiendo la vianda cierra y se va hasta otro dia á las tres.
Dia de carne es esto.
Ocho pavos.— Vélente y seis capones cebados de leche.— Setenta gallinas.—
Cien pares de pichones. — Cien pares de tórtolas.— Cien conejos y liebres. —
Veinte y cuatro carneros. — Dos cuartos traseros de vaca. — Cuarenta libras de
cañas de vaca. —Dos temeras.-Doce lenguas. —Doce libras de chorizos. —
Doce pemiles de Garrovillas. — Tres tocinos.— Una tinajuela de cuatro arrobas
de manteca de puerco. — Cuatro fanegas de panecillos deboca.— Ocho arro-
bas de fruta; cuatro frutas á dos arrobas de cada género.— Seis cueros de vino
de cinco arrobas cada cuero y cada cuero diferente.
la Rambla desde aquella, ni aún desde el mismo puerto, ni en la época á que alude ni
en otra posterior, hasta estos últimos años en que se derribaron las Atarazanas.
Mayores ligerezas expone sobre las Canarias, que fueron refutadas por un excelente
escrito , tan bien razonado como sentido , del publicista de marina D. Ignacio de
Negrin.
(1) No quiero decir que la nación fuese inmensamente rica; lejos de ello, en otro li-
bro procuro demostrar que la miseria del oro habia muerto aquí á la riqueza del tra-
bajo, y que España sucumbía por la pesadumbre de su grandeza. Solamente noto la
contradicción entre la mezquindad aseverada y la ruina de un tesoro ]ior lo* gastos
Terificados para el recibimiento.
ACADÉMICO. 171
Dia de pescado.
Cien libras de truchas.— Cincuenta de anguilas. — Cincuenta de otro pes-
cado fresco.— Cien libras de barbos. — Cien de peces.— Cuadro modos de esca-
beches de pescados, y de cada género cincuenta libras. — Cincuenta libras de
atún.— Cien de sardinillas en escabeche. — Cien libras de pescado cecial muy
bueno.— Mil huevos.— Veinticuatro empanadas de pescados diferentes. —
Cien libras de manteca fresca. — Un cuero de aceite. — Fruta, vino, pan y otros
regalos extraordinarios, como en el dia de carne se dice.
Esto es cada dia sin otras cosas extraordinarias de regalos más ó menos.
Para esto hay dedicadas cuatro acémilas con sus cajones que traen este
recado, y lo ponen en el aposento sobre unas mesas y cierran, y no parece
otro dia sino las cestas vacías, y no quien las vacia, n
En resumen; por cálculo nada exagerado, resulta que el embajador y su
comitiva consumían diariamente unas tres mil seiscientas libras de carne^
que casi montan á dos toneladas desleidas en treinta arrobas de vino^ acom-
pañadas de cuatro fanegas de panecillos de boca, y endulzadas con ocho ar-
robas de fruta (1).
Otra de las inexactitudes que comete^ es asegurar que el rey de España
consideraba ligereza muy reprocliable que su hija, ya reina de Francia,
adoptase algunas modas francesas, y sobre todo que bailara.
Permítame la Academia que en este punto le recuerde algunos trozos
de las cartas del tercer Felipe á su hija, por ser la mejor refutación contra
lo que asevera Mr. Perrens.
En una que lleva la fecha de 6 de Junio de 1618 le dice...: «Me hu-
hiera holgado de ver el bailete que hecistes, que todos los que le vieron es-
crevieron maravillas del, y de quan linda salistes, y quan bien danzastes:
acá también se hizo la mascara.» En otra de 5 de Abril del mismo añO;
«Me holgué mucho con las nuevas que truxo el último correo, aunque sin
carta vuestra; pero yo lo doy por bien á trueco de que no os cansasedes en
escrevirme pues lo estaredes desde el bailete y todos escriven quan bueno
fué, y quan bien lo hicisteis vos: hasta envidia tuve á los que lo vieron, y
mas á vos que diz que estabades muy hnda, y esto debe de ser cada dia
mas, según habéis embarnecido y crecido, etc., etc.»
Ignoro, pues, el fundamento que haya tenido el autor para suponer que
el tercer Felipe reprochaba duramente á su hija el baile, como no sea una
(1) iiDicen que todo el tiempo que el duque se detuviere aquí, se le proveerá de la
misma manera este regalo, y si se entendiese que fuese necesaria proveer con máa
larga mano, se liarla de la misma manera, según es grande la voluntad con que se
hace.i> (Cabrera de Córdoba, pág. 482.) Véase lo que contrasta esta buena voluntad
con lo que el autor dice.
172 INFORME
de las peregrinas invenciones del Mercurio, de cuyo papel hace un documento
fehaciente para su historia. Si hubiese consultado estas cartas, quizá no
incurriría en este ni en otros muchos errores, y digo quizá por ser también
posible que rehusase la prueba en vista de no decir en ellas baile sino
baikte.
Respecto al otro extremo, pudiera trascribir muchos trozos de otras car-
tas anteriores en que siempre le recomienda la obediencia á su marido, en
gracia á la buena armonía que debe existir en los matrimonios. Todas re-
bosan en paternal sohcitud, y tanto que á veces descienden á preguntas un
tanto enojosas y de difícil contestación para una niña, no obstante su cam-
bio de estado.
«Me he holgado mucho, dice en una de 16 de Enero de 1616, por saber
quedabades buena, y el Uey mejor del mal que habia tenido, de que os po-
demos dar la enhorabuena como muger tan bien casada; y me ha parescido
muy bien lo que me decís de las visitas que le habéis hecho y lo que habéis
madrugado á las purgas y'sangrias, etc., etc., me ha dado cuydado el de-
cirme que no tenéis buenos los ojos: espero en Dios que lo estarán presto
y ya quema que acabasedes de ser muger, que para esso y para que me
diessedes presto un nieto podría servir; y responded á lo que otras veces os
lie preguntado de sí el Rey quando está bueno duerme siempre en vuestro
aposento ó algunas veces, y no os corráis de decirlo á un padre que os
(juiere tanto como sabéis, etc.»
Sigue congratulándose de la buena armonía que existe entre ella, ol rey
y la reina madre, y continúa:
«El bailete que hicisteis debió de ser muy bueno, y yo holgara harto de
veros, que la de la Torre me escrive maravillas de como ibades.»
Sigue hablando de que le envía un chapín de seis dedos más de largo
como le pedía, y concluye: «Os confieso que quisiera, aunque os pongáis
colorada, que como efRey está muchos ratos del día en vuestro aposento
estuviera algu no s noche. »
En casi todas sus cartas le habla de bailes, y lejos de reprobarlos, envidia
á los que la vieron. ¿Y cómo no, si aquel príncipe tan buen padre y esposo
como rey deslucido, despuntaba precisamente en el baile hasta merecer el
dictado de primer bailarín de su corte?
Quizá Mr. Perrens ignore también este particular por no haber tenido á
la vista ni la crónica, ni ninguna de las historias particulares, ni las relacio-
nes que corren impresas sobre este reinado. Y en verdad que es omisión
de alguna monta en quien narra asuntos que lo abarcan de lleno.
Pues error más de bulto contienen las siguientes líneas: «La corte de
España creía tan próximo el éxito (habla de los matrimonios) que desde los
primeros días de Diciembre de 1613 anunció su designio de establecerse en
ValladoUd.»
ACADÉMICO. 175
¡Véase cómo al fin se descubren todos los secretos! Asi exclamarán segu
ramente, si pudiéramos oirles, Cabrera de Córdoba, Vivanco, León Pineco
y demás autores de relaciones, cronistas é historiadores de aquella época,
y testigos oculares de los sucesos, al leer en esta singular historia uno que
que todos ellos vieron realizado por motivos muy diferente en fecha ante-
rior, y es seguro que no menos habia de sorprender la noticia al tercer Fe-
hpe, á Lerma, al Consejo de Estado y á los alcaldes de Valladolid en aquel
tiempo.
Durante mucho he molestado la atención de la Academia exponiendo
todas las contradicciones que se notan en este hbro; pero no puedo menos
de cerrar el examen con una, como norma del criterio que ha presidido á su
redacción.
Dicho está (pie la corte de Madrid usaba de doblez y perfidia, al propo-
ner subrepticiamente al rey de Inglaterra la infanta española al principe de
Gales, á fin de precaverse contra la derrota que, á juzgar por el desden de
Enrique lY, iba á sufrir en las presentadas á Francia. Pues vea la Academia
lo que en la pág. 451 hablando del doble juego de la corte de María de
Médicis, sobre el matrimonio de Madame Chrctiene con el mismo principe,
de Gales, dice de Villerroy, autor de las negociaciones:
«Así, pues, con una habilidad que no puede desconocerse entretenía
Villerroy el matrimonio con el Inglés, y contaba utilizarlo para reparar la
derrota que habia sufrido en el terreno de los enlaces españoles.»
Lo cual enseña, atrévome á añadir, que la perfidia tratándose de Espa-
ña es habilidad cuando á Francia se refiere.
De propósito he dejado para fin de fiesta la traducción de un escrito
anónimo que inserta el autor, publicado en París al arribo de la embajada de
Don Pedro de Toledo. Dice así: «Asomaos á las ventanas y mirad cual
vienen los galantes. En primer término, se ven los bagajes del modo que
sigue; tres carros tirados por búfalos y cargados de patrañas cultivadas y
cogidas en el jardín del Escorial: otros tres por dromedarios cargados de
galimatías: tres más por mulos de Auvergne: otros tres por pécoras arcádi-
cos (1) cargados de eléboros y de gomorra extractada en Ñapóles hasta la
quintuple esencia; tres amadrinados en parejes, tirados por diez y ocho
elefantes, llevando la carta de los Países Bajos pintada en claro oscuro,
sobre un lienzo de veinte y cinco toesas: un carromato soberbiamente ata-
lajado con doce africanos tigres, conduciendo en un tiesto roto de tierra de
Navarra, el contrato matrimonial entre el Señor Delfín y la infanta españo-
la, extendido en romance sobre pergamino de cordero nonnato, y escrito
profélicamente por el buen patriarca Ignacio de Loyola, según la revelación
(1) Quizá aluda á los Guardias del rey por el epíteto que se dio durante el bajo
imperio á los del Emperador Arcadio,
174 INFORME
en sueño que, tres dias después de su muerte, le habia hecho Santiago de
Galicia; todo el en caracteres tan diminutos, que se necesitaba buena vista
para poderlo leer. Veíase luego sobre dos angarillas llevadas á espaldas de
dos esclavos como la caza de Santa Genoveva, una almohada de terciopelo
carmesí; soportando la gorgnera de Don Pedro que medía en redondo ca-
torce varas y media, y media cuarta (2). Después marchaban sus pajes, ca-
balleros en animales de piel gris y largas orejas parecidos á los burros,
toda gente joven con barbas canas, cantando á la entrada de la corte acom-
pañados de las melodiosas voces de sus cabalgaduras. Seguían los oficiales
de la casa de Don Pedro con toda clase de utensilios de casa: el primero
con la marmita, el segundo con las parrillas, el tercero con la cadena del
caldero y así consecutivamente los demás con lo restante de la cocina. Más
atrás el Mayordomo en noble arreo llevando por peto una cazuela, un tarro
de manteca por casco, una pringosa rodilla á guisa de banda y empuñando
un largo asador. Después la sumíUería con tazas, cubiletes, potes, viandas,
botellas y cuarenta mulos cargados de nieve, que no derretía el sol por hallar-
se polvoreada de catolicón (5) castellano. Seguían los gentiles hombres de su
casa montados en mulos, vestidos de tela vieja de cáñamo, botas de perga-
mino, en una palabra con traje acomodado á la estación, es decir, camiso-
las de escarlata, justillos de terciopelo negro, á causa del polvo, sobre otros
jubones de Ja misma tela y color, cinchados como mulos por el vientre,
apretados de tal modo que sacaban medio pié de lengua, mitrados cual
obispos de Calcuta, con gorgneras de pié y medio que no habían olido el
almidón desde la salida de España, golillas de terliz blanco, tan tiesas que
parecían de porcelana, rasuradas las cabezas á lo monge, los bigotes como
colas de mulos, y con mucha gravidad (sic) van tocando la guítarríta y can-
tando á coro, cada uno diferente canción, todo ello por supuesto muy cató-
licamente.
«Se ve detrás una carroza de figura de pentágono á semejanza de la ciu-
dad de Amberes, hecha de cartón fino y papel de estraza y uncidos á ella
diez y ocho toros de Granada. Van dentro tres marqueses y tres condes
(2) En carta fecha en Madrid á 19 de Enero de 1608 dice Cabrera de Córdoba (pá-
gina 323).
iiAntes de Pascua mandó S. M. qne se guardase la premática de las lechuguillas
pareciéndole que habia de tener su mandamiento para la ejecución más fuerza que el
rigor de los alguaciles, y sobre la medida se replicó por los de su Cámara, y ha que-
dado en sétima de vara; y conforme á esto toda la corte ha reformado los cuellos y obe-
decido á la voluntad de S. M.; por ser demasiado el exceso que en esto habia."
Don Pedro de Toledo salió para su embajada algunos meses después. Si obedeció la
pragmática debia ser su gorguei-a de cuatro y media pulgadas próximamente. Sin em-
bargo es muy cierto que en esto del vestir habia mucha exageración. ¡Pluguiera Dios
que todos los defectos de vuestros mayores, fuesen tan cr'nninalesl
(3) Especie de electuario purgante, compuesto de sen y ruibarbo.
ACADÉMICO. 175
levando un palio á la alemana, tarareando un nuevo aire en honor de la
iníanüta, y tocando todos un manicordio sin cigüeñal. D. Pedro de Toledo
venia el último como un cura de regreso de precisión, conservando la gra-
vedad de un vendedor de pajuelas, dentro de un aparador de tela encerada
bien cerrado para evitar las moscas, tirado por dos caballos indios, y con
traje de abrigo cual requeria la grandeza de su casa.»
«A la mañana siguiente tuvo lugar la audiencia. En la antecámara, donde
S8 preparaban para presentarse al rey más grande del mundo, cepilláronse
mutuamente, por caridad, todo el polvo recogido en el camino desde su en-
trada en territorio francés, de tal manera que oscureciendo la cámara obli-
garon á salir al aire libre á los gentiles hombres y demás de la nobleza que
en orden gerárqüico hallábanse en ella apostados. Pasaron en seguida á
otra llena de marqueses nobles y plebeyos, hicieron segunda parada, co-
menzando á alechugarse, á despiojarse unos á otros, y unos á otros á so-
narse las narices por caridad, cosa que cada uno por si no hubiera podido
verificar sin estropear sus gorgneras, y exponerse á volver á España para
lavarlas; pues no se hubieran atrevido á darlas en Francia, temerosos de
que cayendo en manos heréticas incurriesen en excomunión mayor, ó lo
que peor seria, en las reclamaciones del Santo Oficio de la Inquisición.»
«Mondos ya y Undamente zurrados, diéronse á marchar con tanta furia, y
á echar con tal brio los pies por el aire, que hubieran dejado tuerto, ó roto
los dientes á alguno, si á los primeros pasos no les hubiese dicho un ugier
que olió como á queso de Auvergne, — Señores, no levantéis tanto los pies
que al rey no agrada este olor. — Asi pues, moderándolos, acercáronse has-
ta arrodillarse ante S. M.; dijéronle en cifra su embajada, se les contestó
en solfa, hablaron en español corrompido y se les dio respuesta en buen
francés (1).»
«Bajo esta forma ligera, añade el autor, se demuestra la antipatía y des-
confianza que inspiraban los españoles.»
No trato ni de afirmar^ ni de de refutar esta antipatía, aunque pudiera
encontrar en la misma obra muchos otros insertos que contradicen al ante-
rior; pero ¿se podrá ocultar á Mr. Perrens que el sabor calvinista del escri-
to es lo que manifiesta antipatía, no ya entre franceses y españoles , sino
entre reformados y católicos? No ha reparado que el artificio del papel bur-
lesco, consiste en involucrar la diferencia de religiones con la de naciona-
lidades? Y aún así, no creo yo que el autor ó autores anónimos consiguieran
sus fines. Movería el escrito ciertamente á risa, pero risa trivial que, pasa-
dos los primeros instantes, despierta por lo menos indiferencia, cuando no
desden, contra el libelista, no solo en los católicos, sino aún en los de su
(1) Recueil d' ambassado et de plusiciirs lettres misives concernant les affaires
de r Etat de France depuis 1525 jusquéa en IGÜG. Bib. Imp. ms, fr. uúm. 29 4,
176 INFORME
misma secta, y después únicamente podrán utilizarlo los representantes de
farsas ó entremeses de corral, como medio de sacar algunas monedas de
cobre al vulgo rústico y sencillo, que en su ignorancia propende á ridicu-
lizar y deprimir todo lo que pertenece al extranjero.
He procurado exponer el espíritu de parcialidad que de relieve sale en
la obra. Quizá sea ageno á la voluntad de su autor, ó tal vez reconociendo
en él tal propensión irresistible, y no ocultándosele que constituía un dcfec-
lillo para tratar de historia, creyó cohonestarlo con la siguiente protesta es-
tampada en su prólogo:
«Debo notar con qué escrúpulo me abstengo de conjeturas y aserciones
aventuradas, como asimismo de reproducir algunos despachos verdadera-
mente picantes que escribían nuíístros diplomáticos menos conocidos, en
desaliñado é incorrecto lenguaje, pero vivo y ya muy francés, en los cuales
la originalidad eclipsa á veces las de las cartas tan bellas y ponderadas del
cardenal D'Ossat.»
Tal promete el autor, pero la Academia discernirá hasta el punto que lo
ha cumplido. En cuanto á que el público note los despachos que dice se
abstiene de reproducir, paréceme asunto imposible, y expresado de tal modo
que todas las palabras huelgan en la frase, á no ser que se dirija á una pe-
(lueñísima parte del público que fué en la época historiada, ó sea á las gen-
tes nacidas dos siglos antes que el autor. Todo pudiera ser según el criterio
de los espiritistas.
Mr. Perrens, por último, dirige su obra con una carta en que después de
manifestar modestamente la gran aprobación que aquella ha obtenido, y el
honor que ha merecido de ser insertada integra en el Diario de Sesiones y
trabajos de la Academia de ciencias morales y políticas de su nación , ex-
presa el deseo de que esta, á quien se dirige , y califica de una de las mas
célebres y respetables de Europa, le asocie con cualquier titulo á su com-
pañía, para signiíicarle asi la satisfacción conque veia un trabajo , (pie llena
una lagima en la historia de ambos países.
Si en vez de convertirla en pantano la luibiera saneado con los instru-
mentos que la verdad, madre de la historia, proporciona, entiendo que sería
pertinente la petición que dirige á la Academia guardadora de aquella, mo-
lestara poco ó mucho al espíritu de patria. Sin embargo, siendo la Acade-
mia el único juez para decidir con el criterio levantado é íniparcíal que cor-
responde, resolverá en este caso lo más oportuno, si bien el autor debe
darse por satisfecho con que haya tocado este informe al menos autorizado
y perspicaz de sus individuos.
Madrid 24 de Febrero de 1871.
Javier de Salas.
ACADÉMICO. 177
DOCUMENTOS.
Carta del Rey al Marqués de Aitona, en San Lorenzo, 6 de Abril de 1608.
(Archivo general de Simancas.— Estado.— Legajo núm. 1860.)
i.Por una carta vuestra de los 5 de Febrero próximo pasado se ha entendi-
do que el Papa os liabia dicho que el Eey de Francia deseaba el casamiento
del Principe mi hijo con su hija mayor y que se le diese á la infanta Doña
María mi segunda hija para éí Delfín su hijo y que también os habia dicho
Su Santidad que el mismo Pv,ey dijo al Provincial de los Jesuítas de Flandes
para que ello dijese al Embajador del Archiduque mitio residenteen Paris
que haciéndose el casamiento del infante D. Carlos mi segundo hijo con su
segunda hija y dándole yo los Paises-Bajos en dote para él y para los que
deste matrimonio descendieren después de los dias de la Infanta Doña Isa-
bel mi hermana pues no tiene hijos, se ofrece de hacer que aquellas Provin-
cias queden sujetas al Archiduque mi tio como los Paises ovedientes, y que
se establezca en ellos la religión católica. Esto mismo me ha dicho el Nuncio
que aquí reside de parte de Su Santidad y lo ha acordado segunda y tercera
vez y viltimamente lo ha hecho en virtud de cartas que dice ha tenido del mes
pasado de Marzo haciendo mucha instancia sobre la resolución y es bien que
sepáis que há muchos dias que el Barón de Barrault que aquí reside por Em-
bajador del Rey de Francia movió la plática de los casamientos del Príncipe
mi hijo con la Infanta mayor de Francia y de la Infanta Doña María con él
Delfín de Francia y después acá ha hablado diversas veces al Duque de Ler-
ma mostrando muchos deseos de que estos casamientos se concluyesen y se
estrechase mas la amistad y hermandad entre las dos coronas, y también de-
veis saver como él Rey de Francia ha procurado que de nuestra parte le me-
tiesen en el tratado de la paz con los rebeldes, ofreciendo hacer muy buenos
ofizios para facilitar la conclusión della y en particular ayudixr mucho al es-
tablecimiento de la religión católica y que mi tio hizo ofizio con él en ésta
conformidad y yo lo aprové; pues estando las cosas en éste estado y habiendo
el Duque de Lerma respondido al Embajador de Francia lo mucho que yo
deseaba estrecharme en deudo y amistad con su Rey y que para tratar desto
era necesario que él se apartase de socorrer y ayudar á mis rebeldes como lo
habia hecho por lo pasado, se ha entendido que en lugar de corresponder 4
lo que habia prometido en benefício y aumento de nuestra santa fé, procu-
rando que las Provincias rebeldes se redujesen á recevirla y consentir el ejer-
cicio público della no solamente no lo ha hecho pero ha concluido con ellos la
liga cuya copia se os embia con esta; y lo que es peor es que no falta quien
dice que há persuadido á los rebeldes que no admitan la religión católica por-
que haciéndolo á instancia mia y de mis hermanos irán creciendo los cató-
licos y estando á nuestra devoción como obligados al benefício que habrán
recevido por nuestro medio, j)odrémos hacer después lo que quisiéremos sin
que lo puedan remediar, de todo lo cual he querido avisaros para que lo re-
presentéis al Papa y le digáis la novedad y sentimiento que me ha causado
entender que al mismo tiempo que el Rey de Francia se ofreció por mediane-
ro de aquella paz y de apoyar mucho la causa católica y metió á Su Santidad
en pláticas de casamientos para estrecharle mas conmigo aya salido con co-
sas tan derechamente contrarias, en que no és menor el tiro que hace á Su
Beatitud que á mí por el poco respeto que muestra á su Santa persona y al
lugar que tiene aviendole puesto por medianero, y no es la menor causa de
1 78 INFORME
mi sentimiento ver que por este camino se me quitan los medios de poder
acudir á Su Santidad como lo hice la vez pasada pues si se vuelve á la guerra
con los rebeldes será cosa imposible poderlo hacer, que yo me he conniovido
de esta sin razón, que á no estar Su Santidad de por medio pasara mucho mas
adetante; pei'o con todo eso como quiera que mi intención ha sido, és y siem-
pre será de preferir el bien público y universal de la cristiandad y augmento
de nuestra santa fé al particular mió, no he podido acabar conmigo de dejar
de embiar persona al rey de Francia que se resienta de éste agravio ni tam-
poco suspender la ida hasta tener respuesta de Su Santidad, mas por el res-
peto que le tengo se lo he querido hacer saber al mismo tiempo para que todo
corra á un paso. Representareis á Su Beatitud que á no estar Su Santidad de
por medio fuera de diferente forma él resentimiento que embio á hacer con
el Rey de Francia pero atento el respeto que yo tengo á su Santidad se le dirá
solamente cuan maravillado me tiene él aviso de ésta liga, y que apenas la
puedo creer por más que se califique por ser acción tan indigna de Rey cris-
tianísimo que le pido me haga saber lo que en esto ha pasado y si lo piensa
remediar, pues se halla á tiempo si quiere, atento que aun no esta prendado
pues la liga presupone que es para la observancia de la paz y ésta no está
hecha y aviendo el mismo pedido le tomen por medianero y teniendo tanta
mano, como dice, con Olandeses, de la demostración que hubiere se conocerá
si quiere mas mi amistad que la suya.
Y aclarando á su Santidad mi pecho como es justo le diréis que mi intento
es apurar esta verdad, porque si el Rey cristianísimo hace en esto lo que pide
la razon no solo holgaré de tener y conservar con el buena amistad y herinan-
dad pero de estrecharla mas si á su Santidad así pareciere, mas si debajo de
decir que es mi amigo me ha de hacer obras tan contrarias, mejor me será
saber que es mi enemigo declarado que no que debajo de capa de amigo me
haga obras de enemistad.
Diréis más á Su Santidad que la persona que embio á Francia llevará or-
den de <;omunicar con el nuncio de Su Santidad en aquella Corte la comisión
que lleva y todo lo que hiciere confidente y llanamente, que si su Beatitud
quisiere ordenar algo á su nuncio á este propósito lo podrá mandar hacer luego,
aunque lo que principalmente deseo que le ordene es que penetre la intención
de aquel Rey y le haga hacer la prueba della en lo que se trata con olandeses,
pues tal podría ser él efecto que en ello hiciese en beneficio de la religión, que
es lo que yo principalmente deseo, y en los demás requisitos de la paz que fuese
justo admitirse y estrecharse mas su amistad por los medios y pláticas de ca-
samientos movida por su Santidad y por el mismo Rey; pero no precediendo
ésto su Santidad verá claro que él seria él que cerraría la puerta á lo que
tanto ha mostrado desear, pues en tal caso si por una parte lo ha pedido por
otra desobligaría dello. Añadiréis á lo dicho que su Santidad y yo somos
igualmente interesados en no dejarnos engañar debajo de tantos artificios como
el Rey de Francia usa con quiebra de nuestra reputación y dando que decir
á las gentes, y que así le suplico ordene á su nuncio diga claro lo cierto de lo
que siente de la intención del dicho Rey á la persona que embio, i)ara que con
la verdad que apurase de verdadera amistad ó falta della, pueda yo luego to-
mar la resolución que mas convendrá á mis cosas.
Y por que la persona que embio lleva como queda dicho orden de comuni-
car con él nuncio de su Santidad su comisión y lo demás que en estos negocios
se ofreciere y tener con él muy particular conformidad y buena corresponden-
cia, será bien que su Santidad le ordene que haga lo mismo con él y procura-
reis que él despacho que le hubiere de embiar sea luego sin perder hora de
tiempo para que habiendo hecho los ofizios que ha de hacer co)i el Rey de
Francia, pueda cuando llegue la persona que de acá vá, que partirá luego, ad-
vertirle muy en particular de lo que se ofreciere para que tanto mejor pueda
cumplir con lo que lleva á cargo, y ireisme dando cuenta de lo que en todo se
hiciere. II
ACADÉMICO, 179
II.
El Marqués de Aitona al Rey Felipe III en 5 de Julio de 1608.
(Archivo general de Simancas. — Estado.— Legajo 988.)
Extracto. "Que ha sabido por resolución cierta que él Rey de Francia es-
pera con mucho gusto á D. Pedro de Toledo y desea él efecto de los parentes-
cos; que decia Villeroy su gran privado que si quisiera el Rey de Francia ha
tenido ocasiones grandes para intentar novedades; que el mismo VilleRpy
dijo que no hay que apartar al Duque de Saboyade V. M. por lo que está in-
teresado y por la mucha merced que V. M le hace pero que estarla cauto sin
inclinarse mas á la una parte que á la otra. Que el Rey aimque desea mucho
los parentescos quiere dar á entender que es mas el interés de España que el
de Francia, con el propósito sin duda de tratar este asunto con mayores venta-
jas; y dice "que faltando su hija segunda la que querría casar con él Sr. In-
fante después de algunos años de concertado el casamiento quedaría V. M.
con los estados de Flandes pacíficos por Jo que él ayudará á ello y que el no
tendría entonces ningún interés sino á V. M. mas poderoso contra él, y dice
queáV. M. le están mejor estos casamientos por que teniendo los dichos Es-
tados de Flandes pacíficos se ahorrará V. M. todo lo que gasta en la guerra. El
encarece que á V. M. le está bien por asegurar mas lo que desea que és dejar á
su hijo de tan poca edad, en muy estrecha amistad con V. M. y á V. M. obli-
gado á hacérsela, n
El Marqués de Aitona en 27 Abril acusó á su Magostad el recibo del despa-
cho de 6 del mismo (1608), en que se le mandaba representar al Papa el senti-
miento contra el Rey de Francia por que al mismo tiempo que se ofrecía por
medianero de la paz y pedia para estrechar las relaciones los casamientos por
conducto del mismo Papa, favorecía en causa de olandeses haciendo liga con
ellos. Que habia mostrado el Papa sentir este proceder del Rey de Francia y
se manifestaba cansado de su conducta en esto y en otras muchas mas cosas.
Que él correo con orden del Papa para que el nuncio trate con la persona que
iva á París á penetrar la inteligencia del Rey partiría inmediatamente.
El Obispo de Montepulchiano nuncio de su Santidad en Francia escribió
al Papa en 28 de Mayo de 1608 la conferencia que habia tenido con Villeroy
sobre los asuntos de España. Dice que por haber estado ftl Rey en Fontene-
bló, á caza, no habia podido tener audiencia de su Magestad pero que habia
conferenciado con Villeroy en lo de la liga con olandeses, liga celebrada sin
conocimiento del Rey de España á lo que contestó Villeroy que el Rey de
Españn. hizo la paz y se acordó con él de Inglaterra sin dar parte de ello al de
Francia, que la liga habia sido en palabra con los olandeses y que el oficio
fué de ceremonia, pero que si los españoles caminaban con serenidad y están
resueltos á estrecharse con Francia no debían tener sombras desta materia,
pues las sospechas entre los dos reyes cuando sean unidos con parentescos y
separada Flandes de España no tendría su Magestad cristianísima que desear
otra cosa que ver unido á la obediencia de la hija y del hierno á los olan-
deses.
Que la querella de los españoles no podia argumentar sino tibieza de in-
clinación á ésta plática, la cual le obligaba á creerlo tanto mas no viendo lle-
gar la persona de España según la promesa que él Sr. Duque de Lerma habia
hecho al Embajador de su Magestad cristianísima. Respondió el nuncio que
de los españoles se podia argumentar buena disposición pues decían libre-
mente sus dudas y que todavía trataban de enviar persona á Francia donde
sino era llegada procedía del maduro consejo que se acostumbra tomar en
cosas tan graves.
Que habiéndole obligado á dar alguna respuesta al Papa le dijo que escri-
biese al Papa que su Magestad estaba dispuesto y pronto á hacer el uno ú el
180 INFORME
otro pcarentesco con la investidura de Flandes, pues el rey se inclinaba mas
por el rey de España que por olandeses cuando serán parieMtes y se tratará del
interés de su liicrno. Que Toly y el canciller participantes y sabidores liavian
podido colegir que eran de una misma voluntad como verdaderamente los ha
hallado.
Que el Embajador de Flandes le ha dicho haberle sido comunicado en
confianza por el Sr. Zaraetto que el rey le ha hablado en esta materia con niu-
cha alegría como de cosa casi hecha, y que habiendo de embiar á criar la hija
á manos del Archiduque y de la Sra. Infanta tendría gusto de llegarse la vuel-
ta de Cales y pasar alguna vez disfrazado á Bruselas.
Y añade :
Che per lettere particolari di Spagna si intende cheD.n Pietro di Toledo
sará la persona che andará in Francia in compagnia di D.n Baldasare di Zu-
ñiga. Ma ne TArabasatore di Spagna ne di Jiandrane sanno cosa alcuna per
via di Corte, che andando eglí trattará con essi con la sólita confidenza che
tratta con l'Ambassatore dé Fiandra, il quale ha ordine dall' Arciduca di
comraunicar seco con gran liberta et procurerá che da tutte le parti si partí
con ogai chiarezza et sinceritá. "
III.
Carta cid lley al Marqués de Aitona.=De Madjrid á 22 de Noviembre 1608.
(Archivo general de Simancas.— Estado. — Legajo núm. 1860.)
Por vuestra carta de los 26 de Agosto queda entendido lo que os dijo él
Papa de lo que deseaba el Rey de Francia tubiesen efecto los casamientos que
se han puesto en platica y que habiéndole de tener por su mano como lo pide
el mismo Rey no puede ser sino cometiéndolo ahí á quien lo trate con su San-
tidad con todo lo demás que acerca desto apimtais, y lo que se os puede res-
ponder es que tuvistes harto buena ocasión para representar á su Santidad
que el embiar yo á D.n Pedro de Toledo á Francia nació de haberme hecho
decir por medio de su nuncio la proposición que á su Santidad se le habia he-
cho de parte de aquel rey en materias de casamientos, y que al mismo tiempo
que trataba desto hizo liga con los rebeldes, cosa tan contraria que me obligó
á embiar á D.n Pedro á resentirme con él dicho rey y que supiese las causas
que le habia movido á una resolución tan contraria á lo que habia propuesto
íl su Beatitud, pues no le habia yo dado ninguna como vos lo habéis visto
])or la copia que os embio de la comisión de D.n Pedro (1) el cual cuando haya
apurado lo que á esto toca, y visto lo que responde el Rey de Francia respon-
deré á lo que agora me proponéis de pai-te de su Santidad sobre la misma ma-
teria; y pues por lo que D.n Pedro os ha avisado habéis visto que aquel Rey
ha negado lo que primero habia diclio á el nuncio de su Santidad fuera bien
que se lo representaredes y a lo que ésta manera de proceder le obligaba y
qiie no debia su Beatitud dejarse engañar de hombre que lo que dice un dia
niega otro, y cuando os hablaren en estas materias justificando mi causa des-
cubriréis á su Santidad las marañas del Francés para que vea lo poco que se
I)uede fiar de su modo de proceder, que en esto os pudierades haber alargado
mas estando enterado de cuan doblado és, y avisareisme de todo lo demás que
acerca destas pláticas piísaredes con su Santidad."
(1) No está.
ACADÉMICO. 481
IV.
Estado.— Legíy o 1860.
Por otra carta del Rey al Marqués de Aitona de igual fecha que la anterior
se le dice "que el Marqués D. Pedro de Toledo habia escrito diciendo que
allá (en Francia) se niega haber ofrecido el Eey que si se concluyese el casa-
miento del Infante D. Carlos con su hija segunda cediéndole los Estados de
Flan des, el haria que los rebeldes se redujesen á la obediencia de nuestra san-
ta madre Iglesia y de sus Príncipes. Que conforme estas noticias con las
indicadas por el nuncio cómbenla que apurase esta verdad basta saber de po-
sitivo lo que el dicho Rey ofreció acerca desto. Que advirtiese á su Santidad
que la ida de D. Pedro á Francia se fimdó en lo que su Beatitud dijo pot me
dio de su nuncio y que caminando en esta plática en conformidad de lo que
el Rey de Francia ofreció de religión y obediencia por el casamiento y cesión
de los dichos estados holgaría que se haga y daria la seguridad que convi-
niere de su parte para el cumplimiento de ello, como también el Rey de Fran-
cia debia dar la suya; y que para ello procurase con la instancia que el caso
pide que el Papa lleve adelante lo que en esta materia comenzó avisando de
lo que hubiere y á D. Pedro de Toledo, n
V.
Archivo general de Simancas. — Estado. — Legajo 1860.
En despacho del Rey Felipe III al Marqués de Aitona, embajador en
Roma de IG de Noviembre de 1608 hay el párrafo siguiente. ="Tambien he
visto lo que él Papa os dijo de que con todo lo que él dicho Rey lel de Fran-
cia) ha negado á D. Pedro de Toledo, en materia de casamientos le habia ase-
gurado su embajador que su amo ayudarla las paces de Flandes con veras y
que deseaba mucho los casamientos, y con ésta ocasión fuera justo que leres-
pondierades, pues sabiades todo lo que habia pasado, que la habia tenido su
Santidad muy buena para resentirse de que habiéndole puesto el Rey de
Francia por medianero para tratar de matrimonios entre mis hijos y los suyos,
negase después todo lo que habia dicho mostrando en ésto, como lo habia
hecho en otras cosas, el poco respeto que le tiene, y así será bien se lo digáis
y le advirtáis que al mismo tiempo que su embajador le habló en ésto estaba
embiando gente escogida á los rebeldes (como se os avisa en otra) para que
vea lo que se puede fiar de tal modo de proceder, que pues su Santidad lo di-
simula y sufre no es mucho que se le atreva...
VI.
Estado. — Inglaterra. — Legajo núra. 2513.
El Embajador de Inglaterra, D. Pedro de Zúñiga en 30 de Julio de 1608
decia al Rey Felipe III "que habia entendido las platicas y juntas que él Em-
bajador de Francia que allí residía tubo con el para manifestarle que su amo
le encargaba diese cuenta al Rey de Inglaterra de la embajada que habia lle-
vado D. Pedro de Toledo para tratar de casamientos de sus hijos que aunque
le podian estar bien, todavía deseaba correr su fortuna con él, y saber si se po-
día asegurar de que en Inglaterra ayudarían vivamente á los rebeldes de ma-
nera que con esfuerzo pudiesen volver á las armas y holgara de tratar allí de
cammientos de sus hijos jxira cícando tengan edad y que convenia luego dalle
respuesta para poderla el dar á D. Pedro de Toledo, y í\ este propósito dice
182 INFORME
que aquel Key hizo poca instancia en ello. El consejo fué de parecer que se
escribiese á D. Pedro de Zúñiga que podia responder que D. Pedro de Toledo
no llevó orden de tratar de casamientos sino en caso que le hablaran de ellos
por haberse movido ésta platica de parte del Rey de Francia por medio del
Papa aunque agora lo niega por que va en todo sobre falso y con intento de
engañar, ir
En otra de 17 de Diciembre de 1609 D. Pedro de Zúñiga manifiesta al Rey
Felipe III "que el Embajador de Inglaterra residente en Francia al despe-
dirse de aquel Rey le pidió le dijese lo que habia en materia de casamientos
para decirlo á su amo, porqué habia rumor de que se trataba uno con España
y otro con Saboya. Que el Rey le respondió que era verdad que en esta mate-
ria se tenian discursos, pero sin conclusión alguna; que confesaba que estaba
su corazón muy inclinado a estos parentescos por ser los mas honrados y po-
derosos de toda la cristiandad y que el que pudiera hacer con Inglaterra no
habia lugar por qué su amo con este nuevo libro (1) habia desviado mucho de
sí los corazones de todos los Príncipes católicos y que aunque él por él amor
que le tenia, habia procurado mitigar el ánimo del Papa, habian Uegado las
cosas A tal término que ni él ni otros podiau continuar estos oficios (2).it
VII.
Las emhaxadas célebres de los Duques de Rtimena, y de Pa^tr ana, para la con-
clusión de los casamientos del Rey de Francia Luys XIII y del Frinciiie de
España Felipe I V.
(Códice n. 50 Ms de la Biblioteca Nacional, pág. 51.)
Tratando etc.
Para este dia (22 Agosto segunda audiencia) dexo el duelo la Corte de Es-
paña (fuera del Rey) haziendo lo mismo el de Humena, y los de su compañía.
Entre los acuerdos se expressaua: Que la Infanta renunciaua poder suceder,
ni sus hijos, ni descendientes en ningún Estado de España, sino en dos casos
solamente: quedando ella viuda de Luys XIII boluiendo á España, y también
si por razón de Estado, por el bien público de los Reynos de España, y por
justíis consideraciones se cassase con voluntad del Católico Rey su Padre, ó
del Principe su hermano. Finalmente concluydo el acto, y pedida licencia en
otra audiencia, se partió el Duque para Francia muy acariciado y los suyos
, con la magnilicencia del Rey: y el agrado de la mucha cortesía y benevolen-
cia de España. Escriuió el Príncipe á Madama Isabel, y el secretario de la
primera carta fue Don Juan Idiaquez, que dize assí: Señora embidia tengo á
Don Iñigo de Cárdenas, y que á de verá V. Alteza primero que yo: pagúe-
melo en tenerme muy en su memoria, que selo meresco por tenerla á V. Alteza
en la mia. Espero en Dios, muy breue se certificara á V. Alteza deste amor,
y verdad mia, yo deseo que sea luego.
Hizo su vistosa entrada (Pastrana) por la puerta de San Jaques con este
orden, los clarines españoles con cotas de armas de tela de oro, y encarnado
con las armas del Duque Embaxador; ochenta y ocho azemilas con reposteros
de tapizeria, y armas del i'uque y las de su compañía: los Caualleros y cria-
(1) XJn libro que publicó contra el Papa llamándole el ante-cristo.
(2) Debo estos documentos con sus extractos á la diligencia é ilustración de mi
de mi distinguido amigo D. Francisco Diaz, archivero interino del general de Siman-
cas. Con las anteriores cartas paréceme que queda clara la cuestión de matrimonies y
doblez de Enrique IV, así como que de él xiartieron las projiosiciones de matrimonios.
También cae por tierra lo aseverado por Mr. Perrens sobre las instrucciones de don
Pedro de Toledo y sobre otras muchas cosas expuestas por dicho autor hasta el punto
de constituir por sí solas la mejor refutación de su libro.
ACADÉMICO. 1 85
dos costosissimamente vestidos, siete azemilas con reposteros de terciopelo
carmesí, bordados de ©ro y plata; diez correos, treinta y ocho azemilas con los
guarda joyas, sesenta y ocho personas con los oficios de su cámara en postas;
luego en su segiiimiento dos clarines, y catorce pages del Duque de Neuers
en cauallos españoles, y la librea española, después doze clarines del Rey con
casacas de terciopelo blanco, veinte caualleros españoles, vestidos de tela de
oro y plata, cada vno en medio de dos Señores Franceses, y los principales
eran los dos hermanos del de Pastrana, Don Francisco, y Don Diego de Silua,
el Conde de Galue, dos Marqueses, dos" deudos del Duque Don Antonio y
Don Pedro de Silua, Don Sancho de Leyua, Don Juan Maldonado, Don An-
tonio del Águila, el Adelantado del Rio de la Plata, Don Manuel de Meneses,
Don Rodrigo Herrera, Don Alonso de Luna, Don Gabriel de Chaues, y Don
Fernando de Leiua, y otros Caualleros. Después el Duque de Pastrana bi-i-
llante de oro y pedrería sobre vn brioso y bien enjaezado cauallo, y el Duque
de Neuers á mano izquierda. Con esta Magestad entró en Paris, y fué hospe-
dado en la Rúa de San Antonio en la casa de Rochelaura.
VIII.
La Emhaxada que hizo a Francia el Duque de Pastrana imra la conclusión
del casamienio del Príncipe de España Feliqn I V.
(Códice n. Ms. de la Biblioteca Nacional, pág. 55.)
Tres dias antes que llegasse a Paris el Duque de Pastrana, fue la Reyna
auer la composición, y aderezo de la casa de Rochelaura. La misma tarde que
llegó ala posada, visito al Duque de parte del Rey Mos el Grande (que es
cauallerizo mayor) acompañado de mucha Nobleza, y cantidad de hachas
blancas por ser de noche. El Jueues a IG de Agosto alas dos después de medio
dia embio Mos el Grande de parte de sus Magestades al de Pastrana treinta
cauallos con gualdrapas de terciopelo negro, y seis carrozas, las dos a seis caua-
llos, las otras dos a quatro y las vltimas a dos. Después salió a acompañar al
de Pastrana el Duque de Guisa con sus dos hermanos el Principe de Zoinville,
y el cauallero de Guisa, su primo el Duque de Elbeiif, los Marqueses de Ner-
moustier, de Nesle, y de la Valeta, los Señores de Crequi, de San Luc, de
Bassompierre, y de Termes, y mucha Nobleza, todos con costosissimas ga-
las. Halló al de Pastrana con la Nobleza Española, todos acanallo, y mucha
vizarría, y con gallardo orden llegaron a Loure, llenando el de Guisa la mano
izquierda. Estañan en la puerta del Palacio con buen orden el Capitán de la
Guarda con sus Archeros en dos hileras, el gran Preuoste, sus Lugartenientes
con los demás Archeros, y la compañía ordinaria de los Suyzos. En la gran
Sala hizieron la misma assistencia el Capitán de las Guardas, sus Tenientes y
Archeros y fue receñido el Duque del Conde de Suisons, estando los pages de
la pequeña, y grande cauallería tendido a lo largo de aquella sala con hachas
de cera blanca encendidas: y entro por la Cámara del Rey en la Galería, en
donde la esperaua. En los dos lados desta Galería auia vn palenque vestido
de alfombras y por el contorno los pages de los Reyes también con hachas
encendidas. De frente auia vna tarima bien leuantada, cubierta de vna
alfombra de terciopelo violado, sembrado de flor de lises de oro, y vn dosel de
la misma forma, y arrimadas dos sillas, la del Rey de terciopelo azul, y la de
la Reyna de terciopelo negro, a mano izquierda con muchas Princesas y Da-
mas. Estando el Duque en la Galería, y los suyos arrimados alos Palenques
con plaga para los Caualleros, se detuuo vn poco hasta que el Mariscal de
Bois Daufin le hizo passar adelante. Hechas sus cortesías presentó al Rey ym,
carta, diziendole: Que el Rey su Señor le auia embiado para assegurar a su
Magestad de su afición y estimación que liazia de la suya. Entonces el Rey le
abrago y le respondió: Yo agradesco al Rey de España mi hermano su buena
voluntad, la mia estava siempre dispuesta a honrrarle como a padre y amarle
184 INFORME
como a hermano. Puede assegurarse bien la infanta de mi entera afición a su
seruicio, y de que la amare perfectamente. Y también se assegure Mos el
Principe de España que le tengo de amar con toda afición como a hermano
proprio. Haziendo el Duque vna cortes reuerencia, boluiose ala Keyna, y con
grandes sumissiones le presentó otra carta. Después de muchas razones y cor-
tesías x^idió el Duque licencia para besar la mano a Madama la infanta. Lle-
ude el de Guisa por otra Galería ala antecámara, donde le reciuieron los
quatro Mayordomos, y le acompañaron hasta donde estaña Madama assentada
en vna silla baxa debajo de vn dozel de terciopelo carmesí, con franjas de oro,
vestida con ropa encarnada, bordada de oro, y mucha pedrería, pendiente al
pocho vna cruz de inestimable valor, con vna sarta de perlas gruessas, con el
aderec^o de la cabeca vistoso y rico, dando estimación a todo esto su rara her-
mosura. Haziendo el Duque tres reuerencias la besó la mano, y entretanto
que hazian lo mismo los Caballeros Españoles, hizo vna cumplida visita a su
hermano y hermanas, y acabados los cumplimientos se boluió asu casa con el
mismo acompañamiento que salió della.
El sábado il 25 de Agosto dia de San Luys Rey de Francia le señalaron al
Duque para darle la segunda audiencia, en que se aula de leer y firmar el
contrato del Matrimonio. Tomó á su cargo el Príncipe de Conty acompañar al
Duque á Palacio, y assi alas cinco de la tarde fue por el, y dentro de la car-
roza del Rey y el Embaxador ordinario con Mos de Bonneuil hizieron su ca-
mino, siguiéndoles veinte y cinco carrozas llenas de Caualleros Españoles y
Franceses, todos con nueuas y vistosas galas y quarenta pages del Duque,
todos con libreas costosissimas. Llegando á Loure, entró »n la galería, donde
le esperauan el Rey con la Reyna su madre, la Reyna Margarita, Roberto
Obispo de Montepulciano, Nuncio de su Santidad, el Marques de Boti Em-
oaxador de Florencia, los Príncipes déla Sangre, y otros Señores con las
Damas déla Corte. Después de auer hecho el Duque sus reverencias, y to-
mado su puesto, mandó la Reyna á Villeroy leyesse los acuerdos del casa-
miento de Isabel con el Principe de España, firmados por el Rey, el Duque
do Pastrana y la Reyna madre, recibió al acto el Señor de Seaux Secretario de
instado; boluiendolo á entregar al Señor de Villeroy; y con esto se boluió el
Du.que á su casa con el mismo acompañamiento. Al otro dia Domingo á 26 de
Agosto celebró el sarao la Reyna Margarita Real y magestuosamente assis-
tiendo a el sus Magostados, Madama Isabel, las Princesas y Grandes del Rey-
no. Los primeros que danzaron fue el Rey con su hermana Isabtl, después
el Cauallero de Luisa con la Duquesa de Vendosme. Madama Isabel daugó
vn canario con el Duque de Elbeuf. Mos de Bressieux la gallarda con la Du-
quesa de Aumalla: y con la misma el Duque de Pastrana: y el después con la
Princesa de Conty, y la Princesa con el segundo hermano del Duque: este con
la Duquesa de Guisa, y su Excelencia con el otro hermano, que dan9Ó des-
pués con la de Vendosme, y su Excelencia con el caballero de Guisa. Y la
Reyna madre mandó al Duque de Pastrana sacasse á danzar á Madama la
Princesa de España, que se reuzó, diziendo: que en España no acostumbraban
los Grandes y Señores dangar con las Princesas, e Infantas: y la Reyna ma-
dre, por escusar porfías, mandó ala Princesa sacasse al Duque, como lo hizo.
Y finalmente se acabó el dangar con vna folia, en la qual entraron Madama
Isabel, el de Pastrana, la condesa de Soissons, el Principe de Jonuille, y los
demás con las demás Princesas. Diose remate al sarao con vna colación ex-
plendidissima. Boluiendo las visitas el de Pastrana, y haziendo otras cumpli-
das alas Princesas, despidióse délos Reyes, de Madama Isabel, y de sus her-
manos: y después auiendo embiado delante la mayor parte de su compañía a
Orleans, se partió de Paris con quatro carrozas del Rey. Comió en Corbéil, y
durmió en Fontaineblau, passo por Orleans á 25 de Setiembre llego a Bur-
deas, donde hallo al Duque de Humena, que se visitaron. Al otro dia de ma-
ñana se partió el de Pastrana para la corte de su Rey, y el de Humena tomó
la posta para Paris á donde llegó primero de Octubre y fue recibido de todos
los de la casa de Lcrena y otros Principes con mucha alegría.
INFORME 185
IX.
Relación del Desposorio que se celebró en, la Ciiidad de Burgos entre la Serenisi-
ma Princessa de España Doña Ana y el Ghristianissimo Principe Luis
de Francia.
(CódiceH. 50. Ms. de la Bibli ot. Nacional, pág. 385.)
Domingo dia de San Lucas 18 de Octubre de 1615 años a las once del dia
salieron de su Palacio que es la cassa del Condestable de Castilla tiene en la
Ciudad de Burgos. Iba la Real Magestad del Rey Don Phelipe 3.° acompaña-
do de sus bijos, y Príncipes, y Grandes de su Corte en esta manera. Toda la
guarda española, y Alemanes con sus capitanes, que eran el de Camarassa, y
el de siete Iglesias y sus Tini entes Alférez y demás ministros y todos con li-
breas nueuas y muy ricamente aderezados, y acabada la guarda yban los Ata-
bales trompetas, y menestriles, y luego 4 Reyes de Armas. Tras ellos comen-
zaron los Caualleros Duques, Condes, y Marqueses y embajadores que serian
en todo hasta ciento ricamente aderezados sus personas , y cauallos con vesti-
dos vordados, y llenos de muy ricas joyas, y pedrería, de tal manera que al-
gunos señores como era el Almirante de Castilla, el de Velada , Saldaña, Pe-
ñafiel, el de los Arcos, el de Mirabel, y otros, era necesario yríes ayudando a
tiempos a leuantarles las capas por el mucho peso (|ue tenian. Los cauallos
yban con sus gualdrapas cabezadas y colas bordadas sobre terciopelo negro
de la mesma manera que las capas y muy largas y cumplidas las gualdrapas, y
demás aderezo que parecía que los cauallos tenian harto que llenarlos con sus
dueños enzima, y los que yban en esta forma serian hasta 24. Sin los demás
que yban ricamente aderezados, que por todos serian los ciento que esta dicho.
Todos estos señores lleuauan a ocho, y a doce Paxes, y otros tantos lacayos
con muy ricas libreas de diferentes sedas y colores, con mucho oro y bordadas
algunas y con cadenas, y otros aderezos de oro que huuo mucho que ver. Es-
tos Señores yban por su orden hasta llegar a la Carroza de la Reyna, tras
ellos yba la Catholica Real Magestad del Rey Don Phelipe en vn cauallo ri-
camente aderezado, yba vestido calza, y coleto de Rasso blanco, y capa de
terciopelo negro guarnecida con votones de oro y lo mismo la gorra con su
tusón al cuello, y a sus lados junto a los estribos sus cuatro cauallerizos. Y
luego yba vna carroza muy rica de brocado por dentro , y fuera bordada con
grande pedrería, y clauos, y ruedas, y toda la madera por dentro, y fuera bor-
dada muy ricamente, la qual lleuauan seis cauallos alazanes Napolitanos muy
grandes con ricos aderezos bordados, de terciopelo carmesí sobre que estaua lo
bordado: esta carroza lleuaua dos cocheros, y dos mozos de coche vestidos de
terciopelo carmesí bordado de oro muy cumplidamente. En ella yba el Serení-
simo Principe Don Phelipe 4 y su hermana la Princesa Doña Ana Reyna de
Francia a la cabecera y enfrente los Infantes Don Carlos, y Don Fernando , y
en medio la Infanta Doña Margarita ricamente aderezados, como para tal oca-
sión.
Su Magestad déla Reyna yba vestida de nacarado vordado y lo mismo el
Principe y Infantes junto a esta carroza, yba el Marques de Velada mayordo-
mo mayor y el Duque de üceda, ayo del Principe y alderredor della muchos
caualleros, y Señores y quatro maceros con cetros Reales. Luego el Embaja-
dor de Francia ricamente aderezado en vn cauallo muy galán como los
grandes.
Luego yba el Duque de Lerma en vna siUa muy ricamente aderezada y
era de brocado bordada por dentro y fuera acompañado de muchos caualleros
a pie, y a cauallo, yba por esta forma por estar indispuesto de tercianas. Luego
yba la camarera mayor de la Reyna, y la muger del Embajador de Francia.
Tras esto yba en vna carroza el Padre Confesor de Su Magestad y sus compa-
TOMO XIX.
186 INFORME ACADÉMICO.
ñeros. Y otras carrozas de Damas y mugeres de Grandes, ricamente adereza-
das que serian hasta doce coches, y en cada vna dellas dos y quatro señores
de titulo ricamente aderezados como los de adelante.
Con este acompañamiento y f auorecidos del buen dia que les hizo llegaron
Sus Magestades a la Sancta Iglesia metropolitana de la Ciudad de Burgos
donde estaua el Arzobispo y Nuncio, y el Cabildo, y Capellán Real y Cape-
líajies de la Capilla Real y otros muchos señores esperando sus personas Rea-
les, fueron con mucha música a la Capilla mayor adonde estaua hecho vn ta -
blado muy grande que tomaua toda la Capilla donde estaua la cortina, como
suele ponerse. Sentóse el Rey el primero en su silla, y luego la Reyna, y luego
el Principe y los Infantes y Infantas en Almoadas de terciopelo. Dijo el Arzo-
bispo la missa, y acabada celebraron los despossorios entre el Duque de Ler-
ma en nombre del christianissimo rey de Francia con la serenissima Princessa
de España.
El Arzobispo fue el Cura, y acabados, y auiendose cantado mucho , y he-
chos muchos regocijos por los músicos se salieron todos, y se pusieron en sus
cauallos y carrozas, como auian venido. Su Magestad honró mucho al Arzo-
bispo porque al salir de la Iglesia, le echó los brazos, y se rió con el con mu-
cho gusto mostrando el mucho que tenia en esta ocasión. Bolbieron por las
mismas calles por do se auian ydo que son la Plaza, y Cerrajería, y Saomental,
las quales estaban muy ricamente aderezadas con grandes colgaduras de grande
valor, como para semejante ocasión.
Comió Su Magestad en público con la Reyna, y el Príncipe gustando mu-
cho de que la gente le viesse, y con auer alguna licencia en las Puertas, en-
traron mas de 600 personas averíos, sin los Grandes, y demás señores que ser-
uian ala mesa. Las Damas estañan á la mano derecha, todas en pie arrimadas
ala pared, y con ellas algunos señores hablando. El Arzobispo hecho la ben-
dición ala messa, el qual, y el Nuncio, y el Embajador de Francia, y todos los
Grandes estuuieron en pie mientras duró la comida y el de Velada, como ma-
yordomo mayor estaua junto ala silla del Rey, y el de Uceda como ayo junto
ala del Príncipe arrimados ala pared debaxo del dosel de los Reyes auia qua-
tro músicos. Menestriles, Cantores, Vigüelas de arco. Vigüelas guitarras, Ra-
beles, y arpas, y cantauan algunas letras muy buenas en alabanza de la Reyna
que parecía cosa del cielo.
A la tarde huuo sarao publico que fue mucho de ver, ala noche luminarias
y muchas inuenciones de fuego. El sábado antes auia auido vna mascara de
treinta y seis caualleros todos de Burgos con ricas libreas bordadas de tela de
oro y con gran música corrieron delante de Palacio y del Embajador de Fran-
cia, y otras partes, yban en quatro quadrillas vestidos la vna Española, y otra
francesa, y otra Alemana, y otra Portuguesa, y todos muy al proprio como si
de las naciones dichas fueran. Lunes huuo toros, y juego de cañas con capa, y
gorra muy bien corridas, que las fiestas Reales se guardaron para la vuelta.
RECUERDOS DEL CASTILLO DE NOREM.
I.
Si los restos de antiguos monumentos en un país pueden formar el me-
jor índice cronológico de su historia, ninguno es más digno que Asturias
del estudio preferente de los cronistas. En sus templos y en sus castillos;
en lo profundo de sus valles y sobre la cumbre de sus montañas , encuén-
trase gravada con caracteres indelebles la existencia del pueblo asturiano
en todas sus grandes vicisitudes; en sus glorias y en sus infortunios; con su
heroísmo ejemplar y su servidumbre. AUi unidas se ostentan la grandiosi-
dad de sus hechos y la humildad de sus costumbres. Allí se leen la tradi-
ción y la conseja, la epopeya y el idilio.
Agigantados sus monumentos por la óptica de los siglos, destácanse
entre las obras de modernas generaciones, como columnas de granito ro-
deadas de chozas. A su aspecto, el indiferente se detiene absorto, y si no
acierta á leer en las ruinas, si no comprende lo que revelan y predicen, bus-
cará ansiosamente al hombre observador, querrá escuchar la voz austera de
la ciencia y el eco vibrante de la inspiración: invocará tal vez al sabio y al
trovador. Tal sucede delante de Noreña.
Todo el que se haya encontrado con los informes cuanto excasos restos
situados á dos leguas de la ciudad de Oviedo, en la parte Sur de la villa que
se conoce con el propio nombre de Noreña, por más que hubiere de consi-
derar con asombro la fortaleza que habrán sustentado aquellos muros, en
los remotos tiempos de su existencia, á juzgar por el espesor de sus ci-
mientos, el cual pasa de diez pies , y por la fortísima trabazón de sus pie-
dras, seguramente no se aproximará en su juicio al limite de lo cierto, res-
pecto á la importancia inmensa de dicho castillo, desde la época de su fun-
dación hasta la de su ruina.
Es un monumento ante el que se apaga la voz misteriosa de la tradición
para que con toda claridad se perciba el resonante acento de la historia.
188 RECUERDOS
La creencia más general atribuye su fundación á D. Rodrigo Alvarez de
las Asturias, de la casa de Nava, durante el reinado de Alfonso VII, no pre-
cisando el año del hecho ni los cronistas de entonces, ni los historiadores
sucesivos. Este caballero era descendiente de otro del mismo nombre, abue-
lo del Cid Campeador; y era además padre del famosísimo que tantas hon-
ras mereció del rey D. Fernando el Santo, á causa de la extraordinaria bi-
zarría que demostró en el célebre cerco de Sevilla.
En cuanto al nonabre de Noreña, asegúrase que tiene su procedencia en
el de la antigua Nanlimium, cuidad que Tholomeo comprende entre las
veintidós que formaban la Asíúrica-Augusía; aunque algunos dan por cier-
to que proviene de Noraco, rey de la comarca, allá en los tiempos míthicos.
Pero con mayor fundamento discurren, según mi entender, los que atribu-
yen su origen al riachuelo que serpea por la colina, sobre la cual se asienta
la villa, y va á desaguar en el Norario.
Si del polvo de los viejos cronicones han salido á la luz soberana de la
Historia preciosidades sin cuento, innumeírables estrellas cuyos vividos ra-
yos no ha podido ofuscar el sol, también con harta frecuencia fueron en-
terrados bajo aquel polvo venerable, tesoros de no menor valía , y secadas
para siempre fuentes de riquezas tradicionales, que habían sido inagotables.
He indagado en los archivos; he escudriñado en las bibliotecas; he com-
pulsado; he comparado los datos más contradictorios para acercarme á la
verdad, como la balanza se aproxima al fiel; y á punto estuve de arrojar
desesperadamente la pluma, dejando á otro investigador de mejor fortuna
la improba tarea de decir algo acerca del castillo de Noreña, haciendo un
boceto histórico con las excasas y pálidas tintas que me ha sido posible en-
contrar, con las palabras suficientes á la relación exacta de los hechos, ó
como suele decirse, á la vida y milagros del castillo.
H.
No acostumbrado á detenerme, después de haber andado la mitad de un
camino, y como quiera que el de mis investigaciones hubiese cedido no
poco de su aspereza, después de algunos afanes que no he de ponderar, poj
ser míos; habiendo salvado lo pehgroso de las conjeturas, y casi en plena
posesión de lo cierto, hé aquí que me revisto de toda la autoridad de un
auténtico cronista, ó para mayor propiedad, de la de un historiador con-
cienzudo.
Nadase cuenta de particular acerca de los tres primeros Rodrigos que
fueron poseedores del castillo, al menos en cuanto á la importancia de su
dominio. Sucedió á Rodrigo III Pedro Alvarez, quien ya usó el apellido de
Noreña, juntamente con el de las Asturias; y fué tan notable por la privan-
za de qué disfrutó, al iado dft Fernando IV el Emplazado, como lo habiasi-
DEL CASTILLO DE NOREÑA. 189
do SU abuelo con Fernando el Santo. Y entonces, por rara excepción , el fa-
voritismo que usábanlos reyes solia redundar en beneficio de los pueblos.
Lograron los de la provincia, por medio de los señores de Noreña, consi-
deraciones, franquicias y preferencias en gran provecho de su agricultura é
industria, y sin detrimento de sus vecinos.
Después de Pedro Alvarez vemos sucediéndole á Rodrigo IV , su hijo,
hereaando asimismo la protección del rey^ y ganando luego la de Alfonso XI,
que, entre otras mercedes que le prodigó, hizole su mayordomo y Adelan-
tado Mayor de Asturias y León. Y no contento el generoso monarca con
darle tan señaladas pruebas de afecto, confirióle el titulo de conde de No-
reña; honor que estimó D. Rodrigo en más que todas las referidas merce-
des, imitándole en ello sus descendientes. De entonces data el uso que hi-
cieron los Alvarez de Asturias de dicho título.
Como Rodrigo IV no tuviese sucesor legitimo á quien trasmitir el casti-
llo y señorío de su nomljre, otorgó testamento en que instituía por herede-
ro de ambos dominios, en unión con la hacienda de Siero, á Fernán Rodrí-
guez de Villalobos, y además el derecho de usar de sus armas y apellido. Mas
á poco de haberle otorgado hubo de revocarle, á fin de otorgarle nuevamen-
te á favor del infante D. Enrique, conde de Trastamara, de Lemus y de Sa-
nabría, y á quien adoptara por hijo. Y en este punto principia la importan-
cia, el interés de la hjatoria del castillo de Noreña; historia terrible, como
intimamente unida al sangriento drama de Montiel.
Según una inscripción, que se conserva en la iglesia de San Vicente de
Oviedo sobre su sepulcro, Rodrigo IV acabó sus días el año de 1370, con la
buena suerte de no haber presenciado los trágicos sucesos de que tan seve-
ramente acusa la historia á su hijo adoptivo.
III.
¡Noreña!... ¡Montiel!... El uno sombrío como las nieblas que empañan
el cielo del Norte; el otro contrastando en lo siniestro de su aspecto con el
límpido dosel que eternamente desplega el Mediodía sobre su frente, por el
tiempo humillada.... Restos carcomidos de dos esqueletos titánicos, cuyos
fantasmas reciben de la imaginación proporciones monstruosas; proporcio-
nes que la aterran y la atraen...,. ¡La atrac^cion del abismo; el horror del
crimen!
Yo miro la imponente sombra del rey Justiciero vagar latídicamente en-
tre las ruinas do Noreña, como en Montiel la contemplo. Y sin embargo,
D. Pedro no llegó jamás bajo los formidables muros del castillo asturiano-
Historiemos, pues.
Habíase encendido en Castilla la fratricida luclia que por tanto tieíupo
fué escándalo del mundo, por más que en aquellas e4a4es (Je Jiievro se hu-
190 RECUERDOS
biesen todos los pueblos acostumbrado á los salvajes expectáculos de las
guerras de exterminio; pero no conservaban memoria, ni después ha habido
ejemplo del feroz encarnizamiento con que dos hermanos, dos hijos de re-
yes, principiaron por destrozar el corazón de su pueblo, y concluyeron por
despedazar el uno el corazón del otro; por el fratricidio.
■ El bastardo se habia refugiado dentro del castillo de Noreña, huyendo
del furor de D. Pedro, y experimentaba la vehemente satisfacción de su se-
guro asilo, considerando al propio tiempo la inapreciable merced de que por
su donación era deudor á D. Rodrigo.
El rey habia mandado para sitiarle á algunas huestes aguerridas, y éstas
hablan sido diezmadas por las ballestas de los soldados de D. Enrique; por-
que al abrigo de las inexpugnables almenas, cada arma era un rayo certero,
cada brazo podia fulminar cien muertes.
Juraban, enfurecíanse y se desesperaban los atléticos hombres de armas
de D. Pedro, los terribles vencedores de Nájera, ante la imposibilidad de pe-
netrar un muro de diez pies de espesor, detrás del cual latian corazones
iguales á los suyos, corazones de leones, puesto que en pechos españoles
alentaban. Asi era que el desaliento no habia nacido en ellos, adquiriendo, al
contrario, su bravura las proporciones asombrosas del heroísmo.
Llegó todo esto á noticia de D. Pedro, y no queriendo sacrificar inútil-
mente nuevos campeones, de que tanta necesidad tenia, dio orden de que se
levantase el cerco del castillo, encargando al portador de ella de un mensaje
para su hermano. Retiráronse los sitiadores, y el mensajero penetró
dentro de aquellos muros [formidables, recibiéndole D. Enrique rodeado de
los señores de pendón y caldera y de los capitanes aventureros que de Fran-
cia y Navarra vinieran á su servicio.
Era el mensajero del rey un hombre alto, de] miembros hercúleos y de
continente feroz. Ceñida la armadura de las batallas, más bien parecía «n
nuncio belicoso que un portador de oliva.
Al verle, los cortesanos de D. Enrique no pudieron reprimir un movi-
miento agresivo, dirigiendo rápidamente la mano á la empuñadura de la es-
pada. Pero el bastardo les contuvo con una mirada. Era demasiado valiente
para dar acceso al temor.
— Acercaos sin miedo— dijo á aquel hombre, viendo que vacilaba ante el
movimiento contenido de los cortesanos. — No tengáis que decir a mi hermano
vuestro señor, que al recibir á sus heraldos he imitado la manera con que él
recibe á los mios.
Esta alusión á las traiciones del rey encendió en ira el rostro del extraño
heraldo, y avanzando resuelto, contestó con voz de trueno:
— El rey D. Pedro de Castilla, mi señor y señor vuestro, combate siem-
pre frente á frente á sus enemigos, y frente á frente me envia, á dar cum-
plimiento á su alta justicia.
DEL CASTILLO DE NOREÑA. 191
Y una daga brilló instantáneamente en su mano; y un golpe terrible so-
bre el pecho de D. Enrique heló la sangre en las venas de todos los circuns-
tantes. Pero bien pronto recobraro nsu serenidad, á excepción de su señor,
quien, como no la habia perdido, no tuvo necesidad de reacbrarla. Con lo
cual dicho queda que el homicida golpe quedó sin efecto. La acerada punta
se dobló al tropezar con la finísima cota de malla q:i resguardaba el pecho
del Conde.
Cien aceros brillaron entonces fuera de sus vainas, y se fulminaron cen-
tellantes de venganza sobre el pecho del asesino, quien, habiéndose cruzadD
de brazos, después de arrojar con desprecio la daga á sus pies, los contem-
plaba con sonrisa siniestra y con la indiferencia glacial de quien nada tenia
que esperar, y que ni deseaba compasión, ni tampoco la admitirla.
Mas no llegó á herirle ninguno de aquellos aceros. A una seña impei'iosa
del bastardo, volvieron á sus vainas, no sin rudos juramentos y enérgicas
protestas de sus dueños contra una compasión tan inusitada.
Aquel heraldo extraño, aquel audaz mensajero de venganza, negándose
obstinadamente á contestar á las preguntas que se le hicieron, ni á dar otras
explicaciones d^su conducta que lasque precedieron al atentado, y de quien
se supo con posterioridad que era uno de los famosos maceros ejecutores
íidelisimos de los sangrientos fallos del rey D. Pedro, fué preso y aher-
rojado.
Momentos después, cu presencia del mismo D. Enrique, el hacha del ver-
dugo cortó la mano alevosa, sin oírsele exhalar una queja, sin que lanzara
un solo gemido.
Aquel hombre era un Mucio Scévola del crimen; crimen velado por el
deber. Si hubiese sido inspirado por la virtud, habría aparecido tan grande
como el héroe romano, ante la admiración del mundo.
D. Enrique, lleno de asombro, mandó ponerle en libertad inmediata-
mente, considerando con desaliento, que si eran numerosos los servidores
que, como aquel, tenia su hermano, habia de ser imposible el cumplimiento
de sus ambiciosas cuanto fratricidas aspiraciones. Ya bajo los muros de No-
reña, venían á turbar su sueño fatídicas imágenes que acaso le anunciaban
el drama deMontíel.
IV."
Cuando llegó á empuñar el cetro de Castilla, hizo donación D. Enrique
del Condado de Noreña, juntamente con el de Gijon, y sus respectivos cas-
tillos, á su hijo bastardo Alonso Henriquez, quien nombró Merino suyo á
Gonzalo Suarez de Argiielles. Como este impusiera una gravosa contribu-
ción, tratando de hacerla extensiva á todo el principado de Asturias, reunióse
en Aviles una junta de contribuyentes, con objeto de ver lo que en tal
192 RECUERDOS
circunstancia fuera oportuno, pues no querían pagar un subsidio tan injus-
tamente repartido; y al efecto acordaron levantar el pais en masa para re-
sistirle.
Reunieron los concejos sus pendones; juntáronse las mesnadas, y no le
quedó al Merino otro recurso que acogerse al amparo de los muros del cas-
tillo, sin poder aumentar su reducida guarnición con otro refuerzo que el de
algunos aventureros, gentes allegadizas que no faltaban nunca entonces en-
tre nuestros disturbios civiles, atraidas sólo por el cebo del botin, si no por
el de señaladas mercedes. Testigo de ello el famoso Beltran Duguesclin, á
cuyas traiciones, no menos que á su valor, debió D. Enrique el trono.
Apurado se vio Gonzalo Suarez de Arguelles dentro de Noreña, á pesar
de lo inexpugnable de sus defensas y del arrojo de sus gentes, porque era
tan grande el esfuerzo como el número de los que le sitiaban.
Además, entre estos, contábanse no pocos que eran excelentes prácticos
en su belicosa faena, puesto que hablan formado parte de la guarnición de^
castillo, cuando la heroica defensa del de Trastamara, conociendo los pun-
tos vulnerables mejor que los soldados del Merino, y dirigiendo, por consi-
guiente, sus tiros contra ellos con una seguridad de acierto que casi nunca
salia fallida.
Conforme se acrecía la rudeza del ataque, redoblábase la tenacidad de la
defensa. Y pasaron dias y meses. Los víveres excasearon á la guarnición,
diezmada por las fiebres malignas y por las ballestas. El castillo poderoso
de Noreña estaba á punto de rendirse, á tiempo que los sitiadores recibieron
aviso de que el rey les condonaba el subsidio, disponiendo que hubiesen de
pagarle sólo en una mitad los Condados de Gijon y de Noreña, como los
únicos que pertenecían al señorío de D. Alonso, al cual amonestó severa-
mente por haber tratado con tan poca consideración á unos pueblos tan
leales á su persona, y cuyo cariñoso recuerdo preferentemente vivia en su
memoria.
Algo podría ponerse en duda el caríño de un monarca que aguardaba
para contentar á sus pueblos predilectos á que sangrientas discordias se en-
señoreasen de su suelo, en virtud de sus reales complacencias respecto á
alguno de sus servidores y amigos, y á que esos pueblos, triunfantes en su
justificada rebelión, llegasen á alcanzar inesperadamente y tan pronto lo
que tan tarde se acordaban de concederíes. Mas como quiera que lograron
su objeto, aunque no de un modo cumplido, preciso es que el cronista haya
de reservarse sus dudas, siguiendo la narración sin comentarios.
En el año 1581 alzó Don Alonso el estandarte de la rebehon contra sU
hermano y rey Don Juan I. Todo el país asturiano se puso en armas; pero
Csta vez, al presentarse las tropas reales, hicieron resistencia únicamente las
mesnadas de Gijon y de Noreña, poderosos elementos aún, y que no supo
utilizar Don Alonso, cometiendo la torpeza de librar con ellos combates caní-
DEL CASTILLO DE NOREÑA. 1^
pales, en lugar de haberlos dedicado exclusivamente á la defensa de ambos
castillos y no dejarlos casi en desamparo, con particularidad el de Gijon.
No podia ser, en tales condiciones, dudoso el resultado de la lucha. El
ejército real derrotó al rebelde en cuantos encuentros ocurrieron, y debili-
tadas considerablemente las reducidas huestes de Don Alonso, llegaron al
extremo de rendirse á discreción, fiándose á la clemencia del vencedor. Una
por una se posesionaron los capitanes del rey de todas sus fortalezas, entro
las cuales se contaban principalmente, según expresa la crónica, «las casas
y torres fuertes de Noreña. »
El monarca se mostró clemente con los rebeldes soldados de su hermano,
pero al mismo tiempo no anduvo descuidado en quitarles todo pretexto de
nueva sublevación, haciéndoles ingresar en las filas de su ejército propio,
mientras donaba las referidas casas y torres fuertes de Noreña, con la mitad
del concejo de Tudela, al Obispo de Oviedo Don Gutierre.
Entonces tuvo origen el muy popular refrán de aquellas comarcas, que
dice; Con mal vá á Noreña, que pendón y caldera es hecho tierra de Iglesia,
Movido posteriormente Don Juan I por las quejas y protestas de su bas-
tardo hermano, revocó la donación que habia hecho al obispo, recobrando
en su virtud Don Alonso los condados de Noreña y de Gijon. Increíble pa-
recería que, á la generosidad de este acto, no correspondiera el infante, re-
gulando su conducta sucesiva en la medida del agradecimiento. Sin embar-
go, el año de 1394 volvió á rebelarse, y resuelto ya el rey á no perdonar su
alevosía, envió un numeroso ejército á Asturias, y en menos de dos meses
despojó al ingrato de todos sus dominios, después de una resistencia san-
grienta.
La historia menciona con asombro en este punto, siguiendo fielmente á
los viejos anales del país, el heroísmo de la condesa de Gijon al defender e'
castillo del mismo nombre, con un puñado de valientes, contra todo el ejér-
cito real. La condesa hizo reducir á escombros el castillo, y de entre ellos
no sahó ni uno sólo de sus heroicos defensores.
A consecuencia de los desastres producidos por la última rebelión, Don
Juan I volvió á hacer donación al obispo Don Gutierre del condado y casti"
lo de Noreña, en la creencia de que, tremolando en sus almenas la enseña
de paz de la iglesia, habrían de evitarse por completo los sangrientos desór-
denes. Don Juan, en su desprendimiento, no debió haber parado mientes
en las contingencias del porvenir, ni adivinar el gravísimo ultraje que habia
de inferirse, andando el tiempo á sus humanitarios propósitos.
El hecho, en cuestión, constituye la última página notable de la historia
de Noreña. Hele aquí.
194 RECUERDOS
Corría el año de 1516, y era á la sazón corregidor do Asturias Don Diego
Manrique de Lara. Desde épocas lejanas habian solido suscitarse competen-
cias entre las autoridades superiores que á los reyes representaban, tales
como la del cargo que Don Diego ejercia y el de Adelantado, y los prelados,
no menos prepotentes por su sagrada investidura y jurisdicción que por su
señorial poderío. Y no era lo peor que se suscitasen, por razones harto pro-
fanas las más veces, sino que cada una de las indicadas competencias era
un manantial perenne de desgracias para los pueblos, víctimas siempre, ya
de la rapacidad de unos, ya del enojo de otros.
Pero nunca ocurriera el caso escandaloso que suscitó el referido D. Die-
go Manrique. Había condenado á muerte á un reo acusado y convicto de
robo en sus dominios particulares, y se le conducía al suplicio en Oviedo,
no tan perfectamente custodiado que no pudiese, como pudo, tomar asilo en
la iglesia de San Vicente, casi extramuros de la ciudad.
Sí en todos tiempos ha sido el derecho de asilo altamente sagrado en los
pueblos que se precian de católicos, lo era en aquellos mucho más, si cabe,
])orque no había potestad alguna que dejara de reconocerse inferior al pre-
dominio eclesiástico; y de igual manera que los reyes se humillaban ante los
papas, inspirándose en sus consejos para el mejor cumpUmiento de sus
mandatos, así se evidenciaba la supremacía de los prelados respecto á los
señores, lo mismo en una que en otra jurisdicción.
Sin embargo, D. Diego Manrique , impío ó descreído, sin obedecer t*
otros móviles que al violentísimo impulso de su carácter despótico y ven-
gativo, hizo sacar al reo de la iglesia, por medio de perros de presa , arras-
trándole ferozmente hasta la horca, donde enseguida fué ejecutado, sin dar
oídos á las súplicas de la aterrada muchedumbre ni á las fervientes amones-
taciones del obispo.
Imagínese el lector el efecto que causaría tan escandalosa é inaudita
profanación, tal conculcación de las leyes divinas y humanas en el clero y
en la población de Oviedo, en los descendientes de los héroes de Covadon-
ga, de los padres de nuestra regeneración; aquellos hombres que les legaran
incólume el tesoro de sus puras creencias religiosas, el de su respeto y ve-
neración.
El obispo excomulgó al corregidor , y éste, irritado por el gran conten-
tamiento que el anatema produjo en el pueblo, resolvió vengarse, dester-
rando al obispo del territorio de su mando.
Y no faltaron al prelado, en tamaño conflicto, poderosos auxiliares en-
tre los indignados pecheros, y aún entre los mismos señores, siendo los her-
manos Fernando y Pedro Cortés de Pares los que con mayor decisión le
ayudaron, aprestándose de la manera más belicosa á una lucha desigual
con el despótico corregidor, con esa abnegación heroica que no se detiene
jamás á medir las fuerzas del adversario.
DEL CASTILLO DE NOREÑA. 195
Y era, desgraciadamente, demasiado temible este adversario. Pasaba por
uno de los magnates más poderosos de aquella época , y la real confianza se
bailaba en él depositada en tanto grado que bien podia asegurarse regia al
pueblo asturiano con las prerogativas y omnímodas atribuciones que uno
de nuestros vireyes del Nuevo Mundo. Bastará á dar una idea de su poder
consignando que, sólo para el cerco del castillo de Noreña , en donde el
obispo se hizo fuerte con los hermanos Cortés, destinó 5.500 hombres
aguerridos y perfectamente pertrechados, y otros tantos, por lo menos, á
invadir los dominios de sus contrarios; recibiendo paga todos ellos de sus
rentas propias. *
El formidable castillo no pudo resistir á los esfuerzos combinados de la
artillería y de la arcabucería, y abierta la brecha en el más robusto de los
torreones, el que miraba á la parte de Occidente, según una crónica que
parece muy verídica, cayó en poder de D. Diego Manrique de Lara.
El animoso obispo hubo de refugiarse en León, gracias al eficacísimo
auxilio que le prestaron en su huida los hermanos anteriormente citados:
habiendo sido tales el esfuerzo y serenidad que durante el sitio mostró, que
todavía hoy corre de boca en boca en aquellas comarcas cierto recuerdo tra-
dicional que habré de trascribir, como complemento á esta página postre-
ra de la historia del castillo.
Quejábanse los defensores del torreón donde se abría la brecha, del gran
daño causado por la artillería que , sin tregua alguna , y con tenacidad es-
pantosa, asestaba contra él sus tiros. La queja llegó á oidos del prelado,
que en el patio se encontraba exhortando con preces á los moribundos y
curando con sus manos á los heridos; y sin escucharlos ruegos de sus ami-
gos, que pugnaban por detenerle, encaminóse resueltamente al peligrosísimo
puesto.
A su aspecto, los defensores recobraron su intrepidez, y sus pechos la-
tieron reanimados por lafé y por la esperanza. Intentaron lanzarse á la bre-
cha; pero el obispo, diciéndoles, «¡Dejadme á mí, que á mí me toca; yo soy
el enviado de Dios, y aquí voy á erigirle un altar!» se arrojó en medio del
peligro, con un crucifijo en la mano.
Instantes después, la sacrosanta enseña aparecía sobre el torreón, entre
los escombros que se desmoronaban.
Llenos de asombro los soldados enemigos, negáronse á dirigir sus dis-
paros contra la bandera de la Cruz, y fué necesario que hubiesen de conmi-
narlos con terribles castigos los jefes más adictos al Corregidor, para que
consintieran en la prosecución de su destructora faena.
Y seguro es que á no haberles faltado los víveres á los partidarios del
obispo, ni la gruesa artillería, ni los certeros arcabuces, habrían conseguido
rendir á una fortaleza donde la Cruz tremolaba anatematizando á la impie-
dad. Harto fué que pudieron aprovecharse sus amigos de la tregua produci-
196 tlECÜERDOS
da porel suceso, conduciéndole á salvo contra su voluntad — así al menos lo
refiere la tradición — á ta frontera portuguesa.
VI.
Se ha dicho que es la anterior la página postrera memorable del castillo,
porque en lo sucesivo, aún cuando su importancia no quedó reducida á la
nulidad, como quedó medio destruido y las rentas anexas á su posesión su-
frieron una merma considerable, y la ignorancia y el abandono concurrieron
eíicacísimamente á su destrucción, no dio lugar á sucesos que dignos sean
de una especial mención en este trabajo histórico. Lo que las devastaciones
de la guerra suelen dejar en pié, lo derriban sin misericordia los satélites de
la ignorancia.
Los reyes de Castilla, teniendo en cuenta honrosos antecedentes del do-
minio de los obispos sobre el monumento de que se trata, legaron á todos
sus sucesores en la diócesis de Oviedo el título de condes de Noreña, que
en eldia conservan, no olvidándose nunca de mencionarlo en sus pastorales
ni en cuantas prescripciones se publican en la provincia relativas al régimen
eclesiástico. Es una rara reminiscencia de su antiguo poderío. Parece una
protesta contra la nulidad y el abandono en que yace. Es un nombre cuya
memoria, por muy digna que sea de respeto, no ha de compensar la pérdi-
da de cuantiosos beneficios.
El siglo es positivista, y mira, encogiéndose de hombros, desde lo alto
de su desden el pulverizado esqueleto de Noreña.
Reprobemos su desden. Abominemos su positivismo una y mil veces.
Sí; yo no he de concluir este breve estudio, sin lamentarme profundamente
de que la incuria de los hombres haya sido mucho más terrible que la saña
de los tiempos para hundir en el polvo los últimos restos de un monumento
tan acreedor á su estima y 'veneración. Y no solamente la incuria de los que
le abandonaron al olvido sin poner una mano cariñosa sobre las tremendas
heridas que abatieron sus miembros de gigante, sino también la incuria de
los cronistas al contentarse con consignará la ligera, y como de pasada, los
hechos más culminantes de su historia, no habiéndonos dejado ni una pin-
celada siquiera para el intento de retratarle; no habiéndonos trasmitido una
palabra relativa á la descripción del monumento.
Perfectamente inútiles han sido mis indagaciones acerca de este objeto.
El artista que se obstinara en realizarle, tendría que basar su obra en cálcu-
los erróneos; tendría que idearla demasiado aventuradamente para que el
expectador hubiese de aproximarse á lo verdadero; porque entre la comple-
ta ruina del castillo no es posible distinguir claramente, ni aun el área que
ocuparía, teniendo necesidad de atender á la construcción que se observa
en otros cífetílios^de la misma época más respetados por los siglos en el pro-
'del castillo de noreSía. 197
pió país asturiano; pues se sabe que no diferían de un modo esencial las for-
mas de unos y otros, y únicamente se hacia notar el de Noreña por la ex-
traordinaria fortaleza de sus muros, cual es de observar en medio de la
triste elocuencia con que muestran sus escombros á las actuales descreídas
generaciones.
Yo puedo asegurar que me han enseñado mucho aquellos informes des-
pojos, ante los cuales enmudece la idea avasallada por el sentimiento, se hu-
milla la cabeza, enardeciéndose el corazón. Llegan entonces los recuerdos
con apresuramiento maravilloso, alegando cada uno justísimos derechos de
preferencia, y es preciso despedirse de las ruinas prometiendo á su soledad
otras visitas, para que haya lugar á coordinarlos, para haber de exhibirlos á
la luz, librándolos del tenaz dominio de las tinieblas.
Luciano García del Real.
RUSIA.
sus TENDENCIAS Y ASPIRACÍONES.
ESTUDIO HISTORICO-DIPLOMATICO.
Saludable enseñanza es la que ofrece al escritor como al filósofo la histo-
ria diplomática de un Estado que, desconocido hasta el siglo xvi por los
pueblos civilizados de Occidente, y en el que atravesamos el más vasto de
nuestro hemisferio, comprende el antiguo reino de Mitrídates, terror en le-
janos tiempos de la soberbia Roma, y hoy insignificante porción de tan in-
menso territorio; con una diferencia desde la isla de Dago al Occidente de la
Livonia de ciento setenta grados próximamente, cuya temperatura gla-
cial y mortífera, junto á los círculos polares, es apacible y bella en la costa
de Crimea, cuajada de elegantes Kutors (1), y teatro un día de las desven-
turas de Orestes é Ifigenia; que oprime á la Europa por el Norte, por el
Centro y por el Sud; cuyos subditos tanto difteren en origen é idioma, en
usos y costumbres desde el pigmeo Lapon, antiguo troglodita que, sobrado
expléndido, ofrece al extranjero su esposa y su hija con la esperanza de
mejorar su raza, al idiota samoyedo, sin vicios ni virtudes; desde el feroz
cosaco, mezcla del rojelano, del Sármata y del tártaro, cuya sumisión há-
bilmente ha conseguido el gobierno ruso al darle por aííaman ó jefe al he-
redero del trono (2), lisonjeando así el orgullo de tan temibles hordas, al
supersticioso ostiako, que se prosterna ante la piel de un oso por ser la que
más conserva el calor en aquel helado clima, donde cuenta por nevadas,
siempre copiosas, lósanos de su existencia, y desde el vagabundo tsigano,
de dulce y expresivo semblante, qne á la sombra de su abigarrada tienda
(1) Casas de camioo de la aristocracia rusa.
(2) Viajes del príncipe Demidoff.
sus TENDENCIAS Y ASPIRACIONES. i 99
seca las auríferas arenas de sus caudalosos ríos, hasta el habitante de Kam-
tchatka, á quien su religión prohibe afilar el hacha durante el viaje y socor-
rer al hombre que se ahoga (1).
La actitud de la Rusia en la época presente, sus negociaciones diplomá-
ticas, y más que nada sus formidables aprestos, con la lógica inflexible de
los hechos, vienen á probarnos cuánto se equivoca el distinguido historia-
dor (2) que dice «no estar prontas las armas sino para dar fuerza á la ra-
zón y seguridad á la moral,» sosteniendo, «que cuando una nación amenaza
por capricho, las demás se ponen de acuerdo para hacer pedazos su carro,»
y á rebatir al propio tiempo un halagüeño error, que supone inmediato el
dia en que, abolidas las guerras, haya sólo entre las naciones una noble
emulación para avasallar la naturaleza.
¡Pluguiera al cielo que tal aurora luciese, y que cual se deshacen á im-
pulsos do una brisa estival densos y encapotados nubarrones, un soplo de
justicia desvaneciera la tempestad que en el Oriente se prepara, y á la luz
de cuyos relámpagos, como un segundo Mane, Tliecel, Fliares, distinguimos
6stas palabras de Agesilao: <(Las fronteras de la Laconia se hallan donde
nuestras lanzas llegan. ^>
El sultán Mahmoud, príncipe tolerante y entusiasta por los adelantos
europeos, derramando abundantes lágrimas al saber el incendio de Navari-
no por la Rusia, «mirad, decía á un diplomático que se excusaba de la par-
ticipación de su país en tan punible atentado, la Europa, á la que sólo yo
defiendo contra el desbordamiento y las rapiñas moscovitas, está con ellos
para aniquilarme. ¡Funesta obcecación la suya, no permitiéndole ver que á
la mia seguirá de cerca su caída!» (3).
Diez y ocho años más tarde, el Occidente, comprendiendo su torpeza,
quemaba los navios rusos á la vista de Sebastopol, y la revisión del tratado
que puso término á tan reñida contienda, exigida por el gobierno del Czar,
hace que de nuevo aparezcan los intereses de aquella comprometidos y su
tranquilidad amenazada.
Ante acontecimientos tan pavorosos como inmediatos, ¿es que acaso,
preguntamos, por un decreto de la Providencia, como la Macedonia anti-
gua absorbió, aunque con una cultura muy superior á la suya, á los peque-
ños Estados de la Grecia, que á su vez fueron presa de los romanos, siervos
luego de los bárbaros, debe desaparecer Europa y alzarse sobre sus ruinas
una nueva diferente civilización, un nuevo ciclo humanitario? ¿Es que los
sacudimientos que con tanta frecuencia se vienen en ella sucediendo, y que
las modernas tendencias que con su radicalismo alarman á la sociedad,
(1) Voltaire, Ilistoire de VEmpire de Bussic
(2) César Cantil.
(.3) Lamartine, Hisiotla de Turquía,
200 RVSIA.
hacen necesaria una fuerza protectora, cualquiera que esta sea, y por más
que pueda un dia aplastarla con su peso, ó es, por último, que á la raza la-
tina, muelle y corrompida, le falta la savia viril y poderosa del primero de
los pueblos eslavos?
Insondable problema, puesto que á nuestra limitada inteligencia le están
vedados los arcanos del porvenir. Sin embargo, estudiemos, aunque some-
ramente y muy á lalijera, la historia de esa gran nación, y quizá después de
conocida se calmen nuestros temores, ó quizá, por el contrario, adquieran
más consistencia, y recordando al historiador de £/ consulado y elimpeiio, di-
gamos: «Cuando el coloso ruso apoye uno de sus pies en los Dardonelos y el
otro en el Sund, el viejo mundo llorará esclavo y la libertad irá á refugiarse
á los impenetrables bosques de la América. Vana aprensión todavía para
cierta clase de gentes; llegará el instante en que tan tristes predicciones
por desgracia se realicen, puesto que á la Europa, torpemente dividida como
ias ciudades de la Grecia frente á los reyes de Macedonia, le está reservada
la misma suerte.»
I.
ligia habia reunido y concentrado sus fuer-
zas en un profundo y formidable silencio;
preparaba en el reposo un acontecimiento
de que el xiorvenir debía asombrarse. — Pasan
treinta años; ligia se levanta de su asiento y
"dame un caballo, oh padre (dice); bastante
he permanecido sentado, quiero correr el j)ais.
= E1 caballo es viejo y achacoso. ligia lo ba-
ña con el rocío de la mañana, lo frota con la
yerba Immeda, y el caballo recobra su vigor.
= ligia se vuelve hacia los cuatro puntos
cardinales, ruega, y después, lanzándose con
bizarría sobre el caballo, se va.
{Canto e.slavo.)
La alianza de los rojelanos, fundadores de Kieff, á orillas del Boristene,
con los eslavos, acerca de cuyo carácter tanto difiere la historia, presentán-
doles, ya inofensivos é industriosos, y hasta tal punto hospitalarios que,
«cuando cualquiera de ellos emprendía un viaje dejaba abierta la puerta,
leña en el hogar y una despensa bien abastecida,» ya crueles y sanguinarios,
recreándose en la agonía del vencido, á quien imponían tormén tos horribles,
y dejando impune el asesinato de la mujer, mirada sólo como un bello ins-
trumento de sus brutales instintos, la unión de estos pueblos, decimos,
produjo á Novogorod, primer eslabón del imperio moscovita, de cuya ciu-
dad, y en prueba de la importancia que ya en aquellos remotos tiempos al-
canzaba, ¿quién se atreverá á hacer la guerra á Dios y á Novogorod la Gran-
de? se decia.
Lo heterogéneo de sus elementos, que dificultaba la marcha regular de
toda sociedad bien ordenada, y las continuas asechanzas de los jineses, de-
sus TENDENCIAS Y ASPIRACIONES. íól
cidieron al anciano Postemislao á solicitar el amparo de los varaigos, que
habitando las costas del Báltico se entregaban á la piratería bajo la direc-
ción de sus jefes. Nombráronse diputados con esto objeto, que fueron muy
bien recibidos en la Ingria, y aceptadas por Rurik las proposiciones hechas
por los enviados, trasladóse al país con sus hermanos Cinaf y Tronvor,
apresurándose aquel á darle en memoria de su patria el nombre de Rosland,
y asignando á sus parciales pingües y dilatadas posesiones.
En un prmcipio, el triunvirato surtió buenos efectos: pero á la muerte
de Cinaf y de Tronvor, ocurrida al poco tiempo de su llegada, Rurik atacó
los privilegios de los novogordianos, y olvidando las cláusulas bajo las cua-
les le habían otorgado el poder supremo, se convirtió en su tirano.
Achaque es de favoritos el no creer nunca sus servicios bien recompen-
sados; y Askold y Dir, unidos desde mucho tiempo á la suerte de aquel, ya
fuese por algún resentimiento particular, ó porque sinceramente desapro-
basen la conducta del déspota, prescindieron de la fé jurada, dedicándose á
disciplinar é instruir tropas, con las que meditaban una incursión por la
Polonia y el país de los cosacos. Fehces en sus primeras correrías, formaron
el audaz proyecto de llegar hasta el centro del imperio; y habiendo equipado
en Kieff (de la que el czar se posesionara), doscientas naves, atravesaron ol
Ponto Euxino y entraron en el estrecho, presentándose frente á Constanli-
nopla, por Miguel el Beodo á la sazón gobernada.
La noticia de los atropellos que los rusos cometían en las islas vecinas
le llamó á la capital, de la que se hallaba lejos, é implorando la ayuda del
cíelo, cuenta la tradición que al salir de la iglesia de Blagsiernas, donde á
este fin había ido procesíonalmente, acompañado del patriarca Focio y del
pueblo, una violenta tempestad sumergió la flota enemiga, pereciendo casi
todos sus tripulantes.
El primer cuidado de Oleg al encargarse de la tutela de Igor, hijo de
Rurik, que á la muerte de este contaba cuatro años de edad, fué apoderarse
de Kieff, que por su situación juzgaba como la llave de vastas y atrevidas
empresas; pero de nada servia la fuerza contra una plaza de todo punto
inexpugnable, por lo cual el astuto regente, dejando tras sí la mayor parte
de sus fuerzas, se aventuró con las restantes en unas miserables lanchas, lo-
grando llegar á las inmediaciones de Kieff, y desde allí, fingiéndose un mer-
cader á quien Oleg é Igor, ya unidos á los griegos por el comercio, autoriza-
ban, despidió un emisario con el encargo de manifestar á sus soberanos
que una penosa enfermedad no le permitía pasar á saludarles personal-
mente.
Debía ser la de Kieff una monarquía en extremo democrática, pues es
histórico que Askold y Dir, sin sospechar el lazo que se les tendía, fueron á
visitar á Oleg que, en el pleno goce de su salud, recibiólos llevando en sus
brazos á Igor, y diciéndoles: «iVo sois, ni principes, ni de extirpe real, y
TOMO XIX. M
202 RUSIA.
aquí está el hijo de Rurik, único soberano de Rusia, » mandó que á su pre-
sencia fuesen degollados.
El nuevo señor de Kieff, después de declararla capital de sus dominios,
hizo tributarios suyos á los dreolianos, severianos, radimitchosy oíros; pero
esto era sólo el prólogo délos ambiciosos designios de Oleg, que se cifraban
especialmente en la ciudad de los cesares, y resuelto á apoderarse de ella en
904, con dos mil naves que llevaban ochenta mil combatientes, forzó la en-
trada del puerto, á pesar de las gruesas cadenas que la defendían, esparció
el terror por las inmediaciones, y León VI el Filósofo vióse obligado á com-
prar una paz humillante al precio que el vencedor quiso imponerle.
Véase qué mal juzgan los que fundándose en una inscripción que gra-
bada por orden de Catalina entre Teodosia y Cherson, decia : «Este es el
camino de Constantinopla,» suponen que sólo desde Pedro el Grande datan
las ambiciosas tendencias de la Rusia con respecto al imperio de Bjzancio.
Ocupadas en 941 las fuerzas navales de los griegos en sus encuentros con
los sarracenos, y dividido el imperio por las rivalidades entre Constan-
tino VII y el general Lecapenus, la ocasión no podia ser más favorable para
que los rusos intentasen un nuevo golpe; y comprendiéndolo así Igor,
marcha sobre la ciudad imperial á pretexto de reclamar el tributo, á su
tutor ofrecido, y cuando la conqiusta era segura, por una prudencia difícil
de comprender en tan esforzado caudillo, cede á las reflexiones de los
ancianos.
Más avaro Sviatoslaff, su sucesor, trata de establecerse en aquel codiciado
país donde hacían grata la existencia los más ricos dones de la naturaleza:
dehcados vinos y exquisitas frutas de la Grecia, briosos caballos de la Hun-
gría, y cual la del Himetto rica miel de fértiles comarcas por laboriosas
abejas trabajada.
Sólo el perseverante valor de Juan Zimisces y los titánicos esfuerzos de la
tribu de los Petchenegos sitiando á Kieff, pudieron conseguir que Sviatos-
laff que por espacio de más de veinte años habia sido el azote de Constanti-
nopla, regresase al Norte; y cuando en la primavera del año 973, después de
haberse visto precisado á invernar á las orillas del Boristenes, trataba
de abrirse paso por entre sus encarnizados enemigos, fué hecho por ellos
prisionero, cortáronle la cabeza y su cráneo guarnecido de un cerco de oro
y adornado de piedras, sirvió de copa á las desenfrenadas bacanales del
príncipe de los Petchenegos.
A la manera qne la Macedonia (siguiendo el paralelo que al comenzar es-
tablecimos), apropiándosela civilización de los helenos, fascinaba, por de-
cirlo así, á los que pretendía dominar logrando de este modo el derecho
de ciudadanía y la naturalización que repetidas veces le habia sido negada,
Rusia con su hábil política se prometía un resultado análogo; y atendido á
que nada une á los hombres tanto como las afinidades religiosas, el culto dg
sus TENDENCIAS Y ASPIRACIONES. 205
Perun, temida divinidad á la que se ofrecian cruentos sacrificios, siendo
el más notable el de una esclava, que en medio de las danzas y actitudes
más obscenas era degollada por una vieja, á la que llamaban el ángel de la
muerte, fué abolido porWlademiro el Grande, mandando que en su lugar
se adoptara el rito griego identificándose más y más con los que ya creia sus
vasallos.
Sin embargo, en asunto de tanta trascendencia no podia obrarse de ligero;
de nada sirven las leyes contra las ideas (1), y para que el pueblo abjurase
de las que hasta entonces habia profesado, acatando la voluntad del mo-
narca, era preciso que algo le demostrase la conveniencia de este paso.
El numeroso ejército llevado por Wlademiro al Querspneso y reunido
junto á los muros de Teodosia (hoy Kafa) después de seis meses de una
lucha estéril y diezmado por los combates y la peste, había perdido el entu-
siasmo: urgia pues levantar el sitio; pero cuando de esto se trataba, un bi-
llete sujeto á una flecha que desde las murallas habia sido arrojado (2), dio
á conocer á los rusos la fuente que por conductos subterráneos enviaba el
agua á la ciudad. Cortados por los sitiadores, tuvo esta que rendirse y el
éxito fué tan lisonjero como inesperado.
El momento era oportuno y el vencedor podia sacar gran partido de su
victoria. El prestigio que con ella habia obtenido permitíale solicitar de los
señores de Bizancio la mano de la princesa Ana, acordado por sus herma-
nos Basilio y Constantino á condición de que abrazara el cristianismo, y
como de este enlace esperaba la Rusia obtener grandes beneficios, de aquí
que el cambio de religión como razón de Estado no podia menos de ser
obedecido.
Algún tiempo antes y movido de igual deseo, Othon el Grande habia tam-
bién pedido para su hijo la mano de la princesa Teofania (3),
El mundo germánico aspiraba como el eslavo respresentado por la Rusia
á la posesión de Constanlinopla, y esto era lógico; destructores del imperio
de Occidente, debia complacerles que el de Oriente á ellos se sometiera.
Los rusos, no obstante su desmedida y tradicional ambición, veian que por
un cúmulo de circunstancias, fatales todas ellas, su fuerza iba decreciendo;
el gran ducado de Kieff, que con su unidad perdiera también su influencia,
debía pasar á otros dueños, y á este primer paso dado en su decadencia,
siguieron muy luego las correrías por el Volga de los émulos de Kengis-
Kan, exigiendo onerosos tributos, los ataques de los Paleólogos, los cho-
ques con los Genoveses, y como digno coronamiento la pérdida de la Ru ■
sia roja;, la Podolía y la Volhynia por la Polonia arrebatadas.
(1) Montesquieu, Esprit des lois.
(2) Levesque, Hist. de Busia.
(3) Formación del equilibrio europeo por el tratado de West/alia: artículos publi-
cados por el autor eu Jíll Boletín Diplomático, núms. 17 al 21.
204 RUSIA.
Sucede á las naciones como á los individuos, que, respetados y temidos
cuando la opulencia les otorga sus favores, son el ludibrio y escarnio de los
que cortesanos del poder, vce vichis les gritan cuando la fatalidad visita sus
hogares, y asi todas las que con la Rusia confinaban, muchas, aimque en-
vidiosas en los dias de su gloria, trataban de reducirla á la menor expresión
cuando á su ocaso caminaba.
Precedido en sus tentativas por los francos, que con mejor fortuna á
principios del siglo xui supieron imponer su yugo á los abatidos griegos,
mofándose en las calles de Constantinopla de sus afeminadas costumbres, y
liostigado por sus vecinos que de antemano se disputaban sus despojos ¿qué
podia ya esperar aquel estado agonizante?
El pueblo á quien el arquitecto Calínico habia dotado de un fuego mági-
co, inapagable, secreto, que ni el agua, ni todos los demás medios que con •
tra tan terrible agente se emplean bastaban á extinguir (1), y el cual habia
consumido entre otras flotas enemigas las de los árabes llegadas del África y
de la Siria, el arbitro del comercio y soberano un tiempo de los mares, di-
vidido por las luchas religiosas con motivo del culto de las imágenes, á
merced de un clero tan corrompido como recto era el latino, y entre ten-
dencias opuestas colocado, ofrecía un triste y doloroso expectáculo. Los
emperadores en oposición con los patriarcas, estos en frecuente hostilidad
dando lugar con sus rencillas á sangrientas coaliciones entre sus ciegos
partidarios, como lo prueba el antagonismo de Arsenio y José, y de lle-
no entregado á las disputas teológicas, como no supo impedir el triunfo de
Cantacuceno, no acertó tampoco á escuchar, atento sólo al concilio de Flo-
rencia, el marcial estrépito de los seides de Mahomet que en considerable
número llegaban.
La ciudad, bello ideal de los ensueños moscovitas, la de las verdes coli-
nas, rica perla entre dos mares engastada, la émula de Roma por su fausto,
de Babilonia por sus tesoros, de Jerusalen por sus santuarios, esclava es ya
de los hijos del Profeta. La sangre de sus defensores enrojece los mármo-
les de la grandiosa basílica de la que Justiniano dijera: Te he vencido, Salo-
man, y la cabeza de su heroico emperador sirve de adorno á la columna de
pikfido erigida por el primer Constantino á la memoria de su madre, no lejos
del regio alcázar cuya devastación y maravillas hacen que Mahomet excla-
me: Laarañaha tejido su tela en el palacio imperial y la lechuza ha canta-
do por la noche en los techos de Afrasiab.
¡Notable acontecimiento la caida del imperio griego, que, sepultan-
do entre sus escombros las esperanzas de la Rusia, daba por resultado
a intrusión de un estado bárbaro junto á los estados europeos!
Por medio de las armas nadapodian ya intentarlos descendientes deRu-
(1) Historia de los benedictinos.
sus TENDENCIAS Y ASPIRACIONES. 205
rik, á los que se oponía en adelante un pueblo unido y celoso guardador
de sus conquistas; pero no era fácil que se aviniesen con el sedentario pa-
pel que la suerte les habia deparado; por lo que, dando á sus maqui-
naciones un nuevo giro, procuraron fijarlas sobre una base más sólida y
legal.
Entre los muchos refugiados que por entonces en Roma pululaban, con-
tábase una princesa llamada Maria, sobrina del último emperador griego
Constantino Drugases, y que con su mano podia ofrecer incuestionables dere-
chos al imperio de sus padres. Llamábase el de María Tomás Paleólogo y
era el ídolo de los que á fuerza de atenciones trataban de arrancarle la ce-
sión desús preciados títulos, que fueron á recaer en Ivan III, pues el Papa
Pablo II á quien interesaba atraer los rusos á su causa, accediendo á la pe-
tición de aquel, se la concedió en matrimonio, de lo que pronto debió ar-
repentirse, pues no sólo no abjuró Ivan el cisma, sino que por el contrario
su esposa, cambiando su nombre por el de Sofía, la abrazó también y en
él persistieron sus descendientes sin que jamás pudieran disuadirles las ex-
citaciones de Gregorio XIII, ni las del jesuíta Possevino.
Llama en alto grado la atención de cuantos al estudio de la historia se
consagran, la gran parte que á la mujer ha cabido en el desarrollo y en-
grandecimiento de la Rusia. Ya hemos visto que, mermada y abatida, apenas
podia defenderse de sus numerosos enemigos, cuanto' menos intentar nada
en el terreno de las conquistas al parecer vedado para ella. Sólo un prodi-
gio podia sacarla de su postración, despertando de su mal dormida codicia,
y este prodigio (que no otro nombre merece) estaba reservado á la prince-
sa María, que con su talento puso á Ivan III en relaciones con la Europa ci-
vilizada, indicándole las mejoras que debía adoptar y los hombres de quie-
nes debía valerse en provecho de su imperio, y para el mejor resultado en
la guerra contra los Mongoles, á que sin cesar le inducía y en la que estri-
baba el esplendor de su corona.
Estas comunicaciones debían ser más activas y tomar un carácter más
[)olítico durante el reinado de Ivan IV, muy superior á sus predecesores al
decir del P. Possevino, si bien este religioso se muestra muy parcial aplau-
diendo las grandes cualidades de aquel soberano, y callando sus monstruo-
sos atentados y sus crueles vejaciones, que dejan muy atrás las de Jermak
Timofoovv, el conquistador de la Siberia.
Partidario acérrimo del cisma, brindaba Ivan franco y cordial asilo á los
fugitivos helenos, que junto á los grandes duques, únicos representantes y
denodados apóstoles de su fé, hallaban costumbres que les eran familiares y
un gobierno que iiacia con sus bondades más llevadero su destierro, sin que
nada alarmase la conciencia del proscripto, á menudo herida y desgarrada
por los turcos otomanos, cuya religión, una guerra de ochocientos arios ha-
cia irreconciliable con el Evangelio. El fanatismo habia servido de poderoso
206 RUSIA.
auxiliar á todas las victorias del nuevo imperio, y este era el secreto de su
fuerza y el que ha hecho que en Europa se tenga á los turcos por extranje-
ros sólo tolerados en beneficio de una idea ó quizá en interés del equilibrio
europeo (1).
No obstante su marcada predilección por el cisma, Ivan IV admitía en
sus dominios á los que profesaban distíntas religiones, abriendo ampliamen-
te y sin trabas de ningún género al comercio del mundo los puertos todos
de la Rusia, llegando á ellos buques de Inglaterra, de Holanda y de Ham-
burgo en busca de pescado seco, de aceite de ballena y maderas de cons-
trucción; introducia visibles adelantos, y llamaba á los sabios de todas
partes colmándoles de beneficios en cambio de sus conocimientos, de los
que tanto esperaba utilizarse.
Con la vista fija en el Occidente, la situación por que este atravesaba, le
hacia formar las combinaciones más halagüeñas, que en cierto moíjo justífi-
caban los disturbios de Alemania á causa del luteranismo, las contíendas de
los Paises-Bajos, el levantamiento de los Hugonotes y el de los parciales de
Zwingle en la Suiza.
Además prestaba mayor fuerza á estos cálculos su marcha progresiva y
floreciente. La ruina de los tártaros de Saren, de Kasan, de Astrakan y de
Siberia, le habian enriquecido con posesiones en el Volga, abriéndole el
mar Caspio: por la parte superior del Asia, se extendia allende los Trales,
límites trazados por la naturaleza y con la reincorporación de las repúblicas
independientes de Novogorod, Pscoff y Kehlgnof, y de los principados feu-
dales de Riaizan y otros, la Rusia habia recuperado con creces su antigua
unidad.
Natural era que la Europa, á la que protegían contra tan asolador tor-
rente los lituanios en el Dniéper y los caballeros teutones en el Báltíco, rece-
losa se mostrase: y si á lo dicho se agrega la cooperación de los derrotados
en Mulhberg con los excluidos de Ausburgo y un ejército admirablemente
armado y fuerte de doscientos mil hombres, con harta razón podia temer
que pretendiera llegar hasta ella por la Livonia, logrando al paso la adqui-
sición de esta provincia, que por su feracidad y riqueza el granero del Nor-
te era apellidada.
Fué su primer invasor en 1502 Ivan III; pero el maestre provincial Wal-
ter de Plettenberg, secundado por Alejandro, gran duque de Lituania, as-
cendido al trono de Polonia el mismo año en que la guerra comenzaba, y
ávido de vengar la paz de Moscow por la que tuvo que devolver á la Rusia
todo lo que á favor de la opresión de los Mongoles y del desmembramiento
del gran ducado de Moscow le habia arrebatado, batió en Maholm á cua-
renta mil rusos, y en una segunda refriega habida en Pscoff, deshizo con
(1) M. Combes.
sus TENDENCIAS Y ASPIRACIONES. 207
catorce mil soldados á más de cien mil moscovitas, viéndose Ivan en el
caso de ajustar una tregua por seis años, que luego se hizo extensiva á
cincuenta.
Miguel Glinski, cuyos talentos habían sido tan favorables á la Polonia,
como funestos á los tártaros, sus compatriotas, disgustado con motivo de
ciertos desaires, ofreció sus servicios á los rusos, y Basilio IV, fuerte con la
ayuda de tan esclarecido general, pudo declarar la guerra á su eterna ene-
miga, apoderándose en 1514 de Esmolensko, y concluyendo en 1517 con el
rey de Dinamarca una alianza por la que se obligaba á sostenerle contra la
Suecia, y una liga contra la Polonia con Alberto de Brandeburgo, gran
maestre de la orden teutónica, que recién convertido al luteranismo, aspira-
ba á secularizar la Prusia, declarándose en ella independiente, lo que no po-
dia verificarse sin el beneplácito del rey de Polonia, soberano de la orden
desde el tratado de Torn en 1466.
Para eludir esta humillación, convino Alberto con Basilio IV el marchar
sobre Cracovia, dando lugar al tratado de este nombre celebrado entre
aquel y Segismundo I el 8 de Abril de 1525, y por el cual se comprometía
al fin á prestar homenaje al rey de Polonia, que á su vez le cedia la Prusia
teutónica con el título de ducado y feudo hereditario para sí y sus descen-
dientes varones, como para sus hermanos de la rama de Brandeburgo y Fran-
conia con sus herederos, volviendo al dominio de la Polonia en el caso de
que la descendencia masculina de Alberto se extinguiese.
Lo convenido en este tratado, halagaba á los poloneses que, además de la
supremacía sobre la orden teutónica, eran siempre los soberanos de la
Prusia.
Ivan IV, sucesor deBasiho IV, intentó igualmente apoderarse de la Livo-
nia, y no obstante su victoria de Ermes en 1558, y aunque la reforma ha-
bía disuelto las órdenes militares en las costas del Báltico, los estados de
aquella, cedidos á la Polonia por el tratado de V^ilna en 1561, estaban
bajo su inmediata protección, y por tanto su conquista por la Rusia era im-
posible.
Derrotado Ivan por Esteban Bathory que le arrojó de la Livonia arreba-
tándole en el gran ducado de Moscou las plazas de Polotsk, Kholm y Pscoff,
ofreció al Papa Gregorio XIII adherirse á la unión de Florencia á condición
de que influyera con aquel para la reunión de un Congreso, único medio de
evitar una paz bochornosa á la que irremediablemente le empujaban sus
derrotas y las simpatías siempre crecientes de su rival en las ciudades de
la Livonia.
Abierto en Kiverova-Horka el 13 de Diciembre de 1581, fueron los ple-
nipotenciarios poloneses Zbaraski palatino de Braclase, Alberto Radrivil
gran mariscal de la Lituania y Miguel Adaburdo; y los rusos Pmitrípetrovitz.
— Yeletzi y Wassilievitz — Offerieff guarda-sellos, con los secretarios Nikita-
208 RUSIA.
Basouka y Zacarías Suiaseva, habiendo obtenido por el ascendiente que so-
bre Polonia ejercía la Iglesia romana, que se admitiese como mediador al
P. Possevino y véase lo que acerca de esta Asamblea dice Mr. Schoell en
su obra Les traites de paix:
«Todas las dificultades hablan sido allanadas y vencidas , cuando los
embajadores rusos presentaron dos proposiciones, amenazando deshacer lo
acordado. Pedían que se colocara entre las cesiones hechas por la Rusia á la
Polonia;, la Curlandia y la ciudad de Riga, y como los rusos jamás hablan
poseído ni esta ciudad ni aquel ducado, la extraña demanda de los embaja-
dores parecía ocultar una segunda intención. Creyóse que no debiendo ser
obligatorio el tratado más que por diez años, pues así lo habían querido los
rusos, su intención era la de reservar á su soberano algún derecho sobre la
Livonia aparentando renunciar á ella sólo por su corto plazo. Desechada esta
proposición por los ministros de la repúbUca de Polonia, conformáronse los
rusos; pero exigieron en compensación que al nombrar las plazas y fortale-
zas cedidas por el Czar, se dijese que siendo una parte de sus dominios la
(pie enagenaba, podía seguir llamándose rey de Livonia, cuya petición tuvo
igual suerte que la anterior y la misma que una última exigencia reclaman-
do que en el acto se le diera el título de Czar.»
Al cabo de muchas y enojosas discusiones llegóse á una avenencia el 15
de Enero de 1582, firmándose un tratado en el que se consignaba: 1." Que
el Czar cedia al rey de Polonia todas sus posesiones en la Livonia y además
Witepsk y Wiclítsk en el Dwina: 2." Que el rey de Polonia restituía á aquel
Welíki-Louki, Newel, Sawolocki, Kholm y algunos puntos de la provincia
de Pscoff de los que se había posesionado: Y 3." Que la ciudad de Polotsk,
que no se nombraba, debía pertenecer á los poloneses para indemnizarles de
Esmolemko que habían perdido (1).
Estas negociaciones por su índole especial, por los subterfugios de una
de las partes reservándose derechos no existentes y creando imaginarias pre-
rogativas, y principalmente por el corto tiempo que á las potencias signata-
rias obligaba, recuerda aquellos tratados en los que el pueblo romano, cre-
yéndose llamado á la conquista del mundo, aun(|ue no siempre seguro del
liiunfu, dictaba las más absurdas condiciones por las que se imponía una
más imprescindible necesidad de vencer (2), y que más que tratados podían
llamarse suspensiones de hostilidades, protegido por las cuales preparaba el
total exterminio de su contendiente.
La Polonia quedaba en posesión de la Livonia; su aliado Cotardo Ketler
del ducado hereditario de Curlandia; Magnus de las islas de Osel y de Pil-
en, y todos ellos garantidos, sí no por la fé de un convenio, por el respeto á
(1) Mr. Combes. Histoire díplomatique de la Russie.
(2) Montesquieu, Cfrandeur et decadence des Bomaim.
sus TENDENCIAS Y ASPIRACIONES. 209
Estevan Bathory profesado, eran un grave inconveniente para la Rusia; pero
ya hemos tenido lugar de ver en la excursión que á vista de pájaro por su
historia venimos haciendo, que forma el carácter particular de esta nación
una perseverancia que no desmaya por fuertes é insuperables obstáculos que
á su paso se presenten.
Llegar hasta el Báltico era su intento; y si por la parte de la Livonia se
alzaba contra él un dique que toda su tenacidad no bastaba á salvar, que-
dábanle la Ingria y Carelia, logrando por el tratado de Tensin en 1595 la
inmediata cuanto deseada comunicación con el Mediterráneo del Norte, per-
dida juntamente con otras no pequeñas ventajas por el de Wibourgo en 1(509,
al cual tuvo que sucumbir Choniski, que, al ser elegido czar, no podia en
manera alguna, dadas las facciones que trabajaban á la Rusia desde la ex-
tinción de la dinastía Rurik, aventurarse á las contingencias de una guerra
extranjera.
A la muerte de Choniski fué ascendido al trono de Rusia un polonés lla-
mado Uladislao, hijo de Segismundo III, Rey de Polonia, quedando por
tanto aquella como humilde feudataria, de cuyo estado pudo salir mediante
los esfuerzos de Miguel Romanoff, fundador en 1613 de la dinastía que
lleva su nombre, el cual, por la mediación de la Inglaterra, gobernada por
Jacobo I el Estuardo, y de las Provincias Unidas, á Mauricio de Nassau obe-
dientes, consiguió que la Suecia aceptase la paz de Stolbova en 1617, seguida
de la tregua de Dixiiina en 1618, y confirmada por el tratado de Viazma
en 1654, que permitía á Romanoff dar estabiUdad y cohesión á un país tan
fraccionado y dividido, sin alarmarse de los trabajos de la Suecia para for-
mar un vasto imperio del Norte, apoyándose, no como la Dinamarca en un
débil principio federal, sino en una misma fé rehgiosa, en el luteranismo,
que excluido de Inglaterra por los Estuardos, era, sin embargo, aceptado
con entusiasmo en la Estonia, la Ingria y la Carelia, y á favor de cuya je-
fatura esperaba la Suecia medirse con la casa de Austria, ardiente defen-
sora del catohcismo, pudiendc utilizar en favor suyo las turbulencias de la
Polonia y la guerra de los treinta años que con Alemania amenazaba envol-
ver á la Europa entera.
Gustavo Adolfo había dilatado considerablemente las bases del imperio
en la costa eslava del Bállico, y merced á la inacción en que el período ¡¡a-
latino colocara á los emperadores austríacos, permitiéndole llevar sus armas
á la Livonia, y á que una parle de la Polonia ganada á la reforma se aleja-
Ija de Segismundo IIL pudo conquistar aquella provincia con la Prusía de
Dantzig, y la tregua de Altmark concluida por la Polonia á instancias de
Richelíeu, llevado del interés que le indujo á mezclarse en los asuntos de
Italia y los Países Bajos, y que, según él mismo asegura en su Testamento
político, no era otro que el de salvarlos de la opresión española y de la tira-
nía de la caca de Austria, cuya insaciable ambición la hacia temible, con-
210 RUSIA.
virtiéndola en enemiga del reposo de la cristiandad, » le autorizaba á retener
por diez años todo lo que habia conquistado; pero su fin se aproximaba y
las brillantes victorias de Leipsig y de Lutzen debian hacer más sensible la
falta de aquella superior inteligencia, que prematuramente segada, dejaba
incompleta una obra bajo tan risueños auspicios emprendida.
Carlos X Gustavo pretendió realizarla, y por ende humillar á la Dinamar-
ca, cuya guerra ya acjuel tenia prevista. No le faltaban capacidad ni energía
para lo primero: en lo segundo la casualidad le deparó la adhesión del di-
plomático danés conde de ülefeld, quien habiendo indicado el dificilísimo
cuanto arriesgado paso del Pequeño Belt por el ejército, el 12 de Febrero
de 1658 (1), pudo este acampar frente á Copenhague. «Consecuencia inme-
diata de la conquista de Dinamarca será la de Noruega, decia el joven hé-
roe, y una vez terminada, los príncipes y los Estados, temerosos por el res-
tablecimiento del comercio, dóciles acatarán mis órdenes. La Suecia será
respetada hasta por los soberanos más distantes y, en fin, jefe de un for-
midable ejército, marcharé á Italia, cual otro Alarico, y Roma se verá de .
nuevo á los godos sometida. »
Los tratados de Copenhague y de OKva concluidos el 6 de Junio de 1660,
son á la Suecia, lo que ala Europa Occidental los de Munster y de Osna-
bruk: y el de Kardis en 1661 firmado por el rey de Suecia Carlos X, y el
czar Alejo Romanoff terminaba la pacificación del Norte, obligándose el
czar á restituir á aquel todas las plazas que ocupaba en la Livonia, hasta el
mismo Mariemburgo^ quince dias después del cambio de ratificaciones,
pudiendo los negociantes suecos comerciar libremente en Rusia y ejercer
su culto con el derecho de conservar los moscovitas su iglesia de Revel.
Compuesta de estados acá y allá esparcidos, y sólo á la Suecia sujetos
por los lazos siempre odiosos de la fuerza, vacilante su gobierno y sin po-
der, á causa del alejamiento de aquellos y de los principios un tanto anár-
quicos que en este dominaban, formar un todo homogéneo, regular y fuerte,
su situación era doblemente crítica, pues sus muchos enemigos no descono-
cian los lados vulnerables por donde podían atacarla, sin que el socorro de
su fiel aliada la Francia les intimidase, pues para aproximarse á la Suecia
tenia que pasar por entre dos potencias temibles y á ella contrarias, cuales
eran la Inglaterra y la Holanda, además de que muy pronto las guerras de
Luis XIV absorberían todas sus fuerzas sin que pudiera ocuparse de lo que
en el exterior se efectuaba.
Dinamarca, su rival, estaba en el caso de apreciarensujusto valor cuanto
queda dicho: hallábase en mejores con,diciones, pues la unión alU era por lo
antigua inquebrantable, y sobre todo, colocada entre el Báltico y el mar
del Norte, ayudada de la Inglaterra, las provincias Unidas y los Estados
(1) Mr. Combes, Hist, dip. de la Btissie.
sus TENDENCIAS Y ASPIRACIONES. 211
alemanes, y enriquecida con el lucrativo paso del Sund, podia muy bien opo-
nerse á la Suecia: con tanta más razón, cuanto que por la reforma monár-
quica, introducida casi á raiz del tratado de Copenhague, el poder ejecutivo,
que antes por elección radicaba en un senado revoltoso y en tumultuosas
dietas, declarado hereditario, reuníase omnímodo en manos de Federico III.
Desenvolvíanse tales gérmenes de prosperidad con gran contentamiento
de los adversarios de la Suecia, que impotentes por sí solos, unidos á Dina-
marca formaban un núcleo respetable, y aunque su impaciencia por arro-
jarse sobre el naciente imperio era extremada, sólo cuando. la guerra entre
los Holandeses y la Francia había sublevado contra esta á casi toda Europa,
consintió en atacarle, siendo Cristian V hijo y sucesor de Federico III
quien batió á Carlos X en Olang y en Kidge: pero el año anterior Luis XIV
por la paz de Nimega había triunfado de la Europa, y por la de Lund en
1679, de Dinamarca debia triunfar el execrado imperio, que vencido por
último en una suprema lucha, cedía el puesto á los poloneses firmando estos
en recompensa de la ahanza de los rusos contra los turcos (tan ventajosa á
los unos como á los otros) por la paz de Moscow en 1086 su sentencia de
muerte, pues concedía á perpetuidad á la Rusia dilatados territorios, plazas
fuertes, y lo que importaba más que todo la obediencia de los cosacos, raza
tan feroz como indomable.
Risueño se ofrecía el porvenir para una nación que cuando tantas con
varia fortuna se habían disputado el monopolio del Norte^ el destino al
través de mil vicisitudes le reservaba la realización de esta epopeya.
La organización interior respondía á lo mucho que en esta obra los pri-
meros Romamoff habían trabajado, pues por el Código civil llamado ouloje-
nia debido á Alejo en 1640, se trazaban á todas las clases sociales nuevos
derroteros, al sacerdocio, á la nobleza, á los desheredados de la suerte que
no podían constítuij?se en servidumbre antes de los veinte años, y al infe-
liz que condenado á perder la vida podia disponer de seis semanas para
reclamar contra el juez nunca infalible.
La escena era digna del personaje que iba á aparecer en ella, y del cual
nos ocuparemos en el artículo siguiente.
Emilio Borso.
(Se continuará.
Madrid, 1871.
RECUERDOS DE VIAJE.
APUNTES PARA LA DESCRIPCIÓN B HISTORIA DE GALICIA.
PEIMEEA PARTE,
I.
Orense, ciudad antes poco menos que olvidada, y á Ja cual sólo se podia
ir desde Madrid dando vuelta por la Corufia, y á costa, por consiguiente, de
cinco ó seis dias, es hoy acaso lo más céntrico de Galicia. De Orense salen
carreteras concluidas la mayor parte, ó en construcción, á Ponterrada, á
Lugo por Monforte de Lemos, á Santiago, á Zamora por las Portillas, á Pon-
tevedra y á Vigo.
Ya no es Galicia aquella región de la que podia decir el cronista francés
Froissart, que era: i<Pas chuce ierre, ni aimabh; u chevaucher ni á travai-
llcr. » No sé si siempre habrá razón para repetir aquello de « Oh dura tellus
IbericB,» pero no hay duda que si Froissart reviviese, fuera grande su sor-
presa en ver que Galicia es ya al presente tierra más apacible y amable para
viajar por ella á pié y á caballo, de lo que nunca pudo imaginar.
La española Erin como que empieza á mostrar los tesoros que en su seno
encierra, y quien halla al presente carreteras para todas partes, cuando ha-
ce pocos años apenas liabia malas trochas y temibles despeñaderos, experi-
menta verdadero anhelo por ver comarcas cuya hermosura conoce de oidas,
pero cuyo camino estaba vedado á casi todos.
Ya no es punto menos que imposible ver como las [aureanas lavan las
arenas del Sil buscando en ellas el oro que todavía acarrean las aguas del
caudaloso rio; á propósito del cual se ha dicho con razón: El Sil lleva el
agua y el Miño la fama. Por todos lados cruzan diligencias que conducen á
APUNTES PARA LA HISTORIA DE GALICIA. 215
Santiago, Jerusalem de Occidente para los Cristianos, Kaaba de los Nazare-
nos para los Musulmanes; y á Lugo ó la Coruña. Gran tentación es para mí
emprender de nuevo el viaje de Santiago de Compostela. Y luego de allá,
puedo tomar el camino de Lugo, para ver de nuevo también sus Thermae.
su muralla romana, la catedral ó el precioso mosaico de la calle de Batita-
les. ¿Y quién, ya en la región boreal de Galicia, no pone los pies en la ale-
gre Coruña y va embarcado un poco más de una hora al Ferrol, ó bien por
tierra, torna á contemplar aquella deleitosa Marina, que en fertilidad y ri-
queza compite con las nunca bien alabadas Rias de Abajo?
No siempre la voluntad del hombre se ve satisfecha, y desde Orense, lo
más fácil para encaminarse pronto al mar, es emprender el camino de Vi-
go, si no el de Pontevedra. Bien que ambos forman triángulo, cuya basa
corre á lo largo de la costa, y encierra una de las comarcas más hermosas
y dignas de atención por sus históricos recuerdos. Entre el verdor perenne
de aquellos campos, de la umbría de sus arboledas, ó en los recuestos de sus
montañas, es fácil ir hojeando buena parte de la historia de Galicia y aun
de toda la Península Ibérica. Esta región de España, un tiempo frontera
mal comprendida y respetada de Portugal, vio nacer el vecino reino, en
mal hora fundado por un hijo de extranjero, incapaz de amar ala nueva pa-
tria que despedazaba. Hablo de Alfonso Enriquez, apellidado por los Mu-
sulmanes Rey do Coimbra, y á quien los portugueses miran por fundador de
su monarquía, si ya no fuera cosa de atribuir la creación del reino al gran
rey Alfonso YI, que fué quienotorgó en feudo al conde Borgoñés Don En-
rique, padre del primer rey de Portugal, lo que por esta parte de la Penín-
sula poseía, al propio tiempo que le daba su hija Doña Teresa por esposa.
Creo haber dicho la verdad en la Crónica de Pontevedra, al asegurar que
Alfonso «daba en dote á su hija bastarda la incapacidad en que había de
quedar por siglos y siglos la Península ibérica de formar un gran pueblo.»
Mas, no hay que apurarse en tratándose de absurda y necia política,
siempre que de la provincia de Pontevedra se trate, que bueno es tener pre-
sente con cuánta facihdad daba el marqués de la Ensenada buena parte de
este hermosísimo territorio en trueco de la Colonia del Sacramento en las
costas de America meridional!... Quien no sabe estimar lo bueno que po-
see, bien merece perderlo.
IL
Es de noche, y, como ya han pasado, no sólo los grandes fríos del in-
vierno, pero los grandes calores del verano de Í870, insoportables en casi
toda Europa, cierto airecillo restaurador da vida á los pulmones fatigados
del reseco estío, que aun en Galicia lo ha sido hasta el punto de hallarse pa-
rado casi todos os muiños. Con esto padecen los moradores no poco, pues
no andando los molinos, por haberse secado ó llevar poquísima agua la ma-
214 RECUERDOS DE VIAJE.
yor parte de .os arroyos, es imposible moler el grano, cosa que , bien pue-
de decirse, equivale á no tenerle.
No es frecuente lo que digo, aún la provincia de Orense, que en la par-
te Sur es lo menos húmedo de Galicia; pero este año casi hay hambre
por la razón ó sinrazón de faltar agua á los molinos. Esto deberia hacer ver
á los Gallegos, en especial de ciertas regiones, cuan útiles fueran para ellos
los molinos de viento, motor de que fácilmente y á menudo se puede dispo-
ner por las alturas, en la costa ó en tierra llana. Ya en la peninsula tienen el
ejemplo de los molinos manchegos, eternizados por Cervantes; y más cerca,
en la costa de Portugal hay también muchos molinos de viento casi orillas
del mar^ como puede verse, por ejemplo, en las cercanías de Oporto. Desde
luego, en muchas partes de GaUcia serian muy útiles, ahorrándose el agua
que tanta falta suele hacer para el riego.
Serán ya las ocho de la noche; arranca el tiro, parte la diligencia no, con
gran priesa, y después de cruzar el Miño por su famosa puente hay que
hablar de los muiños, ó cosa tal, porque nada se ve. Con todo, á quien ya
conoce el terreno, bien se le puede consentir recuerde que, en los 26 kiló-
metros de Vigo á Rivadavia, es todo el camino hermosísima alameda de co-
pados árboles que, á derecha é izquierda, asombran el camino. Cierto que
todos los de Galicia podrían á bien poca costa hallarse de igual manera,
pues no exige la sequía perenne de aire y suelo, como en Castilla ó Anda-
lucía, una noria ó pozo para cada medio centenar de árboles.
A Rivadavia acudían los Ingleses, como ya he dicho antes, en busca del
famoso Tostado, excelente vino en verdad. No siempre lo hicieron por bue-
nas, pues en 1585 se presentó sir Thomas Percy, á la cabeza de sus hom-
bres de armas, aclamando al duque de Alencastre, esposo de la hija de don
Pedro I, por rey de Galicia. Resistieron su entrada los hijos de Rivadavia, y
durante un mes, llenaron de asombro con su valora los Ingleses, quien, se-
gún Froissart, se admiraban de tanto esfuerzo en hombres «que eran me-
ramente ¡misarios, 6 más bien plebeyos, sin que hubiere un solo caballero
en la población.»
Dispusieron los partidarios del de Alencastre un ingenio para dar batería
á los muros, y entonces los ciudadanos ofrecieron rendirse, más los de
Percy, burlándose, contestaron: «No entendemos vuestro gallego, hablad-
nos en francés ó castellano.» Ello fué que la valerosa Rivadavia se vio
ruinmente saqueada, pagando, sobre todo, los Judíos, que eran muy ricos;
y los Ingleses se hartaron de vino y cerdo, permaneciendo varios días
en estado no muy diferente de aquel en que tan á su sabor ronca y engorda
este sabrosísimo, mantecoso y mentecato animal.
Dejemos á los hijos de Albion complacerse en el poco honroso recuerdo
de sus vinosas fazañas por la cuenca del Miño y el Ribero de Avia, lugar
este último donde se receje el mejor mosto, y dejando atrás, aquellas her-
APUNTES PARA LA HISTORIA DE GALICIA. 215
mosas laderas, cubiertas de viñedo, subamos por entre descomunales peñas-
cos á cruzar los ramales que del Monte Faro descienden á Portugal. De esta
suerte, y dejando atrás el pueblo de Melón, con su antiguo monasterio, lle-
gamos á la Cañiza, 44 kilómetros de Orense.
El terreno es alto y desigual, el clima fresco, pero en mucbos dias
de verano molesta el calor sobre manera, bien que lo mismo sucede en San
Petersburgo. Demás que el calor en ciertas regiones de la provincia do
Orense suele ser muy grande.
Valles bay entre aquellas asperezas, pintorescos y fértiles, cuyo verdor
aumenta conforme se va uno acercando al mar. En la frondosidad hay verda-
dera gradación desde las Portillas hasta las playas del Océano. El valle de
Verin ó Monterey, y las alturas que le rodean, tienen poco arbolado. Algo más
abunda este, siguiendo hacia Orense, en cuya región, así como por el Ribe-
ro de Aira, ponen los naturales su mayor cuidado en el viñedo. El clima
por allí no es tan excesivamente húmedo, que obligue á disponer la vid en
parras, como por la costa, si bien tampoco resistiría aquella el yacer por el
suelo como en Castilla, de suerte que la sostienen^ poniendo para cada cepa
una caña ó palo, en torno de la cual se retuercen y trepan los sarmien-
tos. Sigamos adelante. ¿Qué ruinas son aquellas que señorean á la derecha
del camino gran parte de este tan ameno territorio?
En el Monte Landin, feligresía de San Martin de la Pórtela, ayunta-
miento de Puentearéas, de cuya población dista aquella más de un cuarto de
legua, yace el antiguo castillo de Sobroso, morada del noble señor que dispo-
nia de la antigua jurisdicción del propio nombre, compartiéndole, entre otros,
con el conde de San Román y el marqués de Valladares. Aún hoy se conserva
en la casa de los duques de Hijar el marquesado de Salvatierra, al cual va
unido el del Sobroso.
Una legua, y aún más, antes de llegar á Puentearéas, ya se divisan en lo
alto las ruinas de la antigua fortaleza que antaño era entre las muchas man-
siones feudales de las más señaladas de Galicia, y hoy yace abandonada,
desierta, sin techos, lleno su recinto de zarzas, revestidos de yedra los ás-
peros sillares de sus muros, y por ventura sirviendo de abrigo á dañosas
alimañas.
Ya que el castillo del Sobroso he mencionado, como que me hace señas
otro que no está muy lejos, y al cuaL en efecto, he de ir á parar en cuanto
me sea posible, porque en él, lejos de ver las ruinas abandonadas que el
presente, hallaré canteros y albañiles restaurándolas. Hablo del Castillo de
Sotomayor, cuyo propietario actual, el Marqués de la Vega de Armijo y de
Mos, ha juzgado, y se funda, que no en balde heredaron nuestros ricos-hom-
bres, preciosos monumentos dignos de conservarse para el arte y la histo-
ria, y pues en sus manos se hallan, obligación tienen de mirar por ellos, en
vez de olvidar los recintos — que para su familia deberían ser siempre sa-
216 RECUERDOS DE VIAJE.
grados — donde sus antecesores nacieron y lograron mantener ilesa la honra
heredada.
Tiene el castillo del Sobroso, desde la carretera, diversos puntos de
vista por extremo notables; y en él, como en otras muchas fortalezas feuda-
les de Galicia, se advierte que no está en la cumbre más alta, sino que,
naciendo en verdad, á grande altura, todavía parece como que se ha bus-
cado lugar al abrigo de otra que le señorea. Lo mismo sucede con el Castillo
de Pena, que ya mencioné al cruzar la Limia y lo propio con el castillo de
Sotomayor, como más adelante veremos. En resolución, se ha buscado para
estos castillos notable eminencia, que, vista desde algunos puntos parece
aislada ó poco menos, pero dando la vuelta en torno, se ve que son más
bien un rellano que llega á cierta parte tan sólo de la altura principal. En
pocos lugares se ve lo que digo, como siguiendo el camino de la Cañiza á
Puentearéas.
III.
No entra la diligencia en Puentearéas, con lo que el viajero no puede
ver la hermosa plaza de la villa, si no tiene ánimo para dar una carrera,
mientras mudan el tiro. Es por la mañana temprano; el cielo nubloso es-
torba e] paso á los rayos del sol; esmalta el rocío praderas y maizales, cae
de hoja en hoja por los copados castaños^ y sienta el polvo del camino. Ma-
ñanas de estío tan deleitosas no las tiene á su disposición el Español en su
tierra sino en la apacible región boreal de la Península, especialmente en
Galicia, donde los horizontes no son tan estrechos y aún ahogados como
por el resto de la costa cantábrica.
Con pena se apartan los ojos de Puentearéas, rodeado de tan hermosos
campos, pero diez kilómetros más allá entradnos en Porrino, emporio de los
zapateros y uno de los pueblos más transitados durante el verano. Nada
más fácil que ver en su plaza coches de Bayona, Tuy, Vigo, Orense y Ponte-
vedra; y si los viajeros tienen la fortuna de que tal suceda, no hay sino
pedir á Dios paciencia, porque es muy probable ocurra algún choque, en-
redo de tiro ó cosa tal.
Vamos cruzando los ramales que de los montes de Barcia descienden al
Miño. Andamos diez kilómetros más, pero antes de llegar, ya se percibe
en el aire algo nuevo, extraño y que produce agradable sensación á nuestros
sentidos.
De pronto, una gran extensión de agua, un brazo de mar, el mismo
Atlántico ondea ante mis ojos, mientras á las rizadas olas envía, como
para besarlas, su vivido centelleo el sol poniente. Ecco aparir!
¿Puede darse asiento más deleitoso que el de Vigo? Mas para compren-
derle bien, es preciso asomarse á sus ventanas, y luego no hay sino ben-
APUNTES P\RA LA HISTORIA DE GALICIA. 217
decir á Dios. A Dios, que no al hombre, que tan poco ha hecho hasta
ahora en aquellos lugares.
Es la ña de Vigo á un tiempo gloria y afrenta de España. Ver aquella
mmensa bahía, que tan hermosas y fértiles costas rodean, y contemplar
desiertas sus aguas, sin que apenas tal cual barco llegue á la orilla, dando
vida al comercio, causa, primero admiración, después vergüenza.
A las puertas de un reino, extranjero para mal suyo y nuestro; en clima
por extremo apacible, con facilísima salida para los productos de la Penín-
sula Ibérica, con la mejor entrada que puede imajinarse para toda clase
de embarcaciones, ¿qué hemos hecho nosotros en pro de aquel don que el
cielo puso en nuestras manos?
Prueba de lo bien que sabemos estimar aquella joya es lo que sucedió
por los años de 1751. Anhelaba España poseer la colonia del Sacramento,
foco de contrabando á las puertas de nuestras más ricas colonias america-
nas. El marqués de la Ensenada , uno de nuestros mejores ministros, ce-
diendo al ardentísimo deseo de acabar con el comercio ilegal que tanto nos
dañaba, llegó á ofrecer, en trueco de la referida colonia, parte de la provin-
cia de Tuy. Sin duda no bastaba á España con desprenderse de tan hermoso
y fértil territorio, y ofreció las siete misiones, orillas del Uruguay. Tamaña
mengua, por ventura, ni siquiera advertida, no cayó sobre nosotros porque
Pombal, ministro portugués, no quiso. Hizo Dios que el soberbio Carballo
prefiriese también la lejana colonia del Sacramento á entrambas riberas del
Miño , las cuales por eso no son hoy portuguesas, desde tiempos del rey
José I. Ni se diga que Ensenada no hizo de su parte cuanto pudo, para que
España perdiese la más bella región que baña el Miño, en trueco de la leja-
na y funesta colonia del Sacramento. Tal es el recuerdo que la provincia
de Pontevedra conserva de un buen ministro! De esa manera, mientras En-
senada era el verdadero creador del arsenal del Ferrol, estuvo á punto de
mancillar su buen nombre de estadístico y administrador, cercenando á Es-
paña una de sus más hermosas regiones.
Y es triste decir que mientras nuestros Gallegos se dejaban _, sin resis-
tencia, traer y llevar, los Indios de América negáranse con toda energía, y
aun acudieran alas armas, antes que pertenecer á Portugal. Con razón po-
dría asegurarse, que de buena parte de los daños que padecen los Gallegos,
son ellos, ante todo, responsables. No son únicamente los gobiernos los cul-
pados, cuando los pueblos no hacen nada para sacudir su apatía.
El gobierno hizo bien en elejir á Ferrol para puerto de guerra. Para el
comercio del mundo está el de Vigo. Pero está como Dios le ha hecho, y
aún por ventura maleado con algún muelle ruinmente construido ó cosa pa-
recida, único bien que aquel hermoso puerto debe á la torpe mano del hom-
bre. Como no se alegue que basta para dar vida á la más hermosa bahía de
Europa la población de Vigo, en el estado en que al presente se halla!
TOMO XIX. 16
218 RECUERDOS DE VIAJE.
A decir verdad, como buen español creo que la honra de mi patria exige
cuanto antes un nuevo Vigo, para que así no pueda repetirse, con sobrada
razón, que aquella bahía es á un tiempo afrenta y gloria de España.
No dudo deje de haber hombres sensatos que , prefiriendo lo malo pre-
sente al cambio que el decoro de la nación exige, se atengan al Vigo actual,
sin advertir cuan vergonzoso aspecto presenta, en especial por donde se
extendían sus antiguas fortificaciones y, sobre todo , la puerta de la Gam-
boa, que aun aislada ó en la forma que mejor pareciese, siempre debió per-
manecer en pié, mudo testimonio de la gratitud de un pueblo á los que en
tiempo de la guerra de la Independencia le libraron con su esfuerzo de ma-
nos de los soldados franceses. En tal estado, un hijo adoptivo de Vigo, el
Sr. D. Emilio de Olloqui, leyó en el ayuntamiento en la sesión del
dia 15 de Febrero de 1869 una Memoria importantísima. En ella se
proponía abastecer de aguas á la ciudad, alumbrarla como era debido,
terraplenar el espacio que hay entre el murallon del puerto y la alameda;
hacer muelles, construir una plaza, rival del hermoso Terreiro do Pazo, de
Lisboa, labrar otra de abastos, en reemplazo de los vergonzosos mercados
que hoy existen, reformar del todo el infecto barrio de pescadores de la
Ribera, añadiendo teatro con fachada monumental y arcadas, en el que pu-
diesen estar el Casino, Biblioteca y Conservatorio, y además paseo, coin-
prendíendo jardín Botánico; palacio para exposiciones, alameda y campo de
ferias. También proponía una plazuela y calle de circunvalación al Noroeste
de la ciudad, colegios de primera enseñanza para ambos sexos, aduana y
otros edificios.
Tales eran las obras, apenas indicadas por quien esto escribe, en el pro-
yecto de ensanche y mejora de la ciudad do Vigo, expuesto por el Sr. Ollo-
qui, en nombre de la compañía que representaba. Mucho pareció y aun
excesivo lo que se proponía , pero nobleza obliga, y aquella población no
puede seguir como se halla.
Si, há poco tiempo, podía alegar el verse rodeada de fortificaciones, al
presente, sin ellas y con el feísimo aspecto que la ciudad presenta, sobre
todo por donde aquellas corrían, obliga, en verdad, á los vigneses á sacudir
la ibérica apatía, y en vez de quedarse á un lado , dejando solos á quien
les señalan el camino que es preciso seguir, ó lo que es peor, consintiendo á
gente desocupada y de no buena intención poner á esta de por medio para
que sirva de estorbo á toda mejora , ayudar de buena voluntad y en prove-
cho propio, para que Vigo sea lo que debe, que harto habrá que hacer pa-
ra ello.
No ha sido pequeño el paso dado en la última mitad de Setiembre de
este año en favor de lo que vamos diciendo. El ayuntamiento de Vigo, asis-
tido de algunos vecinos de representación, aprobó los trabajos hechos por e)
Sr. Olloqui y por la comisión nombrada con objeto de lograr avenencia de
APUNTES PARA LA HISTORIA DE GALICIA. 219
intereses entre la empresa que dicho señor representa y los de Vigo. El ob-
jeto era presentar el acta de convenio al gobernador de la provincia para
que la trasmitiese al gobierno, el cual es de creer haya acogido favorable-
mente la solicitud del ayuntamiento, á cuyo nombre se quedó en hacer la
concesión de las lagunas que, bien puede decirse, infestan el Arenal.
El Sr. Olloqui, cediendo al ayuntamiento el puesto que le correspondía
como concesionario, ha servido nuevamente á su patria, ya que aquel creia
interesada su honra en que la cesión de las lagunas por el Estado se hiciese
en su nombre, después de lo cual se proponía tratar con la empresa. ¡Plegué
á Dios qne, allanado tanto estorbo como el bien de Vigo ha ido encontrando,
se logre al fin llevar á cabo buena parte, íil menos, de las mejoras indicadas!
¡Plegué á Dios que los dos años pasados sin ventaja para nadie, y con gran
daño de la población y de su higiene y exterior aspecto, hayan servido de
enseñanza á todos, para que los muchos viajeros que tanto anhelan y temen
llegar á aquellas hermosas playas de Galicia, no padezcan amarguísimo des-
engaño en ver la mezquina ciudad que hoy ocupa el lugar donde deberla te-
ner asiento la más hermosa de España! '
Para ello se necesita firmeza, amor al suelo que nos ha visto nacer, y...
una palabra que apenas me atrevo ¿pronunciar, tratándose de Galicia....
¡Union!
No por amigo del Sr. Olloqui, que lo soy, teniendo semejante honra en
grande estima, mas por amigo de Galicia é hijo de padres nacidos en aquella
hermosa tierra, deseo que cuanto antes brote la nueva población de Vigo de
los infectos fangales que tanto afean la vista del Arenal, y cundiendo la vida
por el glorioso y estrecho recinto de la noble ciudad, surja esta hermosa y
regenerada, mirándose en las azules aguas de su deleitosa bahía, llamando
á los viajeros que de todas partes acudan á respirar su blando ambiente y
á pasar horas y horas con los ojos clavados en aquella región de paz y
bienandanza. Ya llegan á sus puertas los carriles por donde no tardará en
asomar con su penacho de humo la locomotora, signo de vida en la edad
presente. La vía férrea, cruzando valles, hendiendo montañas y llamando á
Galicia á la comunidad europea, impone grandes deberes; pero á ninguna
población tanto como á Vigo. No lo olviden jamás sus moradores; y si por
ventura, todavía alguno entre ellos se atiene á lo presente, por mezquino que
sea, que mire entorno y tiemble en ver cómo llora Galicia entera lágrimas
de sangre por su apatía y aún desvío, cuando, años hace, pudo también ha-
ber tenido, á la par que otras regiones de España menos importantes, po-
bladas y ricas, los ferro-carriles que hoy echa de menos y pide agonizando
al tiempo y á los capitales, que tan lentamente acuden.
El asiento de Vigo, su puerto y la prosperidad que está obligado á te.
ner, son causa de que España enterase interese en las mejoras que el señor
Olloqui propone á la que, no sin razón, llama su patria. Por ventura es en
220 RKCUERDOS DE VIAJE.
Galicia, cual en ninguna otra parte, tener sangre gallega en las venas sam-
benilo que á todo el que en semejante caso se halle, antes sirve de estorbo
que de ayuda. Pero cuando la ventaja es tan patente, aún suponiendo no se
pueda llevar á cabo por el pronto sino parte del proyecto, cierto estoy de
de que los hijos de Vigo comprenden mejor que nadie el bien que á todos
espera con la mejora y ensanche de la población, en lugar del abatnniento
y somnolencia en que al presente yace.
Todas las poblaciones de Galicia, incluso las de lo interior, han mejo-
rado notablemente, siendo de ese modo más doloroso el contraste entre
ellas y Vigo. El interés de esta, á la par de su honra, quieren que desde
luego se acepte el concurso da cuanto á mejorar el estado presente con-
tribuya. Cesen ya sus dos principales entradas de ser lo que son, esto es,
por la parte de mar, un muelle tan mal construido, que á los pocos años
de labrado, parecen sus piedras, separadas y hundidas, las de antiquísimo
puerto de alguna, ya olvidada, Cartago; y por donde estuvo la puerta de
la Gamboa, vergonzoso derrumbadero.
Si á esto se añade el feísimo aspecto de los terrenos comprendidos en-
tre el murallon y el Arenal, digan todos los vigueses y aún España entera,
que también está obligada á tenerlo en cuenta, si es posible consentir lo
que sucede por más tiempo y sin mengua.
Nobleza obliga, y pues un hombre activo y resuelto como el Sr. Olloqui,
que bien puede llamarse hijo de Gahcia, llevando también, como lleva,
sangre de aquel honrado solar en sus venas, se propone, á costa de todo
género de sacrificios, llegue á ser Vigo, en vez de más que modestísima
población, noble y hermoso ingreso á la Península ibérica, justo es que
reciba ayuda de cuantos puedan darla, de todos aliento, y de las autorida-
des amparo; no sea que la malevolencia -^longa nuevos estorbos al bien de
Vigo, de Galicia y de España.
IV.
La hermosura y grandeza del paisaje que desde Vigo se abarca son tan
grandes, que no tienen sino un defecto, y es la imposibilidad en que se
hallará siempre el arte de reproducirlos como fuera debido, ora emplee el
pincel, ora la pluma.
La raza que puebla esta región tiene sello especial en el rostro y confor-
mación del cuerpo, que la distingue sobremanera de la que mora tierra
adentro. No suelen tener los hijos de estas costas la robustez de los mari-
neros que pueblan las que siguen más al Norte, hasta Ferrol, y luego dan
vuelta, hasta el desagüe del Eo, cuya corriente separa Asturias de Galicia.
Es frecuente hallar por aquí hombres más esbeltos, si bien no tan forni-
dos como los otros Gallegos, y acaso un anticuario benévolo pudiera ver en
os hijos de las orillas del Miño y de las rias de Vigo y Pontevedra, aque-
APUNTES PARA LA HISTORIA DE GALICIA. 221
Has proporciones del cuerpo y aquel noble perfil que los hijos de Grecia
han legado á la posteridad en sus hermosas estatuas. Lo que digo se ob-
serva más bien en los hombres que en las mujeres.
Sin perder el tiempo en citar á Diomedes, Rey de Etolia, hijo de Tideo
y de Deiphila, y no olvidando lo mucho que se ha confundido á nuestros
Iberos con los de Asia, ello es que en el antiguo Convento Jurídico, cual
si dijéramos, Chancilleria de Braga, Plinio {Nat. Hist. L. 46. 20,) habla de
Cilenos, Helenos, Gravios, Castellum Tigde (Tuy), y á todos los tiene por
hijos de griegos [Grcecorum sobilis omniá). Desde luego no pueden menos
de llamar la atención los nombres, griegos sin duda la mayor parte, cuando
no todos. Que la raza de los marineros tiene calidades físicas que la dis-
tingue de los moradores de las aldeas ó casas y lugares de lo interior, basta
verlo. Ahora bien, el Convento ó Chancilleria de Braga tenia sus límites
hacia Pontevedra, quedando abarcado el territorio de que hablo.
Si ya no bastara el testimonio de antiguos é ilustres escritores, el nombre
confirma con su apellido lo que tan atinadamente repite el msigne portu-
gués Herculano, en la introducción de su historia. Después de referir c(3mo
los Fenicios habían tenido por suya la mayor parte de España en tiempos an-
teriores á Homero, sigue diciendo: «unquanto pequennas colonias griegas se
estabelecian em diversos pontos marítimos, nomeadamente (en especial
ñas márgens do Minho edo Douro, subindo pelas suas focas.»
En efecto, lo verosímil confirma la verdad histórica, y se comprende que
los Griegos, al poner el pié en las costas occidentales de la Península, en-
traran y subieran por los embocaderos de dos tan importantes y caudalo-
sos ríos como Duero y Miño. Semejante navegación, facilísima para las pe-
queñas embarcaciones, en que aventuraban la vida los antiguos, lo fué asi-
mismo por igual causa, para los Normandos, que también vinieron frecuen-
temente á estas costas, permaneciendo en ellas no poco tiempo.
Mas, ¿cuándo vinieron aquellos Welsch, Welsh, Wallici, Gallicir, Galos
cuyos innumerables enjambres poblaron gran parte del Occidente de Euro-
pa? Es singular, que, mientras el Galo de Francia perdió su nombre trocán-
dole por el de sus conquistadores Germanos los Francos, le conservaran
casi intacto nuestros Gallegos y la tierra de Gales en la Gran Bretaña.
Cierto que si en el mundo hay algún nombre de pueblo que refiera su
historia bien á las claras, es el de los Franceses, pues permaneciendo Galos
en su carácter y afición á mudanzas y toda suerte de trastornos, hubieron de
llamarse como los pueblos de raza germánica, sus señores. El Galo vencido
y sojuzgado por el Franco recibió de éste, á la par del freno y coyunda im-
puestos por la fuerza, un orden y estado sociales, cuya tradición más ó me-
nos debilitada, llegó hasta el mismo día en que Luis XYI fué guillotinado.
Aquel día, el Galo rompió, después de siglos y siglos, el último eslabón de
la que llamaba su cadena. Cayó la Bastilla, borráronse los privilegios nobi-
222 RECUERDOS DE VIAJE.
liarios que — fuera este ó aquel su origen — de la conquista germánica arran.
caban; siendo menester un acuerdo de la Convención para que los gallardí-
simos templos de arte "románico y ojival y los hermosos castillos feudales
no quedaran todos raidos de la liaz de Francia. Quisieron los hijos de esta
ser libres é iguales, lograron al cabo lo último, jamás lo primero; hubo en
aquellos horrorosos nueve meses de miedo disimulado, digámoslo, si ya no
se le quiso poetizar con el nombre de Terror, quien propusiese — y en ello
era más lógico que todos los revolucionarios juntos — que los Franceses,
Francos ya sólo en el nombre, recobraran el antiguo de Galos... Y Francia,
después de raer cuanto la recordaba antiguos privilegios, guillotinó reyes,
nobles, sacerdotes, y no teniendo ya en qué emplear su actividad carnicera,
se guillotinó á sí propia. Aquel día el Galo, sin el impulso ya de raza más
enérgica y varonil, después de avergonzarse de haber gritado hasta enton-
ces, ¡Viva el Rey! no quiso de él ni aún la libertad, prefiriendo, sin duda,
temblar de pavor ante Carrier y Fouquier-Thinville; y empuñando las ar-
mas, fué al cabo á morir por todos los campos de Europa, al grito de ¡Viva
el Emperador!
Hé aquí la historia de los Galos más poderosos y de mayor renombre. Sus
actuales desventuras, no poco parecidas á las que padecieron sus padres
cuando la caída de Roma, vienen nuevamente acompañadas de la presencia
y aún de las armas vencedoras y conquista de los Germanos. De nuevo lle-
gan éstos, irresistibles, como los que empuñaban la espada francisca ó la
(rámea de tiempos de Clodoveo. El Galo por sí solo, no tiene ya las calida-
des que á sus padres, mezclados con los conquistadores, adornaban. El Ga-
lo sabe morir, como valiente que es, pero no sabe creer El Germano sí.
Al Germano corresponde, no el imperio material del mundo que, en ver-
dad, poco vale, sino aquel legítimo influjo y aun supremacía que los pueblos,
creyentes en Dios, y, por lo tanto en la ciencia y el arte, lograrán siempre
sobre pueblos incapaces de tener fé, para lo cual y sin renegar un solo ins-
tante del libre albedrío, cierto, se necesita el mayor y más noble esfuerzo
de la humanidad.
V.
No dirá quien haya tenido paciencia para seguirme, trasponiendo las cum-
bres de Piedrafita, cuando no las de Padornelo y la Canda, ó bien los rau-
dales del Miño, que ha sido larga la liistoria de los Galos de allende el Piri-
neo. De los de aquende, como se ha tomado más á espacio, bueno será ir
conociendo su tierra y algunos pormenores curiosos de tiempos antiguos.
Demás, que estos no son conocidos ni contados como deberían, aun en
nuestros mejores libros históricos.
Bien quisiera traer á cuenta, pues de la historia de nuestros Gallegos se
trata, el nombre de lugar, Célticos, repetido como unas seis veces; mas
APUNTES PARA LA HISTORIA DE GALICIA- 223
pues no se halla sino en las provincias de Lugo y Coruña^ mejor será dejar-
lo para cuando Dios quiera llevarme por la región del Norte. Entretanto,
fuerza es tener presente, que el referido nombre, no es sino el de Celtici,
modificado por el uso y por el idioma gallego. ¿Y los Iberos, que hablaban
en Euskara, como claramente lo indican tantos nombres de lugar en Gali-
cia? ¿Y las razas prehistóricas?.... De esto y otras muchas cosas más ha-
llará en Gahcia quien tenga deseos de trabajar, tanto, que bien puede me-
ter en ello hasta los codos.
Non esl hic locus. No hay espacio, y en verdad que lo lloro, pero ya que
de tiempos antiguos se trata^ acerquémonos unos cuantos siglos más acá y
aceptemos cuantos venimos por el nacimiento ó lasangrp, de Galicia; acepte-
mos, repito, con noble entereza el epiteto de Beoda, dado por ignorantes y
mal intencionados al que, más leal y generosamente, llamó Tirso de Mo-
lina:
Reino famoso, del Inglés estrago.
¿Quién llevó á Beocia, de donde la tomó el resto de Grecia, la escritura
que reemplazó á la que usaban los Pelasgos, sino Cadmo, venido de
Fenicia, y muy probablemente de Egipto? ¿Quién sino aquel verdadero ci-
vilizador de los Griegos hizo á Tebas, acaso fundándola también, verdadera
rival de la ciudad egipcia del propio nombre, instituyendo en ella orácu-
los, de donde vino la tradición de que ambas ciudades presumían, de haber
visto á Júpiter Aramon y á Osiris Baco, y de poseer además el sepulcro de
este?
En Beocia se cultivó la viña antes que en las otras regiones griegas. Tro-
fonio y Agamedo, hayan existido ó fueran personificaciones de instintos
rehgiosos, erigieron catorce siglos antes de Jesucristo el templo de Apolo en
Levadea (Beocia), y el de Belfos, famosísimo entre todos los de Grecia. La
insigne Heraclea, era colonia de Beocia. Rica era esta nación en trigo, uno
de los artículos más importantes del comercio griego.
Aquella Beocia, tan maltratada por la ligereza de los hijos de Ática y el
Peloponeso^ tenia en pequeñísimo espacio más ciudades que ninguna otra
región de Grecia, sin contar á Tebas, hermosísima población, llena de so-
berbias esculturas, donde en especial causaba la admiración de todo el mun-
do los trípodes que había en el templo de Hércules. Burlábanse los demás
Griegos de los Beocios, á quien motejaban de lentos y torpes sobremanera
en comprender no menos que por su apostura poco elegante. Motejaban á
los hijos de Tanagra, por envidiosos; á los de Oropos, por avaros; á los de
Thespis, por amigos de quimeras; á los de Tebas, por insolentes; á los de
Cheronca, por pérfidos en la amistad; á los de Platea, por baladrones; y á
los de Haliarta, por necios. Después de esta relación de ciego, no habrá
quien, hecho á oir los mil dislates que el vulgo atribuye á los Gallegos,
224 RECUERDOS DE VIAJE.
deje de maravillarse ante la semejanza de los cargos que ciertos Españoles
inventan al presente, con los que propalaban los habladores hijos de
Atenas.
Otra semejanza con los descendientes de Celta y Suevos, consiste en
que, á pesar de tener bastantes costas, preferían la agricultura á la navega-
ción y comercio. No eran, según parece, de presencia tan llena de atracti-
vo como, por ejemplo, los Atenienses. Sin duda no sabian cruzarse el manto
con igual gracia, o eran menos pulidos en su peinado y adornos. Con todo,
no cedian en verdadero ingenio á nadie. Hijos de Beocia, fueron los histo-
riadores Anaxido, Dionisidoro y Plutarco; los poetas Píndaro, Corinna y
Ilesiodo, y los capitanes Pclópidas y Epaminondas, maestro el último de los
más insignes guerreros, desde Alejandro Magno hasta Federico de Rusia.
Vivian, sí, los Beocios poco unidos, como nuestros Gallegos también, y á
ellos únicamente debieron el no tener en toda Grecia el influjo que de otra
suerte habrían ejercido. En sus pechos generosos se estrelló más de una
vez la tan ponderada valentía espartana. Id á los campos de Leuctra, y allá
veréis el lugar donde 6.400 Tcbanos vencieron á 25.600 hijos de Esparta y
sus aliados; la más sangrienta y vergonzosa derrota padecida por Lacede-
monia, y que apenas se comprende, siquiera fuera Epaminondas el capitán
de los Beocios, verdadero inventor del orden oblicuo, después imitado por
Alejandro en la batalla del Gránico, por César en Farsalia, por Federico
de Rusia en Hohen-Friedberg, y no pocas veces al presente, acaso hoy mis-
mo, por los Alemanes en Francia. Honor de Beocia fué aquel hombre in-
signe, á cuyo nivel pocos ciudadanos y capitanes prodrá presentar la hu-
manidad entera; que vencedor en Mantinea, defendiendo á Atenas contra
Esparta, pero herido de muerte, se hizo sacar el hierro homicida, dando el
último suspiro, satisfecho con no haber padecido jamás derrota alguna, y
sobretodo, quedando Tebas triunfante, vencida Esparta, y Grecia hbre.
Por último, cuando Atenas, sólo tenia por verdadero antemural contra
Filipo las elocuentes frases y cobarde conducta de Demóstenes, Tebas se
alzó degollando á la guarnición macedónica, siendo luego arrasada por el
enemigo, quien puso en venta treinta mil ciudadanos, exceptuando sólo á
los sacerdotes y á los descendientes de Píndaro, el primer poeta lírico de
Grecia. Ya anteriormente, en la batalla de Cheronea, habían dado los
Beocios hasta el último de los cuatrocientos guerreros del batallón sagrado
de Epaminondas, muertos todos en defensa de la patria, mientras Demós-
tenes, la gloria de Atenas, arrojaba el escudo para huir con más desem-
barazo.
No hay que buscar en España justicia para los Gallegos, ni aún entre ellos
mismos; mas, pues, he concluido con la gloria militar de Beocia, traiga de
nuevo España á la memoria las palabras del único capitán á quien jamás las
armas de Napoleón pudieron vencer, y teniendo presente que la mayor parte
APUNTES PARA LA HISTORIA DE GALICIA. 225
de los cuerpos que combatieron en San Marcial, provenían de Galicia, véase
lo que Wellington dijo después de la victoria. No se asuste el lector, que
citaré solamente unas cuantas palabras escritas en el cuartel general de Le-
saca el dia 4 de Setiembre de 1813:
«Guerreros del mundo civilizado: aprended á serlo de los individuos del
cuarto ejército, que tengo el honor de mandar: cada soldado de él merece
con más justicia que yo el bastón que empuño.»
Aquí no sé qué cara pondrán algunos Españoles. Prosigue Wellington:
«Españoles, dedicaos todos á imitar á los inimitables Gallegos: distinguidos
sean hasta el fin de los siglos, por haber llegado su denuedo á donde nadie
llegó. Nación española, premia la sangre vertida por tantos Cides...»
Pero la nación española tenia otra porción de cosas mejores que hacer,
como lo prueba nuestra historia desde el año de 1815 hasta el presente;
por eso, sin duda, se ha estado la carretera de Zamora á Galicia por las
Portillas sin puentes hasta el año de 1870.
En letras, desde Macías y Rodríguez del Prado hasta Feijóo y Pastor
Díaz; en artes, desde el maestro Mateo hasta Francisco deMoure y Gregorio
Hernández, bien puede Galicia mantener su glorioso renombre y con él dar
en el rostro á quien imagine ofenderla, llamándola Beocia española.
VI.
Estamos en el castillo de Vigo, llamado, no sin redundancia, el Castro,
bien que castros hay en Galicia casi tantos como razones tiene quien esto
escribe para hablar — y nunca lo suficiente — de aquella hermosa región de
esmeralda llamada, con fundamento, por Mr. Thiers, uno de los grandes
centros del poder español.
Agradezca el lector que le haya evitado la molestia, no escasa, de trepar
desde Vigo hasta su principal castillo. Desde aquellas murallas, poco á pro-
pósito, en verdad, para resistir á la moderna artillería, se extiende la vista
por una de las comarcas más admirables del mundo. Sin ser yo parte á es-
torbarlo, corren mis ojos hacia el mar, y, desde luego se admiran de aquel
verdadero rompe-olas de las Cíes, puesto á la entrada de la más grande
y segura ría de la península. Quedara la entrada, sin ellas, desguarnecida,
pero los empinados montes que las forman, surjen á tiempo del abismo,
como para decir al Océano Atlántico: «De aquí no pasarán tus olas desco-
munales.»
La disposición de aquellas islas es tal, que mientras vienen á ocupar, digá-
moslo, el centro de la entrada, dejan paso por uno y otro extremo á toda
suerte de embarcaciones, con todo viento y en cualquier estado en que se
halle la marea. También entre las dos islas se vé un paso llamado la Porta,
que tiene de ancho, como un tercio de cable, y por fondo de 36 á 42 pies.
226 RECUERDOS DE VIAJE.
Para comprender la extensión de la liermofa ria, basta decir que las Cíes,
que tan cercanas parecen, se hallan tres leguas de Vigo. Bien que de esta
ciudad hasta el ülló, que es lo más interior, inmediato al puente de San
Payo, no dejará de haber igual distancia.
Allá lejos centellea el sol en las olas que se van empujando unas á otras,
hasta romper en la costa, desde la isla Toralla á cabo Silleiro, entre los
cuales, y más cerca de esta, yace el puerto de Bayona, Estrechan el paso,
dejándole, con todo, ancho de sobra, para que por él puedan entrar de
frente y á un liempo todos los barcos déla más poderosa escuadra, la
jmnta de la Bonieira y cabo de Mar.
Al abrigo de aquella se vé el puerto de Cangas, cuya población es de las
mayores y de más agradable asiento de aquellas riberas. A su derecha, siem-
pre en la costa boreal de la Ria, se ve el santuario de Nuestra Señora de los
Remedios, luego el Con y después Domayo, los cuales yacen al abrigo de
escuetas montañas. Sale de estas una punta, donde en otro tiempo hubo un
Castillo, y há más de siglo y medio sangrientísimo combate.
Mas tórnanse los ojos, que no es posible contenerlos, hacia la izquierda de
la costa Sur, por donde entra en la Ria la lengua de tierra que sirve de asien-
to á Bouzas. Desde Vigo, la punta del referido nombre, con su igle'sia y
dos ó tres corpulentos olivos que la rodean, ofrecen el más bello punto de
vista que imaginarse puede.
Bañada do luz se muestra aquella población, más allá de otra pequeña
punta que hay en Coya, llamada de San Gregorio. En primer término se ven
los arenales, y á su raya medran árboles y plantas, cuyo verdor contrasta,
cuando la baja marea, con la blancura de las lavadas conchas y pedrezuelas;
y si es pleamar, llegan troncos de álamos y cañas del maíz casi á la lengua
del agua. Alzase después el ya citado pequeño promontorio allende el arena^
de Coya, y luego, pasada otra extensión de arena, qne en la baja mar ofrece
ancho y agradable paso, por donde en breves minutos se llega á Vigo, se
halla Bouzas, orilla del mar, de suerte que á la espalda de sus casas llega el
mar, y aún rompen las olas cuando la tempestad tiene fuerza para trasponer
Jas Cíes, lo que solo de vez en cuando sucede.
Poniendo después los ojos en Vigo, ¿quién no se maravilla de ver la
pequeña y alegre población, cuyas casas van como cayendo desde lo alto á
la ría? Pocas son las que no tienen alguna ventana, al menos, de donde, se
pueden contemplar las hermosas vistas que semejante comarca ofrece, delei-
te de los ojos y solaz del alma. A decir verdad, tiene el paisajepor allí notable
inconveniente, y es que, como ya he dicho antes, apenas le podrá abarcar
jamás el hombre con el pincel ni la pluma. Doble razón para que cuantos
amamos á la naturaleza y al arte, procuremos llamar hacia aquellas costas
á todo el que tenga ingenio, y voluntad de emplearle.
Por todas estas rías y valles, donde la felicidad sonríe entre flores, como
APUNTES PARA LA HISTORIA DE GALICIA. 227
en tiempo de Silio Itálico (III, 545.) y Claudiano (Laur. Ser. 71) ha queda-
do para desmentir la vulgar opinión que moteja á Galicia por pobre, aquel
cantar que expresa la riqueza de esta región, si bien ya no es cosa, y mucho
menos hoy, de mentar al abad:
El abad de Redondela
Cómese la mejor cena.
El nombre del pueblo que acabo de mencionar lleva mis ojos hacia Teis,
nombre, en verdad, griego por todos sus cuatro costados, y lugar donde aún
tieneu casa parientes de quien esto escribe. Por alli se alza el enhiesto peñón
de la Guia, tan conocido y buscado de los navegantes para entrar en Vigo.
Luego se ve el castillo de Rande, frente al de Corbeiro, donde interrumpí
la descripción de la costa boreal de la ria. Estréchase ésta de tal suerte
en aquel punto, que desde ambas fortalezas, ó más bien sus ruinas, se for-
ma abrigadísimo seno, donde yacen las islas y lazareto de San Simón. Cuan-
do el alzamiento de 18G8 gritó la ciudad de Vigo, por no ser menos que las
otras, ¡Abajo todo lo existente! en virtud de lo cual cayeron en desuso las le-
yes de cuarentena. Desde luego perdió la desventurada ciudad de 90.000 á
100.000 duros que anualmente dejaban en ella los buques, cuya patente sucia
les obligaba á permanecer más ó menos dias en el lazareto. Por lo demás, yá
pesar de todas las teorías y abstracciones del mundo, ha sido forzoso resta-
blecer las cuarentenas, si bien después de los desastres causados por la fie-
bre amarilla á nuestra población y comercio en Barcelona y Alicante.
VIL
Aquí llegamos á uno de aquellos asuntos que más de un escritor moder-
no, de los que todavía presumen de hablar en español sin fundamentos para
ello, llamara palpitante.
Nadie ignora que el desastre acaecido por estas aguas el día 23 de Octu-
bre de 1702á nuestra flota de América, ha despertado más de una vez des-
de entonces acá la codicia, en especial de los extranjeros. Al presente hay
una compañía por acciones, formada en París, la cual ha enviado á las aguas
de Redondela, y no lejos del lugar llamado Regasende, un buque con buzos
y aparatos para el caso. Hasta ahora no es mucho lo que se ha encontrado; y
en cuanto á dhiero, nada ha parecido. No sin cierto reparo habré de citar
nuevamente un escrito mió; pero como todos ellos, ó la mayor parle, son
relativos á Galicia, no tengo otro remedio sino pedir al lector me pase la
cita, y traerla á cuento enseguida, por ser forzoso hacerlo así.
En la Crónica de Pontevedra, uno de los pecados histórico-literarios que
extendió con más amore el autor de los renglones presentes, tuvo éste la for-
tuna de poder publicar un documento, á todas luces escrito por un testigo
228 RECUERDOS DE VIAJE.
presencial, del que, cierto, antes deberla llamarse combate de Redondela
que de Vigo.
El dia 22, esto es, el anterior al de la pelea, se presentó á la vista la es-
cuadra de los aliados, que en realidad, no era sino inglesa , de cuya nación
eran todos ó la mayor parte de los buques. Bien se temia ya el suceso,
con lo que se habia pedido permiso para que la flota, que liabia buscado
amparo en las aguas de la ria de Vigo, pudiese en aquel mismo lugar po-
ner en tierra su cargamento. Abora bien, y aunque no deje de baber cierta
crueldad en los datos bistóricos, no hay sino ir exponiéndoles, para com-
prender cuan difícil es bailar boy debajo de las aguas cosa que resarza los
gastos bechos en su busca.
Con la noticia de que la armada enemiga estaba á la vista , nuestra flota,
cuyo jefe era D. Mauuel Velasco de Tejada, Caballero del bábito de Santia-
go, natural de Sevilla, y á la cual iban guardando buques franceses , man-
dados por el conde de Cbateau-Renaud, buscó abrigo en el seno de Redon-
dela, y el amparo de los castillejos de Corbeiro y Rande. De uno á otro
cerraron el paso con cadenas, cables y maderas, disponiendo al mismo tiem-
po gruesa artillería en ambas puntas.
Con el enemigo ya encima, y viendo que la casa de contratación de Cá-
diz se negaba á todo desembarque, sin que, al propio tiempo, determinase,
como era debido el Consejo de Indias, dice nuestro testigo , que era vecino
de Redondela, y se bailó en todo: que se trató de desembarcar la plata y
llevarla á SJadrid por Lugo, lo cual asegura se hizo en l.fiOO carros 6 car-
retas de la tierra, llevando cada una cuatro cajones. Emprendió la marcha
el convoy, y ya habla llegado al Vadron, cuando se presentó la poderosa
armada inglesa, holandesa y del imperio, que según el bijo de Redondela,
llegaba á 300 navios. A tal número les bacia subir el temor con que se les
miraba.
Los enemigos pasaron acercándose á Cangas, para evitar cuanto fuese
posible el fuego de la plaza de A^igo, y torciendo luego á Teis sin gastar ti-
ros de pólvora, se apercibieron al combate. Por la nocbe, enviaron unas 17
lancbas, como para forzar las defensas que estorbaban el paso, ó bien reco-
nocerlas, mas bubieron de retroceder ante el fuego de los castillos.
El lunes 23, de once á doce del dia, siendo ya casi pleamar (1), desem-
barcaron por la parte de Teis basta 4.000 Ingleses, encaminándose al cas-
tillo de Rande. Triste es decir que los nuestros, gente allegadiza sin duda,
(1) La relación que sigo, como ya he dicho, de testigo presencial, que debia de ser
carpintero de ribera y pequeño propietario de Redondela, se copió después, y concluye
de este modo: es así la verdad y lo firmo de mi nombre en Redondela, á 20 de Noviem-
bre de 1802. — Domingo Martínez. — Un siglo cabal después. — Véase la Crónica de
Pontevedra, de la Crónica general de España.
APUNTES PARA LA HISTORIA DE GALICIA. 229
no les hicieron cara, á pesar de hallarse á la vista el principe de Barhanzon,
gohernador del reino de Galicia, con buena parte de la nobleza, muciía gen-
te de milicia y ocho compañías de á caballo. El vecino de Redondela da ta-
les pormenores, que no se puede, en verdad, dejar de tener en cuenta su
relación.
A tiempo que los Ingleses llegaban á Rande; castillejo que , como el de
enfrente, siempre debia de valer poco; sus navios, aprovechando un torbe-
llino de agua, de aquellos que tan bien saben enviar las nubes al hermoso
suelo de Galicia, embistieron á toda vela, con las proas armadas de espolo-
nes, y, rompiendo la cadena y estorbos, forzaron el paso. Al punto comenzó
el combate, especialmente entre Ingleses y Franceses , pues los buques de
nuestra flota, podian mas bien considerarse como naves de comercio. Mas
como eran la presa que estos anhelaban arrebatar y aquellos defender, no
podia menos de encenderse el combate con el mayor encono en su alrededor.
Ardieron nuestros bajeles, á impulso del fuego enemigo unos, y otros, de
nuestras propias manos. Los franceses fueron aquel dia buenos soldados,
peleando noblemente, aunque con desventaja, combatiendo dos de sus na-
vios, uno inmediato á Rande, y otro á Corbeiro, hasta que se fueron á pi-
que. Muchos Españoles é hijos de Francia murieron, siendo también en
gran número los Ingleses que perdieron la vida , mas ganaron la victoria,
quedando en su poder las embarcaciones que no se habían sumergido.
Vlil.
Veamos ahora, si es posible, qué fué del rico cargamento de nuestra
flota. «Y en la marea, añade el autor de la Relación, de la batalla, se ha-
bían desembarcado muchas cosas en el muelle donde todo pereció, gitc ase-
guran muchos y el general , se perdieron de plata , oro, grana, añil, cam-
peche, tabaco, chocolate, vainilla, cacao, corambre y mil zarandajas que de
aquella tierra se traen, mas de cuatro millones.
¿Qué era en tanto de los 1.600 carros ó carretas que ya llegaban al
Padrón, cuando se presentó el enemigo? ¿Llegaron los cuatro cajones, que
cada uno llevaba, á manos del gobierno español? ¿Era lo que se perdió en
el muelle parte de lo que habia de ir en los carros? En estos no iba sino
plata, la mayor parte acaso de cuanto habia traido la flota. Que se desem-
barcó, no hay duda, pues las carretas comenzaron á andar con su carga , y
ya hablan llegado al Padrón, cuando se mostró á la vista la escuadra ene-
miga. Entonces, aún tuvieron las carretas espacio de adelantar más , y si
bien el paso que llevaban no podia ser muy apresurado, y sobre todo 1.600
vehículos de este género, por pequeños que sean los^de Gahcia , como en
efecto lo son, tienen que ocupar mucho terreno, ello es que tuvieron como
veinticuatro horas para llegar al Padrón, desde que la escuadra enemiga en-
250 UECUERDOS DE VIAJE.
Lró en la ria, y mucho más tiempo, sí, como asegura el vecino de Redon-
dela, se habia desembarcado antes la plata para llevarla á Madrid.
Bien se comprende, que, siendo, en especial, la plata lo que el enemigo
buscaba, se tratase, ante todo^ de ponerla á salvo, como la cosa más impor-
tante y de fácil manejo que en la flota venia. No hay duda que á la torpe
codicia de la casa de contratación de Cádiz, se debe el que todo aquello se
perdiera. ¿Mas cómo y por qué se perdió, cuando ya estaban los cajones dis-
puestos en los carros , y el que podríamos llamar convoy , habia llegado al
Padrón, andando nueve ó mas leguas, que no eran entonces los caminos
de Galicia, ni fueron mucho tiempo después lo que son al presente?
En primer lugar, el vecino de Redondela refiere con toda exactitud
cuanto vio y oyó. Lo primero, bien se le puede creer, y aun por eso , será
siempre necesario tener presente su relación. Sin duda , viendo que la con-
tratación gaditana se negaba á toda determinación juiciosa, y el Consejo de
Indias nada resolvía, determinaron los jefes Francés y Español de las na-
ves, de acuerdo, si ya no por mandato del mismo principe de Barbanzon,
gobernador de Galicia, allí presente, desembarcar la plata sin más esperas
ni rodeos. Que así se hiciera^ buscándose al propio tiempo por todo aquel
tan poblado territorio cuantos carros pudieran hallarse, se comprende tam-
bién; pero 1.600 en tan poco tiempo, nos parecen excesivos, aun para Gali-
cia, donde tanto abundan.
Desde luego puede asegurarse que no hacia falta semejante número; pe-
ro que se reunieran por orden de la autoridad, cuantos vehículos se halla-
ran á mano, es cosa que se comprende fácilmente. Demos pues, al convoy,
ó buena parte de él por puesto en salvo... del enemigo.
Ya desembarcada la plata, y mientras el enemigo forzaba el paso, se
trató de poner en tierra, además de aquella, las mercancías de la flota.
También se hizo, en parte, aunque muchas fueron arrojadas al agua por
los mismos Españoles, y otras quedaron perdidas á bordo de las naves
echadas á pique.
Entretanto, y mientras el enemigo y los nuestros, no contentos con va-
lerse de la artillería, empleaban toda suerte de medios para dañarse , juz-
gúese cuáles serian la confusión y espanto , viendo volar de unos navios á
otros, camisas embreadas, ollas de betún incendiario, ayudando á la par los
cañones, como si nada bastase para satisfacer la codicia y encono de los
combatientes.
Ahora bien, las pocas tropas del ejército regular que el de Barbanzon
tenia en los fuertes ó hacia Redondela, debían de hallarse peleando. ¿Quién
custodiaba la plata que en las carretas iba camino del Padrón? Nadie.
¿Qué no sucederia'en lo interior, cuando en el mismo muelle de Redon-
dela, nos refiere su vecino , que en la marea de la batalla perecieron las pre-
ciosas mercancías y mil zarandajas que de aquella se traen? Y es lo cierto
APUNTES "PARA LA HISTORIA DE GALICIA. 251
(jiie no todo lo robado cayo en manos de los Ingleses, ni mucho menos. Estos
no empezaron á salir de la ria, sino hasta eldia 30, empleando los anteriores,
después del combate, en echar buzos, á los cuales hadan cuanto daño era
posible los cañones de Vigo (Descrip. Topográfíco-Histórica de la ciudad
de Vigo, etc., por D. Nicolás Tabeada Leal), que no seria mucho. Al pro-
pio tiempo entraban por lo interior, en busca , especialmente de ganado, y
no sin causar grandes daños á los nueslros, y ofensas á la religión católica.
Confesaron los Ingleses haber apresado cuatro millones de pesos, y dícese
perdió el comercio de Cádiz más de ocho. ¿Se hallan estos en el fango del
seno de Redondela? Bien puede asegurarse que la mayor parte no. Desde
luego, y mientras los enemigos hacian de las suyas, los campesinos de las'
cercanías, en compañía de otros malvados, entraron en las casas de Redon-
dela, cuyos vecinos hablan huido á los montes, y aprovechando la lluvia y la
noche, robaron cuanto pudieron; «y en la villa, añade el autor de la rela-
ción, después de retirado el Inglés á su armada, los vecinos acometieron á
hurtar las alhajas que hablan quedado en cada casa y portearlas á las suyas ;
y mi casa no fué la que menos padeció, porque me hurtaron los vecinos
gran cantidad de centeno, diez y ocho frascos, dos redondos, mucha Tala-
vera (loza), aderezo de cocina, espejo, escoba, mucha herramienta de mi
oficio, hacha y formón, un Santo Domingo de madera, etc.» Y sigue di-
ciendo el desventurado Redondeles que, «en muchos años no levantaron
muchos, como yo, uno de ellos, que ni una camisa me dejaron, ni ropa,
sino la que me quedó á cuestas, é igualmente la de mi mujer é hijos.»
Este era el porte de ciertos vecinos y el de los moradores del campo;
veamos qué tal lo hacian las tropas del Rey. Mientras el autor de la rela-
ción se curaba en Pontevedra dos balazos que el jueves 2G le hablan dado
siete imperiales (enemigos), hacia San Martin de Castiñeira, en el lugar lla-
mado Honra d'a Mosaa, de donde le llevaron los suyos por muerto, «una
compañía de caballos que existia en la villa de Redondela (idos ya los Ingle-
ses), esa fué la que hurló casi todo lo que había quedado del despojo del
inglés,» el cual fué llamado de repente y dejó muchas alhajas por llevar, ó
por no poder llevarlas. Después llegaron seis compañías de milicia del con-
dado de Salvatierra, y cesaron los desmanes.
Ahora bien; teniendo en cuenta la codicia que no podía menos de des-
pertar en muchos el tener la plata á mano, mientras los soldados comba-
tían, y aun la propia indisciplina de estos, según acabamos de ver en lo de
Redondela, vemos que los datos históricos, muchos de ellos contemporá-
neos, confirman la opinión de que la mayor parte de la plata que en la flota
venia, desapareció robada por unos y por otros.
¿Tuvieron parte en el vergonzoso hecho los jefes? Nada hay que lo asegure,
como no sea la mala intención con que los Ingleses afirman que el conde
de Chateau-Renaud murió inmensamente (inmensily) rico, por lo cual se
232 RECUERDOS DE VIAJE.
adliiere Ford en su Manual del viajero por España, á la conjetura de
que lio todos los tesoros españoles se ptrdieron y quedaron sumerjidos en la
bahiade Vigo.
Sin calumniar á nadie, y más bien echando el tanto de culpa á cada uno,
hubiera negligencia, mala fé, ó ambas cosas á un tiempo, el verdadero culpado
y merecedor de los daños padecidos, fué el comercio de^Cádiz. De nuestros
jefes, nadie ha dicho la menor cosa ofensiva á su honra. En cuanto á los
moradores de esta parte de Galicia, mucha plata quedó, sin duda, el mes
de Octubre de 1702 en sus manos, en lo cual, cierto, no dejarían de tj'u-
darles algunos soldados del ejército. En resolución, cuando hay mucha plata
punto menos que por los suelos y abandonada, y gente dispuesta á quedarse
con ella, ¿fuera pecado decir que la plata — semejante en ello harto á me-
nudo al aceite, — manchó las manos de muchos que por allí había?
Aquellos sucesos nos traen á la memoria el epitafio puesto por los France-
ses al conde de Chateau-Renaud, quien peleó esforzadamente, mas no con
la fortuna que supone la inscripción, y dice así:
CTy git kplus sage des Héros:
II vainquit sur la ierre, il vainquü sur les eaux.
Bien que, para decir verdades históricas, ahí está Mr. Ollívíer Merson^ el
cual, en su Guia del Viajero á Lisboa, dice «que en 1702 dieron los an-
glo-holandeses ruda batalla á una flota española, que liabia buscado el
abrigo de los fuertes de Vigo. Los aliados — añade M. Merson — hicieron hor-
rible carnicería de hombres é inmensa fiesta de pólvora {feu dejóle) con los
buques. El desastre de los Españoles — siempre M. Merson — fué completo.
Cogidos como en ratonera, quedaron todos presos ó muertos, y ni uno, di-
gámoslo, sobrevivió á la catástrofe.» De los Franceses no sabe ó no dice pa-
labra. Al cabo, al cabo^ si algunos quedaron ricos inmensamente, como los
Ingleses afirman, no merecía para ellos, en verdad, nombre de catástrofe el
mal suceso del combate de Vigo. Leídos á la par el epitafio de Ciíateau-
Renaud y las palabras de M. Merson, ¿quién no exclamará con los paisanos
de aquellos señores: Et voilá done comme l'hon écrit l'histoire?
Duerma, en tanto, la ría de Vigo, ceñida de franjas de esmeralda y nidos
de paloma, que no otra cosa semejan sus campos, villas y aldehuelas.
¡Duerma á la par GaUcia, mientras llegan el Tirteo que la despierte, el
O'Connell que la infunda ahento^ el Walter Scott que la describa! Hermosa
y apacible cual ninguna otra región del mundo, ¿dónde hallarla más des-
venturada, si sus hijos enmudecen, y los que llevamos sangre gallega en las
venas apenas tenemos fuerzas ni ahento para narrar su gloría?
Fernando Fulgosio.
(Se concluirá.)
FILOSOFÍA Y CIENCIAS POSITIVAS
EN VARIAS DE SUS RELACIONES,
DEMOSTRADAS POR TRABAJOS RECIENTES.
I.
La palabra Filosofía tiene dos acepciones: la que significa la Ciencia una.
fundamental, general y conjuntiva, comprendiendo la lógica, metafísica, etc.,
y la que designa especialmente el concepto y conocimiento del todo orde-
nado de la Naturaleza, reducido á un sistema, es decir, la teoría del uni-
verso. Esto último equivale á lo que se entiende por Filosofía natural, pa-
labras que aqui usaremos, junto con el significado de la voz Filosofía puesto
al principio, al considerarla en cierta relación con algunas de las ciencias
particulares empíricas ó positivas (1). Estas se arraigan enteramente en la
experiencia, es decir, que se fundan en la observación directa y en las con-
secuencias que de ella se sacan; mientras que la Filosofía, en el segundo
sentido indicado, traspásala experiencia, es trascendente; y así, todo lomas
que puede valer es tanto como una aspiración á ciencia positiva. Tratadistas
autorizados designan como aspiración semejante á la metafísica, cuando in-
tenta el desenvolvimiento de la expresada teoría del universo. Lo mismo
hacen respecto á la filosofía de la historia, que colocan en la metafísica,
donde pertenece, al menos, según sus principios; aunque varios de los sis-
temas filosóficos más importantes y recientes evitan el empleo de la voz
• melafisica y exponen sus doctrinas trascendentales con otras palabras y con
diversas combinaciones de términos que ú igual fin equivalen y corres-
ponden.
(1) De acuerdo con varios autores, llamamos positivas á las ciencias cuyas conclu-
siones se comprueban por experimentos que directamente pueden observar nuestros
sentidos. El sistema de dichas ciencias es distinto del positivismo.
TOMO XIX. 16
234 filosofía
Existen, empero, puntos de vista que acercan la metafísica á las ciencias
positivas. Alúdese á los que consideran sus proposiciones como hipótesis en
la indagación del universo. Tales hipótesis son ensayos provisionales para
explicar las leyes de los fenómenos que todavía desconocemos, son fórmulas
fundadas sobre el terreno de las verdades conocidas, basadas según la ley
de la probabilidad, que después la experiencia y la indagación han de con-
firmar ó de contradecir.
Hipótesis semejantes se establecen, asi en las ciencias naturales, como
en la historia de la humanidad, sacando y desenvolviendo consecuencias
de las mismas, poniéndolas frente á los hechos suministrados por la expe-
riencia, con lo que se confirma su certeza; se modifican ó resultan por
completo inadmisibles, y en este ultime caso, otras hipótesis vienen á reem-
plazarlas, hasta conseguirse una armonia completa y exacta con la expe-
riencia y la realidad. Por ejemplo, si en la filosofía de la historia colocamos
por punto de arranque y elevadísimo principio la hipótesis relativa á que la
humanidad por todos lados camina constante, aunque, interrumpidamente,
á la realización de sus planes ideales, sacaremos consecuencias de varios
géneros. Aquella hipótesis, por otro cabo, también puede considerarse como
consecuencia de la proposición más comprensiva, respecto á que todo en el
universo está fundado en lo ideal ó espiritual, y desde semejante punto de
vista tendremos aquí una hipótesis metafísica.
En tal aserto, seguramente hay algo de verdad; pero respecto al mismo
no se pueden omitir las siguientes preguntas: ¿Qué es lo que nos mueve
á establecer semejantes hipótesis universales, que tan lejísimas están de la
experiencia? ¿No habrían de facilitarse primero, muchos prin cipios especia-
les antes de llegar á los más generales de la teoría del universo? ¿De dónde
procede el calor y la confianza con que abrazamos y conservamos aquellas
hipótesis metafísicas, sin exigir sus pruebas empíricas? En una palabra,
¿por qué admitimos las últimas sin violencia y no hacemos lo propio con
las hipótesis astronómicas y geológicas?
La contestación está en que las primeras son al mismo tiem po proposi-
ciones de la fé, y lo que á ellas nos impulsa es la facultad cognoscente reli-
giosa. Por eso precede forzosamente siempre la experiencia con la fé, de
modo que creemos lo que todavía esté por probar, á condición, empero,
que no resulte contradictorio con lo ya demostrado; y por la inversa, nada
podemos creer opuesto á la experiencia. Por lo común se llaman científicas
en sentido eminentemente positivo á las proposiciones metafísicas, y no se
les aplica su verdadera y exclusiva calificación de teoremas, tesis de fé, é
hipótesis (1). Tales proposiciones metafísicas, no obstante, pueden ser ri«
(1) Los catedráticos Eeuschle, von Hartmann y otros alemanes autorizados, así
como varios autores doctos de Inglaterra, protestan enérgicamente perqué se llamen
científicas á las proposiciones metafísicas.
Y CIENCIAS POSITIVAS» 235
gorosamente científicas estando comprendidas en la categoría de negativas ó
criticas, esto es, si se reducen á probar lo insostenible de una teoría, como
la del universo, por ejemplo, demostrando la contradicción en que puedi
hallarse con las ciencias positivas.
Así, cuando Hegel coloca la Filosofía junto á la Religión, pero uij grado
más alto, en la esfera del espíritu absoluto, entonces debe darse al primer
término el segundo sentido que al principio hemos concretado. Las propo-
siciones metafísicas, cuando están reducidas á exponer la contemplación del
universo mundo ordenada y trascendentalmente, más que teoremas cientí
fieos son, según opinión de algunos sabios, tesis de la fé, dogmas de la re
ligion racional, sólo revistiendo formas científicas y aspirando á la armonía
con los resultados de las ciencias positivas. Tales proposiciones, pueden
considerarse, de acuerdo con los autores aludidos, como si se hallaran
aguardando á que, por consecuencia de nuevos adelantos científicos, fueran
á pertenecer verdaderamente á la esfera de las ciencias positivas. Así, aque-
llos comparan el gran conjunto de ciencias particulares positivas , con los
Estados, y á las proposiciones metafísicas con territorios que, según las cir-
cunstancias, son perfectamente susceptibles de convertirse en Estados.
Hay, empero, también autores acreditadísimos que sostienen que la me-
tafísica, independiente del empirismo y sólo ajn'iori, puede hallar la ver-
dad, fundándose en esto la división de las ciencias en dos clases, á saber:
las que siguen el método empírico, aposteriori, y las que proceden según
el método a priori. Pero esto también lo combaten Stuart Mili y otros, que
no admiten más que ciencias predominantemente deductivas, y empíricas
ó inductivas, calificando los últimos principios de aquellas de naturaleza
empírica, no comprendidos en los que entendemos por a priori, y de los
cuales todo se deduce ó se saca por conclusiones.
No añadiremos á las que preceden otras observaciones análogas, pues
basta consignar aquí que, como saben cuantos conocen el moderno movi-
miento científico, es grandísimo el número de los que tienen opiniones ad-
versas á la Filosofía, los cuales piden la supresión total de la metafísica, des-
preciando todo pensamiento abstracto ó especulativo, y sin admitir más que
los datos empíricos del estudio de la naturaleza, dan por verificado, absolu-
ta é irrevocablemente, el divorcio entre el espíritu filosófico y las ciencias
positivas (1). Que semejante opinión es inadmisible puede probarse con*clari-
(1) La repugnancia enemiga contra la Füosofía y el modo de pensar filosófico, son
muy pronunciados hoyen dia: los profesan muchos, casi los más. Así lo escribió Sanz
del Rio en su.artículo publicado en el niimero del 10 de Febrero de 1870, del Boletín
Revista de la Universidad de Madrid. También confirma esto Dressel en el tomo XVI,
p. 158; de Naturund O ffcnbarung {Münster, 1870); Riehleu sus Freie Vortrdge; pu'
blicados hace poco, manifiesta lo mismo; así como muchísimos escritores modernos
cuya enumeración aquí seria prolija.
236 ' FILOSOFÍA
dad, bien señalando respectivamente los límites é índole de la Filosofía y de
dichas ciencias, ó bien presentando otro género de consideraciones. En
estos rápidos apuntes inténtase demostrar con resultados de publicaciones
recientes una exigua parte de tal asunto, limitándolo á muy pocas de las
ciencias naturales y especialmente á la geología.
II.
La Filosofía, como nadie ignora, ha precedido con grandísima antelación
en el estudio de la naturaleza, y diversos sistemas filosóficos antiguos tienen
establecidas teorías del universo, en las que se presentan doctrinas que ac-
tualmente forman parte de las ciencias positivas (1).
En dichos sistemas comprendíase, como parte subalterna de la metafí-
sica, á la cosmología, cuyo objeto era tratar de indagaciones metafísicas,
dentro de la esfera de lo existente, tanto respecto á su encadenamiento in-
terno y general, según lo perciben nuestros sentidos, como también inme-
diatamente con relación á lo espiritual. Mas desde que se determinó, mer-
ced al crecimiento de la metafísica, limitarla á la esfera ontológica pura,
dióse á la cosmología el nombre de filosofía natural, como rama separada
que se ha plantado cultivándose y extendiendo ahora sus raices en el dilata •
disimo campo situado entre el de las ciencias naturales y el de las severas
indagaciones metafísicas. Dsconocidos en la antigüedad, así el método em-
pírico délas ciencias naturales, como el opuesto de la metafísica pura, las
fres divisiones indicadas no existían, y reunidas formaban lo que entonces
se designaba con el nombre general de Física. Pero la separación hubo de
establecerse desde que, por un cabo las ciencias positivas, y por otro la
metafísica, llegaron á fijar sus métodos especiales y fecundos.
Varios han intentado hacer desaparecer la división aludida, tan conveniente
y necesaria. La escuela de Schelling — no citando más que un ejemplo — ensayó
aquella unificación; pero los resultados han sido frustáneos, tanto por la
carencia de claridad que revestían, como por otras causas.
Es ciertamente muy grande y levantado el pensamiento de penetrar y
comprender al universo entero en un solo é inmenso total sistemático de cuanto
existe; pero las indagaciones modernas han patentizado que es imposible se-
mejante propósito si no establecemos la división antes referida. Para acer-
(1) No ponemos citas que confirmen la afirmación del texto, porque ocuparían de-
masiado espacio, y porque nadie negará diclio aserto si conoce las doctrinas de los an-
tiguos filósofos. Apuntaremos vínicamente que Aristóteles en su Physicce Auscultatío-
ne$ (libro II, cap. VIII, s. 2) indica con vaguedad, y hasta cierto punto, la doctrina tan
en boga lioy en dia de Darwin. También Kant, en el siglo pasado, esquicio algo de las
teorías que actualmente predominan sobre el origen de los organismos. Véase su Kritik
ilertdeoloymhm Urtheilskraft, 2." edición, pág, 365.
Y CIENCIAS POSITIVAS. 237
carse y llegar alguna vez á dicho resultado, no podemos prescindir de la Filo-
sofía, porque sin esta nuestros conocimientos de la naturaleza quedarian
encerrados dentro de esa esfera de tan escasísima magnitud que abrazan
nuestros sentidos, pues las ciencias positivas nunca abandonan el terreno
firme, aunque estrecho, del empirismo, ioque sin duda produce sus porten-
tosos progresos y grandes conquistas en los tiempos modernos.
El fundir en un molde único la idea completa y total de la naturaleza es
obra de la Filosofía, y cuando se desconocen sus métodos metafísicos , ni
siquiera cabe intentar la resolución de semejante problema. En Inglaterra,
por ejemplo, donde generalmente no admiten la metafísica, como colocada
frente al método empírico de las ciencias positivas, entienden por filosofía
natural la física matemática, término, que como es sabido, primero um
Newton. Pero la filosofía natural propia y efectiva tiene por objeto enlazar
los resultados de cada ciencia positiva especial, formando grandes totales
para determinar las líneas y trazar el plan del universo entero, y se ocupa
además principalmente de poner en armonía las observaciones de dichas
ciencias con los hechos internos generales de la facultad espiritual ó cog-
noscente. Asi ps que aquella filosofía está estrechamente relacionada, de
un cabo con las ciencias particulares positivas, y de otro, con la psicolo-
gía y la filosofía de la rehgion. La psicología, considerada como ciencia
empírica del alma, suministra una base especial para la teoría del universo,
porque fuera de las ciencias naturales, añade un punto de apoyo interno
para el fundamento externo y empírico de dichas ciencias.
Esto configúrala relación de la psicología ala filosofía natural, de manera,
que dicha psicología empírica aparece como ciencia auxiliar de las naturales
sin las cuales absolutamente podría subsistir; pero no sucede lo mismo res-
pecto á la filosofía de la religión , la que, si bien descansa esencialmente sobro
fundamentos éticos, necesita para determinar y concretar sus doctrinas el
apoyo de la filosofía natural.
Mas lo anterior, de que tratan la psicoleología y la teleología, no
forma parte de las breves indicaciones contenidas en estos rápidos apun-
tes (1), reducidos á ensayar una ligerísima demostración relativa á que
las ciencias positivas, no obstante sus grandes progresos y su ambi-
ción todavía mayor, ni pueden reemplazar, ni mucho menos suprimir la
Filosofía. Para dicho propósito nuestro, conviene ahora decir breve-
mente algo sobre el contenido, método y objeto de unas pocas ote tales
ciencias. Haciendo esto, se pondrán de manifiesto los graves errores y las
(1) Sobre la relación de la Filosofía de la naturaleza á la de la religión, véase la im-
portante obra de Schaller, en dos tomos, intitulada: Historia de la ülosofia natural
desde Bacon hasta nuestros dios (Geschichte der NaturpMlosophie von Baco bis auf
unsere Zeit. )
238 FILOSOFÍA
injustificadas exajeraciones en que suelen incurrir cuantos colocan las cien-
cias positivas en una esfera que no les corresponde, los que no toman en
cuenta sino una parte de sus hechos y sin comprender su Índole, ni las
relaciones que las eslabonan, corren inconscientemente peligro de convertir
dichas ciencias en fuego fatuo, que en vez de ser luz y faro para guiar, des-
lumhra y extravía.
III.
Las ciencias naturales comprendiendo el conocimiento de los cuerpos
que en la tierra existen, abrazan una inmensa extensión, y como es sabido,
sus diversas partes, que todavía siguen edificándose, estriban sobre los pri-
meros fundamentos construidos por Haug y Mohs para la mineralogía; por
Werner y von Buch, sabios ambos de la Academia freibergense, para la
geología; por Cuvier para la paleontología, por Lineo y los Jussieu para la
botánica; por Lineo, Cuvier y Geoffroy-Saint-Hílaire para la zoología; por
Karl Ernst von Baer para la embriología, y para la fisiología por Harvey,
Haller y Miiller,
Los grados del desenvolvimiento de cada ciencia natural corresponden á
dos clases. En la primera se observan, nombran y clasifican los cuerpos, y
hechos que presenta la naturaleza, y en la segunda se intenta hallar leyes
naturales y probar su certeza. A fin de realizar este propósito nos valemos
de dos grandes auxiliares, que son la ejecución de experimentos y la aplica-
ción de las matemáticas. Los experimentos, mediante los cuales reproduci-
mos artificialmente ciertos fenómenos naturales bajo condiciones exacta-
mente conocidas, obligan á la naturaleza á contestar las preguntas del in-
vestigador. Así se aislan los fenómenos y se determinan sus elementos : los
hechos complicados que resultan, se logran simplificar, purificándolos y con-
cretándolos exactamente. La experimentación consigue que se pueda medir
la magnitud de lo que la vista abraza en cada fenómeno. Dicha experimen-
tación, la simple observación y el estudio dan á conocer fórmulas generales,
ó sean leyes que los fenómenos obedecen.
Asi, aún dentro del estado imperfecto de nuestro total saber, se han lle-
gado á determinar puntos fijos é invariables, cuyo número va en constante
aumento; pero cuya unión para formar un todo, está sujeta á continuas va-
riaciones. Aquellos puntos fijos de las ciencias positivas excluyen las causas
y únicamente comprenden las leyes naturales. Son por ejemplo, tales pun-
tos en la geología: la forma de la tierra; la composición consistente en varios
agregados de minerales de su parte sólida; la posibilidad de determinar la
edad relativa de las rocas según sus relaciones de estratificación; la confor-
midad general de la estructura del globo terráqueo en todos los países cono-
cidos; la diferencia de los restos orgánicos dentro de las formaciones de di-
Y CIENCIAS POSITIVAS. 239
versas épocas; las variaciones así en la estructura interna como en la super-
ficie de la parte sólida del globo, etc.
Establecidos en las diversas ciencias positivas el mayor número posible
de tales puntos fijos, se logran descubrir las leyes naturales, las cuales como
es sabido son muy diversas de las jurídicas. Estas, no todas las veces se
cumplen; mientras que las leyes naturales fundadas en la esencia de las co-
sas siempre rigen y son perfecta y constantemente ineluctables. El descu-
brir las leyes naturales, como dice Humboldt (1) , es el último fin de las in-
dagaciones de las ciencias positivas.
IV.
Lo concreto y abstracto en cada ciencia natural , ó sean las dos clases
en que se dividen los grados de su desenvolvimiento, exigen la luz déla Filo-
sofía, que síes necesaria, á fin de hacer observaciones con acierto, practicar
y conducir experimentos y analizar datos, no es menos indispensable para
ordenar, combinar y comparar resultados, descubrir leyes donde se basen
los fenómenos, reducir lo complicado á elementos simples y establecer so-
bre las conclusiones halladas, los verdaderos principios generales y funda-
mentales.
La naturaleza seria un arcano si la Filosofía no iluminase al humano pen-
sar y le enseñara á descifrar é interpretar sus misteriosos símbolos. Las
ciencias naturales necesitan los materiales que la realidad suministra; pero
para hallarlos, labrarlos y construir el edificio de dichas ciencias, es indis-
pensable el auxilio de la Filosofía. Cierto es que no existirían aquellas cien-
cias sin experimentos y observaciones ; pero tampoco formarían su sistema
peculiar si al humano pensar y conocer no los guiara la Filosofía que dá luz
conveniente á la oscura reaUdad de los hechos para asignarles su significa-
ción propia y su recto sentido.
Naturalistas cuya opinión tiene grandísima autoridad, merced á sus des-
cubrimientos notables y profundos trabajos, aseveran lo que arriba se de-
clara, señalando en las adquisiciones científicas, la parte del pensamiento
distinta de lo físico-sensible como acción propia de la facultad humana es-
piritual ó cognoscente. En testimonio de esto citaremos un par de autori-
dades cuyos escritos son bastante conocidos.
M. E. Chevreul (2) establece, que únicamente por lo abstracto que la in-
(1) Kosmos, tomo I, pág. 31.
(2) En su obra reciente intitulada: De la Methódea posteriori expérimentak . (Pa-
lís 1870).
Tyndall y Huxley, anglicanos de talla científica de primer orden, y ambos de gran
nombradla, abogan por el idealismo en las ciencias positivas. Huxley, en un libro que
hace poco ha dado á la estampa, intitulado La;/ Sermons, etc., dice pág. 374 lo si-
240 FILOSOFÍA
teligencia separa de las cosas materiales, conocemos lo que aquel llama
concreto, esto es, la realidad sensible. Dice así: Los cuerpos, sólo nos son
conocidos por sus propiedades, cualidades, atributos y relaciones recipro-
cas; ó en otros términos, por abstracciones, puesto que tales propiedades,
cualidades, atributos y relaciones, son, en definitiva, las partes aisladas por
el pensamiento de un conjunto, ó de un todo. Llámanse abstracciones, por-
que cuanto es atributo de cualquier cuerpo, cosa, objeto ó ser, coexiste
siempre junto con otras propiedades, y para conocer bien aquel atri-
buto, es forzoso separarlo exclusivamente de los demás por la acción
del pensamiento. Considerándolo asi aislado, el atributo se ha conver-
tido en una abstracción. No conocemos, pues, la materia, ni, los cuerpos
sino por sus atributos ó propiedades. Éstas son hechos, y la palabra
hecho significa lo que es, ha sido y será, esto es, la idea de lo real, ó de
lo cierto.
Ahora bien, según el principio de que no conocemos los cuerpos más
que por sus atributos, y siendo éstos hechos, los cuales á su vez, son abs-
tracciones, resulta, en consecuencia, que sólo conocemos lo concreto por
lo abstracto.
La anterior proposición confiere á la acción intelectual ó del pensar una
idea muy distinta de la admitida generalmente acerca del conocimiento de
lo concreto, deducido por medios inmediatos y directos de lo físico-sensible.
Según Chevreul, la parte del pensar es inmensa desde que tratamos de cono-
cer un objeto concreto cualquiera. Conforme á la doctrina indicada, cuanto
es del dominio de los sentidos queda reducido á abstracciones, ó sea, á ac-
tos intelectuales y por consiguiente las ciencias naturales, cuya esfera total
comprende la materia entera orgánica é inorgánica, y todo lo concreto cor-
responde á la Filosofía. Esta abraza, pues^, no sólo la indagación de los últi-
mos principios fundamentales de todas las cosas é ideas, sino además
cuanto atañe á observar, experimentar, dominar los hechos y á averiguar
las causas secundarias.
guíente: La reconciliación de las ciencias naturales con la metafísica estriba en que
ambas reconozcan sus faltas; en que aquellas confiesen que todos los fenómenos natu-
rales, en su último análisis nos son conocidos únicamente como hecbos metafísicos, y
en que la segunda admita, que estos sólo pueden interijretarse de un modo práctico
por los métodos y fórmulas de las ciencias naturales.
TyndaU en su reciente discurso sobre el uso científico y límites de la imaginación
( Use and Limit ofthe Imaginatioii in Science) declara el gran auxilio que la metafísica
presta á las ciencias positivas.
Calderwood, catedrático de filosofía moral de la universidad de Edimburgo, en las
lecciones que acaba de publicar, insiste en probar cuanto exponemos en el texto.
Otros libros recientes, que por no faltar á la brevedad callamos, confirman la gran
importancia de la Filosofía en las indagaciones de las ciencias positivas.
Y CIENCIAS POSITIVAS. 241
La otra autoridad que ahora ponemos, M. C. Bernard también confiere (1)
á la Filosofía, aunque implícitamente, grandísima importancia dentro de
la esfera de las ciencias positivas, pudiéndose deducir de cuanto aquel sa-
bio declara, que su doctrina presenta algo de común con la metafísica es-
colástica. Ese algo es la idea a priovi; pero con una gran diferencia, á sa-
ber, que la escolástica impone su idea como la expresión de la verdad abso-
luta, que ha hallado, y asevera que la realidad tiene que presentarse con-
forme con los conceptos de su pensar, sin más pruebas que el orgullo de su
razón, mientras que Bernard sólo considera la idea a priori en su sistema,
como punto de arranque. Para aquel, dicha idea precede al experimento, al
que provoca y fecunda; pero en definitiva la experiencia es el juez, quien
condena á semejante idea si no está de acuerdo con los hechos, ó la tras-
forma en teoría si resulta comprobada por el estudio de los fenómenos.
En la antigua metafísica la idea a priori, lejos de observar la natu-
raleza, inventaba un sistema casi siempre en contradicción abierta y vio-
lenta con los hechos. Mas aquella idea, según la emplean Bernard y otros en
el día, es únicamente una pregunta que dirigen á la naturaleza, resueltos á
aceptar la contestación cualquiera que sea, y sacrificar las creaciones idea-
les del pensar si á estas fuese contraria la respuesta.
Cierto es que Bernard asevera que las ideas a priori no son nativas,
puesto que no surgen espontáneamente, sino que necesitan una ocasión, ó
un excitante externo; mas aunque esto se conceda, nadie negará que la
facultad que las produce es innata, encarnada en el vigor natural del hu-
mano pensar, en su virtud inventiva y en sus propiedades espirituales.
Así resulta un notable desacuerdo con el empirismo que nada admite
fuera de la experiencia pura, y que no consiente que el humano pensar, ni
por su propia é íntima energía, ni tampoco en virtud de su razón, dirija y
regule los experimentos y edifique los sistemas científicos. El empirismo
rechaza por completo toda idea a priori, la que juzga innecesaria para reunir
hechos, analizarlos y coordinarlos.
Por la inversa, según Bernard, dicha idea representa un papel importan-
tísimo en el método experimental, y á la dirección de aquellas — alma verda-
dera de las ciencias positivas — son debidas todas las invenciones y descu-
brimientos.
Los elementos de cualquier investigación experimental se fundan en lo
ideal. Según el autor, de quien ahora tratamos, dichos elementos aparecen
por el orden siguiente y son los que se expresan aquí:
1." La observación — á menudo casual — de un hecho ó fenómeno.
(1) Véase sus lecciones publicadas en el número del 19 de Marzo de 1870 y siguien-
tes de la Reviie des Cours scientiiques. Además, del mismo autor, la Introdudion á la
Médecine expériviejitalf.
242 FILOSOFÍA
2." Una idea preconcebida ó una anticipación del pensar que se forma
instantáneamente y que se resuelve en una hipótesis sobre la causa del fe-
nómeno observado.
5." Un razonamiento engendrado por la idea preconcebida y de la cual
se deducen los experimentos adecuados á confirmar su certeza,
4.° Los mismos experimentos acompañados de procedimientos más ó
menos complicados para que produzcan resultados seguros (1).
Los hechos, según Bernarda son materiales indispensables, mas su elabo-
ración por el razonamiento experimental, esto es, por la teoría, es lo que los
iiace adecuados á que sirvan para construir el edificio científico. La idea
formulada por los hechos representa la ciencia. La hipótesis experimental
no es más que la idea científica preconcebida ó anticipada. La teoría es
sólo la idea científica comprobada por la experiencia. El razonamiento úni-
camente sirve para dar una forma á nuestras ideas, de suerte que todo se
reduce primitiva y finalmente á la idea. Esto es lo que constituye el punto
de arranque ó el prlmum movens de todo razonamiento científico, y ella
igualmente es el fin que se propone la facultad intelectual cuando aspira á
lo desconocido.
En vista de las precedentes opiniones de autoridades^ cuya gran compe
tencia nadie niega, no cabe duda que la idea es origen de la experimen-
tación, y esta, fundamento de las ciencias positivas. Por consiguiente, como
la resolución completa de cuanto se refiere á la idealidad está dentro de la
esfera de los principios metafísicos, nunca debe prescindirse de ellos, para
indagar en el campo de aquellas ciencias y menos aún de la Filosofía que
los abraza todos y además cuanto atañe al racional pensar y conocer.
Las novísimas ciencias positivas, en su estado actual se fundan sobre
un conjunto de conceptos ideales, que traspasan la esfera de la observación
directa de los sentidos. Sobre ciertas cuestiones muéstranseá veces aquellas
ciencias más atrevidas y más avanzadas que ninguno do los sistemas filosó-
ficos. Sabios hay que implícitamente vuelven á la metafísica, indagando las
(1) Antes que Bernard publicase lo (lue señala como elemeutos en la investigación
experimental, varios sabios alemanes tenian dadas á luz obras donde se expresa lo mis-
mo, casi con iguales palabras. Véase la pág. 20 del escrito de Schleiden: Sobre el ma-
terialismo de la ciencia natural moderna alemana, su esencia y su historia. ( Ueber den
Materialismus der nearn deutschen Naturwmemcha/t, seiii Wesen imd seine Ges-
ddclite. Leipzig, 1863.) Compárese también la pág. 21 del escrito de Miclielis: El Ma-
terialismo como Fé del Carbonero. (Der MaterialUmus ais Kóhlerglavhe. Müns-
ter, 1856). La brevedad que debemos observar, impide que se añadan otras refe-
rencias,
Y CIENCIAS POSITIVAS. 245
mismas ciencias particulares, con cuyo desenvolvimiento esperaban matarla.
Esto demuestra que no satisface la sed del saber, ni los tesoros de la
observación, ni la belleza de las leyes naturales recientemente descubiertas,
y que es necesaria la Filosofía. Pruebas abundan de cuanto precede indica-
do, mas aqui sólo ponemos un ejemplo en testimonio de tales asertos.
La física y la quimica enseñan que todos los cuerpos están compues-
tos de átomos, los cuales son invisibles, imponderables, intangibles, ó lo
que es lo mismo, de todo punto imperceptibles para nuestros sentidos.
Dichas ciencias tienen que admitir la doctrina atomistica; porque de lo con-
trario seria imposible darse cuenta de muchos fenómenos, que de ese modo
se esclarecen y explican, concordando perfectamente estos y aquella. Cierto
es que tal doctrina se distingue de la de Leukippo, Demócrito ó Epicuro;
puesto que la aceptamos á consecuencia de observaciones practicadas, ó
como un medio auxiliar para explicarlas y no a priori, según verificaron los
antiguos.
Varios filósofos, empero, han combatido en odio al empirismo y sin pe-
netrarse de la importancia pecuhar del método de las ciencias positivas, el que
estas admitiesen la doctrina atomistica. Tampoco escasean las refutaciones
á ese género de ataques, entre las que figuran diversas irrebatibles y bri-
llantes, siendo notabilísima, la escrita por G. F. Fechner (1) donde expone
maestramente la doctrina aludida y su relación con la Filosofía. Al libro de
Fechner confieren todos gran importancia y autoridad; porque dicho autor
es notable filosofo y posee además profundamente la física y la quimica.
Los químicos han pasado de la atomicidad á la estructura molecular, y
tanto la una como lo otro, son aplicaciones importantes del método filosó-
fico. La base del sistema de los conocimientos químicos en su actual estado,
la componen dos manifestaciones de la fuerza residente en los átomos, á
saber: afinidad y atomicidad. Semejante hipótesis es en el fondo una verda-
dera teoría metafísica de la materia. Arrancando del átomo, á la vez, invi-
sible ó indivisible el célebre Faraday, llegó á idealizar la materia hasta tal
punto, que casi la suprimía, pues confesaba que á su entender, la materia
no era más que una reunión de los centros de la fuerzas.
El atomismo químico individualiza las partes constitutivas de la materia
y restringe el principio demasiado absoluto de su inercia , fundándose en
que cualquiera, ejercitado en trabajos de laboratorios químicos, se figura
ver que los átomos buscan, corren y se precipitan sobre otros átomos por
los que tienen poderosa afinidad. Así es que, tomando al pié de la letra pa-
labras del poeta Emerson, dice el catedrático Tyndall, que «los átomos ca-
minan con cadencia. »
(1) Physikund ph'dos. Atojnhhre {2.^ eéA.G\on\júi^z\g 1864). (Doctrina atomística;
fisica y filosófica. )
244 FILOSOFÍA Y CIENCIAS POSITIVAS.
Es indudable que varios químicos no profesan el atomismo , mas entre
estos hay algunos notables que también por su parte tienen un idealismo
especial. Berthelot (1), por ejemplo, no emplea la voz átomo; pero usa la
de molécula, y habla de fuerzas moleculares. Tampoco suprime de la es-
fera á que aludimos en manera alguna las cuestiones metafísicas, sino que
al contrario, traza y levanta el edificio de una ciencia ideal y filosófica sobre
el conjunto de los hechos averiguados por las ciencias positivas. Aquel emi-
nente químico admite también la ciencia de las pritneras causas hasta tal
punto, que escribe estas palabras: la química ha realizado bajo una forma
concreta la mayor parte de las fórmulas de la antigua metafísica.
Las anteriores sumarias observaciones permiten aseverar que cuantos quí-
micos preconizan la teoría de los átomos, dotados de energía activa y de
fuerzas electivas convergen á atribuir á la materia un grado de idealidad y
de potencia mayor que el de todos los sistemas filosóficos. Los químicos
antes referidos siguen, consciente ó involuntariamente una metafísica idea-
lista, que en la actualidad también aplican varios profesores á otras ramas
de las ciencias naturales. No estando tales ramas dentro de los límites de
estos ligerísimos apuntes, omitimos citar autoridades que aquel aserto con-
firmen.
Los ejemplos puestos demuestran que en las indagaciones de ciencias po-
sitivas no es posible prescindir de la metafísica ni hay manera de reemplazar
los principios filosóficos. La experiencia, a'unque poderosa, si no está auxi-
liada por la idea que la razón forma, es ciega y nmda, y no puede ver, ni
explicar satisfactoriamente cuanto comprende la esfera de la observación.
La Filosofía es la que derrama raudales de clarísima luz sobre la realidad
confusa: ella dilucida los resultados de la experiencia y determina las in-
numerables leyes que al universo rigen.
Emilio Huelin.
(Se continuará.)
(1) Véase sii trabajo: La Science positivc et la Science idéale.
ESTUDIO HISTÓRICO.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA
Y
SüS DOCTRINAS POLÍTICAS Y MORALES-
ARTÍCULO PMMEEO.
I.
En la mañana del 2 de Junio de 1453 era degollado en la Plaza Mayor
de Valladolid el Gran Condestable de Castilla, D. Alvaro de Luna. Colgada
su cabeza, por espacio de nueve dias, de una escarpia, y expuesto su cuer-
po sobre el cadalso, por otros tres, eran al cabo recogidos sus restos mor-
tales por la caridad pública y enterrados de limosna en el cementerio de
los ajusticiados. Hondo terror imponía en toda España la nueva de aquella
inesperada catástrofe, cuya grandeza arrancaba muy doloridos y contra-
dictorios cantos á la musa castellana, la cual parecía poner el sello á su
admiración y su sorpresa, cuando, por boca del discreto Jorge Manrique,
exclamaba:
Pues aquel Gran Condestable,
maestre que conocimos
tan privado.
Non cumple que de él ser fable,
smón que sólo le vimos
degollado.
Más digna de admirarse que de discutirse, era en concepto del poeta, vein-
titrés años después de consumada, la desastrosa caida de aquel procer, que
habia gobernado á Castilla por el espacio de treinta y tres: las extrañas cir-
cunslancias que la rodearon, los peregrinos antecedentes que la precedie-
ron, las intrigas y lucbas cortesanas, las sangrientas jornadas que en es-
246 ESTUDIO HISTÓRICO.
candalosa ahernativa la fueron preparando , las prendas personales .del
Gran Condestable y de sus irreconciliables enemigos, la ingenua flaqueza y
temerosa irresolución del rey D. Juan, que en medio de aquel perpetuo tu-
multo contrastaban grandemente con la enérgica actividad y resoluta codi-
cia de sus primos, los infantes de Aragón, la astucia y hasta la ingratitud
de las reinas doña María y doña Isabel, la prematura doblez é irrespetuosa
osadía del príncipe D, Enrique... todo contribuía á dar al drama que se
desenlaza en la Plaza Mayor de Valladolid, vivo, picante, extraordinario
efecto y colorido, excitando el interés, no ya al pié del suplicio, sino con ma-
yor fuerza todavía en las generaciones futuras. — Y ¿cómo nó, cuando la deca-
pitación de D. Alvaro de Luna era el más ambicionado y decisivo triunfo,
que había logrado la aristocracia señorial castellana en toda la Edad Media,
auxiliada ahora por los príncipes de Navarra y de Aragón, mezclados desde
el advenimiento del rey D. Juan, más de lo justo, en las cosas públicas de
Castilla?.... Por lo que tenia en sí de patético y de trágico, por el interés
que inspiraba, como lección histórica, por lo que representaba en el gran
proceso de las contradicciones sociales y políticas, dentro de la cultura es-
pañola; la sangrienta catástrofe del Condestable D. Alvaro no pudo ser
condenada al olvido, en ninguna de las esferas, donde vive, se purifica y
crece la memoria de los grandes hombres.
Cuatro largos siglos han trascurrido, en efecto, desde que lloraron los
moradores de Valladolid el terrible expectáculo del 2 de Junio de 1453; y
primero los cronistas^ así vulgares como latinos, del siglo xv, ya trazando
la narración de los hechos referentes á la corona, ya la particular de los
que al mismo procer y sus coetáneos tocaban; después los historiadores ge-
nerales de España, que acuden en los siglos xvi y xvn á bosquejar el gran
cuadro de la reconquista, y aún de la civilización española; y más adelante
los escritores de todos géneros, inclusos los autores dramáticos, que han
buscado en la historia de la Edad Media levantados modelos y útiles ense-
ñanzas, no han podido menos de fijar sus miradas en el desafortunado
magnate, cuya cabeza rodaba en el cadalso, levantado por la indolente in-
gratitud de D. Juan II y la insaciable sed de venganza de los grandes de
Castilla. Ni dejó tampoco de llamar la atención de los reyes de España
aquel cruel y atropellado mandamiento de muerte, dictado por un tribunal,
para cuyos miembros demandaba el mismo D. Juan II al Sumo Pontífice
especial absolución, á poco de haberlo aconsejado: revocado era una y otra
vez por el Tribunal Supremo de Justicia y el Consejo de Castilla aquel fallo
injusto y farisaico, cuya ejecución había sido horrible pesadilla del príncipe,
que tan apocadamente consintió en ella.
La reputación de D. Alvaro de Luna se acrisolaba, pues, ante los tribuna-
les de justicia, que no vacilaron en rehabilitar legalmente su memoria; con
gran regocijo de sus descendientes y herederos: su fama de repúblico y
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. '247
hombre de Estado fluctuaba, sin embargo, ante el tribunal de la historia,
cuando Salió á luz en 1865, con título de Juicio critico y significación poli-
tica de D. Alvaro de Luna y bajo los auspicios de la Real Academia, que
tiene por instituto la ilustración de los anales patrios, una muy notable me-
moria, destinada á fijarla...— Para su laureado autor, D. Juan Rizzo y Ramí-
rez, hallan no sólo explicación, sino fácil disculpa, cuantos cargos lanzaron
tan á deshora sus enemigos contra el Condestable, comprendida la muerte
de Alfonso Pérez de Vivero que olvidaron aquellos en el capítulo de culpas,
si bien no vacila en calificarla de «atroz delito.» — D. Alvaro ha recobrado en
verdad, merced al desarrollo ([ue logran actualmente los estudios históricos
en nuestro suelo, la estimación de hábil y resuelto hombre de Estado y
de experto caudillo, reconocidos los grandes servicios que hace á la corona
en el primer concepto, aún á pesar del mismo rey, y los que presta
á la patria en el segundo, reanudando la guerra de la Reconquista, de que
dio insigne ejemplo con el triunfo de la Higueruela. Pero ¿se ha pronun-
ciado ya la última palabra en el juicio histórico de D. Alvaro de Luna? ¿Es
por ventura tan perfecta y plenamente conocido este insigne varón que de-
ban reputarse ociosos ó estériles los trabajos, que á este fin se encaminen?
Porque es para nosotros axiomático que jamás ha de pronunciarse la última
palabra en este linaje de juicios históricos, y porque á pesar de los postreros
aciertos de la crítica, sólo se ha fijado esta en los hechos externos al tratar
de D. Alvaro de Luna, sin curarse todavía de averiguar lo que el Gran Con-
destable pensaba y escribía sobre moral y sobre política, estudio á que con-
vidábamos á los amantes de la historia patria, cuando há ya algunos años,
examinábamos el precioso Libro de las Claras é virtuosas muyeres del mis-
mo procer (1); — por todas y cada una de estas razones nos hemos resuelto
di fin á verificar el propuesto ensayo, para que sirva de estímulo á más
formal trabajo, y dominados por la imperiosa necesidad de encerrarnos en
los estrechos límites de una Revista. Único es, no obstante, el Libro de las
Claras é virtuosas mugeres, como obra de ingenio, que ofreció al combatido
Condestable ocasión de mostrar, en medio de los repetidos conflictos que
de 1420 á 1453 le rodean, cuanto sentía, pensaba y creía respecto de las
más arduas cuestiones morales y políticas, que iban á rozarse con la terrible
acusación que debía costarle la cabeza: su importancia y su estima crecen
al compás de la rudeza y del encono de aquella tenaz lucha, que renacía á
cada paso bajo más terrible forma, y más aún sí se considera que lo aza-
roso y lo arrebatado de los momentos en que fué escrito, no alcanzaron á
torcer en D. Alvaro el sentido moral que lo dictaba, como no ofuscaban su
sana razón, al pronunciar con filosófica entereza el noble fallo de tan difí-
ciles cuestiones.
(1) Historia Crítica d« la Literatura Española, t. VI, cap, XI, pág. 276.
248 ESTUDIO HISTÓRICO.
Fué el Libro de las Claras é virtuosas mugeres compuesto efectivamente
en medio de los azares de «la gobernación de la cosa pública» y de los con-
tratiempos de su odiada privanza. Comprendiendo D. Alvaro que no era
aquella angustiosa situación la más á propósito para exponer sus ideas tan
sobria ó ampliamente, como deseaba, sobre las materias por él tratadas, al
quilatar las virtudes de sus heroínas, disculpábase ante la posteridad con
estas notables palabras: — «Si algunas cosas fallescieren ó demasiadas en esta
»obra se fallaren, justas causas damos á la desculpacion, cómo toda la ma-
»yor parte deste nuestro Libro ayamos conpuesto, andando en los reales, é
«teniendo cerco contraías fortalezas de los rebeldes, puesto entre los orribles
«estruendos de los instrumentos de la guerra. Pues ¿quién puede ser aquel
»de tan reposado ingenio, nin quién se sabrá assi enseñorear de su enten-
» dimiento que sabiamente pueda ministrar la pluma, quando de la una
»parte los peligros demandan el remedio, é de la otra la yra cobdicia la
«venganza, é la justicia amonesta la execucion é el rigor enciende la bata-
»lla, é la cosa pública demanda el administración, en tal manera, que todas
«cosas privan el reposo quanto para esto era nescesario, tanto que muchas
«veces nos acaeció dexar la pluma por tomar las armas, sin que ninguna
»vez dexásemos las armas por tomar la pluma? — Pues quando, cansado é
«trabajado, algunas veces volviéssemos á la obra que comenzada dexávamos,
«cómo el ingenio nuestro se podría fallar, tú, lector, lo considera.»
Temerario sería, pues, ó por lo menos poco ajustado á las leyes de la
equidad y de la prudencia, el negar á D. Alvaro la ingenuidad, que brilla en
esta manera de confesión, con que al terminar su Libro, solicita la benevo-
lencia de los lectores, y no más raóional por cierto el suponer que las
máximas y sentencias, los principios y juicios, ya propios, ya adoptados por
él, que dan extraordinario valor y realce á su obra, no le fueran habituales
V como privativos, constituyendo el fondo de sus doctrinas morales y políti-
cas.— ¿Cómo, pues (se apresurarán tal vez á preguntarnos los que todavía
califiquen de ominoso tirano al gran Condestable), si esas doctrinas mo-
rales y políticas, son realmente admisibles, no ajustó á ellas su conducta
política y moral D. Alvaro de Luna? Ni esas doctrinas, á ser conformes con
la verdadera filosofía é inspirarse en el espíritu evangélico (proseguirán),
pudieron imponerle la ardiente ambición de mando y poderío que le devo-
ra, ni excitar en él la sed de oro, de que tan agriamente le acusaron sus
coetáneos. ¿No argüiría en contrario la existencia de tales principios ciert;»
contradicción, altamente censurable en todo personaje histórico, y más vi-
tuperable todavía en quien, como el gran Condestable de Castilla, estaba
obligado á obrar siempre con toda ingenuidad é hidalguía, anteponiendo el
bien público á todo engrandecimiento privado?....
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 249
II.
Existe en el hombre, cualesquiera que sean su condición y estado, su dig-
nidad y su poderlo, una invencible dualidad, que le trae á la continua en
lucha pertinaz consigo mismo. Hácese esta ineludible lucha tanto más recia
y porfiada cuanto mayores son en él y de más subidos quilates las dotes y
virtudes, que forman individualmente su carácter, más altos, severos y
trascendentales, compromisos y deberes, en que le ponen y constituyen las
obhgaciones de su clase y de su cuna, y más distinguida su educación, ó
más cultivada su inteligencia, respecto de la sociedad y del tiempo en que
vive. — Obra el hombre, en virtud de estas superiores leyes, como quien
gira fatalmente en dos distintas y á veces contrapuestas órbitas, gozando al
parecer de dos contrarias existencias, que rara vez se funden y unifican:
tales son, en verdad, su vida interior y su vida pública.
Dueño de sí mismo, aconsejado exclusivamente de su propia conciencia,
ya proceda como repúblico, ya cual magistrado ú gobernante, obedece de
buen grado y sigue en el primer concepto las más puras, nobles > y desinte-
resadas inspiraciones de su alma, regocijándose con la idea del bien y de la
verdad, cuyo logro y posesión aparecen á su vista como la mayor felicidad
propia y la más cumplida bienandanza agena. Libre su inteligencia de todo
interesable error, exenta su razón de todo extraño yugo, rechaza y condena
con hidalga energía, cuanto ofende y se opone en él á la realización del
bien, cuanto conspira y tiende al triunfo de las malas pasiones, cuanto sirve
de estímulo á la bastarda ambición, ó de incentivo al crimen. Es el hombre
en tal situación, discreto y leal consejero, íntegro é inexorable juez de sí
mismo; y ya medite sobre su propia vida, ya fije sus miradas en las de sus
coetáneos, ya las tienda á contemplar, merced á las enseñanzas históricas,
l'i vida de sus mayores, ó de otros hombres de más remotas edades, le es
dado siempre, apoyado en la religión, en la moral y en la historia, juzgar sin
torcidas prevenciones y pronunciar, sin más odio que el inspirado por el
mal, ni más amor que el engendrado por el bien, los más justos y cabales
fallos. No de otra manera se siente y conoce el hombre dentro de sí, seño-
reando al par sus ideas, sus sentimientos y sus obras, é imponiendo la liber-
tad y la independencia de su espíritu á las obras, los sentimientos y las ideas
de los demás hombres.
Mas luego que, abandonada la serena región, en que se contempla frente
á frente de su conciencia, se pone en relación inmediata con la sociedad;
luego que se muestra en el teatro de la vida pública, parecen eclipsarse,
cambiar ó desvanecerse, como por encanto, esas peregrinas virtudes, con-
servándose apenas rasgo alguno fundamental de aquellas que más le enalte-
cían á sus propios ojos y que constituian realmente la integridad, la inde-
TOMO XIX. 17
250 ESTUDIO HISTÓRICO.
pendencia y la justicia de sus razonamientos y de sus juicios. El hombre
no está solo ni es ya dueño de sí mismo: solicitado al par de mil contrarios
afectos; seducido por deslumbradores é irresistibles halagos; alraido por la
sed de riquezas, é instigado por el irreflexivo instinto de la dominación,
que excitan y exasperan de continuo rudas y vigorosas contradicciones, —
déjase llevar insensible é indeliberadamente á las más terribles luchas, con
lodo lo que en algún modo le ofende ó coniradice, acabando por acallar y
sofocar dentro de su alma toda idea de bien y de justicia, y lanzándose con
resuelto afán al logro de la disputada grandeza y del contrastado poderío.
Fijado el blanco de su ambición, que tal vez le descubrieron y mostraron,
temerarios ó imprudentes sus más encarnizados enemigos, nada hay ya que
pueda ser tenido por él como legitimo obstáculo, nada que alcance á re-
traerlo del camino resueltamente emprendido: la lucha tal vez le fatiga,
tal vez le infunde desconfianza en la consecución de los fines á que sin tre-
gua aspira; pero reanimado por las mismas dificultades, y engrandecido su
espíritu por la mayor rudeza de las contradicciones; álzase una y otra vez
con nuevos y desusados bríos, desbaratando y avasallando cuanto servia de
estorbo y freno á los antojos de su ambición, y corriendo acaso desatentado
y ciego á su ruina.
No impide, sin embargo, al hond)re este empeño en tan desapoderada
bicha el entrar de nuevo en sí, el llamar ajuicio todas sus aviesas pasiones,
ni el condenar resuelta y generosamente todos sus reprobados actos. Con el
testimonio, pocas veces falaz, de su propia conciencia; con la evocación de
las sanas máximas y salvadores principios de la moral y de la religión, re-
prueba y abomina en efecto la soberbia, la vanidad, la codicia, que con el
ejemplo ó la contradicción de otros hombres, le arrastraron al error ó le pre-
cipitaron en el crimen; y deseoso déla enmienda, busca, no sm mortificadora
ansiedad, los caminos por donde salga del inextricable laberinto que le ame-
naza con espantoso despeñadero. Pero ¡vano propósito! Vuelto una y otra vez
al mundo de la ambición y de las contradicciones, enciéndese repetida-
mente su alma en la devoradora sed del oro, del poderío y aún de la gloria,
y renunciando con dolorosa frecuencia al nobilísimo ejercicio de su libre al-
bedrío, déjase arrebatar, por último, de un modo fatal é irrevocable por las
oleadas del mal, que le precipitan en el abismo.
lié aquí la perpetua enseñanza, que la atenta contemplación y estudio del
hombre nos ministra, ora le veamos en la sociedad y á nuestro lado, ora le
consideremos obrando en la historia; y no á otras leyes debía sujetarse el
Gran Condestable de Castilla, al ser considerado bajo este doble concepto.
Como repúblico, como primer ministro ó vahdo de D. Juan II, rey nacido
para vivir en eterna tutela, D. Alvaro de Luna tenia siempre la pelea á la
puerta, no sin que penetraran á veces ó nacieran sus enemigos, merced á la
ingratitud y á la traición, en lo más recóndito y reservado de su morada.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 251
Formaban aquellos numerosísima y muy poderosa cohorte, en que, según
va indicado, se filiaban al par los proceres de Castilla y los infantes de
Aragón, sin que fueran obstáculo al logro de su ambición y de su codicia,
ni el allanamiento del palacio real, ni el secuestro y asedio de la persona
del monarca, una y otra vez constituida en humillante tutela, ni la profa-
nación sacrilega de los sacramentos, ni las torpes y degradantes consulta-
ciones de magas y hechiceras, encendida de continuo la tea de la rebelión,
que ponian con escándalo de los buenos y más de una vez, en la mal se-
gura diestra del príncipe heredero. Todos estos elementos, todas estas vo-
luntades estaban congregados y tenazmente decididos á labrar la ruina del
gran Condestable: sólo en la creciente brecha, abierta á los repetidos golpes
de tantos y tan encarnizados enemigos, ni aún le era dado contar, para sos-
tenerse, con la flaca y tornadiza voluntad de D. Juan II, por quien tan á
menudo ponian en grave riesgo y contingencia su honra y su vida. ¿Qué
mucho, pues, si en tan perpetua contradicción y en lid tan ardiente, sa-
liendo de si mismo, mientras los grandes peligros que le rodeaban sin tregua,
demandaban el remedio, codiciara su ira la venganza y le amonestase la jus-
ticia el rigor en la ejecución del castigo?
Los biógrafos de D. Alvaro de Luna, ya adictos á su privanza, ya par-
ciales de sus enemigos, esméranse en pintarle compuesto y reposado; atento
en el examinar á los' hombres y las cosas, «que miraba más que otroome;»
de aspecto jovial y frente y mirar levantado; pronto en el honesto reír;
gracioso y bien razonado; medido é compasado en las costumbres; diestro
en la música y poesía, y admirador de la elocuencia, en cuyo cultivo se ex-
tremó, aunque «dudaba un poco en la fabla»; esmerado en sus traeres y
apuesto galanteador; muy inventivo y muy dado, en fin, á «fallar invencio-
nes é sacar entremeses en fiestas ó en justas ó en guerras, en las quales in-
venciones muy agudamente significaba lo que quería.» Mas al lado de estas
dotes físicas y morales, á que se unían también cuantas formaban y enalte-
cían á la sazón un cumplido caballero, tal como le bosquejaba por aquellos
días en su famoso Vidorial el muy entendido Gutierre Diez Gamez, sobre-
salía, como efecto de una viveza y sensibilidad exquisitas, cierta impresio-
nabilidad no menos extremada, que degenerando fácilmente en arrebatada
exaltación á vista de los desacatos contra él y contra el rey con tanta fre-
cuencia cometidos, arrastrábale tal vez á la violencia y comprometíale cada
momento en el camino de su perdición y de su ruina.
No podía, pues, racionalmente esperarse que, dada por una parte la vio-
lenta situación de las cosas, cada día más tirante y abocada á nuevos des-
manes y mayores crímenes, y considerada por otra la inflamable genialidad
de D. Alvaro, mostrase este siempre y por igual aquellas dotes, que le hi-
cieron estimable en la corte de D. Juan II, y que le ganaron, ya en paz, ya
en guerra, la admiración de damas y caballeros. Lo notable, lo que le pre-
252 ESTUDIO HISTÓRICO.
senta á la consideración del historiador y del filósofo bajo muy singular
concepto, lo que no han sospechado todavía cuantos procuraron vindicarle
de las amañadas acusaciones que le subieron al cadalso de Valladolid, lo
que no ha tenido tampoco en cuenta su laureado defensor, tal vez porcfue no
habia llegado á sus manos la invitación pública hecha por nosotros para
considerar al Gran Condestable bajo este especial punto de vista, es por
cierto que en medio del fragor de las batallas y del horrible estruendo de
las máquinas, que combatían bajo su conducta las fortalezas rebeldes, cuando
se veia forzado por continuos rebatos á dejar la pluma para tomar la espada,
sin que le fuera nunca dado arrimar la espada para tomar la pluma, ejer-
ciera tal señorío sobro su entendimierto y avasallara de tal modo su volun-
tad, que se entregara con reposado ingenio al culto de la historia y á las me-
dilaciones tranquilas y profundas de la filosofía moral y de las ciencias poli-
licas. D. Alvaro ponía término al peregrino Libro de las Clai as é virtuosas
muíjcres, donde esto realiza, «en el real de sobre Atícnza,» entrada ya esta
villa, durante cuyo cerco había recibido muy peligrosa herida en la cabeza:
el asalto tenía lugar el 14 de Agosto de 1440, un año después del primer es-
cándalo de Olmedo, donde la grandeza de Castilla, puesto el principe here-
dero á su cabeza, peleaba contra el pendón real, que sacaba por fortuna
suya, vencedor el Gran Condestable, elevado á poco á la ambicionada digni-
dad de Gran Maestre de Santiago (1).
Veamos ya hasta qué punto llevó D. Alvaro este señorío de su persona al
remontarse en medio de tantos confiictos á la esfera de las abstracciones de
la ciencia, para que sea dado á todos el comparar con provecho de los es-
tudios históricos la doctrina moral adoptada por él, como escritor, y la
moral práctica, á que pareció reglar todos los actos de su ruidosa vida, cual
ministro deD. Juan II.
III.
Conocido es ya de cuantos se consagran al maduro estudio de las letras
españolas que, si no se eclipsó del todo, como se ha propalado con tanta
(1) Tenemos á la vista uu precioso documento, de todo desconocido hasta
ahora, que da abundante hiz sobre este punto de la vida de D. Alvaro de Luna. Es el
documento expresado la formal y solemne pretexta que bajo el título de Síiplicacion,
6 requisición é prottsUiúon hicieron en 1430 ante el infante D. Enrique los ijriores, los
comendadores mayores, los trezes y todo el Capítulo de Santiago, celebrado en Madrid
contra el Condestable D . Alvaro, á quien acusaron de haber empleado coacción y fuer-
za en 1429 para obligarlos á despojar al infante del Maestrazgo y elegir al mismo en su
lugar. Sentimos que la extensión de este singular documento nos impida el trasladarlo
á este sitio: de él se desprende que, desposeído ya el infante de la administración del
Maestrazgo, que tenia el Condestable, ambicionaba este quitarle también la dignidad,
tomándola para sí: diez y seis años y la muerte de D. Enrique hubo menester D. Al-
varo para ver logrado este deseo.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 255
ignorancia cual insistencia, la luz de la antigüedad clásica en nuestro suelo
durante la Edad Media, fué la primera mitad del siglo xv la verdadera época
en que se operó sustancialmente aquella poderosa evolución intelectual,
que llegaba á su colmo con nombre de Renacimiento, bajo el reinado de Car-
los V. No lograban, en verdad, los ingenios españoles hacerse dueños de
las formas literarias cultivadas por el arte clásico, cuyas bellezas sentían,
sin embargo, y admiraban: «contentos de las materias,» según la oportuna
frase del docto marqués de Santillana (1), apresurábanse á traer al lenguaje
vulgar todos los tesoros históricos, filosóficos y literarios, de antiguo descu-
biertos ó sacados á la sazón de las tinieblas por los más eruditos y prestan-
tes varones de Italia^ echando en tal manera los firmes cimientos á una
época de más granada cultura y fortificando sobre todo su varonil espíritu
con las nuevas enseñanzas de la filosofía y de la historia.
Congeniaban nuestros eruditos, al realizar esta noble empresa, cuya fe-
cundidad hemos quilatado antes de ahora (2), más principalmente con todo
linaje de filósofos que ya hubieran profesado en la antigüedad la doctrina
estítica, ya se hubiesen inclinado á su adopción y cultivo en los primeros
siglos de la Iglesia, hermanándola en cierto modo con la cristiana. Para el
rey D. Juan II habia puesto en lengua vulgar el docto obispo de Burgos, don
Alfonso de Cartagena, no solamente los libros auténticos de los filósofos
cordobeses Marco Lucio, Anneo y Séneca, sino también los que se atribuían
al segundo, debidos á San Martin Bracarense y á otros insignes varones de
los tiempos medios. — Arraigaba y cundía esta doctrina, no desemejante ni
contraria á los austeros preceptos, ni á las prácticas del cristianismo, entre
los más granados ingenios, como prueban las obras poéticas del marqués
de Santillana, de Fernán Pereí de Guzman y de Juan de Mena. Imprimiendo
cierta severidad y entereza al espíritu de aquellos mismos proceres, para
quienes era, por singular antítesis, sobrado frecuente el olvido de sus más
altos deberes,labraba también en la doble esfera de la especulación moral y
política, sometiendo las más claras inteligencias á muy racional disciplina,
cuyos frutos debían florecer en plazo no lejano.
Llegaba, en tal situación, D. Alvaro de Luna al revuelto palenque de la
política militante, y al noble gimnasio de la idea. Como repúblíco, concebía
cabal é integramente que no era posible la existencia del Estado, ni menos
la [irospei'idad de los españoles, sin lograr el triunfo de la unidad del po-
der real, ruda y desesperadamente combatido por anárquica cuanto formi-
dable nobleza, en el trascurso de largos siglos: como hombro de estudio y
pensador nada vulgar, en quien se hermanaban y fundían el ilustrado
(1) Obras de D. Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, carta á su hijo
D. Pedro González de Mendoza, pág. 482.
(2) Historia Crítica de la Literatura Española, t. VI, cap. VII.
254 ESTUDIO HISTÓRICO.
anhelo de la ciencia y el generoso intento de hacerla fecunda en las esferas
déla vida, dejábase llevar de buen grado al cultivo de la fdosofía moral;
y ambicionando sin duda que no fuesen estériles sus vigilias, mientras com-
bada con fuerte mano y reprimía una y otra vez la desapoderada ambición
délos magnates castellanos, consignaba, no sin claridad y tal vez con enér-
gica elocuencia, el fruto de sus especulaciones, encaminadas de continuo
á labrar en el ánimo de las gentes. Dada su alta significación política y co-
nocido perfectamente el empeño de aquellos treinta y tres años de lucha,
que caracterizan su privanza (1420-1453), lo que pudiera en cualquiera
otro escritor de su tiempo ser considerado y tenido como una simple
abstracción, cobraba bajo su pluma no indiferente sello y valor de actua-
lidad, llevándonos boy al más cabal concepto de aquella su respetable per-
sonalidad, aún reconocidas buenamente las contradicciones dolorosas, que
entre la doctrina por él proclamada y la práctica de su gobernación alguna
vez resaltan.
Notable es en verdad, fijando ya nuestras miradas en las doctrinas políti-
cas profesadas por el Gran Condestable de Castilla, cómo partiendo del
generoso principio de que «la gloria non es otra cosa, salvo muy noble fa-
ma de grandes merescimientos» (1), llevábase luego á la consideración fun-
damental del deber, que todo hombre tiene para con la patria, en cuyas
aras está forzado á rendir la más pura y noble ofrenda; y narrado el he-
roico empeño de Judith, que hizo á la libertad de su pueblo el sacri-
ficio de su vida, exclama: «El que pelea por salud de la cosa pública é non
»por sus provechos, non diremos que non face la virtud de justicia; porque
«ninguna justicia es mayor que cada uno ponerse á muerte por la salud de
»su tierra» (2). Hallaba esta doctrina, que pareció ser como raíz y perpetuo
aguijón de las grandes hazañas personales de D. Alvaro, frecuente í^mplia-
cion en todo el Libro de las Claras mugercs; porque, como decia repetida-
mente, «ninguna cosa era tan honesta, ni había virtud más cumplida en el
hombre que la de ponerse en grandes peligros y trabajos para librar á la
patria de la servidumbre, restituyéndola á la libertad y á la gloria». Ni le
parecía menor la obligación en que todo ciudadano, ya grande, ya pequeño,
estaba de acatar y servir á su rey: era éste espejo y símbolo de todo bien,
cuando se mostraba, como guardador de la ley; y nadie había en la
república, que no debiera rendirle el homenaje de su lealtad y aún de
su vida.
Pero si acomodándose en esto, no ya sólo á la idea que respecto de la
autoridad y persona del monarca había asentado el Rey Sabio en el código
de las Partidas, sino también á las nociones una y otra vez recogidas en
(1) Libro de las Claras é virtuosas mugeres. Preámbulo quinto.
(2) ídem, id. Libro 1, cap. V.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 255
los Doctrinales políticos de los siglos precedentes, ofrecía el Maestre de
Santiago la norma de su invariable conducta respecto de D. Juan II, no le
faltaban aquella energía y varonil independencia que se habían menester
para declarar indigno de todo amor y obediencia y aún merecedor de
la muerte al príncipe tirano : «¿Qual cosa (decía) puede ser más onesta
que matar al tirano, por la libertad de la tierra? La qual libertad es á nos
muy amada: tanto que el buen varón non dubda de anteponer el provecho
de la tierra á su propio interese» (1). Tan radical doctrina, que teniendo
aplicación de igual modo al príncipe usurpador que al príncipe desprecia-
dor de las leyes, estaba llamada á fructificar bajo la pluma del severo Ma-
riana, siglo y medio adelante (2); tenia saludable correctivo en la alta idea
de la justicia, base y cimiento para D. Alvaro de Luna de toda virtud y
grandeza. «Justicia es (observaba) una virtud señora de todas y reyna de
las virtudes: si la justicia debidamente se face (añadía), non solamente
reposará por ella el Estado pacífico é sereno, con la bienaventurada paz,
mas reposará la casa del imperio» (3).
Proclamados estos principios fundamentales, respecto de los deberes de
todo hombre constituido en sociedad, y delineado así el edificio político á
que servia de clave y corona la idea, siempre luminosa para D. Alvaro , de
la justicia, — no podían faltar en su libro las relaciones secundarias del refe-
rido orden político , á pesar de no haber abrigado este especial propósito
al trazarlo. El gran Condestable daba, en efecto, no dudosa razón de cuanlo
se le alcanzaba y creía en orden á los deberes de las clases sociales respec-
to del Estado, tropezando á cada paso con la milicia. Virtud levantada era
para todo caballero ó solapado (milite) la «grandeza de corazón:» dignos
de loanza para siempre los que, como en Roma Publio Scipion, el Africano,
con grande heroicidad «la cosa pública exaltaron» y á «la guarda della de
todo en todo» consagraron sus vidas, sin curarse de otro premio, ni mayor
recompensa que la noble satisfacción de haber labrado el bien de su pa-
tria (4): de muy subidos quilates eran también, y muy continuos , los sa-
crificios que la estrecha religión de la milicia exigia á cuantos la profesa-
ban; pero ni aquella fortaleza de corazón, que viendo «la muerte al ojo, se
ofrece á ella» sin vacilar (5), ni aquella hidalga abnegación, que menos-
(1) Primera parte, cap. XII de las Claras Mugí-rets.
(2) De Rege et Reg'is Institutione. Esta doctrina dio á Mariana título de republica-
no; pero sin duda lo hubiera llevado D. Alvaro de Luna no con menos razón, á ser
conocidas estas sus máximas políticas: el Condestable no vacila en declarar, refirién-
dose á la muerte de Julio César que nBruto libró la tierra, n al cometer el parricidio
que puso en labios del dictador aquella famosa frase: ii¿Tu quoque, ñlii mii?ii
(3) Claras Miujeres, 1." parte, cap. VII.
(4) Libro ó Parte 1.% cap. VI; Parte 2.», cap. XXVII.
(5) Primera parte, cap. XV.
256 ESTUDIO HISTÓRICO.
precia y tiene en poco honras y riquezas, pagada sólo de la nobleza y san-
tidad del fin, á que aspira (1), — alcanzarían á labrar la seguridad y bienan-
danza del Estado, haciéndose de todo punto estériles y frustráneas, si fue-
ran desconocidos ó desdeñados el orden y la disciplina de los ejércitos.
«Roma, común patria y tierra de todo el mundo» (2) jamás hujjiera suljido
á la cumbre del poder en que la pusieron sus hijos, sin el austero ejemplo
de Manilo Torquato, ni liabria podido dar la paz al universo, sin los triun-
fos de sus legiones, ni logrado en fin «el defendimiento y ejecución de la
justicia,') ideal supremo del Maestre, sin hermanar, en el arte de la guerra,
la disciplina y el orden, «poniendo las manos en las batallas con victorioso
corazón» (3). «La sabidoría de la caballería (observaba al fin D. Alvaro) dá
«ciertamente osadía de batallar: ca non dubda ninguno faser lo que confia
«que aprendió bien. De aquí vemos (proseguía) que en todas las batallas
«están prestos para vencer los pocos que son usados á las armas, élosinu-
»chos que nunca las usaron, son dispuestos á muerte» (4).
Pero esta doctrina, invocada hoy tardía y dolorosamente en medio de
las grandes catástrofes que ofrecen á nuestra contemplación las más pode-
rosas naciones de Europa, sobre fundarse, dentro del siglo xv, en la cons-
tante necesidad de los pueblos cristianos de la Península, en lid eterna con
los mahometanos, situación que los había constituido en Estados conquis-
tadores, revelaba desde luego que el Gran Condestable de Castilla, jefe su-
perior de los ejércitos, tiraba de continuo al blanco de la unidad ; pensa-
miento de extremada importancia política en una época y en un pueblo, en
que proceres, villas y ciudades, maestres de las Ordenes, obispos y abades
gozaban aun del inestimable cuanto anárquico privilegio, de levantar pen-
dones y de erigirse en caudillos , con escarnio y menoscabo á veces de la
corona. — En aquel estado de guerra exterior y de interna lucha , eran en
concepto de D. Alvaro, fuente de salud para la república, el orden y la dis-
ciplina de las huestes reales, como lo eran de universal bienandanza y per-
sonal engrandecimiento las virtudcj béUcas del caballero y del soldado. —
Heredero de la doctrina popular^ á que había dado plaza el Rey Sabio en las
Partidas y acogido y proclamado sin tregua , como cierta y salvadora , los
más doctos varones de toda la Península, D. Alvaro sostenía, no sin propio
interés, que eran la «nobleza de esfuerzo y la nobleza de ingenio» de más
subido precio que la heredada, si bien lograban todas no pocas veces fun-
dirse en una, «por quanto si los varones ílorescientes por nobleza de inge-
(1) Segunda parte, cap. XXVII citado.
(2) Primera parte, cap. ITI.
(3) Segunda parte, cap. V.
(4) Id., id., id.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 257
)>nio, non menos florescian por nobleza de corazón» (1), jamás era para ellos
estéril el alto ejemplo de sus mayores.
En tal manera comprendía y anunciaba el Gran Condestable de Castilla
las ideas capitales, que sirvieron sin duda de norma y fundamento á su lar-
ga y contrariada gobernación. — El ciudadano tenia para D. Alvaro la obli-
gación indeclinable de sacrificarse en aras del bien común, «por que non
era nascido para si solo» (2) : formando parte del Estado , debia respeto,
acatamiento y obediencia al rey, porque este representaba la ley, de que era
fiel guardador. Sobre el rey y sobre el Estado estaba , sin embargo , la idea
de la justicia, reina de todas las virtudes : por eso, cuando el rey no obraba
en justicia, cuando arrebataba la libertad á la tierra, mereciendo nombre de
tirano, demás de ser indigno del amor y de la obediencia de su pueblo, era
merecedor de muerte, y acción alta y meritoria en el varón esforzado el con-
Iribuir á su exterminio, «anteponiendo el provecho é salud de la patria á
su propio interese.»
La seguridad del Estado , su engrandecimiento , su prosperidad , bello
ideal de todo repúblico y anhelo indubitable de D. Alvaro de Luna, exigían
([ue fuese aquel temido de los extraños y respetado de los propios: en me-
dio de la anarquía señorial, que le arrebataba con harta frecuencia la pluma
(le la mano, forzándole á empuñar la espada para combatirla, veía acercarse,
el Condestable los tiempos en que había de ser dado á los reyes realizar
a(|iicl desiderátum , por medio de los ejércitos; pero rio bastaban las muche-
dumbres armadas para lograr el triunfo, como no lo alcanzaban tampoco los
sacriiicios individuales: los ejércitos vivían por el orden, la disciplina y la
sabiduría de su organización; y sólo á estos títulos, que acrisolan el valor per-
sonal y la abnegación del guerrero, eran debidos los laureles inmarcesibles:
sólo bajo este titulo «el pueblo romano (exclamaba D. Alvaro) sojuzgó todo
el mundo» (3;. Encaminada* á este fin, cuyo logro podía conquistar á su
patria extraordinaria grandeza, todas las fuerzas de sus hijos, sobresalían y
dominaban, como extremadas vir-tudesla «nobleza del corazón» y la «noble-
za del ingenio:» D. Alvaro, al poner de relieve esta doctrina , que era esen-
cialmente española (4), pretendía sin duda justificar en 144G su elevación
propia y la de sus multiplicadas hechuras.
(1) Claras é Virtuosas Mugere-f, primera parte, cap. VIH.
(2) Id., id. cap. V.
(3) Parte II,' cap. V.
(4) Siendo base capital de la organización guerrera, que recibe el pueblo de Pelayo,
donde están constantemente reservados al valor y mérito personal la supremacía de
las liuestes, y el galardón de la victoria, toma esta fecunda doctrina asiento y repre-
sentación en todos los cuerpos elementarios del dereclio, elevándose natural y necesa-
riamente á la consideración de principio general, en el concepto de los legisladores.
Así sucedió realmente respecto de las Partidas, cuya segunda parte refleja viva é in-
258 ESTUDIO HISTÓRICO.
Hé aquí la enseñanza que respecto de las más fundamentales doctrinas
;íOÍí¿¿m5, profesadas por "el Gran Condestable de Castilla, nos ministra su
precioso Libro de las Claras é virtuosas mugeres: su entidad moral , su re-
presentación como hombre de Estado, y su significación personal, cual mi-
nistro de D. Juan II, cobran mayor luz y se completan , por decirlo así, de
un modo extraordinario, al examinar sus doctrinas morales. Asunto será
pues, este trabajo, no acometido todavía ni sospechado siquiera, del siguiente
artículo.
José Amador de los Ríos.
Febrero de 1871.
mediatamente la orgraiiíaciou y la vida toda cutera del pueblo español hasta m.edia-
doa del siglo XIII. En la época de T). Alvaro de Luna liabia trascendido á las esferas
del arte; y Fernán Pérez deGuzman, el infante D. Pedro de Portugal, D. Iñigo López
deí^Icndoza, etc., no vacilaron eu anteponer, aunque era todos nobles y magnates por
herencia, la nobleza adquirkla á la heredcula.
DE RE CULINARIA.
epístola Á don MARIANO ENRIQUE DE LA BARRERA
La tarea que Vd. me encomienda, querido amigo, es en eslos momentos
superior á mis fuerzas, porque á pesar del amor con que he cultivado el ame-
nísimo trato de los autores latinos, por espacio de muchos años, y de la
afición que tengo al decaído estudia de la lengua del Lacio y las costum-
bres délos antiguos romanos, me faltan tiempo y salud para refrescar re-
cuerdos, revolver libros y sobre todo para escribir sobre la materia, que
por haber sido objeto más de una vez de nuestras conversaciones, desea
usted examine con algún detenimiento y cuidado.
Hónrame en extremo la inmerecida confianza que deposita Vd. en mi, y
salga lo que saliere, en esta carta procuraré complacerle, apuntando las ideas
que vayan ocurriéndome ya sobre el sistema de alimentación de los roma-
nos, ya sobre sus usos y costumbres en lo que concierne á la comida, y ya
en fm sobre los varones que más se distinguieron por el lujo (pie desplega-
ron en sus banquetes, por sus conocimientos culinarios y por sus extraor-
dinarias disipaciones. Allá va, pues, una lluvia de noticias y datos sueltos,
expuestos sin orden cronológico y sin la pretensión de que no ha de quedar
mucho por decir, pero si con la seguridad de que cuanto refiera será noto-
riamente cierto y ha de tener en su apoyo la irreprochable autoridad de los
escritores más graves, coetáneos la mayor parte de ellos de los hechos que
intento describir.
No me parece inútil é impertinente esta advertencia, porque cuando nos
engolfamos en ciertas averiguaciones históricas, encontramos en las obras de
aquellos, narraciones y detalles de tal naturaleza, que más que reales y po-
sitivos parecen fábulas y parto de imaginaciones calenturientas; y ni el cé-
260 PE RE CULINARIA.
lebre gourmand Barón de Brize, que tan buenos ratos daba á los lectores de
la Liberté, insertando diariamente un mc7)u siempre delicioso y variado en
la tercera plana del periódico de Emilio Girardin, ni el erudito gastrónomo
Brillat-Savarin, autor de la fisiología del gusto, ni el jesuíta Fabi, ni el más
opulento Lord inglés podrían acaso comprender en estos nuestros tiempos
la opulencia, el fausto y la prodigalidad ciue poco á poco fueron introdu-
ciéndose en la sociedad romana, sobria y frugal antes: César, Cicerón y Vir-
gilio se libraron del general contagio; poro no tuvieron igual suerte muclios
emperadores, tribunos, caballeros y poetas, de los cuales unos han dejado
honrosa memoria de sus preclaros servicios ala república y otros tristísimos
recuerdos de sus vicios y de sus abominables maldades.
El arte culinaria fué desconocida entre los romanos en los primeros
tiempos, y apenas dieron importancia á los placeres de la mesa basta que,
extendiendo sus conquistas por el mundo, y refinando su gusto, comenzaron
á imitar lo que veian en otros pueblos, á seguir las huellas de Crecia, á
crearse nuevas necesidades y á experimentar los deleites de la molicie in-
compatibles con sus primitivas virtudes; los buenos cocineros, amigo mió,
son contemporáneos de los fdósofos, de los oradores y de los hijos predi-
lectos de las musas, con ellos vinieron á la soberbia Roma y tal vez contribu-
yeron con ellos á la caida de aquel colosal imperio.
¿Quién no ha oido hablar de los banquetes de Lúculo, de las aberracio-
nes de Heliogábalo, de los escritos de Apicio, de las riquezas de Craso y de
los festines de Lucio Cejonio Commodo? La vida de cada uno de ellos mere-
ce un libro y me ha de perdonar Vd., amigo Barrera, si no les dedico más
que algunos renglones, que aún siendo pocos temo den á mi carta propor-
ciones molestas y exageradas.
Lucinio Lúculo^ uno de los más grandes capitanes y célebre orador ro-
mano, se distinguió por su valor en la guerra contra Mítridates y por la
elocuencja en la acusación que fulminó contra el augur Servilio; debiéronle
Sila y Roma la conquista del Helesponto y de muchas ciudades y provincias,
y edil, pretor, honrado administrador en África ó cónsul, sirvió siempre á la
[)atria con nobleza y heroísmo; á estas cualidades, que ningún historiador
ha puesto en duda, á un talento fecundo y flexible y á las más dulces pren-
das de carácter, unia el gusto artístico, el amor á las letras y la proverbial
hberalidad de que fueron digno fruto, la magnífica biblioteca que formó é
hizo pública, los suntuosos palacios que enriquecieron con cuadros y esta-
tuas los artistas de más fama, los encantadores jardines de Tiisculurn creados
á costa de dispendiosos gastos y en los cuales aclimataba las flores y las
frutas (1) más delicadas; y por último, los banquetes quehan hecho popular
su nombre y causaron admiración á Pompeyo y Cicerón; en uno de estos
(1) Entre estas la cereza importada por él de Cesáronte, en el Ponto.
DE RE CULINARIA. 261
banquetes servido en la Sala de Apolo, de su explendida morada invirtió
cincuenta mil sextercios, y refieren sus contemporáneos que tenia diversos
salones para comer, de modo que la riqueza de cada uno de ellos corres-
pondía á la riqueza del festin y á la posición social de los convidados.
La época de Heliogábalo marca el último grado del lujo, del fausto é
igualmente de la decadencia del imperio romano, de aquel pueblo que des-
pués de liaber sometido á sus armas y á sus leyes la mayor parte del mundo
civilizado, vendió la libertad y trocó sus glorias por los juegos del Circo y
por las prodigalidades de sus principes: Heliogábalo, á quien sus coetáneos
designaron con el mfamante nombre de Varius, para expresar que le supo-
nían fruto y engendro de la varia Venus, á que se entregaba su impúdica
madre, Julia Semia, es la personificación más repugnante de todos los vi-
cios, impurezas, aberraciones é infamias que produjo la corrupción de cos-
tumbres, precursora y causa eficiente del desmoronamiento y ruina de
aquel imperio, corrupción de costumbres que dejó muy atrás las enormida-
des de las CRidades de Pentápolis, destruidas por el celeste fuego, y que no
es posible vuelva con su repetición á escandalizar y á afligir á la bumanidad.
Al consultar, mi buen amigo, los libros que ban llegado basta nuestros
(lias, los escritos de Lampridio, de Dion Casio, de Aurelio Víctor, de Julio
Capitolino, etc., creo le liabrá admirado el perfecto refinamiento á que se
llevó entonces el goce de todos los placeres, el de los menos nobles singu-
larmente, la excentricidad moral, la relajación de bonrados hábitos que fue-
ron patrimonio de aquel mismo pueblo en mejores tiempos, la ostentación
y el lujo; y como no cabe dudar de la veracidad de escritores tan autoriza-
dos y graves, habrá pensado, como pienso yo, que tamaños desórdenes cor-
responden á otro desorden en las facultades intelectuales del extravagante
tirano, resumen viviente de todas las pasiones y maldades ; habrá creido,
repito, como creo yo, que aquel monstruo padecía esa enfermedad apyrética
que se llema demencia, único fenómeno que puede explicar tantos y tan
horribles extravíos, aunque no explique cómo hubo un pueblo que consin-
tiera y sufriera resignado su depresiva autoridad por espacio de cerca de
cuatro años.
Entre sus aficiones, fué tal vez la menos desordenada la que tenia á los
placeres de la mesa, y sin embargo, no puede calcularse lo que debió gastar
en los dispendiosos festines con que favorecía á sus cínicos aduladores y á
los parásitos que le rodeaban, en cuyos banquetes comenzaba regalándoles
literas magníficas, carros adornados con oro y plata, eunucos, esclavos,
quadrigas y objetos de todas clases; tenia el singular capricho de comer, ya
con ocho sordos ó con ocho calvos, ya con otros tantos gibosos, tuertos, ó
con las personas más obesas que habia en la ciudad, sin que escaseara medio
ni diligencia para dar realce á las fiestas culinarias; reclinábanse los convi-
dados en literas de plata maciza, cubiertas con blandos cojines rellenos de
262 DE RE CULINARIA.
las finísimas plumas que tienen las perdices debajo del ala y de plumas de
cisne de la Germania, que eran muy estimadas entonces; cubríase la mesa
con frutas y flores exóticas mezcladas con esmeraldas, rubíes y granates, y
con vajillas de oro guarnecidas de preciosas piedras; y entre los manjares
raros y suculentos alternaban con carnes, aves y pescados, traídos do regio-
nes y mares remotos, las crestas arrancadas á gallos vivos, lenguas de pavo
real y de bermosos fenicópteros, sesos de faisanes espolvoreados con perlas
molidas, tetas de jabalinas y guisantes preparados con granos de oro; caía
del techo una lluvia de violetas, jacintos , narcisos y hojas de rosa, y según
Lampridio, alimentaba á los oficíales de su palacio, á los perros y leones
con las sustancias más peregrinas (1).
No todos eran deleites para los comensales de Ilelíogábalo, pues aconte-
cía frecuentemente que cuando se hallaban más á su gusto y entregados á
á la satisfacción de sus apetitos, á la dulce molicie, á la gula y á
la lascivia, en que tomaban parte las Lesbias, Mesalínas, Lais, Megílas ú
otras encantadoras cortesanas de las que Luciano ha retratado en su famoso
Diálogo, apareciesen y se lanzasen furiosos en la perfumada estancia, previa
una seña del anfitrión, varios tigres, leones y tal cual oso, que ponía es-
panto y terror en el ánimo de aquellos que ignoraban estuvieran encadena-
dos los feroces huéspedes; también le complacía presentar á sus amigos
viandas contrahechas, imitadas en piedra, cera ó barro cocido, mientras se
repartían las condimentadas con esmero, entre el imbécil populacho que se
agitaba gritando debajo de las ventanas de palacio.
No hay hipérbole que pueda expresar fielmente el aparato, superior á
toda ponderación, con que se celebraron las bodas del emperador con Julia
Cornelia Paula, que pertenecía á una de las más ilustres familias de la aris-
tocracia, ni la imaginación más fértil podría producir nada que se parezca á
lo que en tan solemne ocasión presenció la decadente Roma, pues sí hemos
de dar crédito á un severo escritor, llegó á tal extremidad la largueza de He-
liogábalo, que mandó llenar de exquisito vino el ancho canal que separaba
en el circo la arena de las gradíis en que tomaban asiento los expectadores,
por el cual es sabido que corría agua ordinariamente; Juba, á pesar de su
belleza y de sus timbres, fué repudiada, privándola hasta del titulo de aw^w^/a
por su marido, que contrajo un nuevo y sacrilego enlace con la vestal Julia
Aquilina Severa, escándalo sin ejemplo en los fastos romanos, y esta no
(1) Exihuit palatínis ingente diqyfís extis mullorum referías, et cerebellis phaniicopte-
rum, et perdicum ovis, et cerebellis tiirdorum, et cajñtibus psittacorum et fasianorum ct
pavomim.
Canes jecinoribus anserun j)avit. Miñtet uvas apcimenas in prcesepia equis suis. Et
psittacvi atque phasianis lewies pavit. {JElii. Lamprid, Hist. Aug. Vit. Heliogab, i>A-
gina 108, Parisiis, 1620.)
DE RE CULINARIA. ^3
tardó en ceder su puesto en el tálamo imperial á Annia Faustina, después
de sufrir violenta muerte su legítimo esposo el senador Bassus.
Los nefandos crímenes de Ileliogábalo, de los que no he indicado los
más groseros y repugnantes, sus desórdenes y disipaciones debían alcanzar
un fin trágico; Ileliogábalo no podía morir tranquilamente en su lecho,
ni mucho menos con gloría combatiendo á los enemigos de su patria;
murió como había vivido, Siciit vita finís ita; terminaron sus días,
dice Lamprídio, á manos de los pretorianos, in lairina ad quam confugeral
occiossus.
El nombre de Apicio es celebérrimo en los anales del arte culinaria; le
llevaron tres varones romanos versadísimos en los secretos de aquella; el
primero, del cual ríos habla Atheneo, se hizo notable por su intemperancia:
el segundo, Marco Gabio Apicio, inventó diversas preparaciones y salsas,
que s^ llamaron apicianas, elevó á grande altura los conocimientos gastro-
nómicos y empleó cuantiosas sumas en trasportar á Roma desde remotísi-
mas tierras los manjares más delicados; hablan de él Apion el Gramático,
Séneca, Dion Casio y nuestro compatriota Marcial; el tercero escribió un
libro titulado «Deopsoniis el condimeniis, siveiJe re culinaria, libri decem,»
que no es más que una colección de recetas de cocina; poseo un ejemplar
de esta obra curiosa, que descubrió Enoch Ascoli en 1454; pero no he lo-
grado ver ninguno de la edición prince¡)s que lleva la data de 1498. De
este Apicio dan noticia Atheneo y Suidas por el hecho de haber enviado al
emperador Trajano durante la guerra de los Partlios, ostras conservadas por
medio de un procedimiento de su invención, y cuéntase de él que pasaba
aargas temporadas en Minturno disfrutando los deliciosos langostines de
aquella costa, por cuyo marisco debía sentir especial preddeccion, porque
no sólo iiacia esto, sino que habiendo oido que se pescaban otros de mejor
sabor en Lybia, dispuso probarlos, y emprendió el viaje sin perder momento
y sin llevar más que aquel objeto como término de su expedición; los pes-
cadores de este país que supieron que venia Apicio, no se descuidaron en sa-
hr al encuentro de la nave que le conducía y en presentarle los mejores ma-
riscos de la citada especie; mas habiéndole parecido que su calidad no corres-
pondía alas noticias llevadas por la vocinglera fama, volvió inmediatamente,
y sin desembarcar, á Minturno; es decir, mi querido amigo, que á un libro de
cocina, á unas ostras y á unos langostines debe Apicio su celebridad y laín-
mortahdad de su nombre; también en épocas que no distan siglos de la
nuestra, se han hecho memorables ilustres personajes por la musa culi-
naria: ahí tiene Vd. á la más grande de las soberanas de la Gran-Bretaña,
á Ana de Inglaterra, cuyo reinado goza el renombre de verdadero siglo de
Augusto [true awjuslan age), que fué devotísima de los placeres de la mesa,
y aún se distinguen en su país muchos platos con el calificativo de aflm
quea's Aun fashion, de modo que no sólo dejó fama imperecedera por su
264 DE RE CULINARIA.
glorioso gobierno y buena administración, por la conquista de Gibraltar y la
anexión de Escocia á Inglaterra, sino por su sabiduría culinaria.
Justo me parece recordar otros insignes varones que apuraron todos los
goces y comodidades que ofrecía la cultura romana en el alto grado de ex-
piendorosa riqueza y elegante civilización á que aquella liabia llegado aún
antes de lamina de Cartago y de su esforzado capitán Annibal: el eminente
jurisconsulto Craso poseia en el monte Palatino una morada soberbia, en
la que se admiraban las más ricas columnas de mármol de Hymeta, vasos
primorosos y cuantas maravillas puede el arte crear; alli babia hecho cons-
truir vastos viveros para los pescados, entre los que tenia un número fabu-
loso de murenas, que eran los más estimados entre los romanos, y á cuya
conservación y reproducción sacrificaban cuantiosas sumas, llegando su locura
basta el grado de adornarlas con vistosas alhajas; de Polion se cuenta que
alimentaba sus murenas con los esclavos que las arrojaba para su cebo.
Son verdaderamente interesantes las noticias que encontramos en los
escritores antiguos, y sobre todos en Varron, acerca de los viveros de agua
dulce y de agua salada en que los romanos conservaban con prolijo esmero
sus pescados, noticias que hoy nos parecerían increíbles si no respondiese
de su exactitud el testimonio de autores que no incurrieron en ligerezas, ni
hablan de oidas, sino que describen lo que vieron y acontecía en su tiempo:
es necesario tener en cuenta la acumulación de riquezas en pocas manos,
la extraordinaria concentración de medios de fortuna en ciertas familias
privilegiadas, lo cual conslituia el estado social de aquel pueblo de esclavos
y de mendigos, en el que los ricos poseían rentas de ocho y diez millones de
reales, y la infeliz plebe, los no exceptuados, apagaban el hambre con el
trigo que la administración pública repartía gratis ó á precios ínfimos dia-
riamente; es necesario no perder de vista ese estado social, esa desigualdad
de condiciones, para comprender que Ilirrio aplicase doce millones de sex-
tercios (doce millones de reales próximamente) á la aUmentacion de sus
pescados, de los cuales llegó á reunir tantos, que en cierta ocasión dio á
César nada menos que seis mil murenas; se necesita pesar aquellos datos
para creer que el famoso orador Q. Ilortensio poseyese en Baulos varias de
estas suntuosas piscinas, en cuya construcción gastó sumas de la mayor
consideración, y en cuyo entretenimiento y repoblación empleaba muchos
esclavos y pescadores, encargados estos de hacerle remesas de pececillos
para cebar sus pescados, de cuya salud no se ocupaba menos que de la de
sus esclavos; se necesita, en fin, un gran esfuerzo de imaginación para apre-
ciar lo que serian los viveros de Marco Lúcido, hermano del vencedor de
Mitrídates, que consumió la mayor parte de su fortuna en hacer y poblar las
monumentales piscinas de agua salada, preparadas con tal arte, que se re-
novaba el agua del mar dos veces al dia, pues estaban dispuestas de suerte
que alcanzaba hasta ellas la marea.
DE RE CULINARIA. 265
Ha llegado también hasta nosotros el nombre de Lucio Cejonio Commo-
do Vero, que vivió en el siglo ix de Roma; fué conocido por su sibaritismo
y porque se le atribuye la invención de algunos platos ó condimentos lla-
mados tetrapharmacos aderezados con huevas de trucha, carne de faisán, de
pavo real y de jabalí.
El célebre actor Esopo, que floreció por el año 670 de la ciudad, era
tan expléndido como el más ilustre ciudadano, y de él se cuenta que hizo
servir en una comida un plato de aves tan raras, que cada una valia cin-
cuenta talentos, y su hijo obsequiaba á los amigos que honraban su mesa
con deliciosos vinos mezclados con perlas disueltas.
Yerres, célebre no sólo por sus enormes depredaciones en Sicilia, sino
también por la magnifica acusación que contra él lanzó el principe de los
oradores, Cicerón, en dos discursos (in Verrem actio prima et actio secun-
da), tenia siempre en Roma, y en sus palacios de los alrededores, treinta
mesas suntuosamente preparadas con primososas vagillas de oro, en cuya
ejecución trabajaron por espacio de ocho meses los mejores plateros, cin-
celadores, escultores y grabadores, niagnam liominum multitudinem, y com-
petían con ellas ricos bronces, pieles de inestimable valor, tapices, telas de
púrpura, bordados y cuanto la industria es capaz de producir.
El triumviro Marco Antonio debió á su amor á los placeres y particu-
larmente á los gastronómicos, la amistad con que le distinguió César, que
hablando de él decia, (^^no temo á estas gentes que no se ocupan más que de
sus deleites, sus manos vecojen Jlores y no aguzan puñales. y> Parece que
Marco Antonio mostró su agradecimiento á un cocinero que le habia sor-
prendido con una cena suculenta regalándole una villa, rasgo de generosi-
dad propio del hombre que según cuentan los historiadores, podia saciar
perfectamente el apetito de mil personas con las provisiones que se hacian
para cualquiera de sus banquetes.
Claudio Domicio Aurelio, que es uno de los emperadores que goberna-
ron con más cordura y prudencia, Plinio el joven y otros mil y mil varo-
nes que estimo no debo ya citar, porque no tendrían fin estos apuntes
biográficos si hubiera de hacer mención de todos ellos, fueron excelentes
gastrónomos; PUnio el joven merece que los españoles que cultivan la cien-
cia de Apicio y de Brillat-Savarin le agradezcan su preferente inclinación á
las aceitunas sevillanas y á los bailes de la poética Andalucía, de lo que nos
ha dejado un elocuentísimo testimonio en su epístola XV del lib. I, dirigida
á Septicio Claro (1).
(1) Parata erant lactucce singuloe, cochleoe temoe, ova bina, alica, cuín mulsó et nive
(nam hanc quoque computahis, immo hanc in primis, quca perit inferculo), olivce Bceti-
cae, cucurhitce, bulbi, alia mille non ^ minus lauta; Audiesses comaedum, vel lectorem,
vel, lyristen, vel, quoe mea liberalitas, ommes. At tua wd nescio quem, ostrea, vulvas,
echinos, gaditanas, Tualuisíi,
TOMO XIX. 18
266 DE RE CLLINAUIA.
Nada he aventurado al llamar ciencia á la que fué arte culinaria y en la
que tan fecundos progresos hicieron los romanos, pues la gastronomía ha
conquistado ya los honores de que gozan las ciencias y es una de las más im-
portantes entre las que pueden ser ohjeto délas especulaciones del humano
entendimiento, como que tiene por fin dirigir las funciones del organismo
del hombre y cuanto se relaciona activa y directamente con la vida por me-
dio de la alimentación; las consecuencias de esta, la digestión, la obesidad,
la delgadez, los sueños, los efectos de la gula, los del ayuno y tantas otras
cosas no menos trascendentales é interesantes caen de lleno dentro de la
jurisdicción de esta ciencia, y por lo mismo el verdadero gastrónomo debe
poseer una instrucción variada y profunda; yo no me atrevería á dar aquel
nombre al que no esté versado en la historia natural para clasificar juiciosa
y discretamente las sustancias ahmenticias que cria la próbida naturaleza;
en la física para examinar sus elementos componentes y sus cualidades, en
la química para analizarlas y descomponerlas, en el comercio y economía
política y en otras no pocas materias que el buen sentido nos dice que son
sus auxiliares; pero sobretodo el gastrónomo debe estar dotado de un gran
instinto crítico que le evite cometer errores graves y le sirva por el contrario
de guia para apreciar la sazón que requiere cada uno de los alimentos, cuá-
les deben consumirse en la primera edad, cuáles en todo su desarrollo físi-
co y cuáles como el faisán y las chochas cuando comienzan á descompo-
nerse. El alimento lo componen las sustancias fungiblcs que, sometidas á la
acción del estómago, pueden asimilarse al organismo animal y reparar las
pérdidas que experimenta el cuerpo por los diversos movimientos de su ac-
tividad, por las funciones de la vida; esta definición basta para conocer y
apreciar en su justo valor la importancia de la ciencia culinaria.
Se ha dicho, no sé por quién y tal vez con razón, que los españoles
se alimentan pero no comen; en efecto, nuestra característica flugalidad nos
aleja de la ciencia que tanto brilla en otras partes y más que en ninguna
en Francia y en Inglaterra, donde ha llegado al último grado de desenvol-
vimiento y perfección; sin embargo, algo vamos aprendiendo y ya no es
raro encontrar en nuestro país quien sepa hacer un menú ajustado alas
reglas científicas que rigen en la materia y dirigir con acierto una comida.
Como en las artes imitativas nada tenemos que envidiar ni á las razas de
los cuadrumanos más listos, empezamos á tomar de otros pueblos de Eu-
ropa, y tal vez á exagerarla, la costumbre ae tratar en banquetes frecuentes
los negocios de todas clases, particularmente los políticos; por fortuna
todavía se distinguen por su modestia y no alcanzan la fama que disfrutan
los del virey de Irlanda, por ejemplo, ó los del lord corregidor de Londres,
ni han dado los resultados prácticos que obtuvieron los que en Francia sir-
vieron de pretexto en 1848 á Odilon Barrot para defender el derecho de
reunión y precedieron al radical movimiento revolucionario de 24 de Fe-
DE RE CULINARIA. 267
brero que expulsó del trono á la rama segunda de los Borbones; pero todo
es empezar y ya completarán el sistema nuestros gastrónomos políticos.
Mas dejando á un lado digresiones, que me llevarían muy lejos, volva-
mos de nuevo la vista al método de alimentación que usaban los romanos en
el apogeo de la civilización de aquel] imperio.
Así como los griegos hacían diariariamente tres comidas llamadas acra-
iismos, arist()n,y dorpos, los romanos tenían el jentaculum, el prandium y
la ccena que era la principal, y alguna vez interpolaban el commesaíio con
las dos últimas: bañábanse antes de irá la mesa y dejando el traje ordinario
vestían el denominado synthesis; en los banquetes de aparato se coronaban
con guirnaldas y flores^ cuyo cultivo estaba muy adelantado.
No conocieron el uso del ajenjo, del byter, del vermouth, ni de ninguno
de los estimulantes que ahora empleamos para despertar el apetito, pero se
preparaban con cigarras y otros animalejos que há muchos años viven en
paz y sin peligro de hallar sepultura en el estómago de los glotones; por
supuesto que estos insectos poseían cualidades no menos incitantes que las
que desarrollan nuestros gratos apetitivos.
Su cocina era más rica, abundante y variada en manjares que la nuestra;
no sólo formaban parte de ella casi ; todos los que nosotros consumimos,
aunque los aderezaban de diferente manera y con otros codimentos que los
que emplean los cocineros modernos, sino que devoraban mil producciones
del reino vegetal y del animal, que después quedaron desterradas de las
mesas de todas las naciones, como los papagayos, los avestruces y los liro-
nes, y las sazonaban con salsas en que entraba el asafétida, el zumaque y
otros ingredientes á cual más estraños.
Comian tordos, hortolanos y codornices cebados cuidadosamente con
bolillas amasadas con harina de diferentes semillas, y guardaban las aves,
sin luz, en grandes pajareras por las que corria un arroyo para que se ba-
ñaran y bebiesen, y las mataban en otro departamento, evitando que sus
compañeros de prisión presenciasen el cruento sacrificio. Aunque no gus-
taron la suculenta carne del pavo común, pues no fué importado en Europa
hasta fines del siglo xvii, que lo trajeron los jesuítas de la América Septen-
trional, abundaba en los festines el pavo real, alimentado con cebada, el
cual, según Plinio, tampoco vino á Italia hasta la guerra con los piratas y
añade que se velan bandadas salvajes de aquellas aves en la isla de Samos y
en la de Planasia; se atribuye al orador Hortensio la gloria de haber sido
el primero que las hizo servir en un convite dado en honor del colegio de
los augures.
También abundaban en sus comidas los pichones y las palomas tor-
caces, zoritas y domesticadas, columba livia, columba paliimbiiis; tenian la
crueldad de romperles las piernas cuando eran muy pequeños, y los deja-
ban en el nido de sus palomares procurando que la madre tuviera comida
268 DE RE CULINARIA.
con exceso para sí y para llevar á sus pequeñuelos, con cuyo procedimiento
engordaban mucho y alcanzaban tales precios, que el caballero L. Axio
lio quiso vender en dos mil sextercios un par de ellos. Presentaban con
igual profusión á sus comensales, tórtolas, pintadas, ruiseñores, cabritos de
Ambrasia, gallinas de Guinea^ caracoles de varias clases, grullas, rodaba-
llos, lampreas, lobos marinos, ánades, zarcetas, patos, perdices de mar,
liebres, conejos, javalíes, ciervos, corzos, lirones, palmípedos como el bosci
del Columela y el qucrqucilida de Varron etc., etc.
Entre las pintadas (numida meleagris) indica ya Columela dos especies,
la gallina africana y la meleagris; y de sus palabras se colije que era estima-
dísima este ave, que desapareció de Europa durante toda la Edad Media, y
fué de nuevo aclimatada aquí, cuando los europeos comenzaron á explorar
la costa occidental de África, en sus viajes á la India por el cabo de Buena-
Esperanza; la cebadura del pato y de otros anfibios se hacia por el piismo
método que se sigue ahora en las comarcas en que con más esmero é in-
teligencia se dedican á esta lucrativa especulación, y sabían engordar el
hígado de los mismos haciendo que aquella viscera se desarrollase y tomase
gran volumen, ni más ni menos que se practica en nuestros dias para re-
galo de los gourmands y de los apasionados por el paté de foie gras. Sin
duda se daba á la operación una ímportacia suprema, porque escritores
tan sesudos como Plinío discuten sobre si fué Scipion Mételo el inventor
del procedimiento para engordar el hígado de los patos, ó Marco Seyo el
que enriqueció la ciencia culinaria con tan trascendental adelanto; y Marcial
dicelo siguiente: Aspicc quam tumeat magno jécur anscre maius.
No se solicitaban menos las perdices pintadas, que son indudablemente
nuestras perdices rojas ó de las Azores, el faisán y las grullas, de que hablan
Horacio (1) y Plutarco (2). Apicio ha escrito sobre la manera de guisarlas.
Los romanos opulentos tenían su leporarium que era un terreno cer-
cado con buenos muros, inmediato á sus grandiosas posesiones campestres
y mañosamente dispuesto, en el que, como su nombre indica, criaban
liebres en los primeros siglos de la República, y andando el tiempo todo
género de caza; conejos, jabalíes, ciervos, corzos y carneros salvajes; tres
especies de liebres solían reunir en estos parques, la vermeja de Italia, la
común de España y la blanca de los Alpes.
Dice Varron que la educación y multiplicación de los caracoles no es
tan sencilla como generalmente se cree, y da diversas reglas para el cuidado
de estos moluscos; nadie rechaza en Francia un buen plato de escargots de
Bretagne; en España apenas toleran este sabroso alimento, más que las
personas de ínfima condición ó el pueblo de las grandes ciudades, pero en
(1) Serm. II, VIII, v. 86.
(2) De usu carnium, disp. lí»
DE RE CULINARIA. 269
Roma, los caracoles constituian un plato delicado y les dedicaban parques
y pastos especiales; los más codiciados eran los muy pequeños y blancos
de Rieti, los grandes de Iliria y los medianos de África: Varron nos ha con-
servado el nombre de Julio Hirpino, que fué el primero que estableció par-
ques para la explotación de los referidos moluscos en sus propiedades de
Tarquinia, poco tiempo antes de la guerra civil de César y Pom[eyo: con
igual afán cebaban los lirones con bellotas, nueces y castañas, teniéndoles
encerrados en la oscuridad de vasos voluminosos hechos de barro cocido
para esta ingeniosa función.
Todas las regiones del mundo conocido contribuían con sus productos
comestibles al abastecimiento de la dispensa romana: España la proveía de
jamones, carneros, conejos, aceitunas y vino; Grecia enviaba sus faisanes;
Asia los pavos reales; África las gallinazas y las trufas; aunque no llegaron
á conocer las de Perigord y las provenzales, que todos saben son las mejo-
res y que en el mismo Paris se consideraban raras hace 78 ú 80 años, reci-
bían este precioso tubérculo de diversas provincias de África, y las más
aromáticas de Lybia (1).
Para las carnes y los pescados confeccionaban salsas equivalentes á las
que, como la de Worcestershire y la de anchoas, se ven en nuestras mesas;
ya el garum que no sé de qué se componía, ya la miiria que se obtenía del
atún y otras muchas muy estimulantes.
Como es natural que sucediese, el ramo de vinos correspondía y estaba
en perfecta armonía con la abundancia y lujo de los manjares, y la industria
vinícola nada dejaba que desear; los vinos de Piceno, de la Sabina, de Fa-
lerno, de Sarrento y de Aminea, el hidromel de Frigia, el oximel, el aigleu-
cos de los griegos y otros en infinito número acompañados de la espumosa
cerveza que ellos llamaban cerevisia, y que según Floro la extraían del trigo,
completaban los deleites de aquellos fantásticos banquetes, en los que solían
ponerse hasta veinte servicios y era elegantísimo y de buen tono, como ahora
decimos, procurar vomitar entre uno y otro y continuar comiendo con noble
ardimiento. Construían hábilmente las bodegas (2); conservábanlos vinos en
toneles, que llamabanrfoíiM?)^, ó en basijas de barro como nuestras toboseñas
tinajas [nihil novumsuh solem), y los clasificaban con escrupulosa concien-
cia por edades, calidad y procedencias rotulando las ánforas que contenían
los que eran dignos de tamaño honor, y si bien desconocieron el alcohol ni
los aparatos destilatorios, que han producido una verdadera revolución en
las artes, en el comercio y en la industria, daban fuerza y perfume á sus
vinos con la infusión de flores y aromas, hasta el punto de fabricar líqui-
dos ardientes y espirituosos, ó dulces como la ambrosía.
(1) Libidhüs alimenta 2}cr oninla qiuvntnt — Juvenal,
(2) Pliuio (la curiosas uoticias sobre esto.
270 DE RE CULINARIA.
Se ha dicho por varios escritores que los romanos no hicieron uso del
azúcar como dulcificante de sus manjares y de sus licores, error crasísimo
que conviene desvanecer; es cierto que no habiendo alcanzado esta sustan-
cia del Nuevo Mundo, descubierto tantos siglos después de haber desapa-
recido el imperio romano, la reemplazaban ordinariamente con miel, como
sucedía en toda Europa hasta hace cien años, que empezó á generalizarse el
consumo de este dulce, que apenas se encontraba más que en las boticas;
pero es igualmente exacto que acertaron á extraer azúcar de algunas plantas,
como se ve por las palabras de Lucano. «.Quidque bihunt teñera dulces ab
arujidim suecos, » y que la importaron de Arabia y de otros puntos donde
según Plinio se producía in arnndibus coltecta.
En cuanto á las frutas, creo inútil decir que nada perdonaron para lograr
cuanto la rica naturaleza y el fértil suelo de Italia pueden dar de sí; con
estos hábitos de lujo y con una agricultura que sacrificaba las más feraces
tierras al cultivo délas flores que perfumaban ios mejores palacios ^'villas
del mundo, y de las frutas más codiciadas, no es de extrañar que abunda-
sen como abundaban en los magníficos jardines, además de las conocidas
de muy antiguo, como las manzanas, peras, higos, etc., aquellas que la in-
dustria se complacía en aclimatar, trayéndolas de todas partes, la frambuesa
del monte Ida, los abridores de Persía, los albaricoques de Armenia, los
membrillos de Cydou y tantas otras que seria prolijo enumerar.
Tampoco descuidaron la fabricación de los quesos con leche de oveja,
de vaca y de cabra; para cuajarla empleaban comunmente los líquidos con-
tenidos en el estómago de los terneros, y Varron asegura que el mejor coa-
guhun consiste en los líquidos contenidos en el estómago de las liebres, de
los cabritillos y de los corderos: usaban para salar los quesos la sal fósil con
preferencia á la de mar; y por los elogios que les consagran los que debían
saber apreciarlos, hay que creer que eran excelentes y podrían sostener
airosamente la competencia con los afamados Stillon, gruyere, sept-mowcel,
brie, chester y roquefort.
En los buenos tiempos de la república comían sentados, mas poco á poco
fué introduciéndose la costumbre ateniense de comer reclinados, ó me^"or
dicho, acostados sobre el lado izquierdo en unas hieras á modo de banque-
tas, en lasque apoyaban el codo, dejando descansar la cabeza sobre la
mano y quedando Hbre la derecha para tomar los alimentos con los dedos,
con el cuchillo ó con la cuchara; porque, á pesar de tanto refinamiento, aún
no se había introducido el uso del tenedor; cada uno de estos escaños ó lec-
tisternium, servia casi siempre para tres personas, no del mismo sexo; tar'dó
poco en generahzarse el uso del nuevo mueble, y así como se habia desar-
rollado un gran lujo en las vajillas, así también se emplearon en la cons-
trucción del lectisternium maderas peregrinas, metales ricos cuajados de
piedras preciosas, pieles, cojines y tapices .magníficos; así y todo, se me
DE RE CULINARIA. 271
figura que sólo la costumbre podría conseguir que se encontrara comodidad
en la casi horizontal postura.
Grande era el número de los criados dedicados á servir la mesa, el
sli'uctor hacia las veces de nuestros mayordomos y dirigía á los demás cu-
bicularios y esclavos; el captor trinchaba, unos llenaban las copas escan-
ciando en las mayores los vinos de primera calidad, y otros ahuyentaban
las moscas ó renovaban y resfrescaban el aire con grandes abanicos. No
llamaba la atención que si un esclavo se descuidaba en el desempeño de
su obligación, purgase la falta con trescientos latigazos.
Para que nada faltase en aquellos mágicos festines, en alguno de los
cuales se exhibió un plato en el que entraron los sesos de quinientos aves-
truces y otro compuesto con las lenguas de cien mil papagayos, mirlos y
ruiseñores, amenizábanlos las armenias de la música, la voluptuosa danza,
los degradados bufones^ los hercúleos gladiadores y alguna vez muy rara
por desgracia, la instructiva lectura.
¿No es verdad, mi querido amigo, que con tales elementos, y con la li-
beralidad que se introdujo en la costumbre de los romanos, nos es impo-
sible á los hombres del siglo xix, no ya competir con los ohgarcas de la
ciudad, reina del mundo, en lujo, en artes y en fausto, sino que ni apenas
concebir lo que entre ellos era común, ordinario y frecuente? ¿No es ver-
dad que todo lo que voy apuntando á la lijera en esta carta parecería una
fábula oriental, un cuento de las Mil y Una Noches, si no estuviera auto-
rizado con el testimonio de los autores más circunspectos, clásicos y sin
tacha de exageración en sus graves narraciones? Compare Vd., amigo mió,
compare la más explendida de nuestras fiestas con las que se celebran en
Roma desde que cayeron en desuso las leyes licinianas y comenzaron á
labrarse las grandes fortunas, y las costumbres perdieron su primitiva sen-
cillez para arrojarse en el hondo precipicio de la disipación y del exhube-
rante lujo que tímidamente he descrito; compare, repito, aquella civiliza-
ción con la nuestra, y no tema deducir las consecuencias de semejante pa-
ralelo» pues no han de redundar en menosprecio de la última.
No envidiemos la de aquel pueblo decrépito y corrompido, á cuyas
puertas llamaba otro de bárbaros que carecía de sus vicios, de su atildada
cultura y de sus pasiones; no envidiemos tampoco la de este que también
poseia riquezas fabulosas y tesoros que contenían alhajas como el célebre
missorium, que era un plato de oro de quinientas libras de peso, primoro-
samente cincelado (1), y la famosa mesa formada de una sola esmeralda
con tres filas de perlas y sostenida en sesenta y cinco pies de oro cubiertos
(1) ín kujus heneficü repenss'miem missorum aurem nóbÜmmum ex thesaurls Ooto-
rum... Dagoherto clare promisit, pensantem miri pondus qiúngentos. Fredeg. Chron.
cap. LXXIII.
272 DE RE CULINARIA.
de piedras; que si los despojos del imperio pasaron á los bárbaros del
Norte y la Roma de los Césares fué su presa, y el Capitolio, cuartel de los
soldados de Genserico, del polvo que levantaban tantas ruinas y de los tor-
bellinos de humo que producían tantos incendios, salió una civilización
menos fastuosa, pero más pura, más noble y generosa, más digna de los
santos y eternos destinos de la humanidad.
Román Goicoerrotea.
Madrid 25 de Febrero de 1871.
¿ESTABA LOCO?...
TRADUOOION I>E FlAYiVtOND STHA.!».
(Para ver bien hay que cerrar loa ojos. )
— Y eso ¿se puede hacer?
— Pues ¿no crees en los espíritus?
— ¿Y qué tienen que ver estos con lo que tú me dices?
— Vamos, ¡no seas tonto! Tú que puedes evocar á Julio César para que
te diga sandeces, á Felipe II de España para escucharle heregias , á Juana
de Arco para oirle decir que nunca fué la Pucelle de Orleans, y todolo crees
á pies juntillos; ¿te negarás á las evidencias mecánico-animales?
— Pero, si lo que tú me cuentas fuera exacto, quien poseyera el secreto
¡seria dueño del mundo!
— O un pohre mendigo, como yo.
— Sea verdad ó mentira, yo quiero ver si todo eso es posible.
— Bien; pero tienes que resignarte á morir, mejor dicho, á vivir, sin tú
saberlo, durante medio año. Por si acaso sucumbes en la experiencia...
— ¿A eso me espongo?
— No: mi tratamiento es seguro; pero durante él puedes morir de
muerte natural. Aunque insensible al mundo exterior por consecuencia de
mis artes, pueden tus dias estar contados para dentro de ese término y
morir. La experiencia no puede realizarse más que sobre un ser viviente.
— Bueno, pues explícame tu teoría .
— Oye. Alma no hay, en el sentido que para todos expresa la palabra. No
hay más que fuerzas desenvueltas, dentro de medios puramente materiales.
274 ¿ESTABA LOCO?
Esta idea, que prueba el inmenso genio de nuestro Newton, y que él vio
en grande escala, es toda la base de mi teoría, aplicada á cosas pequeñas.
Las fuerzas que regulan el movimiento general de los astros, perfecto y to-
tal, son asimismo las que dan forma á los cuerpos, basta el punto que la
hipótesis molecular, sin esta explicación, seria el mayor de los absurdos.
¿Qué son las reacciones químicas? ¿Qué las cristalizaciones? Fenómenos de
fuerzas que se verifican en un momento dado, y de las que el hombre úni-
camente ve los efectos. La química ha llegado á adivinar qué cuerpos ori-
ginan ciertas fuerzas, puestos al contacto con otros, y de ahí las reacciones;
pero ignora por completo el por qué de estas reglas empíricas. Tú sabes
que el ácido nítrico da lugar á un nitrato siempre que ataque á un metal
puro, y que el nuevo producto, á su vez, da un precipitado blanco al mez-
clarse á su cloruro, y esto luego te sirve para hallar el metal ó el cloro donde
se encuentre. Ahora bien; con las cosas que las gmles llaman espirituales,
pasa exactamente lo mismo; pero hasta el presente, los filósofos, como los
antiguos alquimistas, girando dentro de un mundo ignorado, ó distraídos
con la idea de otra piedra filosofal, ó séase el alma, no han notado su error
ni aprovechádose de sus experimentos para llegar á la síntesis , bien pri-
mordial, de toda ciencia analítica.
— Es decir, que para tí pueden existir una física y una química comple-
tamente nuevas; la de los espíritus.
— Mientras pronuncies esa palabra girarás en un círculo vicioso y no me
entenderás nunca. No hay espíritus. Sólo existen materias que en casos
dados originan ciertos fenómenos. Si yo tuviera como con la electricidad^
los medios de desarrollar en un punto dado del espacio la fuerza ó las fuer-
zas productoras de un mundo, indudablemente que lo edificaría. ¿A qué
obedece si no la generación de los seres espontáneos? ¿Y crees tú que la
escala animal, mineral ó vegetal puede ser sorprendida con la aparición
brusca de un ser de la misma especie, sin que esto no pueda hacerse des-
pués con todo lo que nos rodea?
— No te comprendo.
— Me explicaré más claro. Inspecciona la escala animal, desde el molusco
al hombre, con la misma paciencia que Cuvier. Cualquiera que sea el géne-
ro, la familia ó la especie, los verás continuarse físicamente unos á otros, por
más que entre sí no tengan relaciones de comunidad, de instintos ó de pro-
creación. Hasta llegar al esqueleto humano, va la armazón de todos los
vivientes variando de forma, de volumen, y de usos, pero conteniendo los
mismos caracteres. Empezada la fuerza del vivir, continúa desarrollándose
en la materia, y del cuadrúpedo pasa al cuadrumano, de éste al hombre, y
al mismo tiempo que la materia se perfecciona, vase perfeccionando el pun-
to á que se dirigen los huesos, músculos, las entrañas y los nervios. ¿Y
cuándo ves el espíritu ó el alma en su asombrosa explosión? Cuando ya la
TRADUCCIÓN DE RAYMOND STRAP. 275
materia lo permite, cuando sus fuerzas combinándose y perfeccionándose,
vuelven amor lo que era lujuria, economía lo que fué rapiña, amistad
y fraternidad lo que sólo instinto y ceguedad de [especies liabia venido
siendo. Pero, así como á caza de la piedra filosofal, crearon los alquimistas
la química moderna, así los filósofos, al correr tras del alma, han encontra-
do ya algunos elementos, de que yo me he aprovechado, para conseguir
lo que tanto te asombra y saber deseas. Además, hoy no se sabe dónde
empiezan ni dónde acaban los reinos de la naturaleza. La esponja y el coral
llevan en sí la sospecha de los vegetales y minerales como la cola de los
cometas el porvenir de nuevos mundos. Todo es vario y todo es uno. Todo
se separa y todo está atado en la naturaleza. Sobre la materia, y obedecien-
do á múltiples polos magnéticos, las fuerzas de la creación ejercen su influ-
jo. ¡Desviarlas, dirigirlas, sorprenderlas, ese es el porvenir, esa es la gloria,
esa será la eternidad! . . .
— ¡Me asustas, hombre, me asustas!
— ¡Eso será cumplirse la promesa de los santos libros, de todas las reli-
giones. Entonces al mortal, es decir, al ignorante, le será permitido con-
templar cara á cara la majestad divina, ó lo que es lo mismo, la fuerza de
las fuerzas, el centro de lo infinito, y allí, en ese lugar estable y perpe-
tuamente fijo, podrá el hombre ser todopoderoso, eterno, infahble, como
esa idea santa, que en su pecho abriga, de una cosa dotada de todas estas
cuahdades.
— ¡Vamos, tú estás loco!!
— Eso, eso mismo he creído durante mucho tiempo; pero ¡oye! Ya tengo
la seguridad de que mi juicio está sano; porque puedo volver locos á los
demás... ¿Quieres ver mi cfinica? Allí verás séres'fehces, que obedecen á
una fuerza sola. La máquina que forma su materia dirige todas sus fuerzas
hacia el punto objetivo que ellos deseaban. El que quería amor, no tiene
más que amor; el que oro, oro; el que gloria, gloría, ¡Oh! Si yo pudiera
encontrar las fuerzas que forman la materia; hombre, cuan pronto y cuan
fácilmente modelaría yo su alma! Sin embargo, cuando tenga un hijo...
quién sabe... quién sabe.
Pero no. Yo no hago más que analizar lo que nadie ha analizado. Otro
se encargará de la síntesis. Cuando se construyan los metales simples por
medio de corrientes de fuerzas, entonces quizá podrá hacerse la materia.
Ahora sólo me limito á observarla. En mi poder no está el aumentar las
perfecciones de cualquier ser naciente, pero sí disminuirlas. Por ejemplo.
Yo no puedo dar al cuadrumano las facultades del hombre; pero sí puedo,
en la materia hombre, suprimir ó paralizar los nervios productores de sus
fuerzas respectivas, y dejarle solos aquellos que funcionaron en el cuadru-
mano. Estoy en el período del mal, y ya tú sabes que este es el principio del
bien. Anda... ven á mi clínica.
276 ¿ESTABA LOCO?
Pero hasta ahora no he dicho al lector quién era este personaje tan ex-
traño. Llamábase Leather, y fuimos juntos á Oxford, donde él siguió la
carrera de medicina y yo la de leyes, cuando aún nuestros padres tenian
poca seguridad en los catedráticos de Boston, mejores, y en esto no me
ciega el patriotismo, que los que á mi me enseñaron, ó más adecuados, por
lo menos, á la sociedad en que han de ser hombres prácticos sus discípulos.
Leather estudió después en Alemania, y yo no habia vuelto á saber de él
hasta hace tres dias, encontrándolo en el Tatersallo de New- York, donde se
hallaba pujando un magnifico potro del Canadá, estampa, según él, del or-
gullo, y á propósito para sus experiencias.
Desde aquel dia no se separó de mí, gracias al brandy que consumi-
mos; y como, según me dijo él, hallábase por casualidad en New- York,
mandó poner una cama en mi mismo cuarto y se hizo mi compañero, que
quise, que no quise, abusando soberbiamente de mi debilidad por las bebi-
das espirituosas, única cualidad que yo tenia de común con Edgard Poe, á
pesar de figurárseme aventajarle en muchas. Era mi amigo alto, como un
palo de telégrafo, y descuidado en el vestir, como todo hombre que no sabe
para qué ni á qué hora lo hace.
Su mirada franca y leal radiaba un no sé qué de luminoso y extraño, y
parecía tener siempre miedo de alguien que lo siguiera, según volvia la ca-
beza atrás cuando hablaba ó gesticulaba.
Tres dias iban ya pasados no bebiendo más que poiier en vez de agua,
y brandy en lugar de vino, y era el sabio tan fuerte, que al acostarme yo
beodo, él salia por Broad-vay á dar paseos, despertándome con un pedazo
de roastbeaf entre dientes y con el vaso de brandy en la mano, fortaleza de
bebedor que picaba mi amor propio hasta el punto de volver á comenzar en
aquel acto la borrachera, apenas dormida.
Habíale dicho yo que queria ser el mejor de los poetas, y que por con-
seguirlo y dejar mi nombre á cien codos sobre los de Milton y Byrón seria
capaz de vender, como Fausto, mi alma á Mefistófeles.
Entonces, y tirando bajo de la mesa la quinta botella de brandy de
aquel dia, es decir, cinco horas después de haberme levantado, exclamó
con aire despreciativo:
— Si no fueras cobarde, lo podrías ser en seis meses.
— ¿Cómo?
— Siguiendo mi tratamiento. Tu cualidad superior es lo de poeta, pero
está limitada en tu naturaleza por otras fuerzas, á la manera que la luz del
dia no deja ver la claridad de una antorcha. Ahora bien; yo poseo el secre-
to de suprimir en cualquier hombre las cuahdades mentales que le estorban
TPADUCCION DE RAYMOND STRAP. 277
para que luzca una sobre todas, operación que da lugar á que suceda artifi-
cialmente lo que al genio de una manera natural y espontánea.
Entonces principió el diálogo en el punto donde esta narración comienza
de un modo tan extravagante.
— Y dónde está tu clínica? le pregunté.
— A diez leguas de aquí, respondió. Esta noche podré enseñarte mis
sanos.
— Bueno, pero antes acompáñame á la Bolsa. Allí se reúnen hoy los lea-
ders de mi partido, y voy á ponerme de acuerdo con ellos para las eleccio-
nes. ¡Verás nuestro futuro presidente!
Oliendo algo á rom, él con el paso firme, y yo tambaleándome, llega-
mos á la Bolsa, en un rincón de la cual iban á decidirse los destinos de la
patria de Washington.
Presenté á mi amigo Leather á la reunión, en la que se encontraba
también el futuro ministro de Hacienda de la república, y generalizóse el
diálogo.
Leather no despegaba sus labios, sino para hacerme al oído estas ó pa-
recidas observaciones:
— Si" puedes traerte á mi clínica el candidato á la presidencia, hazfo.
Tengo que corregir en él la protuberancia de la vanidad.
— Mira, tu ministro de Hacienda no me lo traigas. El cálculo no brilla
en sus temporales.
Yo sonreía á sus secreteos; y como lo percibiesen los señores respeta-
bles que formaban el corro, y yo notase la curiosidad que les dominaba
por conocer á mi amigo, les di cuenta de su profesión, y él comenzó á ex-
poner las ideas de que ya tienen conocimiento mis lectores, pero con mu-
cho mayor calor y observaciones más brillantes que aquellas que delante
de mi había expuesto.
IH.
Tenia yo fama de poeta. Joven publiqué mis poesías, y aunque de al-
guna instrucción y apto para la vida práctica, desde que obtuve mi primer
triunfo literario no había podido hacer creer á nadie que yo podría ser-
vir para otra cosa que para hacer versos.
Había redactado una vez, sin mi firma, algunos artículos sobre arance-
les, otros sobre derecho de gentes, y algunos sobre la administración en ge-
neral, que llamaron la atención de todos.
Al ver que eran aplaudidos, declaré ser su autor y entonces se me probó
que mis escritos eran copiados de no se qué libros, y que no debia salir de
hacer coplas, pues era para lo único que servia. Rechazado de las primeras
filas de la política, habíame dedicado á servir á los demás, que bien por no
haber escrito versos, ó mejor, por no haber hecho nada, no tenían contra
278 ¿ESTABA LOCO?
SÍ ninguna reputación conquistada en género determinado de literatura,
ciencias ó artes. Gracias á eso pude recabar algunos modestos destinos, y
llegué á otros más elevados, no sin que se censurase por el público mi re-
pentina elevación, mientras aquellos que yo habia ensalzado con la pluma o
sacado adelante en las elecciones, eran ministros, sin baber hecho por con-
seguirlo más que dejarse guiar por mi toda su vida. Convertido en satélite
de planetas que, ó no tenían luz, ó á mí me la debían, era llegado ya el caso
de subirlos á jefes del Estado, si yo quería colocarme en alguna importante
posición, tal como una embajada ó cosa por el estilo. Este era el secreto de
mi viaje al Estado de New-York, después de haber dejado asegurada la elec-
ción del presidente, mí jefe, en los demás de la República.
Pero había contado sin la huéspeda. Al oír á mi amigo Leather y escu-
char de su boca que yo, tan listo según ellos decían, me prestaba á sufrir
durante seis meses el tratamiento que había de trasformar las cualidades
de mí inteligencia, comenzaron á distinguirle y á considerarle, y quedándo-
se, por consiguiente, para otro día nuestro viaje á Blakwell Island, sitio
donde mi amigo tenia su famosa clínica.
Era el candidato ala presidencia uno de esos hombres que, perfectamen-
te considerados en la sociedad, y no habiendo nunca dado que decir á las
gentes por su conducta, arreglada á los principios más severos, se habia
conquistado el calificativo de serio y grave. Jamás daba su opinión de pron-
to sobre ninguna clase de asuntos; cuando se atrevía á despegar los labios
era en un tono axiomático y breve; nunca se entregaba á un movimiento es-
pontáneo, é inmensamente rico desde su infancia siempre se halló en con-
diciones de ese bienestar supremo cuya falta en los primeros pasos de la
juventud ó al principio de cualquier carrera obliga á muchos á contraer re-
laciones, hábitos y costumbres que forman, luego, un capitulo de culpas y
recriminaciones en boca de sus detractores ó envidiosos.
Al acabar mi amigo Leather, después de los primeros agasajos, la exposi-
ción de su sistema, los labios de los circunstantes se dilataron, unos expre-
sando la duda, y otros prontos á soltar la risa pero Mr. ***, (llamaremos
así al candidato), con su gravedad aplastadora y su tono axiomático
— Este señor es un sabio verdadero — dijo — y el coro de aduladores,
cambiando de actitud y postura, como los cristales de un kaléidóscopo,
trocó en signos de admiración y respeto la burla incipiente en el fondo de
las conciencias.
— Mal habéis hecho, Mr. Leather, — añadió — presentándoos bajo los aus-
picios de un hombre tan ligero como Strap; pero este chico, á pesar de su
poco peso, suele dar algunas veces en el clavo, y supuesto que está Vd. aquí
y sin ocupación ninguna, quiero que hablemos solos esta noche. Vamonos
á comer. Adiós, Strap; adiós, señores.
Y apoyándose en el brazo de Leather, se lo llevó casi á la fuerza y sin
TRADUCCIÓN DE RAYMOND STRAP. 279
dejar tiempo á que mi amigo pudiera despedirse de mi más que con un
saludo afectuoso.
IV.
Tres dias habia pasado con mi amigo Leather en una continua borra-
chera, y al despertarme al cuarto, parecióme como que habia estado á punto
de volverme loco. Cerca del mió estaba su lecho, con las sábanas vírgenes
de todo contacto, y sobre la mesa se hallaban las copas de brandy, á medio
llenar, y los vasos de agua, con el cristal todavía empañado por las huellas
de sus largos dedos. Aún me parecía escuchar su extraña filosofía y sus ter-
ribles deducciones, y no pude menos de volver los ojos con terror hacia la
puerta, temiéndole ver entrar, como en los dias anteriores, á abrumarme
con el magnetismo de sus miradas, tan bien auxiliado por su fortaleza de
bebedor. Sin embargo, posesionado ya de mi razón creí era sueño todo lo
ocurrido, y no pudieron menos de abrírseme las carnes, al pensar que habia
estado á punto de ponerme en sus manos, con el objeto de que ensayase en
mí sus misteriosos descubrimientos.
Reflexionando en que nada habia hecho aún de mi cometido, redacté la
circular del meei'mg preparatorio para las elecciones, que fué perfectamente
acogida en el circulo de la Bolsa, al cual no asistieron aquel dia ni
Mr. W., ni Leather, del cual ya comenzaban á tener celos el ministro de
Hacienda futuro y demás importantes hombres públicos de la próxima
situación; celos que hasta mí no llegaban, porque, aunque mi ambición era
mucha, ya sabían que á un hombre ligero como yo no le ,habian de adju-
dicar los altos destinos que sólo se confieren á varones graves y cachazudos,
y tan sabios como mi amigo Leather.
Asi pasó una semana, en que el trabajo electoral fué rudo, hasta el punto
de no permitirme siquiera el placer de gustar un poco de guindas en aguar-
diente, de miedo á que la salsa perturbase mis funciones intelectuales.
— Arriba, perezoso, y vístete. ¡Toma, toma antes para'meterte en calor,
que hace frío! Abrí los ojos, y delante de mí, amoratado, con dos vasos lle-
nos de brandy, encontré á mi amigo Leather.
— No quiero beber, respondí algo amoscado — y... ¡déjame!
— ¡Ingrato! Después que abandono por tí la mullida alfombra, la sun-
tuosa mesa y el exquisito vino del Presidente de la República, para venir á
cumplirte mí palabra, ¡á tí, la naturaleza de las naturalezas! ¿me rechazas?
— Pero... ¿dónde has estado?
— Yo creo que preso por Mr. W... Ese, ese sí que es un hombre for-
mal. Acepta mis teorías. Jamás me contradice, y... ¡Mira!... No me pongas
280 ¿ESTABA LOCO?
esa cara de displicente, porque tienes delante nada menos que al futuro
embajador en Londres de nuestra República.
— ¡Tú embajador!
— ^^Sí, yo; que he prometido, en cambio, á Mr. W... hacerle orador en
tres semanas: pero como hombre prudente, quiere que te lleve antes á mi
clínica, y después de ver en tí los efectos de tu tratamiento, se pondrá él
en cura. ¡Lee esta carta y sigúeme!... Pero antes... ¡bebe!
Confieso que todo aquello me pareció extraño. Vestime y. aunque sin
muchas intenciones de seguir los deseos de Mr. W... emprendimos el ca-
mino de Blakwell Island, después de haber tomado la mañana.
Un bote nos condujo á la preciosa isleta, y á pocos pasos que dimos por
una magnífica calle de árboles alzóse ante mi vista un edificio de aspecto
bastante extraño, pues más esperaba encontrar una quinta risueña, que las
altas paredes y cerradas ventanas de un caserón, que todo lo tenia de
cárcel y no de sitio de recreo.
Leather llamó á la puerta. Alguien abrió el ventanillo, que volvió á cer-
rarse con precipitación, mientras mi acompañante decía:
— Pobrecillos... ¡Si me habrán echado de menos!
Trascurrido largo espacio de tiempo , abrióse la puerta de par en par y
un caballero, de aspecto respetable, se presentó en el dintel.
— Hola, Dr. Fellow, exclamó Leaíher, ¿qué tal mi gente?
— Todos marchan bien , contestó el interpelado mirándome fijamente y
como queriendo expresar algo que yo no entendía.
— Aquí traigo otro. Mi amigo Strap. ¡Vea usted, doctor, que frente! ¡Pues
tiéntele usted el coronal !
¡Gran naturaleza! Muy equihbrada , muy equilibrada. Pero el principal
órgano es el de la fantasía ! Hay que deprimir los demás. ¡ En seis meses,
cosa hecha!...
— ¿Cree usted ? ■
— ¿Quién lo duda? Pasen ustedes adelante.
Entramos^ y la puerta se cerró á nuestras espaldas con precipitación y es-
trépito.
— Vamos á verlos, dijo Leather.
— Vamos , respondió el doctor.
Penetramos en un patio , en donde un hombre paseaba distraído.
' — ¡ Ah! dijo Leather. — ¡Mira, Strap ! Este sí que es un buen caso. Cual-
quiera al oírle dirá que está loco. Se le figura que es el sol y que le salen
manchas , y es que , gracias á mi tratamiento, la absoluta disposición para
la astrología se va desenvolviendo en él. Dentro de dos meses, como en
las aguas agitadas de un lago, desaparecerá esa excitación nerviosa , y ese
hombre no servirá más que para seguir paso á paso el movimiento celeste
como Kopérnico, como Galileo y tantos otros, que por una coincidencia de
TRADUCCIÓN DE RAYMOND STRAP. 281
la creación han logrado lo que yo consigo por medio de la ciencia. Este
pobre doctor Fellow me sostiene que está loco. Es un buen profesor. Como
todos no ha pasado de Hipócrates, y yo le sufro que me tenga por demente,
porque al fin y al cabo , me ayuda.
En esto se oyó una algazara horrible, y cien hombres se precipitan en el
patio levantando en triunfo á mi amigo.
El doctor Fellow me agarra por el brazo, y diciéndome al oido: —
¡Yenga usted por Dios! me lleva casi á rastras.
Yo no sabia lo que me pasaba, y atravesando un pasadizo me dejé lle-
var por el doctor, que al fin, empujando una puerta me introduce en su des-
pacho.
— ¡Hombre de Dios! exclamó, ¿quién es usted?
— Pero antes, ¿me quiere usted explicar todo esto?
— Pues qué, ¿aún no ha caido usted en que se halla en una casa de locos?
— ¡Demonio!
— Pues ¿y Leather?
— Este es el número 1. — Lo tengo ya hace siete años.
— ¡ Lástima de hombre !
Cal en una silla, anonadado. ¡Todo me lo expliqué en un momento!
— Sí señor, continuó el médico. Loco rematado, él , que tantas obras ha
escrito sobre la demencia; él , mi antecesor en esta casa. Como á nadie hace
daño, disfruta de alguna libertad y suele escapárseme algunas veces. Yo
siempre estoy seguro deque volverá, por eso no lo anuncio; pero siempre
lo hace conduciendo á alguien... ¡ Si usted supiera !
— Con que, es decir, que yo he sido más loco que él.
— ¡Oh! No se avergüence usted. Sobre que puede usted contar con mi
absoluta reserva, nada tiene de extraño lo que á usted le ha pasado. Yo
mismo algunas veces, al oírle narrar sus extrañas teorías, al ver, sobre todo,
la seguridad con que asiste, receta y cura en muchos casos, creyendo darles
alguna cualidad absoluta, á sus compañeros, dudo á dónde termina el juicio
y en dónde comienza la locura. Como él dice, Colon estaba loco y si hubie-
ra encontrado á un doctor Fellow, como yo, estaría en Blakwell Island,
como él! ¡Ve usted ese hombre loco tan pacífico! Pues suspéndale usted el
uso de las bebidas espirituosas, y le verá convertirse en una fiera. ¡Por eso
hago que Heve dinero siempre en el bolsillo, por si se me escapa! En cuan-
to deja de beber, se dispara por completo.
No fué flojo el susto que me entraba al escuchar aquello, y, dando gra-
cias á Dios por mi amor al brandy, pregunté al doctor si me seria posible
venir á visitar á mi amigo, y al contestarme que sí, despedime y salí de
aquella casa, temiendo tener que volver á ella, y no de visita, como yo es-
peraba.
TOMO XIX. ' 19
282 ¿ESTABA LOCO?
VI.
En el bote no pude menos de acordarme del bueno y grave Mr. W...
y un proyecto diabólico atravesó por mi frente.
Su carta rogándome me pusiera en manos de Leather, á quien admira-
ba y prometía una gran posición en la República, iba dentro de una cartera,
y publicada en el New- York Healld, al mismo tiempo que la historia, podía
hacer fracasar la candidatura del presidente. El objeto de mi ambición es-
taba ú punto de lograrse.
Aquel día hallé en la Bolsa á Mr. W... y comí con él en su casa.
Al mes era el presidente of the United States.
Yo, como todo el mundo sabe, embajador en Londres.
Mr. W... siempre acompañaba sus despachos con una carta confiden-
cial, que decía lo siguiente:
«Por Dios, no sea usted ligero. Acuérdese usted de Leather y no me
meta usted en otro lío semejante.»
VIL
Al volver de mi embajada, fui á visitar al pobre loco á Blakwell Island.
Había muerto.
Otro médico se hallaba encargado del manicomio; pero al visitar éste
hallé en una jaula al doctor Fellow, que no sólo me reconoció, sino queme
dijo:
— Strap, Leather me ha dejado su secreto. ¡Estaba tan loco como yo!
Mi conductor, discípulo suyo, murmuró por lo bajo, y con los ojos ar-
rasados de lágrimas.
— ¡Pobre maestro mío!... ¿Estará loco?
No he vuelto á Blakwell Island; pero siempre que veo á un avaro, á un
exclusivista en ciencias, á un poUtíco absoluto, á un general triunfante so-
bre un campo de batalla atestado de muertos, ó á un empeñado en casarse,
me acuerdo de Leather, de Fellow y de su discípulo, y exclamo como ellos:
— ¿Estarán locos?
FIN.
REVISTA POLÍTICA.
INTERIOR
¡Triste misión la nuestra, obligados por la rectitud de nuestras doctrinas á
combatir sin tregua ni descanso contra todas las exageraciones que desnatu-
ralizan la idea liberal ó comprometen .la noble causa del progreso humano I
Hace pocos dias, ante la repetición de esos odiosos atentados cometidos im-
punemente en la oscuridad del misterio y que tan honda , tan dolorosa sen-
sación han producido en todas las almas honradas, nuestra pluma trazaba el
cuadro sombrío, pero verdadero, de ese fermento impuro que turba, desorga-
niza y entorpece el desenvolvimiento pacífico y ordenado de las sociedades
europeas. Hoy en presencia de la actitud de los elementos teocráticos que han
roto todos los respetos; de la intervención que una parte considerable del clero
— hagamos justicia á los que han permanecido ágenos al escándalo— ha to-
mado en las pasadas elecciones haciendo pesar en los comicios la influencia de
sus medios materiales y espirituales; de las pasiones que ha sobreexcitado ; de
las sacrilegas alianzas que ha contraído; del afán con que un gran número de
obispos, dignidades eclesiásticas, canónigos y simples presbíteros se han lan-
zado á la arena del combate, disputando con armas reprobadas á los hombres
de otras ideas la posesión de los distritos, como hubieran podido disputar á
Satanás h, entrada en el cielo ; ante este expectáculo , nunca bastantemente
sentido y deplorado, no podemos menos de alzar nuestra voz con toda la
energía de que somos capaces, contra esa aspiración insidiosa, tenaz é incan-
sable que desde el fondo de las conciencias donde se parapeta y oculta, tiende
su ávida mano , llena de maldiciones, sobre las potestades del mundo.
La sociedad española oscila entre dos barbaries que desgraciadamente
comparten el imperio de las muchedumbres ; la barbarie que las precipita
hacia lo desconocido y la que las empuja hacia lo pasado. La misma noción
del Estado monstruosa y confusa es el ídolo de ambas tendencias extremas
sólo que el vulgo extraviado le corona con el gorro frigio y el neo-cato-
licismo con el solideo. ¡Qué semejanza tan pavorosa! Todos los sueños de or-
ganización social que enardecen los ánimos de la multitud contemporánea
han sido expuestos y calorosamente defendidos en otros tiempos por los par-
284 REVISTA POLÍTICA
tidarios de la preponderancia sacerdotal, y no hay utopia ni absurdo , desde
la comunidad de bienes basta la absorción y anulamiento de la familia por el
Estado ó por la Iglesia, que no haya tenido entre los escritores clericales an-
tiguos ó modernos, activos propagadores. ¿Qué mas? El mundo civilizado se
ha extremecido de espanto ante el brutal llamamiento al regicidio y el asesi-
nato que surge, por el conducto de la prensa, como un grito desesperado del
fondo de todas las cloacas sociales, y sin embargo, este grito no es más que el
eco prolongado á través de los siglos de las perniciosas doctrinas sostenidas
por el Padre Mariana, por el Padre Cotton y los más eminentes teólogos del
siglo XVI ; doctrinas que iniciaron con un fraile siniestro la triste serie de los
regicidas de Europa.
Natural temor nos inspiran las turbas demagógicas; pero no nos le infun-
den menor las turbas fanáticas. Unas y otras devoradas por la calentura,
arrebatadas por el vértigo 'son capaces de los mayores excesos , y el olor de la
sangre parece como que estimula la ferocidad de sus instintos . Ningún cri-
men las es extraño; ninguna violencia desconocida. La historia es el gran se-
pulcro de sus víctimas y ya no caben en ella; no es bastante profunda ni bas-
tante ancha para contenerlas sin que se desborden. Las matanzas de los albi-
genses, las matanzas de los judíos, las matanzas del Santo oficio, las matan-
zas de la noche de San Bartolomé, las dragonadas de Luis XIV, i son por
ventura, menos crueles é inhumanas que \^s matanzas de la Convención?
Nada tienen que echarse en cara esas turbas frenéticas que la idea social ó la
idea religiosa mueve y exaspera; todo en ellas es idéntico menos los acciden-
tes del drama en que intervienen. En nuestra patria misma, y en la edad pre-
sente se han amotinado las unas al grito de libertad en las ciudades, y se han
sublevado las otras al grito de religión en los campos; han asesinado las unas
al representante de la autoridad en Tarragona , acorralándole á la puerta de
una taberna y han despedazado las otras al gobernador de Burgos á la entrada
de un templo. Los lugares han cambiado, han sido diversos los resortesj pero
el hecho ha sido el mismo y el expectáculo igualmente horrible y oprobioso
para la naturaleza humana.
Existe, sin embargo, una diferencia capitalísima entre la demagogia y la
teocracia, que importa dejar consignada. La demagogia no es un sistema; es
un sacudimiento, una explosión. Todo sistema necesita tener algo de inmuta-
ble: y en la demagogia todo es esencialmente movible. Jamás la plebe, entrega-
da á sí misma, ha fundado nada. En cambio, la teocracia es una organización
artificiosa, y por eso es más temible. Halaga, es verdad, los gustos externos del
vulgo, al cual domina, pero no le entrega el poder; le adula, pero no le obe-
dece. Da á la actividad bulliciosa del pueblo pábulo y alimento vario con sus
procesiones y sus ejecuciones, con sus jubileos y sus cofradías, y para sujetar
á los hombres se apodera de las mujeres, cuyos irreflexivos sentimientos pia-
dosos reaviva y explota. La teocracia no es un viento malsano que hiere y
se disipa; es una enfermedad social larga y penosa que mata con lentitud y
destruye insensiblemente, como la sombra de esos árboles de la India bajo
los cuales el viajero ignorante busca descanso, se duerme y no despierta. S
áe levantaran de sus tumbas las desdichadas generaciones de la España regida
INTERIOR. 285
por los reyes de la casa de Austria; de aquella España que empieza en Car-
los V, y acaba en Carlos II, harapienta , corrompida, extenuada, que pierde
en dos siglos sus libertades, su supremacía, sus dominios, sus ciencias, sus
artes, su literatura, su genio y su gloria; de aquella España despoblada, sa-
queada por el fisco y comida por el diezmo, pero llena de conventos, herman-
dades, congregaciones y capellanías, poseedoras de la tercera parte de la pro-
piedad territorial; de aquella España, en ñn, alumbrada por las hogueras de la
Santa Inquisición, que persigue á los judíos, quema á los luteranos y expulsa
á los moriscos con tan frió encono, que aún no ha podido arrancar de la
conciencia del mundo ni el recuerdo ni el perdón de estos trágicos horrores;
si se levantaran dé sus tumbas, repetimos, las desdichadas generaciones de
aquellos siglos, engrandecidos quizás por la distancia y hermoseados por la
poesía, podrían decir á esas infelices almas que se entusiasman con la me-
moria de lo pasado, lo que es la teocracia y con qué abrumadora y mortal pe-
sadumbre gravita sobre las naciones. Es una garra que nunca suelta su presa.
Por tanto, bajo el punto de vista de la duración de su vida, ó lo que es lo
mismo, de la duración del tormento, la teocracia es todavía más temible que
la demagogia, aun cuando el espíritu de los tiempos que alcanzamos dificulte
su resurrección definitiva. Pero ante la desusada audacia con que sus torpes
adoradores se han lanzado á la lucha, haciendo ostentoso alarde de sus fuer
zas y llevando la perturbación religiosa á todas partes, á los palacios y á las
cabanas, es menester dar la voz de alerta y estar preparados para no permitir
que salga á la superficie esa escrescencia moral y política; ese residuo infecto
y pestilente de las viejas sociedades paganas.
Hay, con todo, un fenómeno en este movimiento de la teocracia que me-
rece Uamar la atención de los hombres de gobierno, y es el crecimiento in-
esperado, casi fabuloso, de sus huestes militantes. No se nos oculta que una
exageración llama á otra exageración, que hay corrientes misteriosas entre
todos los antagonismos sociales, que á la violencia en un sentido responde
siempre la violencia en sentido contrario, como responde el eco á la voz y el
dolor al golpe. Abissus ahissum invocat. El desarrollo desgraciado que ha te-
nido en nuestra patria la demagogia, ha contribuido indudablemente al des-
envolvimiento del carlismo clerical ; los delirios han despertado á los recuerdos ;
la España febril á la España petrificada. Pero esto no explica suficientemente
el hecho que consignamos, y es preciso buscar otro motivo, otra razón, otro orí-
gen á esa fuerza de atracción que inopinadamente ha desplegado la teocracia.
Es seguro que algunas reformas útiles, pero con poca habilidad realizadas y
por desgracia mal comprendidas, han sobreexcitado el sentimiento religioso, y
no puede tampoco ponerse en duda que el estado de abandono y miseria en
que por los ahogos del Tesoro viven ciertas clases, ha dado pretexto, si no
disculpa, á su rebeldía. ¿Pueden y deben cicatrizarse estas heridasl ¿Conviene
atender á su curación, ó ahondarlas? Esta es la cuestión: cuestión para nos-
otros que no ofrece la menor duda, y que hemos resuelto en nuestro fuero in-
terno con el criterio de la justicia y de la prudencia. Es necesario apartar de
la teocracia activa, antes de que el despecho los aglutine y funda en una sola
masa., en cuyo caso la separación seria más difícil y quizás imposible, á esos au-
286 REVISTA POLÍTICA
xiliares efímeros que la alarma de las conciencias, el resentimiento más ó menos
justificado, el hambre quizás, han agrupado en torno de una bandera de odio
y venganza. Reducir las fuerzas del enemigo, aislarle, quitarle la razón y los
medios^ son principios rudimentarios de la política y de la guerra. La energía
apoyada en la equidad, la firmeza sostenida por la templanza, el espíritu de
concordia, que no consiste en transigir siempre, sino en transigir á tiempo,
conseguirán, en nuestro concepto, si el gobierno no se impacienta, que la teo-
cracia y el carlismo, es decir, la forma religiosa y la forma política de la re-
acción pasen, se deshagan y desvanezcan como nubes de verano.
Si la política española no tropezara con otras dificiiltades, poco ó nada
significarla la hostilidad de esos elementos que se creen potentísimos porque es-
tán airados; pero abundan demasiado los gérmenes de perturbación en el seno
de nuestra sociedad para que no sea oportuno debilitarlos, desorganizarlos y
restablecer la línea divisoria que realmente existe , entre los fanáticos y los
ofendidos, entre los adictos por convencimiento y los partidarios de ocasión.
En la inteligencia de que si, después de todo, tienen la loca osadía de lanzarse
al terreno de la lucha material, no hemos de ser nosotros los que intentemos
detener, con una compasión mal entendida, la espada inexorable de la ley, ni
quienes se opongan á que el gobierno, cuando haya agotado la fuerza de la
razón, emplee contra los trastornadores impenitentes la 'razón de la fuerza.
Fácil es que la hipocresía ponga en duda nuestra sinceridad religiosa y
denuncie á las almas raogigatas nuestra herética pravedad porque conde-
namos la d,ominacion del Estado por la Iglesia, y esa especie de solidari-
dad impía que quiere establecerse entre la causa eternamente viva de
Cristo y la causa perdida de un pretendiente á la corona de España. Nos im-
porta poco esta acusación, sobre la cual muéstrase erguida nuestra fé, que no
ha desmayado nunca, que conservamos en el santuario de nuestra conciencia,
como lámpara encendida ante el altar, y que jamás nos ha servido para alum-
brar los tenebrosos senderos de la ambición mundana. Este invencible senti-
miento de repulsión que nos inspira la teocracia invasora, descomedida y ava-
riciosa, nace precisamente del profundo respeto que profesamos á la santa re-
ligión que nos enseñó á amar nuestra madre en las horas prósperas y en las
horas de infortunio. Mezclarla con las cosas terrenas, arrastrarla por el fango
de nuestras discordias, atizar con ella la hoguera de las disensiones públicas,
convertirla en oráculo del carlismo ó de otra opinión política cualquiera, va-
lerse de ella como de unas tenazas de hierro candente para sujetar el progreso
providencial del género humano, nos parece que es profanarla y desconocer
la salvadora misión de Aquel que vino á redimirnos, pero no á esclavizarnos.
En medio de las pasiones ensoberbecidas, llega á nuestros oidos el sordo rumor
de la duda filosófica que avanza y se infiltra en el corazón del pueblo de las ciu-
dades. No opongamos la religión como un obstáculo insuperable á la emancipa-
ción de los oprimidos, ni hagamos de ella una cadena demasiado pesada en el
orden público y social, porque podría suceder- no lo permita el cielo— que la
duda se trasformase en rebelión. Podría suceder que tomando cuerpo las
doctrinas que han resonado ya en las reuniones públicas de Paris y en las
conferencias de artesanos celebradas en Madrid últimamente, la multitud in-
INTERIOR.
287
curriese en el error gravísimo y trascendental de considerar la religión como
una institución puramente humana y de contestar á las imprudentes agre-
siones del carlismo místico con la protesta de su ateísmo republicano . El pe-
ligro se presiente, y no es por cierto el mejor medio de evitarlo el de apartar
al clero del ara, donde debería permanecer extraño á las luchas políticas,
para hacerle int ervenir con todo el peso de su influencia en las contiendas de
los partidos y en las tempestuosas discusiones de la tribuna.
Porque oyéndole un día y otro defender desde lo alto las soluciones más
reaccionarias y aspirar á la resurrecion de un pasado imposible, se expone á
que el pueblo confunda en un mismo anatema lo que es eterno y lo que es
transitorio, el dogma y la política, la verdad revelada y las aspiraciones terre-
nales del sacerdocio.
Las Cortes próximas ofrecerán, por desgracia, este expectáculo desconsola-
dor y poco edificante. El clero tendrá en el Senado y el Congreso, merced á
la actividad electoral que ha desplegado, y álos esfuerzos de la coalición, una
representación peligrosa para él mismo. Bajo la enseña carlista-católica que
ha desplegado al viento, levantará acaso su voz, pública y solemnemente, con-
tra las conquistas del siglo, si es que arrebatado por el ardor que le domina
no prolonga en el parlamento la alianza nefanda que contrajo con los parti-
darios del Sr. Suñer y Capdevila en los comicios. Esta actitud, que bajo el
punto de vista religioso nos lastima y aflige, puede producir en el orden polí-
tico ventajosos resultados. Combatidas, hostigadas, atormentadas por opinio-
nes irreconciliables y extremas, es seguro que se verificará en las huestes de
la mayoría un movimiento de concentración irresistible : empeñadas las
fracciones que la constituyen en la común defensa , no tendrán tiempo
de volver la vista atrás ni de recordar historias pasadas. La oposición será su
gran fundente. Por otra parte, ¿con qué elementos cuentan nuestros enemigos?
Una oposición que no afirma es infecunda. Puede llenar el espacio con sus
desaforados gritos, pero no satisfacer las exigencias públicas; ejercer la crítica,
pero no el poder; destruir, pero no edificar; y la sociedad española está ya has-
tiada de ruinas. ¿Es para ella una esperanza el carlismo teocrático? ¿Es para
ella una ilusión la república democrática y social, que tan tristes ejemplos está
dando al mundo en la vecina Francia? ¿Qué nos ofrecen las oposiciones radi-
cales? ¿Qué soluciones posibles agitan? ¿Cómo y con qué podrían reemplazar
lo existente?
Supongamos por un momento que la monarquía constitucional se desplo-
ma, esta monarquía de las clases medias, garantía de la libertad, del orden y
del trabajo en todas las naciones donde existe. Al día siguiente de su desapa-
rición, España seria ancho campo de batalla, y los coligados de la víspera
implacables competidores, ¿qué decimos al dia siguiente? en el momento mismo
del triunfo. Antes de que se hubiese apagado el estruendo producido por la
caida de la institución real, la sangre correría á torrentes en las ciudades y
en las aldeas, en los clubs y en los templos. La confusión seria indescrip-
tible. ¿Quién recojeria la herencia de la catástrofe? ¿La reacción? ¿La demago-
gia? Este es el problema, el misterio y la amenaza.
Por mucho que la ira política, la más brutal de todas las iras, extravíe y
288 REVISTA POLÍTICA
revuelva los ánimos, jamás se oscurece por completo el instinto de la propia
conservación que reside en las colectividades como en los individuos. Parti-
dos y clases sociales hay que invocan la tormenta, y sin embargo, si estuviera
en sus manos el rayo, no le fulminarían. Son como el blasfemo que desafía á
Dios, porque sabe que Dios no lia de admitir el reto. iCómo es posible sino
que ciertos elementos esencialmente conservadores arrojasen leña á una ho-
guera que puede consumirlos y devorarlos^ Pero ¡ay! de ellos si se engañan.
¡Ay! si como aquella frivola é imprudente aristocracia francesa, cortesana de
Voltaire, que antes de la revolución del pasado siglo halagaba por moda á los
apóstoles del descreimiento, tienen que llorar algún dia su insensata imprevi-
sión en el destierro, en el cadalso, á la siniestra luz de sus castillos incendia-
dos reflejando sobre sus propiedades repartidas. Auxiliares de la revolución
que los acecha, de la anarquía que los solicita, una y otra aplauden sus de-
mostraciones, reciben el voto de sus lacayos en las urnas, y se dejan que-
rer mansamente. ¡Desventurados de ellos si creen que han domesticado á la
fiera, ó que después de haberla soltado podrán encerrarla de nuevo en la jaula!
¡Y más desventurados aún si, cuando no han tenido fuerzas para sostener
un minuto más la dinastía borbónica que se derrumbal^a, imaginan que han
de tenerla para imponernos su restauración! Hace algún tiempo (luelos reyes
que se van no vuelven; desde Carlos X, ninguno ha vuelto todavía ; pero
aunque así no fuera íqué son las restauraciones? ¿Cuántas se han- asegurado?
¿Cuánto han vivido en la historia? El árbol desarraigado no reverdece. Recu-
peran los Estuardos el trono de Inglaterra, y le pierden en seguida. Diez y
seis años resístela dinastía borbónica en Francia á su segundo renacimiento;
después pasa, desaparece y se extingue como